En el comienzo del año del bicentenario de la independencias argentina, que ya ha comenzado a generar acalorados debates en los medios impresos de aquel país, vale la pena revisitar un libro editado hace unos años, que nos permite una evaluación sincera de las implicancias de ese y los demás festejos bicentenarios continentales. ¿Cómo explicar que el imperio español, que había durado siglos, se halla completamente desmoronado en 15 años? ¿Cómo hacer esa tarea para un público que no es especialista? Sobre la base de estas dos consignas, Roberto Breña nos presenta esta obra de ocho ensayos que, desde la primera página, se opone a la visión teleológica de la historia.
Este libro es el fruto de la intensidad de un debate nacido no solo de los bicentenarios, sino también del cruce entre la renovación de la historia política y el auge de la historia atlántica. Roberto Breña ha sido, y sigue siendo, un apasionado protagonista de esta disputa que abarca diversos niveles, desde la publicación de libros hasta el uso de redes sociales.
Breña se enmarca en la corriente que, desde los estudios trascendentales de François-Xavier Guerra, ha decidido ampliar la perspectiva nacionalista de la historiografía latinoamericana. La revolución hispanoamericana fue un conjunto de profundas transformaciones con un detonador en el levantamiento del pueblo madrileño contra el apresamiento de la familia real en Bayona, en mayo de 1808. La reacción a aquellos eventos peninsulares, iniciada por la elite criolla de Caracas cuando se negó a reconocer al Consejo de Regencia en abril de 1810, trasladó la inercia de las acciones al Nuevo Mundo. Este movimiento quedó particularmente sellado en julio del año siguiente, al declarar su independencia la Capitanía General de Venezuela.
A partir de esta premisa, Breña va desbrozando cada uno de los aspectos que considera relevantes de las independencias. Comienza con un escrito que ya ha trabajado en profundidad, la Constitución de Cádiz. La Constitución tiene un inmenso valor simbólico pero, a su vez, representa un liberalismo que estaba caracterizado por tensiones y ambigüedades. Fue la última y mejor oportunidad de España para prolongar su presencia en América, pero fue también un fracaso como antídoto para las insurrecciones.
Breña rastrea el calor de los acontecimientos y cruza el océano para encontrar una profunda desazón en los americanos hacia una monarquía que desde hacía tiempo arrastraba un desprestigio creciente. El drama americano comienza con el precursor, Francisco de Miranda, dueño de una vida «rocambolesca», llena de peripecias y de afanes frustrados. Breña no evita demostrar empatía por el hombre que, a pesar de dedicar su vida por la independencia, «haya terminado sus días de la manera en que lo hizo». Con Miranda, Breña inicia la ruta de los fracasos americanos.
La ruta continúa con los tres padres del cono sur hispanoamericano, Bernardo O’Higgins, en Chile; Gervasio Artigas, en Uruguay y José de San Martín, en la Argentina, y se extiende en el escenario novohispánico de un inicio tradicionalista y un carácter profundamente religioso. Pero es en el estudio sobre Simón Bolívar donde el derrotero adquiere más riqueza en matices y tonalidades. Sin dudas, la figura más prominente de las revoluciones americanas, Bolívar es analizado no como hombre de acción, sino como el autor de los más importantes documentos políticos de la época. ¿Cómo se explica que alguien que tanto conocía a los americanos haya tenido logros tan magros en el ámbito de la política? La hipótesis de las circunstancias no podría funcionar mejor que con el ejemplo de Bolívar. El hecho de que un hombre de su inteligencia y su sensibilidad política, haya tenido como resultado su triste final, su muerte casi en soledad y su aislamiento político, es la prueba tajante de que las circunstancias sociales y económicas fueron las determinantes para hacer naufragar cualquier esfuerzo por lograr la ansiada estabilidad política.
Breña no define a las circunstancias pero nos hace saber, sin embargo, que se impusieron sobre las voluntades individuales de los próceres de los movimientos. A través del malestar de los líderes, en su afán de vencer a las circunstancias, Breña nos enseña las sociedades donde vivían. Diferentes motivos como la existencia de esclavitud, de colonialismo, de racismo, entre otras cosas, hicieron que «el imperio de las circunstancias» fuera más poderoso que la voluntad de los dirigentes políticos.
La idea de las circunstancias es un hallazgo porque conecta a dos actores fundamentales del mundo hispánico. Incluye al perspectivismo de José Ortega y Gasset y remite al discurso del general San Martín al aceptar su cargo como Protector del Perú en 1821.
Pero Breña no abreva la idea de las circunstancias de los referentes hispanoamericanos sino de los literatos europeos. El libro abre con un extracto de Bajo la mirada de Occidente de Joseph Conrad, obra en la que este describe con cinismo la irracionalidad de la vida. Esta y sus circunstancias son las que caen sobre los hombres y son de las que no escapan los próceres. Estas formas, estas estructuras son, en definitiva, las que definen los resultados.
Y en la Hispanoamérica de la independencia, los resultados fueron casi inexorablemente fracasos. El escenario de la vida política americana entre 1810 y 1830 terminó por absorberlas voluntades de los hombres. Los líderes hispanoamericanos fueron incapaces de encauzar políticamente a sus sociedades. Los hombres de la independencia, como los héroes de Conrad, fueron presa de un margen de maniobra bastante limitado fruto de las circunstancias en las cuales vivieron.
El margen de maniobra de los actores, sus intenciones y los resultados de estas son cuestiones que atraviesa este libro porque, en gran parte, es una interpelación permanentemente el oficio del historiador. Breña retoma de los historiadores clásicos, preguntas claves e irresolubles para la profesión. Dos de los ocho capítulos comienzan con citas de Marc Bloch sobre la cuestión del origen del acontecimiento o con las de Edward Carr sobre la relación las intenciones de los individuos y las fuerzas sociales sobre las que actúan. El oficio del historiador no pasa por solventar la identidad nacional, pasa por problematizar el pasado. Los eventos históricos no tienen naturalidad, no apuntan a ningún desenlace, ni son unidimensionales, por más simples e inapelables que parezcan a primera vista.
Esta tensión entre pasado, eventos e historia es la que Breña intenta mostrar al lector. El libro constituye una honesta propuesta intelectual dirigida al público amplio interesado en el ciclo revolucionario. En un modo amable de escritura, el autor casi conversa con el lector y lo guía, proporcionándole elementos de análisis sobre autores, obras y corrientes. Usando una narrativa que evita el relato cronológico y lineal de la vida de personas concretas, invita al debate a partir del avance compartido del conocimiento. A partir de la vida de un actor da cuenta de las estructuras económicas, los valores culturales, las ideas y las costumbres de la época.
Breña insiste en la necesidad de que la divulgación esté principalmente en manos de historiadores, no porque estos brinden material procesado a los lectores, sino por todo lo contrario. Es deber del historiador académico ofrecer al púbico los últimos avances de su disciplina en toda su complejidad. El autor más que mostrarle al lector los avances en la historiografía, lo invita a convertirse en parte de la discusión. Le sugiere, lo acompaña y le da los elementos para que ese lector, que en realidad es un ciudadano, tenga todos los elementos a su alcance para tomar decisiones que involucran, entre otras cosas, su propia identidad.
Roberto Breña dedica dos capítulos a los acontecimientos hispánicos y cuatro a las elites criollas. Los dos últimos capítulos son historiográficos y están abocados a dos fenómenos que multiplicaron los estudios sobre las revoluciones: el enfoque atlántico y los festejos de los bicentenarios. Aunque ambos obraron como incentivo a los estudios sobre las independencias, Breña reafirma la mayor capacidad explicativa de la dimensión hispánica sobre la perspectiva oceánica o la nacionalista. Hacia el final, se incluye un apéndice de bibliografía básica para que los lectores puedan profundizar en el estudio del ciclo revolucionario desde la perspectiva de la historia política e intelectual. Los capítulos están conectados entre sí, pero son inteligibles por sí mismos.
El libro tiene una faz pesimista sobre los actores de la independencia, pero una optimista sobre su estudio. Breña nos ofrece una entusiasmada visión del presente de la historiografía hispanoamericana, que vive en la actualidad de sus mejores y más dinámicos momentos.
Son varios los enemigos de este libro. Pero el principal es la subestimación del lector. Para Breña la historia nunca es teleológica, evita las generalizaciones, la simplificación y, sobre todo, la idea de que la nación era inevitable. Transmite explícitamente la tensión intelectual con la idea de abrir cuestiones de uno de los más dinámicos campos de la historiografía occidental. Su repaso es de amplia recomendación para el lector de alta divulgación que quiera indagar sobre su identidad al calor de los festejos nacionales, y también para el historiador que esté dispuesto a afrontar una vigilancia epistemológica constante sobre su profesión.