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Vol. 50.
Páginas 68-71 (julio - diciembre 2015)
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Gisela Moncada González, La libertad comercial: el sistema de abasto de alimentos en la ciudad de México, 1810-1835, México, Instituto Mora, 2013, 229 pp., ils.
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José Enrique Covarrubias
Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, México D. F., México
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En La libertad comercial: el sistema de abasto de alimentos en la ciudad de México, 1810-1835 tenemos un estudio que se añade a la muy apreciable serie de libros de temas similares que el Instituto de Investigaciones Dr. J. M. L. Mora ha publicado en las últimas décadas, los cuales enriquecen nuestro conocimiento de las actividades de producción, intercambio y consumo de bienes en México, tanto en el periodo virreinal como en el independiente y el de transición entre ambos. Se trata de una obra que aborda una temática ardua, en parte por la escasez de estudios previos que ofrezcan plataformas amplias de información e interpretación, en parte por la necesidad de enmarcar las realidades económicas analizadas en contextos amplios de cambio profundo y acelerado. Las aportaciones de la autora al campo de lo económico son ciertamente las más abundantes y visibles, lo cual es natural en tanto que el asunto central del libro es lo comercial. Sin embargo, por situar la temática del comercio en el tránsito del virreinato a la república, con toda una guerra e intento de imperio de por medio, las ramificaciones hacia campos como el político, social y administrativo constituyen aspectos importantes del libro.

A finales del siglo xviii y comienzos del xix, la ciudad de México representaba un reto importante para la autoridad en lo concerniente al abasto de alimentos, orden público y reglamentación urbanística, de lo que dan prueba los testimonios dejados por Alejandro de Humboldt, Hipólito Villarroel, el conde de Revillagigedo y tantos otros. De los retos e iniciativas de solución nos han hablado ya los estudios disponibles sobre estas problemáticas de la metrópoli, sea por la vía del estudio económico o por el social. A Moncada le ha interesado particularmente un rastreo de los ingresos municipales por concepto de los derechos cobrados por la introducción de comestibles a la ciudad y el arrendamiento de plazas y mercados para su venta. Por no haber tomado en cuenta la situación precisa de las finanzas de la ciudad de México, la historiografía previa «desconocía que no hubo un déficit en las finanzas municipales y que gracias al ingreso del abasto de alimentos se robusteció la economía de la ciudad» (p. 12). Esto, sumado a que «durante la primera república federal la ciudad de México mantuvo una población importante con respecto a los estados de la república y continuó siendo el sitio por excelencia para el comercio» (p. 141)1, nos resume en buen grado el tipo de afanes de investigación que Moncada ha desplegado en su libro, los cuales se relacionan principalmente con el comercio de víveres, las finanzas municipales y la situación demográfica de la gran capital.

El libro está dividido en 4 capítulos dispuestos en forma muy conducente para mostrar desde un principio las muchas aristas de la problemática del abasto de la gran capital. En el primero se nos presenta la organización y las funciones a cubrir por el ayuntamiento de la ciudad en relación con el aprovisionamiento de víveres, con particular atención al reto implicado por el «comercio a mano o móvil», aquel que a grandes rasgos correspondía al que en la actualidad se denomina ambulante e informal, dado que no tenía sede en mercados ni pagaba el llamado «derecho de plaza» que gravaba al debidamente establecido. Nos dice Moncada:

La guerra de Independencia provocó varias irregularidades en el suministro de comestibles, así como que las autoridades de la ciudad, con tal de que la capital novohispana no sufriera un desabasto, permitieron la venta de alimentos en cualquier sitio; esto generó que aumentara la participación de intermediarios o regatones en el comercio, y al término de la guerra éstos se instalaron en diversas calles de la ciudad (p. 12).

Una situación como esta había sido resultado, entre otros factores, del hecho de que la autoridad, mediante decretos expedidos en 1811 y 1814, había dispuesto el abandono de la tradicional práctica proteccionista para efectos de abasto e instaurado la libertad de comercio, con la consecuente abolición de la de la alhóndiga y el pósito que habían servido hasta entonces para regular el aprovisionamiento de la población. Las ideas, expectativas y evaluaciones relacionadas con esta liberación del comercio de alimentos es el tema del segundo capítulo, muy interesante por atender al aspecto ideológico en mayor medida de lo que la mayoría de los estudios dedicados a este tipo de cuestiones ha hecho. Los miembros del ayuntamiento, organizados en comisiones, advirtieron el descontrol que desde la liberación del comercio se instauró en el ramo de los alimentos, sin que consiguieran estar del todo de acuerdo sobre las causas. Algunos lo atribuyeron a la referida liberación comercial, que no trajo consigo la esperada eliminación del intermediario acaparador y encarecedor de productos, el cual vino a gozar de una libertad y desenvoltura en sus actividades como no se habían visto en épocas previas. Moncada hace ver el impacto de las ideas de Adam Smith y Gaspar Melchor de Jovellanos en la expectativa de generar otro tipo de intermediación comercial, aquella que podía y debía tener lugar en una competencia abierta entre los comerciantes para beneficio tanto de productores como de consumidores. Otros hablaron más bien de la pervivencia de prácticas monopólicas y abusivas arrastradas desde siglos. De manera detallada y con buena diferenciación de causas, que abarcan tanto lo relacionado con las circunstancias de la guerra, la corrupción y la falta generalizada de hábitos liberales, Moncada expone diversos momentos de discusión a este respecto entre los miembros del ayuntamiento.

Otra aportación meritoria de Moncada en lo relativo a este rastreo de ideas económicas es el mostrar cómo las discusiones y estrategias en aras de un buen abasto urbano deben de ser enmarcadas en la policía conforme al sentido antiguo de este término, esto es, la vieja y amplia concepción del orden público, aprovisionamiento y ornato de las ciudades. En esto tenemos otro aspecto poco atendido en general por los estudiosos, frecuentemente indiferentes ante el significado e implicaciones de lo que por entonces se solía designar bajo dicho término. Por lo general se le entiende como lo relativo a la seguridad y orden públicos que debía garantizar la autoridad, sobre todo a nivel municipal, lo cual estaba ciertamente incluido en el concepto. Este último también podía implicar, sin embargo, una preocupación por el grado de educación y civilidad de los individuos, como era patente en la manera en que tras la Conquista se empleó la expresión «policía cristiana», que se refería al vestido, los modales y el decoro personal que supuestamente los indígenas debían aprender de los europeos en aras de una situación de mayor civilización. En la época ilustrada el término se vincula más con la asimilación que debe hacerse de los individuos ociosos o de malos hábitos a las actividades económicas, infundiéndoles un espíritu de industriosidad y de interés en la propiedad, las ganancias, etc. Es el caso, por ejemplo, del uso que se comienza a hacer del término policía en expedientes relativos a la integración de indios nómadas o «bravos» en el norte de Nueva España en el periodo borbónico.

Los capítulos iii y iv del libro se enfrascan con el aspecto fiscal y con las cuestiones más cotidianas relacionadas con el comercio de alimentos en la capital. Moncada señala ya, como uno de los puntos importantes de su investigación, el haber documentado que las finanzas del ayuntamiento de México en estos primeros años de Independencia no fueron deficitarias, y que desde el punto de vista financiero, esta es una situación no detectada por la historiografía tradicional, solo esclarecida pues por los estudios que en fechas recientes han emprendido Luis Jáuregui, Ernest Sánchez S. y María Eugenia Romero. El punto no es, efectivamente, de poca importancia y viene a mostrar los alcances de una circunstancia que Moncada ha mostrado ya en las partes previas de su libro: ya desde la guerra de Independencia se perfilaba un proceso por el que el ayuntamiento se beneficiaba de concesiones de parte de las autoridades superiores, tanto políticas como hacendarias, a fin de que contara con más medios propios para solventar sus gastos y cumplir sus obligaciones. Esto se había visto ya en el acuerdo concertado hacia 1817 con el objeto de que ciertos ingresos contabilizados por la Aduana se destinaran a este fin y entre ellos destacaban precisamente los derechos municipales que permitieron al Ayuntamiento ese incremento de ingresos, de que ahí se hace mención. Pero es interesante constatar, como nos lo hace ver la autora, que esto ocurría al parejo que los cargos de ese mismo Ayuntamiento se verían ocupados progresivamente por individuos «nuevos», es decir, que no habían tenido presencia ahí en las fechas previas.

Al explicar la procedencia y las posibles conexiones familiares y sociales de dichos individuos, Moncada muestra, con recurso a una tabla comparativa incluida ya en el primer capítulo, que a finales del periodo colonial parece haber habido una estrecha relación entre personajes relevantes del Consulado de México y varios de los ocupantes en cargos del Ayuntamiento, además de que varios de ellos formaban parte del sector ilustrado en asuntos económicos del virreinato (Sánchez de Tagle, Manuel de Heras Soto, Manuel del Río, Manuel Cortina…). Ya en el periodo independiente, los nombres son diferentes y todo indicaría que se van sentando las condiciones para una nueva élite o un nuevo entramado de intereses económico-políticos, acaso ya no tan vinculado con posiciones ilustradas. Al tratar de precisar quiénes podían ser los nuevos intermediarios o regatones que ya en el siglo xix acaparaban los alimentos enviados a la ciudad o influían por lo menos en el precio y oportunidades de venta que estos adquirían al llegar ahí, Moncada señala a Mariano Riva Palacio, quien fue funcionario del Ayuntamiento (esto en los años de 1829 y 1830) y diputado en fechas posteriores, además de ministro del gobierno general y gobernador del Estado de México en varias ocasiones. Correspondencia analizada por Moncada hace ver el interés y medios que Riva Palacio tenía, como dueño de una hacienda cercana a la ciudad y productor de grano, para influir en el precio de este en la capital por la vía de retener su abasto y otras maniobras similares.

Las aportaciones de Moncada en el sentido de la historia socioeconómica, como lo son las continuas consideraciones que presenta sobre el poder adquisitivo de los consumidores en la ciudad, el grado de encarecimiento que sufrieron algunos de los productos tradicionalmente consumidos por ellos y la variedad en la oferta de estos, se ven completadas por una abundante información econométrica. Un lector poco versado o afecto a los tratamientos cuantitativos encontrará debidamente explicada y digerida la información numérica que Moncada ofrece y le permitirá formarse una idea general de los procesos sociales que acompañan la trayectoria de los fenómenos económicos abordados por la autora. Por cubrir tanto el aspecto numérico como cuestiones de tipo social, político y económico, el texto de Moncada puede ser leído con interés y provecho por un público amplio y no forzosamente enfrascado en discusiones de detalle o en cuantificaciones.

Así, aunque la transición del régimen colonial al republicano haya supuesto una disminución de la importancia antiguamente gozada por la ciudad de México en aspectos como la acuñación de moneda o en la competencia por algunos mercados, la urbe siguió siendo un centro demográfico de primera importancia con un crecimiento poblacional recuperado hacia mediados o fines de la primera década independiente y un consumo masivo en torno al cual gravitaba un gran número de haciendas y ranchos de sus alrededores.

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