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Vol. 45.
Páginas 69-95 (enero - junio 2013)
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Vol. 45.
Páginas 69-95 (enero - junio 2013)
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Sayula: la última gran victoria de la División del Norte Un ejercicio de historia-batalla
Sayula: the last great victory of the Northern Division. An exercise in story-battle
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Pedro Salmerón Sanginés
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A través de la batalla librada en la Cuesta de Sayula, estado de Jalisco, en febrero de 1915, el autor se propone una forma de narrar las acciones de armas de la Revolución mexicana y los ejércitos que en ellas participan, poniendo énfasis en el terreno, el armamento, el movimiento de los ejército, los planes de guerra y el desarrollo y el resultado de las operaciones.

Palabras clave:
Historia militar
Revolución mexicana
historia batalla
villismo
Abstract

Through the battle in the Cuesta de Sayula, Jalisco, in February 1915, a way of narrating the actions of arms of the Mexican Revolution and the armies involved is proposed, making an emphasis on theground, the weapons, the movement of the army, the war plans and the development and result of operations.

Keywords:
Military history
Mexican Revolution
battle history
villismo
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Historia-batalla

La historia militar tradicional o historia de Estado Mayor, que en el caso de la Revolución mexicana tiene su mejor ejemplo en Miguel Ángel Sánchez Lamego, tuvo como principal objetivo la formación de profesionales de la guerra, por lo que solía tomar “una forma especialmente anticuada y didáctica, dedicada a demostrar, a costa si es necesario de grandes daños a los hechos”, que todas las batallas caen en los mismos modelos y que existen principios de la guerra “inmutables y fundamentales”.1

Frente a ella, la historia militar que proponemos va mucho más allá: es un estudio de las armas y los sistemas de armas y defensa y por lo tanto, es historia de la tecnología y, necesariamente, historia económica, cuando buscamos entender el sustento de los ejércitos; es historia de las instituciones cuando se pretende estudiar a los ejércitos y sus unidades componentes como tales; es historia de las ideas cuando se pretende comprender la doctrina estratégica de los contendientes y las relaciones entre los ejércitos y la sociedad o el Estado; y es, fundamentalmente, historia social, en tanto que se propone mostrar la composición de los ejércitos, las razones de su moral de combate (¿por qué los hombres deciden matar y morir?); por la sociedad de la que esos ejércitos forman parte y sus formas políticas y económicas.

Tradicionalmente, la historia-batalla ha sido el campo dilecto de la historia de Estado Mayor, en virtud del paradigma militar teorizado por Karl von Clausewitz, según el cual la batalla “es la única actividad realmente bélica y todo lo demás está supeditado a ella”;2 y porque en ella pueden presentarse –o construirse post facto– los elementos que importan a la historia de Estado Mayor: la acción de los jefes, el movimiento de los ejércitos y las formas inmutables de la batalla. Es por ello que, aprovechando “las unidades dramáticas de tiempo, lugar y acción” a que obedece una batalla,3 trataremos de mostrar en el campo favorito de los historiadores militares tradicionales, una nueva forma de hacer historia militar pero, a la vez, un homenaje a esa historia-batalla tan socorrida en occidente y prácticamente ausente en nuestra historiografía. Nuestro ejemplo será la batalla de la Cuesta de Sayula, librada en el suroeste de Jalisco los días 17 y 18 de febrero de 1915, entre las fuerzas constitucionalistas mandadas por los generales Manuel M. Diéguez y Francisco Murguía, y los convencionis-tas a las órdenes del general Francisco Villa.

Los ejércitos y sus mandos

El 14 de noviembre de 1914, luego de tres meses de tensa calma, se rompieron las hostilidades entre los revolucionarios que acababan de destruir al viejo Estado. Las fuerzas de la División del Norte, a las órdenes de Francisco Villa, iniciaron un avance arrollador sobre la capital de la república. Así empezó la más sangrienta de nuestras guerras civiles, que enfrentó a dos bandos con dos gobiernos, dos propuestas políticas y dos ejércitos distintos: constitucionalistas y convencionistas.

Dos días después, el general Álvaro Obregón, prestigiado jefe consti-tucionalista (uno de los dos con mayores méritos y mando), presentó al Primer Jefe de esa facción, don Venustiano Carranza, un plan general de operaciones que preveía la concentración de uno de los dos grandes núcleos de fuerzas en el estado de Jalisco, cuyo mando debería recaer en el propio general Obregón.4 Sin embargo, el audaz movimiento de Francisco Villa y la rápida derrota y dispersión de la primera línea defensiva del constitucionalismo, formada por 20 000 hombres a las órdenes de Pablo González, obligó a modificar los planes de operaciones. De modo que el general Obre-gón se movió con las fuerzas bajo su mando directo, 4 000 hombres de la 1a. División del Noroeste, hacia el oriente de la república, y en Jalisco, en lugar de reunirse las cinco divisiones previstas por Obregón (la mencionada 1a. División del Noroeste, del general Benjamín Hill; la División de Occidente, del general Manuel M. Diéguez; la División del Sur, del general Gertrudis Sánchez; la 2a. División del Noreste, del general Francisco Mur-guía; y la División de Caballería del Noroeste, de Lucio Blanco), únicamente se concentraron las divisiones de Diéguez y Murguía, y una fracción de la División de Blanco, a las órdenes del general Enrique Estrada. Serían esas corporaciones las que librarían la batalla de Sayula por parte del bando carrancista.5

1. El mando en el bando carrancista lo ejercieron, de manera más o menos, conjunta, Diéguez y Murguía. La infantería de Manuel M. Diéguez se dividió en esta campaña en cuatro brigadas a las órdenes de los generales Esteban Baca Calderón, Pablo Quiroga, Melchor T. Vela y Juan José Ríos. El coronel Amado Aguirre fungió como jefe de Estado Mayor.6 Cuando llegó la columna de Murguía a Jalisco, la formaban nueve regimientos de caballería y uno de ametralladoras. Dos de esos regimientos estaban englobados en la brigada del general Enrique Estrada, y los otros los mandaban los generales Rómulo Figueroa y Martín Castrejón, y los coroneles Miguel S. González, Heliodoro López, Felipe García Cantú, Jesús Gloria y José Murguía (hermano del general). Las ametralladoras las llevaba el coronel Pablo González Chico. Aunque la columna venía muy golpeada y sin bagajes, “estaba formada por fuerzas muy veteranas y de fidelidad a toda prueba”.7 La brigada de Estrada era una fracción de la División de Lucio Blanco.

La mayor parte de los jefes de la División de Diéguez eran oriundos de Sonora o avecindados en aquel estado. El propio general, nacido en Jalisco, radicaba en 1906 en Cananea donde, junto con Esteban Baca Calderón y Juan José Ríos, jefes de corporación en esta batalla, fue uno de los dirigentes de la huelga de los mineros de esa localidad. Los jefes de la 2a. División del Noreste y varios de los oficiales subalternos de Enrique Estrada procedían del constitucionalismo del noreste. En febrero de 1915, la mayor parte de los soldados de ambas corporaciones tenían también el mismo origen, y aunque las corporaciones de Murguía se habían reforzado con reclutas del Estado de México, los nuevos soldados habían entrado rápidamente a la dinámica de los veteranos. Emprendedores de clase media, herederos de la tradición liberal, formados como militares en las campañas revolucionarias de Coahuila y Sonora o rápidamente absorbidos por los militares de esas regiones (como Rómulo Figueroa y Martín Castrejón), estos jefes mandaban tropas veteranas y entusiastas.

El origen de las fuerzas del noreste está en los voluntarios de la revolución de 1910 y 1911 que luchaban por principios políticos y por lealtad a sus jefes, y también, por un salario y la posibilidad de promoción social. Era este un ejército revolucionario que se creó a partir del caos de una situación revolucionaria y de que se vio obligado a improvisar. Sin embargo, por las características de la revolución en Coahuila, era un ejército revolucionario cuyos líderes se fueron desligando cada vez más evidentemente de sus bases: al concebirse la revolución como una lucha institucional del gobierno legítimo de Coahuila contra la usurpación huertista, fincada en argumentos legales y legitimistas y no en el propósito de resolver demandas sociales, las fuerzas revolucionarias de Coahuila, como las de Sonora al mismo tiempo; tenía como última razón cohesiva, aparte del entusiasmo regional y la lealtad y admiración a un jefe, el haber, la paga, el riesgoso empleo de soldado. La paga a los soldados siempre fue prioridad.

En Sonora, del desconocimiento de Huerta surgió un ejército profesionalizado que aisló a los combatientes de su contexto social y a los jefes de las demandas específicas de sus soldados. “Sus dos líneas terminales son, en el soldado, una ‘moral del haber’, del salario; en los jefes, una independencia relativa ante las masas que luchan bajo sus órdenes.” Es un ejército de soldados que, si bien luchan por la victoria, la camaradería, la lealtad al jefe inmediato, lo hacen en última instancia por el salario. Del salario y del saqueo depende la estabilidad de los ejércitos de Sonora y Coahuila desde 1912, lo que permite a los jefes dirimir sus ambiciones y medrar sin voltear atrás, manejando el capital político que representa la lealtad de sus hombres. Este tipo de ejército requiere “la preservación de las estructuras sociales y económicas vigentes, no su transformación”.8

2. No hay fuentes precisas sobre las corporaciones que Francisco Villa movilizó para tomar Guadalajara y enfrentar a Diéguez y Murguía. Se repite en dos o tres fuentes posteriores que desde Aguascalientes, el Centauro envió por tierra 5 000 jinetes a las órdenes del general José Rodríguez y él salió en tren con 4 500 infantes y la artillería del general Manuel García Santibáñez. Las fuerzas de caballería estaban formadas por la 1a. Brigada Villa, del propio general Rodríguez; 2a. y 3a. Brigadas Villa, de los generales Pablo Seáñez y Carlos Almeida; Brigada Benito Artalejo, del general José I. Prieto; Brigada Fierro, del general de ese apellido; Brigada Juárez de Durango, del general Calixto Contreras; y 2a. Brigada Chao, que mandó en la batalla su segundo jefe, Donato López Payán.9

Las fuentes no mencionan qué contingentes integraban la infantería, pero sabemos que parte de las brigadas Juárez de Durango y Artalejo eran de infantería (en esta última, la infantería estaba a las órdenes del general José Ruiz Núñez). También, que ya en Guadalajara una fracción de las fuerzas del general Julián Medina, jefe villista de Jalisco, reforzaron a la columna de Villa. Mandaban esas fuerzas Pedro Zamora y Teófilo Sánchez Aldana –oriundo de Zapotlán y guerrillero en la región en que se libraría la batalla.10

La lista de estos contingentes nos permite hablar de tres tipos distintos de fuerzas: las más numerosas (las brigadas Villa de Rodríguez, Almeida y Seáñez; y las brigadas Fierro y Artalejo) tenían oficiales de toda la confian-za de Villa, oriundos en su mayor parte del estado de Chihuahua, veteranos de la revolución de 1910 y fogueados en la campaña de la División del Norte, entusiastas delirantes de la causa villista, con un pie veterano de soldados de la misma región y características y nuevos contingentes de voluntarios de diversas regiones del país, rápidamente asimilados a la capacidad de fuego y la moral de combate de los villistas originales. Un segundo grupo lo formaban los hombres de las brigadas Juárez de Durango y 2a. Chao, cuyos oficiales y pie veterano hicieron la revolución en el oriente de Duran-go unos y el sur de Chihuahua los otros, y se incorporaron a la División del Norte en septiembre y octubre de 1913. Eran menos disciplinados y con menor capacidad para maniobras tácticas que los anteriores, pero igualmente fogueados y entusiastas. Finalmente, los guerrilleros de Jalisco aportaron el conocimiento de la región y los contactos con su gente.11

3. La Revolución mexicana se libró cuando el paradigma dominante en el pensamiento militar concebía la guerra como acto de violencia para imponer la voluntad, mediante el máximo despliegue de fuerzas, lo que implicaba la total fuerza política, económica y militar de un Estado. Los objetivos de este despliegue de fuerza eran políticos en última instancia. Sobre esta concepción de la guerra hay una serie de tácticas generalmente aceptadas en víspera de la Primera Guerra Mundial, que derivan de la generalización del uso del fusil rayado de retrocarga, con tambor o revólver que permitía disparar seis u ocho balas antes de volver a cargar. Las armas usadas durante la Revolución mexicana, con las que estaban más o menos uniformemente armados los contingentes contendientes en la Cuesta de Sayula, tenían un alcance efectivo de hasta 3 000 metros para el fusil máu-ser v7 mm de infantería y hasta 2 000 para la carabina 30-30, dominante en la caballería. Si a la eficacia del fusil le añadimos la introducción de la ametralladora, entenderemos la potencia de tropas de voluntarios irregulares y de la formación dispersa, sobre la infantería federal, cuyos mandos no terminaban de asimilar las nuevas realidades de la guerra. Este tipo de formación exigía confiar en el valor y la iniciativa del soldado individual, además de que también simplificaba el entrenamiento básico.

Esto hacía de las caballerías de la revolución, infanterías montadas, es decir: se viajaba a caballo, se combatía pie a tierra. Las legendarias cargas de caballería son un mito posterior cultivado en torno a no más de media docena de eventos excepcionales. En la Revolución mexicana, la caballería fue eficaz en las etapas guerrilleras, en emboscadas y escaramuzas así como en servicios de exploración, pero no en la guerra regular. Y, sin embargo, la doctrina imperante en el Ejército Federal, que los revolucionarios trataron de imitar por un tiempo, dictaba que “La carga en orden cerrado era la principal maniobra de la caballería, ejecutada en línea para poder desarrollar toda su potencia”, lo que equivalía a enviar a los jinetes al matadero.12

La artillería usada por ambos bandos, aunque con más eficacia por los villistas, estaba formada por cañones de campaña de 75 u 80 mm, casi todos del sistema Saint Chaumond-Mondragón o Schneider-Canet, que tenían una cadencia normal de dos disparos por minuto, que podía multiplicarse por seis durante dos o tres minutos. Tenían un alcance máximo de 5 000 metros y tiraban obuses perforadores o granadas de metralla, que solían emplearse contra las formaciones dispersas de infantería.

Aunque los jefes revolucionarios carecían de instrucción militar formal, salvo excepciones, vivían en un horizonte cultural sumamente belicoso y en un contexto en que la guerra se veía como la hemos descrito. Rápidamente adquirieron las nociones elementales del llamado arte de la guerra y tuvieron, sobre los oficiales de carrera, la enorme ventaja de no haber embotado su imaginación con la formación que llevó a franceses, alemanes y británicos a empantanarse en una atroz guerra de materiales sin solución militar posible, de la misma manera que llevó a los jefes del Ejército Federal Mexicano a fracasar contra fuerzas mandadas por estos militares improvisados.

El entrenamiento básico de los soldados, muchos de ellos voluntarios entusiastas, tanto en las fuerzas villistas como en las de Diéguez y Murguía, era rápido, sencillo y esencialmente práctico: se enseñaba a armar y desarmar las armas, a disparar con eficacia, a caminar por el campo realizando ejercicios de orden disperso, de despliegue de batallón en línea de combate y de las principales tácticas, lo que permitía tener listas nuevas tropas con un mes de prácticas y entrenamiento.13

La campaña

1. El 24 de noviembre de 1914 salió de Toluca el general Francisco Murguía al frente de unos 10 000 hombres de la 2a. División del Noreste. De acuerdo con el plan de operaciones de Obregón, se dirigía a Jalisco, donde el caudillo de Sonora buscaba concentrar, bajo su mando directo, las fuerzas de Murguía con las divisiones de Manuel M. Diéguez, Gertrudis Sánchez, Benjamín Hill y Lucio Blanco, lo que daría un contingente cercano a los 40 000 hombres con los que pensaba romper el eje de comunicaciones de la División del Norte y separar a las fuerzas norteñas de las surianas. Sin embargo, hubo de modificar sus planes, pues no tenía la certeza de poder contar con Lucio Blanco y no tardó en darse cuenta de que Gertrudis Sánchez tampoco terminaba de definirse.

El coahuilense Gertrudis Sánchez, jefe de la División del Sur del Ejército Constitucionalista, dominaba el estado de Michoacán y tenía en Mo-relia unos 5 000 hombres con jefes mitad norteños, mitad michoacanos. Rencillas locales con Venustiano Carranza lo habían sacado de Coahuila y en la Convención de Aguascalientes los delegados de su división votaron a favor de la candidatura presidencial de Eulalio Gutiérrez, por lo que se suponía convencionista al núcleo revolucionario concentrado en Mi-choacán.14

Sin embargo, la entrada de Murguía a Michoacán pareció obligar a Gertrudis Sánchez a cambiar de bando. Murguía sorprendió a la guarnición de Zitácuaro el 30 de noviembre y luego avanzó hacia Morelia, mientras sus enviados negociaban con Gertrudis. Finalmente, quizá atemorizado por la potencia de fuego de Murguía, Sánchez desconoció al gobierno de la Convención y a “la Junta que actualmente pretende funcionar con el carácter de Convención en la ciudad de México”, aunque no reconocía la jefatura de Venustiano Carranza. Eso permitió que las fuerzas de Murguía entraran pacíficamente a Morelia el 15 de diciembre.15

Sin embargo, tres días después, en las cercanías de Uruapan, en un evento sumamente confuso y con versiones contradictorias, la columna de Murguía o su retaguardia fue emboscada por fuerzas de Gertrudis Sánchez que mandaba directamente el general Joaquín Amaro, segundo de Gertrudis. Independientemente de las distintas versiones, el hecho es que Murguía perdió su artillería y buena parte de su impedimenta. Desde entonces, Murguía le cobró un aborrecimiento profundo a Amaro.16 Finalmente, el 6 de enero Murguía llegó a Tuxpan, Jalisco, con unos 4 000 o 5 000 jinetes, en estado “semideplorable, escaso de municiones y sin dinero, de todo lo cual lo proveyó el general Diéguez”, según contó después el general Amado Aguirre, jefe de Estado Mayor del general Diéguez, quien también asentó que, aunque la columna venía muy golpeada y sin bagajes, estaba formada por fuerzas muy veteranas y de fidelidad a toda prueba.17

2. Al caer Jalisco en manos de la revolución constitucionalista, en julio de 1914, quedó como gobernador y comandante militar del estado el general Manuel M. Diéguez, jefe de una de las divisiones de infantería del Ejército del Noroeste que adoptó en ese momento el nombre de División de Occidente. Para noviembre, Diéguez había consolidado sus posiciones en Ja lisco; recibió material de guerra por el puerto de Manzanillo y reclutó nuevas fuerzas, de modo que tenía a sus órdenes 8 000 o 9 000 hombres.18

Diéguez rompió abiertamente con la Convención por medio de uno de los documentos más precisos escritos en esos días por los jefes que optaron por don Venustiano y de inmediato invitó a Gertrudis Sánchez y a Francisco Murguía a incorporarse en Guadalajara al grueso de sus respectivas fuerzas, de acuerdo con el plan general de operaciones diseñado por Obre-gón. Gertrudis le respondió que él no estaba con ninguno de los bandos y se limitaría a preservar la soberanía de Michoacán. En el mismo sentido le respondió Joaquín Amaro el 13 de noviembre. Murguía, como hemos visto, llegó con sus fuerzas muy mermadas apenas el 6 de enero.19

Entre tanto, Diéguez movilizó parte de sus fuerzas hacia los límites con Guanajuato, para amenazar el nudo ferroviario de Irapuato, vital para los villistas. El general Juan José Ríos se estableció entre Ocotlán y Yuré-cuaro con los batallones 50 de Jalisco, 13o. y 14o. de Sonora; el 2o. Regimiento de Mayos y algunas fuerzas de caballería. Al mismo tiempo, el coronel Amado Aguirre combatía a las guerrillas villistas del occidente y sur del estado. Según las memorias de este último, la mayoría de la población de Jalisco era contraria al constitucionalismo, sobre todo por el radicalismo antirreligioso de Diéguez y algunos de sus jefes, como Juan José Ríos. Esta idea es refrendada por las fuentes villistas, que hablan de la simpatía de la gente por su causa.20

A pesar de la posición defensiva que Ríos dio a sus contingentes, por segunda vez en esa guerra la velocidad de movimiento de las columnas villistas tomó desprevenidos a los constitucionalistas. El 11 de diciembre el Centauro lanzó una ofensiva desde Irapuato y pocas horas después los 600 jinetes de la 2a. Brigada Villa, de Pablo Seáñez “el Pico de Oro”, tomaron el puente de La Barca, y al amanecer siguiente sorprendió a las fuerzas tendidas por Juan José Ríos entre Oblatos y Yurécuaro, haciéndole numerosos muertos y prisioneros. Esa acción convenció a Diéguez de evacuar Guadalajara rumbo al suroeste del estado. Pancho Villa desfiló triunfal-mente por las calles de Guadalajara el 17 de diciembre, entre el entusiasmo delirante de la multitud.21

Diéguez llegó a Zapotlán (Ciudad Guzmán) el 15 de diciembre y le escribió a Obregón justificando el abandono de Guadalajara, adonde prometía volver en el término de un mes. Reclutó nuevas fuerzas, pidió a Obregón que le devolviera los batallones 15o. y 17o. de Sonora (siempre la necesidad de infanterías yaquis). Guerrilleros villistas a las órdenes de Teófilo Sánchez Aldana hostilizaron a Diéguez hasta que fueron batidos en Tamazula por Amado Aguirre el 30 de diciembre. El 6 de enero, como ya dijimos, llegó la columna de Francisco Murguía, que fue refaccionada por Diéguez, y ya juntos planearon la ofensiva sobre Guadalajara, iniciada el 10 de enero.22

3. Pancho Villa sólo estuvo unos días en Guadalajara, que le bastaron primero para atraerse a lo que quedaba de la élite y a las clases medias al ordenar la liberación de los sacerdotes encarcelados por Diéguez, y luego para enemistarse con ellos al imponer un préstamo forzoso del que obtuvo un millón de pesos tras fusilar a dos connotados hacendados. Luego prohibió la venta de bienes inmuebles a extranjeros so pena de castigo y con-fiscación. También advirtió que iniciaría la expropiación de haciendas para el reparto agrario, pagando por las propiedades incautadas el valor declarado al fisco por sus dueños. Designó gobernador de Jalisco al general Julián C. Medina y jefe de las operaciones militares al general Calixto Con-treras y regresó a la ciudad de México. En el gabinete de Medina destacaba la figura del doctor Mariano Azuela como director de Instrucción Pública, y como gobernador, trató de conciliar con las clases medias urbanas de Guadalajara. Al recibir Medina la noticia de la movilización de Diéguez y Murguía hacia Guadalajara, pidió refuerzos al general Villa, quien le envió una columna a las órdenes de Rodolfo Fierro. En una junta de generales, Fierro impuso la decisión de defender Guadalajara, contra la opinión de Contreras, Medina y otros jefes.23

La ofensiva de Diéguez y Murguía comenzó, como dijimos arriba, el 10 de enero. En los días anteriores se habían reorganizado las fuerzas, quedando toda la infantería a las órdenes de Diéguez, en cuatro brigadas a las órdenes de Esteban Baca Calderón, Pablo Quiroga, Melchor T. Vela y Juan José Ríos (quien quedó en la retaguardia, con la orden de mantener abierto el camino de Ciudad Guzmán a Manzanillo), mientras Murguía asumía el mando de la caballería, con Enrique Estrada como segundo. En esta campaña, y hasta su incorporación al ejército de Operaciones de Álvaro Obregón, ni Diéguez ni Murguía quisieron ceder el mando al otro jefe, ni hubo autoridad que tratara de unificar el mando, por lo que los celos y la rivalidad entre el antiguo huelguista de Sonora y el antiguo fotógrafo de Coahuila (aunque nacidos en Jalisco y Zacatecas) dificultaron la campaña. La rivalidad de ambos jefes trascendió a los dos hombres que contaron la campaña desde el bando carrancista, el general Amado Aguirre, favorable a Diéguez, y el general Juan Barragán, partidario de Murguía. Entre los testimonios de estos celos hay un telegrama de Gustavo Salinas, enviado especial de Carranza, quien desde Manzanillo telegrafió al Primer Jefe el 7 de marzo: “Urge que ordene Ud. al Gral. Murguía coopere con el Gral. Dié-guez hasta el triunfo completo de nuestra causa, pues con trabajo he logrado que coopere hasta Guadalajara, tras lo cual quiere irse de esta región”.24

De cualquier manera, también en el otro bando había incompatibilidades y celos entre Fierro, Contreras y Medina y, al menos para la ofensiva de enero, Diéguez y Murguía pudieron ponerse de acuerdo. Hubo combates parciales desde el 11 hasta el 15 de enero, cuando los carrancistas tomaron Tlajomulco, estableciendo ahí su cuartel general. Al día siguiente, desde una loma que dominaba buena parte del campo de batalla previsto, se reunieron los generales Diéguez y Murguía con sus jefes de estado mayor, coroneles Amado Aguirre y Arnulfo González, y otros jefes, para formar el plan de ataque definitivo, que quedó así:25

Por la derecha, 2 000 hombres de los coroneles Cirilo Abascal, Pablo González y Heliodoro Pérez atacarían El Castillo y La Capilla, cortando la vía al sureste de la ciudad. Por la izquierda, otros 2 000 hombres del licenciado Roque Estrada y los coroneles José Murguía y Miguel S. González, tenían la misión de desalojar al enemigo del cerro Dos Picachos o del Gachupín, contiguo a Santa Ana Tepetitlán, y cerros contiguos, avanzando hasta el Cuatro, combatiendo en una zona que actualmente está cubierta por la mancha urbana de Guadalajara.

Por el centro entrarían las infanterías de los coroneles Pablo Quiroga, Baca Calderón, Melchor T. Vela y Daniel Díaz Couder, con 5 000 hombres; apoyados por la caballería del general Rómulo Figueroa y los coroneles Miguel González y Felipe García Cantú, desde la hacienda El Cuatro hasta hacienda Calerilla, lista para apoyar al ala derecha y ocupar las Lomas del Álamo o de San Jerónimo, que dan vista a Guadalajara, movimiento que debía efectuarse el día 18 a las cinco de la mañana. El cuartel general quedaría en Estación Orozco. La línea de ataque tendría unos 20 kilómetros de extensión y el plan tenía, según Amado Aguirre, el defecto de que no se dispuso de fuerzas de reserva ni se previeron las posibles rutas de retirada en caso de derrota.

Al amanecer del 17 inició el avance hasta Estación Orozco, donde se estableció el cuartel general. Avanzado el día, las fuerzas del ala derecha tomaron La Capilla y El Castillo, dejando a Guadalajara incomunicada. El día 18, a las cinco de la madrugada, inició el ataque simultáneo del centro y del ala izquierda. Por la izquierda inició el ataque Roque Estrada que, reforzado después por José Murguía, tomó las posiciones enemigas de los cerros del Gachupín y Santa María, capturando cuatro ametralladoras, parque y armas en abundancia dejando, según el parte de Murguía, 200 muertos y numerosos heridos y prisioneros. Poco después, el general Murguía tomó personalmente el mando del ala izquierda y ordenó el avance de las caballerías que según el parte de Murguía tomaron El Cuatro, aunque según Amado Aguirre combatieron en el cerro y Pueblo de Santa María, entrando a Guadalajara por ese lado a las 20:00, sin haber dejado de combatir.

Por el centro, Amado Aguirre mandó la columna que según él decidió la batalla: aprovechando que los esfuerzos villistas por defenderse de los ataques en las alas habían debilitado el centro, Diéguez modificó el plan de operaciones y lanzó a Aguirre con las infanterías de Quiroga y Baca Calderón al asalto de la hacienda del Cuatro. Al caer ésta, quedó rota y amenazada toda la línea villista, por lo que éstos se retiraron a una segunda línea, amparados en el cerro del Cuatro y las lomas del Álamo, que fueron rápidamente expurgadas por los carrancistas, replegándose los villistas a una tercera línea tendida entre Tonalá y Tlaquepaque, que fue tomado por Pablo Quiroga. Poco después del colapso de esta tercera línea, Murguía entró a Guadalajara. Diéguez desfilaría al día siguiente, a las 10:00 de la mañana.

Los villistas huyeron por el rumbo de Tonalá, hacia donde los persiguió el general Rómulo Figueroa, que capturó dos cañones de 75 mm, que se sumaron a otras seis bocas de fuego capturadas en la batalla. A los villistas, 9 000 o 10 000, los mandaba en jefe, según Aguirre, el general Calixto Contreras, aunque referencias villistas laterales hacen suponer que el mando lo tenía Rodolfo Fierro. Mandaban las corporaciones villistas los generales Julián Medina, Canuto Reyes y Pedro Fabela.

No se pudo localizar ninguna fuente villista de esta batalla. Hay tres versiones carrancistas de participantes: el parte que Murguía rindió directamente a Venustiano Carranza –pasando por encima de la autoridad de Diéguez y de Obregón– y dos, posteriores, de gente de Diéguez: la de Amado Aguirre, escrita en parte para refutar a Barragán, y la de Enrique Liekens, complementaria de la de Aguirre. La única discrepancia significativa entre ambas versiones versa sobre quién atacó el Cuatro, rompiendo la línea villista, en lo que me inclino, tras revisar los mapas y tiempos, por la versión de Aguirre. Murguía no regatea el valor de Diéguez pero en ningún lado dice quién mandaba en jefe, aunque es de suponerse que si el cuartel general estaba en Orozco y en el centro se acumularon la mayoría de las tropas y el ataque principal, fuera Diéguez, como dice Aguirre, quien ejercía el mando.26

4. Pancho Villa, quien había estado en la capital de la república y en Ciudad Juárez ocupado en negocios políticos y diplomáticos, se enteró en Irapua-to, al mismo tiempo, de la derrota de Fierro y Contreras y de la victoria obtenida por Agustín Estrada en San Felipe Torresmochas, que junto con las halagadoras noticias de la campaña que en el noreste libraba Felipe Ángeles le permitieron dedicar su atención al frente de Jalisco, reuniendo en Aguascalientes los restos de la columna de Contreras y Fierro con nuevos contingentes.27

Lo que había pasado, según veteranos villistas, fue que Contreras y Fierro no podían entenderse. A Contreras le resultaba difícil disciplinar a sus soldados, porque se resistía a castigarlos, en tanto que Fierro se excedía en ese sentido; el uno era querido y respetado pero poco obedecido por sus soldados; el otro era obedecido por temor, pero muchas veces odiado por sus propios hombres. Fierro atribuía la derrota a la falta de combatividad de las fuerzas de Contreras y Medina. De hecho, la retirada villista no se detuvo hasta Aguascalientes, donde muy contritos, Contreras y Canuto Reyes explicaron a un enfurecido Pancho Villa lo que había pasado. Fierro se hizo ojo de hormiga y se presentó cuando a Villa se le había pasado el coraje, aunque también recibió una fuerte reprimenda. El feroz general sinaloense sabía que la ira del Centauro recaería principalmente en él: como testimoniaron algunos oficiales villistas posteriormente, la batalla, y con ella 2 000 villis-tas, se perdieron “por la imprudencia y pedantería del general Fierro”.28

Mientras Villa organizaba una columna de 10 000 o 12 000 hombres, Diéguez y Murguía también recibían pertrechos y reforzaban y reorganizaban sus filas. Una vez más tenían que limpiar el terreno, pues Julián Medina, en vez de huir hacia Aguascalientes o Irapuato, se había colocado entre Tequila y la sierra del Nayar, amenazando desde ahí Guadalajara, de modo que Diéguez y Murguía tenían abiertos dos frentes de distinta magnitud. Para enfrentar el más importante, Diéguez organizó una columna de 3 200 hombres con los batallones 16o., 18o. y 20o.; más el 1o. y 2o. regimientos de Mayos y la Brigada Roque Estrada. El conjunto de estas fuerzas sumaba 3 200 hombres con Amado Aguirre como jefe y Cirilo Abascal como segundo. Estas fuerzas salieron hacia La Barca y Yurécuaro. Pocos días después, Francisco Murguía llevó buena parte de sus fuerzas a La Barca, con la intención de explorar las riveras del Lerma, entre La Barca, Yuré cuaro y La Piedad, pensando tender ahí la línea defensiva contra Villa. Sin embargo, cuando Villa inició su avance, las fuerzas de Aguirre se replegaron a Guadalajara y las de Murguía directamente hacia Sayula, por la ribera sur del lago de Chapala.29

Para atender el segundo frente, Diéguez formó una columna de caballería a las órdenes de Enrique Estrada y Juan José Ríos. Julián Medina burló a esta columna y el 30 de enero atacó Guadalajara, donde únicamente había 2 000 soldados a las órdenes de Diéguez. En ese combate cayeron unos 50 carrancistas y unos 30 villistas y Medina se fue por donde vino. En todas estas acciones las columnas de Aguirre, Murguía y Estrada, según confesión propia, ahorcaron y fusilaron a numerosos individuos acusados de complicidad con los “reaccionarios villistas”. Lo mismo hacía Diéguez en Guadalajara. El 11 de febrero, ante la cercanía de la columna de Pancho Villa, Diéguez dio la orden de evacuar la Perla Tapatía, dirigiéndose otra vez hacia Ciudad Guzmán.30

Mientras tanto, las fuerzas villistas confuyeron el 10 de febrero en La Barca, la infantería procedente de Irapuato y la caballería que mandaba José Rodríguez, desde Atotonilco el Alto, adonde habían llegado por el camino de Aguascalientes a Encarnación de Díaz y Lagos de Moreno. En junta de generales, Pancho Villa dictó sus órdenes: encomendó a una columna de caballería formada por las fuerzas de Fierro y Seáñez perseguir a Murguía, que retrocedía por la ribera sur del lago de Chapala, en tierras de Michoacán. La columna de Fierro avanzó rápidamente por Pajuacarán, Jiquilpan, Manzanilla y Concepción, donde la vanguardia villista libró una escaramuza con la retaguardia de Murguía, el 15 de febrero. En realidad, Fierro no alcanzó a Murguía sino hasta donde éste tenía previsto confuir con Diéguez, en Atoyac, el día 16. Ahí se hizo fuerte Murguía, resistiendo durante dos días a las columnas unidas de Fierro y Rodríguez, hasta retroceder hacia Sayula el 17.31

Por su parte, Villa avanzó hacia Guadalajara con el grueso de las fuerzas, con cierta lentitud, pues se iba reparando la vía del ferrocarril sobre la marcha, además de que los carrancistas se iban retirando cuidadosa mente, unos por la ribera norte del lago de Chapala, otros por la vía, directamente hacia Guadalajara. Cuando la columna villista llegó a Las Adjuntas, casi a la vista de Guadalajara, vieron el campo sembrado de cadáveres en estado de putrefacción, de la batalla del 17 y 18 de enero, que los carrancistas no levantaron. Contaría después el entonces coronel de Dorados Juan B. Vargas:

Nosotros hicimos alto con los nuestros cerca de Guadalajara, en el cerro de Las Adjuntas; inmediatamente, por acuerdo superior, entraron en acción las ambulancias nuestras para limpiar de cadáveres de que se hallaba sembrado el campo, ya en estado de putrefacción, pues con la precipitación con que se había ejecutado el ataque y toma de Guadalajara los muertos continuaban ahí sin ser levantados.

El espectáculo era pavoroso. Cientos de muertos yacían a través de aquel lugar y de uno y otro lado de nuestros trenes, con los vientres hinchados por la aventazón que sobreviene a los cadáveres, los rostros en rictus de espanto y en actitudes de desesperación o desprecio a la vida o como les había sorprendido la muerte en esos choques exter-minadores, que abundaron en nuestra tremenda lucha fratricida.32

El 12 de febrero, mientras el grueso de la tropa permanecía en el campamento levantando el campo, Pancho Villa entró a Guadalajara con los Dorados y el Estado Mayor. En el Palacio de Gobierno dio posesión otra vez a Julián Medina, quien entró desde Tequila. Una vez más, una multitud aclamó al Centauro del Norte a su paso por las calles y se reunió para escuchar el discurso contra Carranza que pronunció desde el Palacio de Gobierno. Inmediatamente después regresó al campamento y en la madrugada del día siguiente, sin entrar a Guadalajara, la columna continuó su camino hacia el suroeste del estado.33

Los villistas alcanzaron la retaguardia carrancista, cerca de Guadalajara, en la mañana del 13 de febrero. Villa dividió su columna en dos: parte de las fuerzas, a las órdenes de José Rodríguez, avanzaría a caballo combatiendo a Amado Aguirre, que se retiraba por la ribera norte del lago. Villa, con la infantería, salió por la vía del tren y el 14 alcanzó a la retaguardia de Diéguez, formada por las fuerzas de Enrique Estrada en Santa Ana Acatlán. Al día siguiente, las fuerzas de Pancho Villa, pie a tierra por imposibilidad de reparar rápidamente la vía, llegaron a Zacoalco, casi siempre a la vista de la retaguardia carrancista que se retiraba ante ellos rumbo al sur.

Mientras, la columna de Rodríguez avanzó por el norte del lago y al terminar el lago torcieron inmediatamente rumbo al sur, deteniéndose en el punto en que se encuentra el camino de Zacoalco a Techaluta, para esperar órdenes del cuartel general. Sin embargo, el 16 de febrero Rodríguez avanzó para reunirse con Fierro y juntos desalojar a Murguía de Atoyac. Ese mismo día, Villa ordenó la concentración de todas las fuerzas entre Techaluta y Atoyac (poblaciones situadas en márgenes opuestos de la laguna, pero en ninguna fuente se habla del tema: es muy probable que, dada la temporada, la laguna estuviera seca). Un veterano villista contó que desde el momento en que se fueron acercando a Atoyac, comprendieron que habían llegado ya al lugar elegido por Diéguez y Murguía para presentar la batalla.34

La batalla

Resulta extremadamente difícil ubicar en el mapa los lugares precisos donde se libró la batalla. Según Martín Luis Guzmán –aunque no sabemos de qué fuente, pues esa parte ya no está entre lo que Villa dictó a Manuel Bauche Alcalde–, los exploradores informaron a Villa que Diéguez había desguarnecido la ciudad de Sayula, donde parecía que iba a esperarlo, para hacerse fuerte en las estribaciones de la Cuesta de Sayula, que es una serranía que divide el valle de Sayula (1 372 msnm) del valle de Zapotlán (cuya ciudad principal, Ciudad Guzmán, se encuentra a 1 507 msnm). La estimación de las fuerzas contendientes varía, pero lo más probable es que ambos bandos pusieran en la línea de fuego 11 000 o 12 000 hombres, aunque Amado Aguirre cuenta que él calculó en 14 000 o 15 000 el número de los villistas.

En efecto, Diéguez y Murguía concentraron el grueso de sus fuerzas en las estaciones Manzano y Nicolás y el pueblo de San Sebastián, ya en el valle de Zapotlán, aunque su intención era defender los pasos de la Cuesta, situados a seis o siete kilómetros, sobre la vía del ferrocarril, de Estación Manzano, donde Diéguez estableció su cuartel general. Sin embargo, desde que desalojaron Sayula, dejaron las fuerzas de Amado Agui-rre, Pablo Quiroga y Cirilo Abascal en las alturas de la Cuesta. Al parecer, Aguirre tenía el mando de esas fuerzas (unos 1 500 soldados) e instaló su estación telegráfica en la falda de la loma de los Magueyes, por donde pasaba la vía más cerca de la cumbre. Más adelante llegaron las fuerzas de Juan José Ríos. Antes del anochecer del día 17, rechazando cargas de la gente de Fierro, ya se habían reunido en las alturas los batallones 13o., 14o. y 23o. y los regimientos de Cirilo Abascal, Rómulo Figueroa y Eduardo Hernández. La más detallada versión carrancista, la de Amado Aguirre, cuenta los hechos como si todo fuera accidental, aunque en el resto de las fuentes se dice que Diéguez había elegido previamente el campo de batalla. La verdad es que se habla de líneas atrincheradas y loberas en las cumbres y faldas de la cuesta. En el fragor del combate, Aguirre pedía refuerzos insistentemente, pero Diéguez respondió que el grueso de las fuerzas no saldría de Estación Manzano y San Sebastián sino al amanecer del día siguiente, 18 de febrero.

El mismo día, 17 de febrero, Pancho Villa estableció su centro y artillería en la hacienda de Amatitlán, unos tres o cuatro kilómetros directamente al norte de la Cuesta o del centro carrancista, situado sobre la vía del ferrocarril. La derecha villista se estableció adelante de Sayula –ver-siones locales dicen que el día 18 Villa desayunó en conocido restaurante de la localidad, antes de encabezar personalmente el movimiento de flan-queo que decidió la batalla– y la izquierda al pie de la sierra. La izquierda villista, formada por las fuerzas de Fierro y Seáñez, quedaba enfrente de las posiciones más fuertes de los carrancistas, mientras que la derecha realmente no tenía enemigo al frente, pues las versiones villistas y carran-cistas coinciden en que el ala izquierda de Diéguez se situó en los cerros del Tecolote, a demasiada distancia para tener participación efectiva en el combate.

Al amanecer el 18 de febrero los villistas atacaron por la izquierda y por el centro. Alguna fuente villista hace salir a Fierro y Seáñez desde Ato-yac, pero eso contradice otras versiones que los sitúan en la línea de batalla desde el día anterior, para ponerlos veinte kilómetros al norte. El ataque fue precedido de una breve preparación artillera sobre el centro carrancis-ta, donde ejercía el mando temporalmente el ingeniero Amado Aguirre, quien desde su improvisado cuartel general vio como una fuerte columna –Fierro y Seáñez– se dirigía hacia la derecha carrancista, mientras otra columna se perdía de vista “tras el cerro en forma de cono” situado al sur de Amatitlán. Advirtiendo la potencia de la columna atacante, Aguirre ordenó que los batallones 14o. y 5o., a las órdenes de Esteban Baca Calderón, reforzaran a Cirilo Abascal en el ala derecha, parapetada en unas cercas de piedra en la falda del cerro de los Magueyes. Poco después envió también a la Brigada de Caballería del general Enrique Estrada (aunque Estrada, quien llegó esa mañana desde San Sebastián, era de graduación superior a Aguirre, al parecer éste continuó ejerciendo el mando hasta la llegada de Diéguez y Murguía a la línea de combate, a las diez de la mañana). Mientras el combate era terrible en el ala derecha carrancista y el centro permanecía clavado por la artillería villista, enviando refuerzos constantes a la derecha; el ala izquierda, ocupada por Figueroa y Hernández, nunca fue atacada y se limitó a disparar con muy poco efecto bombas marileraleñas (granadas lanzadas con tubos improvisados) durante la noche del 17 al 18. Aunque no se especifica puntualmente, la duración, el espacio y las formas del combate hacen suponer que toda esta parte de la batalla se realizó pie a tierra, quedando detrás del fuego las caballadas de Fierro y Séañez lo mismo que las de Abascal y Estrada.

La llegada de las fuerzas de Enrique Estrada a la derecha carrancista contuvo por fin el avance de las fuerzas de Fierro y Séañez, obligándolos a retroceder. Villa observó desde su cuartel general cómo una fuerte columna de caballería llegaba al lugar del combate, recuperando palmo a palmo el terreno que habían perdido los carrancistas en las horas previas. Villa envió un refuerzo simbólico consistente en un escuadrón de Dorados, y calculando que el centro enemigo (cuya primera línea defendían el 23o. Batallón de Sonora, de Juan Domínguez, y el 13o. Batallón de Sonora, de Juan José Ríos; tenía el mando de la línea el coronel Pablo Quiroga) envió un fuerte ataque sobre esa posición, encomendado a los 600 hombres de la 2a. Brigada Chao, del general Donato López Payán, y los jaliscienses de Pedro Zamora y Teófilo Sánchez Aldana.

Ya había iniciado este nuevo ataque cuando llegaron Diéguez y Mur-guía a la cumbre cercana a la vía del tren donde Aguirre les mostró lo que estaba ocurriendo, pidiéndoles que las fuerzas que aún no entraban en combate reforzaran el centro e hicieran un movimiento de flanqueo sobre el ala izquierda enemiga. Las “cargas” villistas en el centro llegaban hasta 20 metros de la línea de infantería constitucionalista, que las rechazaba, sólo para que los villistas volvieran a formarse y a atacar. Supervivientes del campo villista recuerdan que chihuahuenses y jaliscienses se lanzaban puyas unos a otros, emulándose para entrar al combate con enorme brío. Al parecer, los villistas realizaron aquí algunas cargas de caballería y luego echaron pie a tierra para fijar a los carrancistas en su línea.

Diéguez y Murguía permanecieron más o menos media hora en la cumbre de la Cuesta, sin tomar ninguna decisión importante, y la batalla continuó como hasta entonces, con los villistas atacando el centro y la derecha carrancistas, y éstos defendiéndose. El ala derecha recibió un nuevo refuerzo, que hizo retroceder a los villistas hasta la cerca que dividía las tierras de las haciendas de Amatitlán y El Reparo, donde los villistas se hicieron fuertes (lo que confirma la idea de que todos los combates en ese sector se realizaron pie a tierra).

Hacia las 14:00 horas, después de más de siete horas de combate, empezó a bajar la intensidad de fuego del centro constitucionalista, porque se estaba agotando el parque. Aguirre pidió a Diéguez que enviara municiones y éste le prometió que llegarían en una hora (es decir, que los cons-titucionalistas sí tenían reservas de parque); también le pidió que relevara al 23o. Batallón de la primera línea de fuego. En el momento en que llegó el relevo, consistente en el 1er. Batallón de Toluca, del coronel Daniel Díaz Couder (que mandaba accidentalmente el teniente coronel Severo Garza), se produjo cierto desorden en la línea carrancista y las fuerzas de Toluca fueron sorprendidas por el fuego. Ahí murió el jefe Garza y varios oficiales, pero los villistas lograron abrir un hueco de más de 600 metros entre la posición de Pablo Quiroga y la de Amado Aguirre.

Este movimiento, que ocurrió hacia las 16:00 horas, fue observado por Villa, quien ordenó que se intensificara el fuego de artillería y mandó las infanterías que mantenía de reserva, sobre el hueco abierto en las líneas carrancistas. También ordenó Villa que Fierro lanzase un nuevo ataque para que el ala derecha carrancista no pudiera acudir en auxilio de su centro. Poco después, cuando se veía claramente que el centro se colapsaba, el general Rómulo Figueroa ordenó el repliegue del ala izquierda carran-cista hasta Ciudad Guzmán.

Inmediatamente, Aguirre ordenó retroceder oblicuamente a las fuerzas de su izquierda (las que habían estado en contacto con Quiroga, a la izquierda del centro de batalla y, puesto que el ala izquierda carrancista nunca entró en combate, las fuerzas de Quiroga eran la izquierda consti-tucionalista). A su vez, Quiroga retrocedió lentamente, retirándose por las curvas del ferrocarril hasta reunirse con Aguirre en el término de la loma de los Magueyes. Quiroga continuó retrocediendo por la vía, mientras Aguirre ganaba la cumbre, encontrándose a un mensajero de Diéguez que le llevaba la orden de emprender la retirada, “orden que el enemigo nos había dado ya –escribió Aguirre–, aunque de una manera no muy cortés”. En la cumbre, el general Diéguez, pistola en mano, trataba de organizar la retirada. Ordenó que Quiroga se retirara hasta Estación Nicolás y subiera su infantería a los trenes ahí dispuestos, y ordenó a Aguirre:

Usted, que conoce el terreno suba a lo alto de los cerros, recoja la gente que tienen ahí desde anoche; busque a Ríos, Calderón y López, los recoge y se retira por la sierra y me busca de Colima a Manzanillo y si no me encuentra, se mete por Tecomán rumbo a Coalcomán y allá nos buscaremos el uno al otro.35

El ala derecha resistió hasta las seis de la tarde, pero entonces se hundió bajo el ataque de Fierro. El general Villa pudo darse cuenta del desorden que cundió en las filas enemigas y envió a la 2a. Brigada Chao, del general López Payán, a cortarle la retirada con sus jinetes saliendo del centro de la formación villista, siguiendo la vía del tren. Por el ala izquierda salió con igual encomienda el general Fierro. El terreno facilitó la persecución, causando la caballería horrenda carnicería. Se persiguió a la retaguardia enemiga hasta San Nicolás, donde la noche hizo cesar la matanza. Avan zando con los Dorados tras las dos columnas de caballería, Villa iba encontrando núcleos del enemigo fusilados por Fierro. Cuenta el coronel Vargas, integrante de la escolta de Villa:

Galopando en pos del enemigo que se retiraba en desorden, López Payán en el centro y Fierro en el ala izquierda, eran un torbellino en acción.

El general Villa, al continuar su avance, iba encontrando grandes núcleos del enemigo fusilados por Fierro o simplemente asesinados por el cruel general ferrocarrilero. Contra todo lo que se diga de calumnioso contra el caudillo duranguense, éste era tan humano como consciente y al ver semejante espectáculo de sangre, sintió repulsión por el proceder sanguinario de Fierro y al punto dictó esta orden:

–¡Que no maten a un enemigo más!

La orden fue transmitida por los conductos debidos a los jefes, que por haber caído la noche suspendieron en San Nicolás su tenaz persecución.36

Villa movió a ese pueblo su cuartel general y al día siguiente reanudó la persecución del enemigo, que se retiraba rumbo a Manzanillo. Cuentan los villistas que el espectáculo de los muertos en el camino era horrible, y se vio así hasta Ciudad Guzmán, donde por segunda vez se alcanzó a los carrancistas, recuperando la artillería que Fierro había perdido en Guadalajara, así como dos carros con granadas. La persecución siguió hasta Tux-pan, donde se dio orden de hacer alto. Ahí Villa logró comunicarse por telégrafo con Monterrey, Chihuahua y la Ciudad de México, lo que lo llevaría a tomar la decisión de no continuar la persecución de las derrotadas fuerzas de Diéguez y Murguía.37

Resultados y conclusiones

Una sola fuente da cuenta de las bajas de Diéguez y Murguía, haciéndolas subir a mil hombres.38 Todo parece indicar que Villa pudo liquidar lo que quedaba de las fuerzas enemigas, asegurando el control del occidente de la república y eliminando esa amenaza sobre el Bajío. De hecho, Diéguez había previsto internarse en la tierra caliente de Michoacán en el caso de que los villistas lo persiguieran. Sin embargo, el Centauro del Norte tomó una decisión que permitió a Diéguez y Murguía rehacer sus columnas y avanzar una vez más sobre Guadalajara, que arrebataron a Fierro el 18 de abril, pocos días después de la derrota de Villa en Celaya.

¿Por qué, teniendo todo a su favor en ese teatro de operaciones, Villa suspendió la persecución, con lo cual no se realizó la última fase de toda campaña? Justamente, porque fue llamado a otro de los teatros de operaciones de aquella guerra. Decíamos que al llegar a Tuxpan, al anochecer del 19 de febrero, Villa pudo comunicarse telegráficamente con el resto del país. El general Felipe Ángeles, que mandaba en jefe las fuerzas villistas del teatro de operaciones del noreste, solicitó desde Monterrey una conferencia telegráfica urgente:

para rendir parte de que estaba siendo furiosamente atacado por el enemigo y sugería al general Villa la conveniencia de que marchara a prestarle auxilio, con el objeto de limpiar enteramente el norte de carrancistas y, dominada la situación en aquella zona, unidos sus contingentes, reanudarían su avance hacia el noroeste, sur, o donde fueran necesarias las fuerzas invictas de la División del Norte.39

Villa pensaba, con razón, que Ángeles podía contener a los carrancis-tas del noreste mientras él se lanzaba sobre Manzanillo, se apoderaba de los trenes del enemigo así como del puerto, para que no pudiera recibir refuerzos, y eliminada como problema militar la columna de Diéguez y Murguía, marchar hacia el noreste. Sin embargo, Ángeles esgrimió suf-cientes razones como para convencer a Villa o al menos hacerlo ceder. Intervino en esta decisión el creciente respeto de Villa por Ángeles, a quien quería elevar a la presidencia de la República. También hay que considerar el hecho de que en ese momento, las operaciones estratégicas más importantes se realizaban en el noreste de la república, donde además de la columna de Ángeles operaban otras fuerzas villistas con el objetivo de apoderarse de Tampico. El Centauro detuvo la persecución, dejando en Jalisco los contingentes de Rodolfo Fierro, Calixto Contreras y Julián C. Medina para contener a Diéguez y Murguía en el caso de que se rehicieran. Estas fuerzas resultaron insuficientes y dos meses después Diéguez y Mur-guía recuperaron Guadalajara, de donde salieron inmediatamente a reforzar a Obregón, que acababa de derrotar a Villa en Celaya.

Así pues, los carrancistas pudieron revertir la victoria villista y apoderarse de ese teatro de operaciones después de infligir más de 2 000 bajas a Fierro y Contreras en cerca de un mes de combates (22 de marzo al 18 de abril), y sus fuerzas habrían de ser fundamentales en la resolución de las batallas del Bajío, tras haber asegurado Jalisco.

Sin embargo, la derrota de los carrancistas el 18 de febrero pudo haber sido decisiva, según todos los testimonios. La retirada de Amado Aguirre por las serranías, el total desorden y la desmoralización de las fuerzas de Diéguez al llegar a Colima, el enojo de Francisco Murguía con el general jalisciense, la convicción de que tendrían que retirarse hasta Michoacán, todo pinta una derrota sumamente grave.

Algunos comentarios: Aguirre atribuiría el desastre a la falta de unidad de mando en el bando carrancista, en un relato en el que al parecer lo único que hizo Diéguez fue elegir el campo de batalla, y en el que Murguía queda completamente borrado. Hay también un telegrama de Murguía a Carranza, fechado el 20 de febrero en Manzanillo, en el que le reprocha no haber atendido sus solicitudes previas en demanda de municiones y dinero, pues a la falta de recursos atribuye la derrota, aunque tanto en el relato de Aguirre como en las versiones villistas queda claro que faltó parque a los carrancistas de primera línea tras varias horas de combate, pero seguía habiéndolo en los almacenes de la columna.40 Juan B. Vargas resalta el papel de la artillería villista, que machacó los parapetos del enemigo, protegiendo las cargas de infantería, que atacó una y otra vez, a lo largo de varias horas, las trincheras y loberas de los carrancistas, hasta que rompieron la línea. Fue entonces que entró en acción la caballería, dando la carga final en un movimiento envolvente, que puso a los carrancistas en desordenada fuga. Quedará la duda entonces sobre las legendarias cargas de caballería villista: cuando se hace historia detallada, resulta que las cargas contra posiciones atrincheradas se hacían pie a tierra, lo mismo en Torreón en 1913 y en Zacatecas en 1914 que en Sayula en 1915. ¿Villa olvidó todo eso apenas seis semanas después, cuando las versiones más difundidas dicen que lanzó 300 cargas de caballería contra las posiciones de Obregón en Celaya? Lo dudo mucho.

Por cierto: ningún comentario sobre los paisajes que en temporada de secas se debieron ver: el nevado y el volcán de Colima dominando el campo de batalla, la dilatada extensión del lago de Chapala, el lecho seco de la laguna de Sayula…

Profesor de tiempo completo en el Departamento de Ciencias Políticas del Instituto Tecnológico Autónomo de México. Es doctor en Historia por la unam. Autor de seis libros, entre los que destacan La División del Norte: La tierra, los hombres y la historia de un ejército de pueblo y Los carrancistas. La nunca contada historia del victorioso Ejército del Noreste. Su dirección de correo electrónico

John Keegan, El rostro de la batalla, Madrid, Ediciones del Ejército, 1990, p. 33.

Karl von Clausewitz, De la guerra, México, Diógenes, 1986, t. II, p. 10.

John Keegan, op. cit., p. 26.

Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/315, f. 632-633.

Realicé un detallado estudio de la correlación de las fuerzas militares en Pedro Salmerón, “La geografía del caos. Un mapa de la escisión revolucionaria”, dictaminado para su publicación en Mexican Studies.

Amado Aguirre, Mis memorias en campaña, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, p. 102.

Amado Aguirre, op. cit., p. 100-102.

Héctor Aguilar Camín, Saldos de la revolución, México, Océano, 1984, p. 39-46, y 1985, p. 329-334. Justo sobre esas características imprescindibles en un buen soldado en la era moderna, véase Montgomery, vizconde de Alamein, Historia del arte de la guerra, Madrid, Aguilar, 1969, p. 17. Sobre el Ejército del Noreste, véase Pedro Salmerón, Los carrancistas, México, Planeta, 2010, passim, pero en especial el capítulo 51.

Alberto Calzadíaz, Hechos reales de la revolución, México, Patria, 1958, t. II, p. 128-130. Martín Luis Guzmán, Memorias de Pancho villa, México, Compañía General de Ediciones, 1966, p. 819-821.

Sobre Sánchez Aldana y Zamora, véase Samuel Octavio Ojeda Gastélum, El villismo jaliscien-se: una revuelta rural, clerical y bandolera (1914-1920), tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2004, p. 289-290.

Un análisis de las brigadas villistas, sus orígenes y razones, en Pedro Salmerón, La División del Norte, México, Planeta, 2006.

Miguel Ángel Sánchez Lamego, Historia militar de la revolución constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1956-1960, t. I, p. 20-30.

Francisco L. Urquizo, Obras escogidas, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 764-765. Sobre el paradigma militar y su adopción en México, véase Pedro Salmerón, Los carran-cistas, México, Planeta, 2010, capítulo 49.

Vito Alessio Robles, La Convención Revolucionaria de Aguascalientes, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1979, passim. Verónica Oikión, El constitucionalismo en Michoacán. El periodo de los gobiernos militares (1914-1917), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Regiones), 1992, p. 265-269.

Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/170, f. 255-260. Juan Barragán, Historia del Ejército y la revolución constitucionalista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1985, t. II, p. 180-182. Ignacio Muñoz, verdad y mito de la Revolución mexicana, México, Ediciones Populares, 1962, t. II, p. 335-336. Jesús Romero Flores, Historia de la revolución en Michoacán, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1964, p. 142-143.

Juan Barragán, op. cit., t. II, p. 184-185; el parte de Murguía en las p. 559-561. Las versiones encontradas han sido sintetizadas por Verónica Oikión, El constitucionalimo en Michoacán. El periodo de los gobiernos militares (1914-1917), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1992 (Regiones), p. 270-275.

Amado Aguirre, op. cit., p. 100-102.

Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/150, f. 133-134. Pedro Salmerón, Aarón Sáenz Garza, México, Miguel Ángel Porrúa, 2002, p. 56. Amado Aguirre, op. cit., p. 66.

Telegrama de Diéguez a la Convención, 8 de noviembre de 1914, Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/150, f. 115-117. Las invitaciones a Sánchez y Murguía, en Amado Aguirre, op. cit., p. 77-80. Telegrama de Amaro a Diéguez, Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/150, f. 120-121.

Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/151, f. 48-49. Amado Aguirre, op. cit., p. 77-87.

Amado Aguirre, op. cit., p. 88. Juan Barragán, op. cit., t. II, p. 212-213.

Amado Aguirre, op. cit., p. 96-98. Juan Barragán, op. cit., t. II, p. 212-213. Samuel Octavio Ojeda Gastélum, op. cit., p. 255-262.

Samuel Octavio Ojeda Gastélum, op. cit., p. 262-274. Juan B. Vargas, A sangre y fuego con Pancho villa, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 192.

Archivo Histórico de la Defensa Nacional, exp. XI/481.5/42, f. 1.

Amado Aguirre, op. cit., p. 102-113.

El parte de Murguía en Juan Barragán, op. cit., t. II, p. 213-216. Amado Aguirre, op. cit., p. 113-124. Enrique Liekens, “Campaña en Occidente. Toma de Guadalajara, 17-18 de enero de 1915”, El Legionario, n. 110 (México, abril de 1960).

Juan B. Vargas, op. cit., p. 201-202.

Friedrich Katz, Pancho villa, México, Ediciones Era, 1998, t. II, p. 65-66. La cita textual en Alberto Calzadíaz, op. cit., t. II, p. 127.

Amado Aguirre, op. cit., p. 140-142. Alberto Calzadíaz, op. cit., t. II, p. 126-129.

Amado Aguirre, op. cit., p. 128-142. Samuel Octavio Ojeda Gastélum, op. cit., p. 275-282.

Alberto Calzadíaz, op. cit., t. II, p. 128-131.

Juan B. Vargas, op. cit., p. 205. El relato es repetido casi textualmente en Calzadíaz, op. cit., t. II, p. 130-132.

Juan B. Vargas, op. cit., p. 206.

La fuente principal de los movimientos villistas es Alberto Calzadíaz, op. cit., t. II, p. 130-135. También Martín Luis Guzmán, Memorias de Pancho villa, México, Compañía General de Ediciones, 1966, p. 819-822.

Amado Aguirre, op. cit., p. 151. La documentación que cita se encuentra en la Biblioteca Nacional de México, Archivo Amado Aguirre, caja 1, leg. 2, f. 272-284.

Juan B. Vargas, op. cit., p. 208.

Sólo se encontró una versión detallada en el bando carrancista: la de Amado Aguirre, sumamente confusa que, sin embargo, se puede entender al confrontarla con las versiones villis-tas, complementarias entre sí, y al ubicar el mapa. Se trata de la única batalla de esta guerra en que los relatos villistas son más abundantes y precisos que los de sus enemigos. Amado Aguirre, op. cit., p. 142-151. Los relatos villistas: Juan B. Vargas, op. cit., p. 206-210. Martín Luis Guzmán, op. cit., p. 819-824, y Alberto Calzadíaz, op. cit., t. II, p. 128-138. Hay escasas referencias de archivo sobre esta batalla. En el expediente personal de Aguirre hay datos que corroboran lo escrito por él (Secretaría de la Defensa Nacional, Archivo Cancelados, exp. X/111.2/2-4), lo mismo que en el Archivo Amado Aguirre. En el Archivo del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, del Centro de Estudios de Historia de México-Carso hay un telegrama de Diéguez a Carranza en que estima las fuerzas enemigas en 12 000 hombres. Es probable que Murguía no rindiera parte alguno –y por tanto, se pierde por completo en el relato–, pues no se encontró el documento y Juan Barragán, que siempre exalta los hechos de armas del antiguo fotógrafo del desierto, despacha la batalla en un par de párrafos.

Martín Luis Guzmán, op. cit., p. 823-824.

Juan B. Vargas, op. cit., p. 211.

Citado por Juan Barragán, op. cit., t. II, p. 218-220.

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