El excelente libro de Loris De Nardi sirve a la historiografía mexicana y, en general, a la hispanoamericana de la época colonial para razonar acerca de las diferencias y analogías de gobierno de otra «periferia» del imperio español: el reino de Sicilia; y para esclarecer —y así comparar— cómo allí el elemento esencial para regir el virreinato se fundaba en la celebración del parlamento y en la aprobación, nunca segura, de la propuesta que el representante del monarca, su alter ego, tenía que presentar al juicio de los tres brazos (p. 152); y apuntar cómo el ceremonial virreinal era, según la fórmula de «campo» propia de los estudios bourdieuanos, el «campo de batalla» privilegiado de la dialéctica político-institucional de la Sicilia barroca. Ese universo magmático, complejo, representado por la lógica institucional y el papel del virrey, su corte, los letrados (el ceto togato) y la nobleza es el tema principal de la investigación, que, ceteris paribus, vale también para comprender mejor la Nueva España y las demás demarcaciones del imperio.
En la Sicilia de los Austria, el binomio constituido entre finanza y débito público —como recuerda Antonino Giuffida1— aceleró y modernizó la organización política y la forma de gobierno del estado y, al mismo tiempo, trajo al poder a los letrados que, paulatinamente, sustituyeron a la antigua nobleza feudal. Sin embargo, esa reforma del reinado de Felipe II, anhelada para homologar —según De Nardi— las maquinarias jurisdiccional y administrativa sicilianas a la napolitana y a la milanesa, y que servía para racionalizar la esfera jurídica, demuestra el intento de la corona de excluir de los negocios de estado a los barones sicilianos. Empero, tal vez el verdadero modelo de homogenización no eran los estados italianos, sino Castilla: ex post Sicilia (como Cerdeña) fue provincia o región del estado italiano, sin embargo en aquel entonces la idea «unitaria» de Italia no existía y el Consejo de Italia era únicamente un organismo administrativo que servía para el gobierno en el territorio pero que, paradójicamente, no expresaba una «entidad territorial». La mirada es siempre la de Castilla, mientras que Cerdeña, que vive el mismo proceso de centralización de Sicilia (pero con menor resistencia de los poderes locales), es miembro del Consejo de Aragón.
A través de algunos ejemplos, como la solicitud de 1647 al Consejo de Italia de Antonio Branciforte, príncipe de Scordia, para obtener el título de consejero de guerra, y la consiguiente negativa recibida, el historiador italiano demuestra cómo la modernización del «estado» pasaba por dos momentos principales que se podrían resumir en la fórmula pecunia nervus belli, dinero-guerra, y así la afirmación de los letrados, el fenómeno que De Nardi llama «gobierno financiero-emergente», es la llave de lectura correcta de toda la provechosa pesquisa. Justamente, como acaeció en Castilla y en Nueva España, en donde un vistoso inflamiento de las alienaciones se registró desde el reinado de Felipe III, asimismo en Sicilia, para lograr rápidamente las sumas necesarias, la corona recurrió a arbitrios como a la enajenación de numerosos bienes y regalías, a asientos, a la extensión de la venalidad de los cargos y la venta de títulos (p. 39)2. También en otros distritos del imperio, como en Castilla —por antonomasia el anti-modelo imperial— se aplicaba la misma nefasta metodología: en México, los encomenderos que salieron ganadores de las disputas políticas locales y que consiguieron acrecentar su patrimonio y diferenciar sus inversiones económicas, para todo el periodo colonial, se transformaron en la médula básica de la oligarquía3. Este círculo de vencedores se empresarizó fortaleciendo su lugar institucional a través de estrategias políticas de expansión y la ocupación progresiva de focos de poder civil (cabildos, alcaldías, corregimientos, etc.) y religioso (canonjías, conventos, obispados, etc.), la fundación de mayorazgos y la construcción de nuevas y fuertes redes familiares, mediante el matrimonio con linajes peninsulares más prestigiosos, y la adquisición de títulos de nobleza. Estos sujetos fueron los «hombres nuevos» que lograron controlar el territorio novohispano4.
Empero, mientras que en México no existía un poderoso parlamento con el cual luchar para adquirir mayor poder político-simbólico, en Sicilia, no obstante los iniciales fracasos de la primera mitad del siglo xvii, los letrados no quisieron alterar su táctica: marginar la asamblea mediante una gradual disminución de sus competencias, «iniciando con el hacer recaudar directamente por el virrey los donativos extraordinarios dictados por los acontecimientos ‘cortesanos’ (nacimientos, bodas, coronaciones) y así crear un precedente que pudiera justificar la extensión de la práctica a contribuciones de carácter más político» (p. 43).
A mediados del reinado de Carlos II, la praxis institucional cambió definitivamente y se reunieron solo 6 parlamentos en contra de los 12 previstos. Como asevera De Nardi, fue la guerra de Mesina la que ofreció a los «hombres nuevos» de Sicilia esa oportunidad política: poner en tela de juicio la hegemonía de la asamblea representativa de la isla con la incorporación a la real hacienda de las confiscaciones de los mesineses (en el reino de Nápoles el parlamento ya había decaído en 1642).
En la segunda parte del volumen se explica cuidadosamente la absolutización del poder virreinal, se describe el peso de la corte, su fasto simbólico y —después de las reformas de Felipe III— se aclara el rol del virrey come mediador entre las pretensiones absolutistas de la monarquía y los empujes oligárquicos autóctonos.
Citando fuentes del archivo estatal de Turín, se relata acerca del importante fenómeno de la mudanza a la capital de las familias más poderosas de la antigua aristocracia, por la cercanía con la figura facultada en la repartición de las mercedes soberanas, el virrey: «a metà Cinquecento, i principali titolati iniziarono a trasferirsi in città e al passaggio del dominio in mano dei Savoia quasi tutti vivevano a Palermo» (p. 89).
En la Sicilia barroca —sin menospreciar los arcaicos usos— se atacaba el principio de antigüedad y los ideales de nobleza. A través de una amplia literatura coetánea, la de Vincenzo di Giovanni, Filadelfo Mugnos y, sobre todo, Il Meriggio della Nobiltà de Pietro Álvarez di Hevan e Cardona, De Nardi demuestra el empuje intelectual que subrayaba el valor discriminatorio de la antigüedad del título y que ambicionaba parificar los nuevos nobles de la cúspide de la administración con los más añejos; en particular, en Il Meriggio se perfila un manifiesto identitario de la reciente nobleza insular, el ceto togato.
También la sección dedicada al ceremonial barroco, como eficaz instrumento de gobierno y escenario privilegiado para alcanzar la supremacía política en el reino, es cabal: se traza desde cuando no existían normas escritas, pasando por la primera reglamentación normativa de Juan de Vega (1554-1557), hasta la etiqueta de los generales del mar a finales del siglo xvii.
Igualmente, el estudio se presta a una consideración historiográfica relevante: De Nardi insiste de forma indirecta en la notabilidad de la historia política e institucional. Los estudios desde abajo, en efecto, tal y como ya hemos afirmado en otro contexto5, no permiten llegar al meollo de las relaciones de poder y sus prácticas; al mismo tiempo, es cierto que en esas «relaciones», a través de conflictos y mediaciones, siempre han intervenido, «desde abajo», sujetos políticos y sociales supuestamente «periféricos» que han contribuido, de forma tal vez menos patente, a definir líneas políticas en el territorio. No obstante, aquí es imposible analizar la dialéctica centro-periferia, el replanteamiento de la lectura del sistema imperial español y el debate historiográfico que se han generado gracias a las aportaciones en el ámbito ibérico de, entre otros, Pablo Fernández Albaladejo, Jaume Vicens Vives, Bartolomé Clavero, Antonio Espanha o Francisco Tomás y Valiente, sin embargo, para esos «originales» enfoques que resitúan el papel del estado en sus únicas coordenadas se aconseja la lectura de Bartolomé Clavero y la más reciente síntesis de Joaquim Albareda Salvadó y Marició Janué i Miret sobre el pensamiento de Vicens Vives; para la misma discusión en Italia, entre otras, las investigaciones de Osvaldo Raggio y la compilación de Giorgio Chittolini, Anthony Molho y Pierangelo Schiera. Aclarado el debate, hay que puntualizar cómo también las instancias «más bajas» de los sistemas políticos del antiguo régimen se movían por expresa voluntad regia; porque así lo requerían las normas y los usos que la corona había aceptado para los súbditos. Y eso queda aún más evidente en el caso del gobierno de América, en donde, por ejemplo, según José Jobson de Andrade Arruda6, «se ejercía una centralidad posible en las condiciones americanas y no una descentralización impuesta por los organismos locales». Andrade Arruda se refiriere a los virreinatos de las Indias, sin embargo la aseveración es válida también para Sicilia y Cerdeña.
Para concluir, en Oltre il cerimoniale dei viceré hubiera sido tal vez más proficuo hacer referencia a las publicaciones de José Antonio Maravall, que impregnó de la noción de barroco todas sus páginas y que definió el barroco como arte, cultura y acción política de la Europa postridentina, exportado antes a Francia y después al Nuevo Mundo por vía de los patrones italiano y español. Eso no resta la obligada lectura de la monografía de Loris De Nardi, que aporta un panorama sugestivo sobre la sociedad siciliana y el gobierno imperial hispano de los siglos xvi-xvii.
Véanse, para el caso castellano, Alberto Marcos Martín, «Le vendite di rendite reali in Castiglia: alcune considerazioni sulle dimensioni e sulla cronologia», En: Alberto Marcos Martín (ed.), Finanze e fiscalità regia nella Castiglia di antico regime (secc. XVI-XVII), Galatina, Edipan, 2010; para el novohispano, entre otros, José F. de la Peña, Oligarquía y propiedad en Nueva España, 1550-1624, México, Fondo de Cultura Económica, 1983.
John E. Kicza, «Formación, identidad y estabilidad dentro de la élite colonial mexicana en los siglos xvi y xvii», En: Bernd Schröter y Christian Büschges (eds.), Beneméritos, aristócratas y empresarios. Identidades y estructuras sociales de las capas altas urbanas en América hispánica, Madrid-Frankfurt am Main, Iberoamericana-Vervuert, 1999.
Fernando Ciaramitaro, «Autonomías y dependencias de poderes en la monarquía católica: rey, Consejo de Indias, virrey y audiencia de México entre pensamiento político y práctica de gobierno (siglos xvi-xvii)», Storia e Politica (Università degli studi di Palermo), VII-1, 2015, p. 47.