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Vol. 55.
Páginas 124-126 (julio - diciembre 2016)
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Antonio Rubial García, El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804), México, Universidad Nacional Autónoma de México-Facultad de Filosofía y Letras/Fondo de Cultura Económica, 2014, 513 pp.
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María Teresa Álvarez Icaza Longoria
Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
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Este texto contribuye a esclarecer el apasionante proceso a través del cual los habitantes del territorio mexicano hemos ido definiendo nuestra identidad como tales. La obra solo pudo lograrse como resultado de una investigación de muy largo aliento, y gracias a la vasta producción previa del propio autor1. Sin embargo, no fue realizada en solitario, en los agradecimientos, reconoce la deuda contraída con un número abundante de colegas, especialistas en historia eclesiástica, historiografía, historia del arte, entre otros temas, con quienes establece una interlocución constante.

La titánica tarea aquí emprendida consiste en presentar, describir y analizar un conjunto muy abundante de textos e imágenes generados por diversos sectores de la población novohispana, con el objetivo de definir sus identidades colectivas. Antonio Rubial señala que se concentrará en los criollos; si bien es indudable que da a estos atención preferente, incluye igualmente a la población indígena. Su estudio abarca un amplio periodo temporal, va de 1521 a 1804, época en la cual, dice, se gestaron las raíces de nuestra cultura actual.

Para emprender su examen pone la mirada en distintos ámbitos. Tres de ellos, el local, el regional y el imperial, coexistieron y posteriormente dieron lugar a un cuarto, definido como protonacional. Cada nivel crea sus lugares comunes y sus propios símbolos. Nuestro autor plantea que la consolidación de las identidades es resultado de un proceso acumulativo. Al paso del tiempo van generándose testimonios escritos y visuales que dan cuenta de ello, muchos provienen de diferentes sectores eclesiásticos, pero también fueron producidos por seglares como los funcionarios, los nobles y las comunidades indígenas.

En la parte inicial del libro el autor expone las premisas religiosas y culturales fundamentales del occidente cristiano durante el periodo medieval, mundo simbólico en el cual abrevaron los novohispanos para crear sus identidades, asimismo, explica las formas diversas a través de las cuales fueron transmitidas las ideas en el periodo de la dominación española. A continuación la obra se divide en cuatro etapas, nombradas con términos de la historia cultural occidental: la era medieval-renacentista, la era manierista, la era barroca y la era ilustrada. Los discursos identitarios están inmersos en la dinámica específica de cada época; a través de ellos podemos conocer a los actores que alcanzaron mayor protagonismo y a las corporaciones creadoras de una memoria colectiva. Al acercarnos a los testimonios e instrumentos generados por ellos, al detectar los principales temas abordados, podemos visualizar cómo empleaban esos recursos para defender sus intereses y enfrentar los conflictos en los que estaban involucrados. Hay elementos que aparecen en todos los periodos, como es el caso del pasado indígena; figuras como Moctezuma y la Malinche son constantemente abordadas y resignificadas; Hernán Cortés, por su parte, experimenta un peculiar proceso, pasa de tener un papel protagónico en los primeros tiempos a requerir de la promoción oficial en las postrimerías del periodo colonial.

En la etapa inicial, desarrollada entre 1521 y 1565, se construyen las bases narrativas de dos procesos determinantes: la conquista de los mexicas y la evangelización de los indios mesoamericanos. Algunos de los asuntos aquí abordados son las devociones y las fiestas promovidas por los mendicantes y los conquistadores. El autor realiza un análisis de la construcción retórica del indio y de sus primeras imágenes. Nos hace saber que España y Portugal fueron desde este momento las generadoras de la mayor cantidad de conocimiento sobre la realidad americana; en contraste, el mayor desarrollo de las imprentas alemanas, italianas y de los Países Bajos les dio la preeminencia en la creación de las primeras imágenes, creando los modelos que después se impondrían en el resto de Europa. Así nos enteramos, por ejemplo, que la representación estereotipada del indio emplumado proviene de una imagen alemana fechada en 1505, originalmente aludía a un indio brasileño, pero se fue repitiendo y ajustando a los pobladores de distintas regiones americanas a lo largo de tres siglos. Las identidades locales empiezan a manifestarse: varias ciudades novohispanas reciben de la Corona española su escudo distintivo.

En la era manierista, que va de 1565 a 1640, nuevos sectores ocupan un papel rector en la sociedad novohispana. Se abre así la coyuntura para que los actores protagónicos exalten la obra de sus antecesores: los méritos de los conquistadores son ensalzados por sus descendientes, los cronistas religiosos describen una Edad Dorada que ha quedado atrás, la nobleza indígena recuerda los servicios realizados a la Corona para pedirle el respeto a sus privilegios. Esta época se caracteriza por la institucionalización de la sociedad novohispana. Tanto en el ámbito eclesiástico como en el civil se consolidan las corporaciones, se construyen y decoran los espacios que ocupan. Todo este proceso va acompañado de la elaboración de diversos discursos sobre un pasado que cada sector pretende recrear en términos convenientes para sus propios fines. Surgen también en este periodo los santuarios novohispanos, con el apoyo del clero y el episcopado, tales cultos se propagan a través de sermones, grabados, procesiones, fiestas, entre otros recursos. Desde este periodo ya es evidente el papel modélico de la Ciudad de México para las demás ciudades del virreinato. En Europa avanzó el conocimiento sobre el mundo americano, pero no desaparecieron los prejuicios que acerca de este existían. Al Nuevo Mundo sigue representándosele con la imagen del salvaje emplumado, pero también se le asocia con la riqueza y la fertilidad de su tierra.

En la era barroca, entre 1640 y 1750, los protagonistas han alcanzado un nivel de mayor madurez. Nuestro autor nos explica que un grupo más o menos definido de intelectuales tuvo acceso a los principales espacios culturales: las aulas, los púlpitos y las imprentas; ellos se consideraron herederos de la tradición de los autores de los periodos previos, y se convirtieron en su época en los creadores de los principales redes simbólicas identitarias. Es este el momento de la consolidación de figuras devocionales representativas de la hispanidad como la Inmaculada Concepción, si bien el barroco igualmente fomenta los localismos. En lo referente a las devociones marianas, Nueva España afianza las propias; algunas, como la Virgen de Guadalupe, logran una expansión generalizada en el territorio, otras tienen una influencia más acotada, manifiesta en un ámbito regional e incluso local. Pocos americanos alcanzan la consagración de los altares, mucho más abundantes son los casos promovidos sin éxito, aún así, tienen una repercusión visible en su entorno más inmediato. Como podría esperarse esta etapa se caracteriza por una gran profusión de imágenes de temas muy diversos.

En la era ilustrada, de mediados del siglo xviii a fines del periodo colonial, se consigue el conocimiento cartográfico del territorio novohispano a través de ricas descripciones, así como de mapas más pormenorizados y precisos. Un conjunto de sabios pone su saber al servicio de las glorias de la patria local, pero también de lo que empieza a llamarse la América septentrional. Aparece en esta etapa una mayor conciencia entre los novohispanos, se equiparan a los europeos, pero también rescatan su pasado propio, proclaman lo que los distingue e individualiza. En el arte tenemos ejemplos que nos ilustran los aires regalistas imperantes: los reyes se hacen de un espacio en los altares de las catedrales. La pintura de esta época incluye nuevos temas, entre ellos la representación de la variopinta realidad de los grupos humanos habitantes de la Nueva España.

Un elemento del libro me parece especialmente sugerente: cada apartado inicia con un epígrafe de uno de los textos que será analizado. El autor hizo una cuidadosa selección que permite al lector conocer directamente obras clave para la comprensión del periodo; tenemos ejemplos de autores imprescindibles, pero también accedemos a otros menos conocidos. Se sistematizan y contextualizan los testimonios escritos y visuales de personajes provenientes de diversos sectores. Todo ello está sustentado en una consulta realmente exhaustiva, tanto en lo referente a las fuentes primarias como a los libros, tesis y artículos de autores actuales. El libro incluye también un conjunto representativo de las imágenes que se analizan en el texto.

En toda obra quedan pendientes: el autor señala que faltó incluir la voz de más actores, consultar otros repositorios documentales, profundizar en el análisis de algunos espacios, incorporar otros, continuar con el análisis de las etapas posteriores... Veamos esto como un exhorto a continuar la ruta aquí planteada. La construcción de muchas de las identidades que forman parte de nuestra compleja colectividad nacional está aún por develarse.

Varias obras importantes del autor anteceden a este trabajo. Entre las que hacen un abordaje de carácter general pueden mencionarse La santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerables novohispanos, México, Fondo de Cultura Económica/Universidad Nacional Autónoma de México-Facultad de Filosofía y Letras, 1999; «Nueva España: imágenes de una identidad unificada», en Espejo mexicano, Enrique Florescano (dir.), México, Fundación Miguel Alemán/Fondo de Cultura Económica/Conaculta, 2002, p. 72-115; «Se visten emplumados. Apuntes para un estudio sobre la recreación retórica y simbólica del indígena prehispánico en el ámbito criollo novohispano», en La producción simbólica en la América colonial, José Pascual Buxó, (ed.), México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2001, p. 237-264. Además, ha realizado un conjunto importante de estudios más particulares.

La revisión por pares es responsabilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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