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Vol. 50.
Páginas 246-250 (enero - junio 2014)
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Reseña del libro
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Miriam García Apolonio
Posgrado en Historia-Universidad Nacional Autónoma de México
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El Dorado, ensueño obsesivo de los conquistadores de América del Sur, es un mito que alude a la terra incognita colmada de oro y otras riquezas, la cual es un punto de partida para que Massimo Livi explique el proceso de expansión hacia la actual Bolivia y Paraguay. Los españoles, persiguiendo su ideal en numerosas expediciones, sólo hallaron tierras pantanosas y gente desconocida. Frente a su fracaso tergiversaron el oro por almas humanas que pasarían a ser esclavas, acto que, para el autor, provocará un deceso considerable de los aborígenes.

En la siguiente cita: “El Dorado elusivo, situado cada vez más al oriente, o más al sur, y por tanto siempre más allá de la línea del horizonte conforme avanzaban las exploraciones” (p. 10), revela la esencia de este libro compuesto por cinco capítulos, ya que en ellos se observa la forma en que germina esta utopía en el Caribe, cómo se traslada a la zona andina y cómo perece en las Amazonas.

Cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo que en Santo Domingo un explorador de origen español, llamado Miguel Díaz, descubrió oro en 1501 en aquella isla; dicha leyenda fomentó el surgimiento de expedicionarios improvisados que se aventurarían a zonas de difícil acceso sin los recursos necesarios y sin ningún conocimiento del lugar. Muchos de ellos murieron en el intento. No obstante, es en la década de los treinta del siglo XVI que tiene mayor auge la leyenda de El Dorado con el descubrimiento de Perú y la captura de Atahualpa, empresas encabezadas por Francisco de Pizarro. De acuerdo con la Verdadera Relación del Perú, de Francisco de Jerez, Atahualpa prometió a Pizarro entregarle una cantidad considerable de oro a cambio de su libertad, y fue así como mandó a traer objetos de este metal pertenecientes a distintos templos; sin embargo, Pizarro no cumplió con su palabra.

Este primer contacto que tuvieron los españoles con el Perú, en el que recibieron oro, lo vieron o lo tocaron, aumentó la expectativa de encontrar riquezas en todo este reino desconocido. Es así como se desprenden una serie de historias fantásticas referentes al Cuzco en las que se describía este sitio como una ciudad hecha de oro. En 1535, según Livi Bacci, “el oro no era un mito, sino una realidad, un argumento privilegiado del que se hablaba en la Corte, en las casas, en las tabernas, […] en la cubierta de los navíos…”. (p.19).

De acuerdo con el autor, la historia de la conquista está impregnada de fábulas y mitos que han incitado a emprender expediciones de exploración. Algunos ejemplos que encuadran en esto último son por ejemplo Colón y su convencimiento de encontrarse en las inmediaciones del Catay; Cabeza de Vaca en busca de las ciudades de oro de Cibola y Quivira; Juan Ponce de León y su creencia de que existía entre Florida y Cuba la fuente que hacía rejuvenecer a las personas, entre otros casos.

Pizarro y sus aliados habían encontrado entonces un estímulo para conocer más allá de la cordillera de los Andes. Su hermano, Gonzalo Pizarro, emprendió varias travesías para cruzar la cordillera, empero, su empresa jamás tuvo éxito, sólo trajo consigo la pérdida de hombres, españoles e indios, caballos y recursos económicos. Por ordenanzas de Pizarro, a Francisco de Orellana le fue encomendado hacer una expedición por uno de los afluentes del río Amazonas, en el que se embarcó con 57 hombres y un religioso llamado Gaspar de Carvajal. Este proyecto tampoco resultó victorioso, sin embargo, Carvajal narra en su Relación sobre el interrogatorio que se le hizo a un indio prisionero, el cual habló de la existencia de poblaciones ricas allende los Andes.

Esta conjetura se difundió rápidamente en el Perú y en las actuales Colombia y Venezuela. Se hicieron fuertes inversiones económicas para encontrar El Dorado y lo que trajo consigo cada viaje fue el fracaso y la pérdida de vidas indígenas. En 1550 Cieza de León cuestiona la existencia de ciudades repletas de riqueza, ya que él viajó desde el Caribe hasta el Alto Perú y jamás había encontrado tales. Según Cieza, más allá de los Andes, en dirección al oriente, era inútil buscar El Dorado.

A pesar del cuestionamiento sobre la realidad de aquella leyenda, con la fundación de Chile, al mando de Pedro de Valdivia, se perfilaban nuevos proyectos hacia el sur motivados por El Dorado, éste disfrazado con el nombre de el Gran Mojo o Paititi. El origen de esta leyenda es incierto. Garcilaso de la Vega aporta algunos datos fantasiosos que pudieron influenciar en la búsqueda de esta región. Cuenta Garcilaso en sus Comentarios que el décimo rey inca, llamado Yupanqui, tuvo el objetivo de expandir su imperio más allá de los Andes. Fue así como mandó súbditos para tal empresa quienes descubrieron una tierra fértil en la región de los mojos a la cual se podía acceder siguiendo un gran río llamado Amarumayu.

La región de los mojos (nombre que se acuña por una de las etnias que habitaban ahí) se ubica en la cuenca del río Madeira, uno de los afluentes más grandes del Amazonas, ubicado en el departamento de Beni, la Bolivia oriental. Su acceso desde los Andes era restringido debido a que estaba en medio de la selva y presentaba constantes inundaciones. En 1558 se diseñó el plan de arribar a la zona de mojos desde el Río de la Plata, misión que condujo al Paraguay, región pantanosa y apartada. Después de varias jornadas de exploración los españoles por fin pisaron la tierra de los mojos, donde no encontraron ni oro, ni piedras preciosas. Sólo dieron con una población indígena considerable que se convertiría en mano de obra al servicio del español.

Los intentos fallidos por alcanzar El Dorado trajeron consigo desencanto. Las pérdidas monetarias y el costo de vidas indígenas fue considerable. Conforme se iba conociendo la naturaleza de los habitantes de la región de los mojos y del Paraguay, se definieron proyectos para sus captura y sometimiento bajo el yugo de encomenderos españoles y portugueses.

El autor de esta obra hace un particular énfasis en el análisis de los Mojos, región que después del desencanto de no hallar oro sufrió un fuerte declive demográfico tras el esclavización de sus habitantes. El interés del autor por este caso estriba en que es de las últimas zonas de Sudamérica que fue sometida al sistema de misiones jesuíticas para así resolver el problema de mortandad.

Los mojos se caracterizaban por ser grupos de cazadores recolectores y que no se asentaban en un solo lugar. Las torrentes lluvias y sus inundaciones determinaban en qué momento los mojos debían partir en busca de otro territorio en el que pudieran dormir y conseguir sustento. Esta característica dificultaba a los encomenderos la captura de los indios puesto que estos últimos conocían distintas rutas de la selva que no eran accesibles para los españoles. Sin embargo, los nativos no pudieron huir de los brotes de viruela y sarampión, uno de los principales agentes que conllevaron a la muerte de muchos mojos. Asimismo, explica Livi Bacci que el éxito de diversos planes para atrapar indios y su violenta explotación ocasionó más muertes para esta población.

Los jesuitas, por su parte, decidieron iniciar una labor evangélica en la región de los mojos con la finalidad de establecerlos en pueblos y que vivieran de acuerdo al Evangelio. Sin embargo, la sorpresa de los religiosos fue encontrar resentimiento, desconfianza y agresividad por parte de los indios.

Trasmitir la Buena Nueva a los mojos fue un reto sustancial para la Compañía de Jesús debido al antecedente esclavista que habían sufrido. Los escasos religiosos enviados a aquella región tuvieron la necesidad de conseguir la confianza de algún indio que pudiera fungir como intérprete y a partir de esto elaborar breves gramáticas para que otros padres pudieran aprender la lengua con rapidez. Su táctica para llamar la atención de los indios fue obsequiarles presentes como agujas, alfileres, comida. Pronto se percataron los jesuitas que la empatía de los nativos hacia los jesuitas no era por querer conocer el Evangelio, sino por adquirir un sustento de manera fácil.

Una vez resuelto el problema de la lengua, los religiosos hicieron alianzas con los caciques mojos, prometiéndoles que si se reducían a una vida misional, ellos conservarían sus privilegios. Con la ayuda de estos gobernantes fue posible integrar a los indios a un sistema de misiones en las que ya no tenían que cazar y recolectar el alimento; la misión, con el control de la tierra para la ganadería y agricultura, se convirtió en el sustento definitivo de los pueblos; a su vez, los padres enseñaron a los nativos distintos oficios de trabajo para tener una vida autosuficiente en la misión. Este lugar se convertiría en un escudo de protección fuera del alcance de los encomenderos españoles y portugueses.

En el último capítulo de esta obra, el autor hace un balance demográfico de los indios del Paraguay y de los mojos. Éste es sustentado principalmente con fuentes de origen jesuítico, las cuales no son exactas, sin embargo dan una aproximación del número de habitantes que se tenía en cuenta durante las primeras expediciones de españoles, cuántos fenecieron ante las epidemias y la empresa de esclavización y con cuantos se contaba en las misiones.

Perseguir la ensoñación de El Dorado trajo sus consecuencias. Jamás se descubrieron ciudades edificadas a base de oro y piedras preciosas. El elusivo Dorado sólo condujo a tierras pantanosas. Sus habitantes no eran hechos de oro, pero sirvieron para remunerar el desencanto de los españoles sedientos de poder.

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