El 13 de abril de 2014 falleció en Sevilla (España), donde estaba dictando una serie de conferencias, el teórico político Ernesto Laclau. Nacido en Argentina en 1935, historiador de formación, Laclau ubicó desde el principio a la política como el centro de sus preocupaciones intelectuales y militantes en las que procuró articular la reflexión teórica con la activa participación en la política de los convulsionados años sesenta en Argentina. En ese contexto se posicionó tempranamente en el campo de la izquierda nacional, una corriente que reivindicaba críticamente los procesos “nacionales y populares” (los llamados populismos clásicos, como los de los generales Lázaro Cárdenas o Juan Perón) a la vez que incorporaba herramientas conceptuales del marxismo para el análisis socio-histórico. Esto promovió un diálogo con la corriente del “pensamiento nacional” encarnada en figuras escasamente conocidas a nivel internacional, pero muy significativas para la política argentina, como Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui y Arturo Jauretche. Especialmente notable es la relación con este último, amigo del padre de Ernesto, con quien aseguró en varias entrevistas haber establecido diálogos que luego dieron lugar a elaboraciones teóricas y una manera heterodoxa de abordar problemas teóricos (y) políticos.
A finales de la década de los sesenta, obtuvo una beca para estudiar en Inglaterra en el marco de un proyecto dirigido por Eric Hobsbawm y después una plaza de profesor en la Universidad de Essex, donde fundó el programa de estudios sobre Ideología y Análisis del Discurso. La permanencia en Europa en esa década le permitió estar en contacto con la obra de Louis Althusser, que dominaba gran parte de la izquierda de aquellos años, así como la de Antonio Gramsci, cuya presencia en su obra adquirió progresivamente mayor centralidad hasta convertirse en una condición de posibilidad.
La primera obra importante, Ideología y política en la teoría marxista (1977), lleva la indeleble marca de Althusser, mientras que en su obra más conocida, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (1985, junto a Chantal Mouffe), la presencia de Antonio Gramsci es insoslayable y produce un cambio en el terreno teórico al sedimentar el posmarxismo en el marco de una teoría política del discurso. Estas dos intervenciones generaron una serie de debates en el seno de la izquierda europea y latinoamericana. Mientras que algunos intelectuales saludaron los esfuerzos por superar esquematismos y atolladeros presentes en el campo del pensamiento de izquierda, otros –guardianes de una tumba en Highgate– salieron al cruce con acusaciones de idealismo, defección y pre-marxismo.
Los desarrollos teóricos laclausianos prosiguieron con varias intervenciones, entre las que podemos destacar las Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (1990) y La razón populista (2004), pasando por el significativo artículo “¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política?”, publicado en Emancipación y Diferencia durante 1996. Sin duda, La razón populista ha ubicado a Laclau en un lugar destacado de los debates intelectuales y políticos. Quizá porque mientras la categoría de hegemonía es de dominio casi exclusivo del claustro académico, la noción de populismo conlleva una triple inscripción polémica, ya que es objeto de usos académicos, políticos y mediáticos. La lectura del “giro a la izquierda” o “retorno del populismo”, como se denominaron a los procesos devenidos gubernamentales de Hugo Chavez, Néstor Kirchner, Evo Morales, revitalizó la circulación de la controversia sobre el populismo como proceso y como concepto. La irrupción de podemos en España es una muestra reciente de ello.
Los fundamentos retóricos de la sociedad es el último libro de Ernesto Laclau, finalizado en diciembre de 2013 y publicado en español post mortem, en septiembre de 2014. Allí se recuperan un conjunto de artículos aparecidos en 2002 en el breve Misticismo, retórica y política, así como otras intervenciones más recientes en revistas, entre ellas Debates y Combates, su postrero emprendimiento editorial. El título, si bien algo distante del énfasis de varios de los ensayos, expone una de las últimas tesis desarrolladas por Laclau. En efecto, a la extendida tesis de la sociedad como una producción discursiva (al rechazar la distinción entre prácticas discursivas y no discursivas propuesta por Foucault), sigue la exploración de la retórica como una disciplina que, junto al psicoanálisis en su versión lacaniana, ofrece perspectivas capaces de contribuir al análisis político. Lo que podemos denominar la “tesis” fuerte en este sentido, afirma que “categorías lingüísticas tales como las distinciones significante/significado y sintagma/paradigma –si son propiamente teorizadas– dejan de pertenecer a una disciplina regional y consiguen definir las relaciones en el mismo terreno de una ontología general” (Laclau, 2014: 83). Esta tesis convive con una tesis más débil en la que el papel de la retórica ofrece herramientas heurísticas –ciertas metáforas y analogías– para comprender la construcción de la sociedad y la disputa política.
El volumen inicia con una revisión de la teoría contemporánea de la ideología y su replanteo en el terreno posetructuralista. La preocupación por la ideología en el debate teórico marxista –abierto por el propio Marx en La ideología alemana– constituye una constante que, sin embargo, cobró fuerza con la publicación del texto de Althusser titulado Ideología y aparatos ideológicos del Estado. No es casual, por lo tanto, que ocupe un lugar destacado en las propias reflexiones de Laclau, desde el mismo título de su primer libro, Política e ideología en la teoría marxista, y es el tema central de un pequeño pero programático texto, La imposibilidad de la sociedad, que atisba una serie de rupturas con el marxismo a partir de los aportes de dos poestructuralistas, a saber: Derrida y Lacan, que se definirán en Hegemonía y estrategia socialista de 1985.
En este terreno posestructuralista o posfundacional (Marchart, 2009), es preciso analizar la “muerte y resurrección de la teoría de la ideología”,1 tal como Laclau titula al primer artículo del libro. El punto de partida es la constatación de que –luego de la caída de la ilusión de la inmediatez– la ideología ya no puede ser pensada como la deformación de una realidad esencial, sencillamente porque esta objetividad siempre precaria no tiene posibilidad de existencia por fuera de la producción ideológica. Así, no puede ubicarse un terreno aideológico o extraideológico desde donde acceder a las verdades inmutables. Como es evidente, con este movimiento, el terreno en que se constituyó la dicotomía ciencia e ideología se ha diluido.
Sin embargo, y allí el problema más interesante de esta expansión del concepto de ideología reconocido por Slavoj Zizek y seguido por Laclau, si no hay más que ideología, la misma empresa de crítica de la ideología parece perder sentido, pues ella misma no podría prescindir de su condición de ideológica. Laclau, ante esto, dirige la atención a una nueva concepción de la idea de distorsión, ya no a una representación ilusoria de la realidad que hay que denunciar, sino un elemento constitutivo de la totalidad social y, así, clave para comprender los cierres discursivos contingentes e históricos; es decir, la producción de fundamentos de la sociedad. Esta operación de cierre se realiza sobre el terreno dislocado y la provisión (en el doble sentido de proveer y ser provisorio) es precisamente un acto (de lo) político como apunta el autor en la introducción del libro. Ahora bien, el gran aporte de la resurrección de la teoría de la ideología genera, para la obra de Laclau, un interrogante pendiente: ¿cómo se distingue de la “operación hegemónica” que para él mismo puede definirse, aparentemente, en términos idénticos?2 El autor logra recuperar la necesidad de una teoría de la ideología, imprescindible, ya que en definitiva “seguiremos viviendo un universo ideológico” (Laclau, 2014: 50). Ahora el desafío radica en construir los conceptos para pensar la producción de los cierres parciales y precarios. Allí, las teorías de la ideología, la hegemonía y el discurso, se nutren de los aportes del marxismo, el psicoanálisis y la retórica en una configuración teórica que, no exenta de tensiones, superposiciones y desplazamientos, viene produciendo un andamiaje heurístico para el análisis político. La relación, por ejemplo, entre ideología y retórica queda pendiente y hace pensar que el título del libro bien podría haber sido también “los fundamentos ideológicos de la sociedad”.
La búsqueda de movimientos conceptuales análogos y que contribuyen a pensar la anatomía de la categoría de ideología (aunque también, como apuntamos, la de hegemonía), llevó a Laclau a explorar campos aparentemente alejados de la teoría política, como el misticismo y la retórica. El misticismo, en particular, puesto que parte de aceptar la imposibilidad (y a la vez la necesidad) de nombrar a Dios como expresión de la plenitud y la perfección. En esta perspectiva, “Sobre los nombres de Dios”,3 segunda intervención del libro, plantea el debate sobre la mutua dependencia de los universales y los particulares, así como la operación para alcanzar el universal desde una operación que implica un particular universalizado.
Tanto en “Articulación y los límites de la metáfora”4 como en “Política de la retórica”,5 los ensayos siguientes, Laclau avanza en el estudio de los aportes de la lingüística al análisis político. El estudio de la metáfora y la metonimia lleva a incorporarlos en el desarrollo de su conceptualización de la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia insinuada seminalmente en los años setenta y que con el tiempo adquirió un lugar destacado en su andamiaje teórico. La posibilidad de establecer una cadena de equivalencia entre demandas insatisfechas puede pensarse como el paso de la metonimia a la metáfora. La producción de significantes vacíos será, así, la posibilidad de establecer una articulación entre posiciones particulares de manera tal que se consolide como una nueva identidad. En uno de los trabajos más polémicos, La razón populista (2004), será precisamente el populismo el nombre de esa lógica política que produce en un mismo movimiento una articulación sintagmática de elementos heterogéneos (demandas) y una frontera antagónica que diferenciará al espacio construido discursiva, retórica y políticamente. La función del “mito” que Laclau toma de Sorel ilustrará esa producción de un significante capaz de aglutinar posiciones heterogéneas y configurar una dimensión histórica para la acción: el futuro. El mito –como expresión del significante vacío– instituye, además, un espacio para las inscripciones e identificaciones que no está determinado por ninguna propiedad estructural, sino por un complejo juego entre identidades históricas, plexos estructurales y decisiones, tal como analiza Laclau en otro texto (1990).
La controversia sobre cómo pensar las luchas sociales y la constitución de los agentes políticos ha sido uno de los escenarios en los que Laclau establece su desacuerdo con el modo en que el marxismo encaró el asunto. El examen de la categoría de antagonismo será la tarea central del capítulo titulado “Antagonismo, subjetividad y política”, donde repone la argumentación que viene construyendo desde Hegemonía y estrategia socialista. Ésta se enfoca en dar tratamiento al status de la lucha, la contradicción y la dialéctica, y encuentra en la crítica de la escuela dellavolpiana, especialmente en los trabajos de Lucio Colletti, una plataforma teórica desde donde cuestionar la noción de contradicción dialéctica. El autor italiano recurre a Kant (contra el hegelianismo de Marx) para distinguir entre dos tipos de relaciones: la contradicción lógica y la oposición real. Mientras que la contradicción sólo puede darse entre proposiciones o pensamientos (y no en la realidad social), la oposición real no implica una solución resolutiva dialéctica, es decir, contenida en los propios términos. Laclau distingue “antagonismo” de ambas conceptualizaciones en tanto no es una relación del tipo A y no A como la contradicción lógica, ni de A y B de la oposición real, sino la interrupción de una identidad por algo que es investido como causa de una constitutiva incompletitud.6
En “Ética, normatividad y la heteronomía de la ley”,7 Laclau responde el señalamiento –aunque sin nombrarlo– de Simon Critchley, 2004a, Simon Critchley (2004a y 2004b) sobre el déficit normativo de la teoría de la hegemonía, en tanto lo que gana como análisis formal de las lógicas de la política lo pierde a la hora de tomar partido por las opciones políticas en pugna y los proyectos emancipatorios. La estrategia argumental de Laclau es deconstruir la distinción clásica entre ser y deber ser. Para nuestro autor, existe una imposibilidad de proponer una ética que no esté ligada a los órdenes normativos vigentes; por ello, lo ético no pasa de ser una universalidad propuesta como investidura de lo normativo. Pretender luego deducir mandatos normativos de estos preceptos éticos esconde, por tanto, que primero lo normativo ha contaminado esa dimensión universal de la que luego pretende ser fundamento.
Laclau logra mostrar cómo se propone un ideal y denunciar la pretensión de neutralidad de lo que es, en definitiva, resultado de una construcción hegemónica, pero poco dice del lugar de lo ético-político en su propia construcción. Además, repara en que la exigencia de una especie de teoría ética universal implica introducir la distinción entre lo ético y lo fáctico, así como prescindir de cualquier contexto comunitario (algo en lo que han reparado las éticas comunitaristas). Coherentemente con lo anterior, argumenta que dependerá de los órdenes normativos existentes, de “lo que la gente cree” que es posible para luego realizar una elección entre ellos como proyecto ético político. En este sentido, es la tradición socialista en la que Laclau se ubica y la experiencia de la derrota política es la que establece, además, esa normatividad. Ahora bien, aun en el campo de la tradición socialista (o en especial allí) existe una pluralidad de normatividades que podrían ser lugares para heterogéneas decisiones políticas, las cuales además dependerán del contexto. Hasta aquí la respuesta parece ser admitir que la decisión éticopolítica, al ser una genuina decisión, no puede deducirse de ningún a priori. El artículo avanza en el trazo de una cuestión sin duda difícil en la teoría de la hegemonía, aunque deja algunas inquietudes que quizá sean materiales para Universalidad elusiva, el libro en que venía trabajando hasta el momento en el que lo sorprendió la muerte.
Ernesto Laclau es, quizás, el teórico político latinoamericano más influyente por su presencia en los debates europeos (tanto continentales como anglosajones) y en los americanos (tanto del Norte como del Sur). Sus obras replantean un conjunto de debates políticos clásicos (la construcción de los sujetos políticos, las luchas sociales y la producción de la sociedad), a la luz de desarrollos teóricos contemporáneos como los que se expresan en este libro: la lingüística, la retórica, el psicoanálisis, la filosofía analítica y el marxismo. Este libro es, sin duda, parte de los debates y combates que nos interpelan.
Doctor en Investigación en Ciencias Sociales con orientación en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO sede México). Profesor de Filosofía y Magister en Ciencias Sociales por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad Nacional de La Plata). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IDIHCS/UNLP). Líneas de investigación: Movimientos sociales y sujetos políticos, Teoría Política, Epistemología de las ciencias sociales.
Como hemos argumentado en otro lado (Retamozo, 2012), la hegemonía como categoría se define por la relación entre un particular y el universal, tal como aquí define el funcionamiento ideológico.
Originalmente publicado en Sue Golding (ed.), Theeight Technologies of Otherness, Londres, Routledge, 1997.
Publicado en Studia Politicae, núm. 20, Córdoba, Facultad de Ciencia Política y Rela- ciones Internacionales, Ucc, pp. 13-38.
Aparecido inicialmente en Tom Cohen, Jay Hillis Miller, Andrzej Warminski y Barbara Cohen (eds.), Material Events: Paul de Man and the Afterlife of Theory, Minnesota University Press, 2001. En este capítulo, Laclau establece un diálogo entre su teoría de la hegemonía y la del crítico literario Paul de Man sobre los alcances de la retórica. Esta recepción ha sido analizada críticamente por Santiago Carassale (2007).
Hemos trabajado in extenso la noción de antagonismo en la teoría política de Ernesto Laclau en Retamozo y Stoessel (2014).