El presente artículo propone una aproximación a la obra de Hugo Zemelman (1931-2013) a partir de una exposición cronológica de sus trabajos desde los años sesenta, y a través de un análisis de los problemas centrales de su epistemología, a saber: la cuestión de la realidad social, el problema del sujeto y los modos de construcción de conocimiento.
The article proposes an approach to the work of Hugo Zemelman (1931-2013) on one hand, from a chronological exhibition of his works from the sixties, and secondly, analyzing the central problems of epistemology, namely the question of social reality, the problem of the subject and the ways of knowledge construction.
El autor agradece los comentarios de Soledad Stoessel, Mariana Vila, Belén Morris, Olga Bracco, Rocío Di Bastiano y Mariana Ríos Martínez a una versión preliminar de este trabajo.
Una revolución –decía el Oscuro– no vale tanto por su doctrina como por las aberturas que ofrece a lo posible.
LEOPOLDO MARECHAL, Megafón o la Guerra, 1970
I. IntroducciónLa obra de Hugo Zemelman puede considerarse una de las más originales y potentes que surgieron del pensamiento latinoamericano de las últimas cuatro décadas. Quizá de las más relevantes para el pensar crítico junto, entre otras, con la Filosofía de la Liberación de Enrique Dussel. Ambas, hijas de la derrota y la obstinada esperanza. Dussel comienza su exilio forzado luego de un atentado a su casa perpetrado por organizaciones de la derecha en Argentina. Zemelman, después de que el derrocamiento de Salvador Allende y el ascenso de Pinochet en Chile significaran el comienzo, no sólo del fin de la vía chilena al socialismo, sino de la persecución, desaparición y muerte de miles de personas. El periplo de ambos los llevó, no casualmente, a ese México generoso con los militantes e intelectuales exiliados.
Trabajar la obra de Zemelman –un autor de dispar conocimiento en nuestro continente–1 es más un imperativo histórico para la pretensión de comprender y actuar en la política que un –merecido– homenaje a su figura. Este artículo no pretende agotar su obra (harían falta otros esfuerzos y otro espacio para la magna tarea), sino ubicar al autor en su laberinto (que en parte es el nuestro) e identificar algunos tópicos que desde nuestra particular colocación resultan centrales tanto para comprender su propuesta epistémica como para instalar nuevos horizontes poszemelmanianos que eviten el obstruccionismo epistémico de repetir a los autores (incluido el de marras). Para ello dividimos este escrito en tres secciones. La primera realiza un ajustado recorrido por la formación y los primeros trabajos de Zemelman. La segunda –cambiando la lógica de la exposición– propone una entrada a la obra central de Zemelman a partir de tres nudos problemáticos: la cuestión de la realidad social, el lugar del sujeto y la concepción del conocimiento social. Finalmente, ciertas aperturas que se presentan como corolario para contribuir al debate.
II. Historia e historicidad zemelmanianaComo en el caso de muchos grandes autores, se pierde mucho de la hermenéutica sobre la obra de Zemelman sin una dosis de exégesis. Máxime cuando se trata de un pensador obsesionado con su situación (que no puede pensarse como un lugar individual sino como lo histórico-político condensado, la articulación de lo dado y lo dándose). Si admitimos como premisa, como propuso, que lo que define al pensamiento político es su pretensión de activar ciertas potencialidades contenidas en un elusivo presente, entonces es fácil dilucidar que su intención fue siempre pensar el presente (su presente, nuestros presentes), porque eso llevaba necesariamente a pensar el despliegue del pasado y atisbar futuros contenidos.
Hugo Zemelman (1931-2013) nació en Chile, en el seno de una familia judía descendiente de rusos y ucranianos. Su padre, nacido en Argentina, emigró a Chile hacia 1917 y se asentó en Concepción. Después de graduarse de abogado en la Universidad de Concepción (Chile), Zemelman participó de las instancias germinales por institucionalizar las ciencias sociales en América Latina motorizadas por la UNESCO a partir de la creación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en donde realizó su maestría entre 1958 y 1961 con compañeros –entre otros– como el destacado intelectual peruano Aníbal Quijano.2 En la misma FLACSO cumplió tareas docentes y junto con Ricardo Lagos fue designado por Salvador Allende como representante del gobierno. Su biografía intelectual es, de algún modo, un espejo de la historia de las ciencias sociales críticas en América Latina, los intentos por institucionalizarla, su relación con el campo político, los climas de épocas, la irrupción de los autoritarismos, los exilios, las querellas.
Desde comienzos de los años sesenta, Zemelman se interesó por las cuestiones agrarias y campesinas. En ese marco comenzó a desempeñarse como profesor en el área de sociología rural y a trabajar en organismos internacionales vinculados a la temática en la OEA y la ONU. Su desempeño en el Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria de la FAO desde 1965 lo puso en contacto con las principales investigaciones a nivel mundial, y en ese contexto realizó estudios de posgrado en el área de sociología rural en la Universidad de Wageningen (Holanda). Producto de esta vocación por los estudios del campesinado y las cuestiones agrarias, surgieron investigaciones que se plasmaron en “El migrante rural” del Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria (1971a); “Factores determinantes en el surgimiento de una clase campesina” en el libro El campesinado: clase y conciencia de clase: factores determinantes en el surgimiento de la conciencia de clase (Lehmann y Zemelman, 1972) y Peasants in revolt: a Chilean case study, 1965-1971 (Zemelman y Petras, 19723); “La reforma agraria y las clases dominantes” (1973). Estos trabajos lo llevaron a plantear la necesidad de discutir aspectos epistemológicos y metodológicos para la investigación social con pretensión de intervención. En efecto, sus primeras publicaciones metodológicas procuran reflexionar sobre las categorías y los modos de abordar la problemática social de referencia, como “Los conceptos de praxis y totalidad en el análisis regional” (1972b).
Zemelman dirigió desde finales de 1962 hasta mediados de 1966 la revista Arauco (“tribuna del pensamiento socialista”), el órgano teórico del Partido Socialista, en donde se publicaron las recepciones de Karel Kosik (1966) y Henri Levebre (1965), así como otros autores del marxismo fuera de la órbita soviética, entre ellos el yugoeslavo,4 que ejercieron fuerte influencia en el autor chileno. En este ámbito pudo conjugar su militancia política con la reflexión teórica y metodológica,5 en un camino que lo llevó a integrar el dispositivo gubernamental de la Unidad Popular.
Por ejemplo, Zemelman firma en 1963 un análisis de coyuntura (núm. 41) para definir la estrategia del FRAP,6 en el mismo ejemplar en que se publica un artículo de Jean Paul Sartre y una entrevista a Ernesto Che Guevara. En el número 43 del mismo año, por su parte, expone en su editorial “Universidad y Humanismo” una de las primeras reflexiones públicas sobre el lugar del conocimiento, la razón y la conciencia. En el número 46 avanza desde la crítica del sistema universitario a los atisbos de la función en un nuevo ordenamiento como lugar de producción de conocimiento. Estos temas (el análisis de coyuntura, la producción de conocimiento y el sistema universitario) serán recurrentes en su obra, al punto que uno de los trabajos que preparaba cuando lo sorprendió la muerte era, precisamente, sobre un análisis de coyuntura del gobierno de la Unidad Popular con base en documentos políticos y periodísticos que atesoraba de aquellos años.
No obstante, la participación de Zemelman no se agotó allí sino que abarcó tópicos como la integración latinoamericana desde las especificidades nacionales y con dirección de los trabajadores. Es particularmente destacable el estudio de las tendencias del voto a la izquierda del número 58, en el que ensaya hipótesis explicativas y autocríticas sobre la relación entre conciencia de clase y conducta electoral. La dirección de Arauco es una etapa clave para la comprensión del joven Zemelman. Bajo su período en la dirección escribieron artículos Salvador Allende (núm. 55) y también se publicaron trabajos de autores clave en la Teoría de la Dependencia como André G. Frank (núm. 51); escritores como Eduardo Galeano (1965) y Roque Dalton (núm. 74) figuras como Adolfo Gilly (núm. 65).
Con Salvador Allende en la Presidencia, Zemelman incorpora sistemáticamente a sus preocupaciones el interrogante por los sujetos y los proyectos en disputa. En esta etapa destacan: “Génesis histórica del proceso político chileno”, en co-autoría con otro gran dependentista como fue Enzo Faletto y el sociólogo chileno Eduardo Ruiz (1972); “Political Opposition to the Government of Allende (Government and Opposition), Zemelman y P. León, 1972.7 También obras publicadas con posterioridad al golpe de Pinochet como: “nudo gordiano de la vida chilena al socialismo”, que apareció en 1974 en la revista Nueva Sociedad.
La reflexión contemporánea sobre el proceso político de la Unidad Popular originó ciertos interrogantes intelectuales y militantes de traducción metodológica en un contexto con particularidades históricas. Esto llevó a reconfigurar la relación entre teoría, metodología y política. Primero escapando a los modelos dominantes en el campo de las ciencias sociales (en especial el estructural-funcionalismo). Segundo, eludiendo los esquemas dogmáticos provistos tanto por el marxismo vulgar que guiaba ciertos aprioris sobre el deber ser de la conciencia, la lucha de clases y el Estado, como la transferencia directa de modelos de otras experiencias (como la proveniente de la Revolución Cubana) que se ofrecían como camino de política revolucionaria. Desde esas preocupaciones emergieron trabajos publicados en la segunda mitad de los años setenta: “El proceso chileno de transformación y los problemas de dirección política 1970-1973” (1977a) y “Problemas políticos de la transición: desde la toma del poder político hasta el poder revolucionario” (1977b).
De cierto modo, Zemelman tradujo la derrota del proceso político chileno en una serie de interrogantes histórico-políticos y, fundamentalmente, metodológicos. En efecto, si su preocupación se había centrado en la comprensión del proceso y la generación de conocimiento para la praxis política transformadora, la concreción del golpe replanteó esos interrogantes desde la desnudez de las limitaciones del pensamiento político para analizar las coyunturas e intervenir como parte de la direccionalización de la historia. Después del golpe, Zemelman se preguntaba: ¿la profundización revolucionaria del proceso (….) era incompatible con una alianza de clases? ¿La profundización del proceso tanto como su consolidación no suponían el aislamiento de la fracción monopolista y proimperialista de la burguesía, y ese aislamiento no exigía la formación de una alianza política amplia? ¿Una estrategia dirigida a romper el bloque ideológico y hegemónico de la burguesía dominante era incompatible con una política de movilización combativa de los obreros, campesinos y sectores medios radicalizados? O ¿acaso una política militar de las fuerzas Populares exigía más que nada una dirección política orgánica de éstas? ¿Por qué las elecciones de abril de 1971, cuando la combinación de fuerzas de la izquierda alcanzó mayoría absoluta del electorado, no se transformaron en un instrumento de presión para forzar un realineamiento de las fuerzas sociales? (…) ¿Por qué no hubo capacidad de contraofensiva de las fuerzas populares a la constante creación de hechos por la burguesía a través, entre otros mecanismos, de sus medios de comunicación masivos? ¿Por qué la fuerza real del pueblo no se hizo presente en forma continua, sino en situaciones de crisis como octubre, 1972, o en las esporádicas movilizaciones callejeras, pero jamás como una fuerza orgánica transformadora de las mismas estructuras políticas? ¿Por qué la política concreta se distanció tanto de las prognosis ideológicas? ¿Por qué se habló tanto y se actuó tan mal?” (Zemelman, 1980b: 89-90).
La pregunta por potencialidades y limitaciones del proceso chileno –un espectro que no dejó nunca de atormentarlo– se articuló con una preocupación ubicada en el eje histórico-político luego del golpe de Estado: el Estado autoritario, la caracterización de fascistas a las dictaduras y el estudio tanto de las clases dominantes como del sector militar. Esto ordena alguna de sus publicaciones como “Acerca del fascismo en América Latina” (1976), “Los regímenes militares en América Latina, ¿problema coyuntural?, notas para una discusión sobre la hegemonía burguesa” (1978b) y “Democracia y militarismo” (1980a). Sin duda, la condición de no intromisión en los asuntos políticos internos que México imponía a los exiliados favoreció la constitución de espacios académicos de reflexión y estudio tanto en el Colegio de México como en la UNAM y en la sede de FLACSO de ese país dirigida por el notable pensador boliviano René Zavaleta Mercado.
El desafío de (re)pensar la experiencia de la Unidad Popular y la nueva situación de los gobiernos autoritarios sugirió con mayor claridad la necesidad de un replanteo a nivel epistémico y metodológico. Prueba de ello son las consideraciones vertidas en “Acerca del estudio del Estado: notas metodológicas” (1979); “Investigación empírica y razonamiento dialéctico: a propósito de una práctica de investigación” (1978, en colaboración con Cortes y Beogoechea), y “Totalidad y forma de razonamiento (1981). En 1983 Zemelman publicó uno de los primeros libros ocupados completamente de la cuestión epistemológica: Historia y política en el conocimiento (UNAM, 1983a) y una serie de artículos en sintonía: “Enfoque de tendencias y coyunturas en el análisis concreto” (1983d) y “En torno de lo histórico presente” (1983e).
La segunda mitad de la década de los años setenta y los ochenta significaron para Zemelman la posibilidad de volver sobre sus preocupaciones políticas en clave epistemológica, con una sistematicidad y en un contexto institucional que potenciaron sus trabajos. El seminario iniciado en el Colegio de México sobre “Problemas teórico-metodológicos” se continuó en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y en el que participaron destacados profesores como Fernando Castañeda, Enrique de la Garza Toledo y Carlos Gallegos. Constituyó un espacio de trabajo en el que se hicieron presentes un conjunto de pensadores ligados al marxismo pero alejados de la ortodoxia, como los italianos Della Volpe, Lucio Coletti, Lupporini, además de Adam Schaff, Karel Kosik, Georges Gurvitch, Ernst Bloch, sumado a la recuperación de Antonio Gramsci y los clásicos: Marx, Engels y Lenin. Esta etapa es considerada aquí como condición de posibilidad para la obra madura de Zemelman, cuyo desarrollo abordaremos a continuación.
III. Los horizontes zemelmanianosHasta aquí hemos seguido un orden cronológico de exposición. Permítasenos dar un salto en la lógica de la exposición requerida por la investigación contenida en este trabajo. Esto supone ordenar las secciones siguientes en torno a tres campos teórico-problemáticos en los cuales nuestro autor realizó desarrollos sugerentes: la cuestión de la realidad social; el sujeto y el conocimiento.
La obra de Zemelman está compuesta por varios libros; no obstante, sin duda la mayor sistematicidad se encuentra en los tres tomos de Horizontes de la razón (tomo I y II, 1992; tomo III, 2011). El tomo I, subtitulado “Dialéctica y apropiación del presente”, corresponde a una reelaboración de Uso crítico de la Teoría. En torno a las funciones analíticas de la totalidad (UNU-COLMEX, 1987). Zemelman explicita en la introducción que la nueva versión (preparada por Emma León) supone una reordenación y replanteo de algunos de los desarrollos expuestos en la primera versión con el fin de despejar equívocos y ofrecer una exposición acorde a la complejidad del tema propuesto. En 2009, el Instituto Politécnico Nacional de México reeditó Uso crítico de la teoría, incluyendo, a modo de prolegómeno, trabajos introductorios de Carlos Gallegos, Enrique de la Garza y Estela Quintar. Esta obra condensa y estructura la agenda de nudos problemáticos que después se desplegarán en libros como Voluntad de Conocer, Necesidad de Conciencia, El ángel de la Historia, pero los “pliegues” de estos temas se encuentran presentes en Uso crítico de la Teoría–Los horizontes de la Razón, corolario de años de trabajo en México.
Pero antes de avanzar es necesario anotar dos advertencias preliminares que valen para cualquier lectura de la obra de Zemelman. La primera es la, por momentos, extraña prisión en términos y metáforas de marcado sesgo positivista que nuestro autor mantiene en su lenguaje (“captar el movimiento de lo real” (1987a: 24), “adecuar la observación a este movimiento de la realidad” (idem), “recorte de realidad” (1987a: 30), “descubrimiento de lo real” (1992a: 122). Hacia el final de su obra, Zemelman reflexionó sobre los lenguajes, incluso sobre formas poéticas que hacen recordar al último Heidegger; sin embargo, gran parte de su andamiaje categorial quedó atrapado en giros positivistas. La segunda es que Zemelman más que citar, “evoca”. En este estilo trae a sus textos referencias clásicas que abren o refuerzan ideas de la propia argumentación en una lógica más cercana a la hermenéutica que a la exégesis y que, como él mismo ha defendido, propone una funcionalidad de autores y conceptos al propio acto de pensar. Esto desconcierta a quien se propone estudiar su obra y puede dejar en el fango a quienes buscan constatar la fidelidad a ciertos autores en vez de seguir el uso crítico de la teoría. Hecha esta aclaración pasamos a plantear ejes que estructuran la obra de Zemelman e invitan a transitar el camino de su lectura
a) La cuestión de la realidad ¿una ontología crítica?La epistemología de Hugo Zemelman contiene, a veces a su pesar, una ontología social (y luego una analítica existencial). La concepción de realidad–y los postulados sobre su morfología– son condición de posibilidad de los desarrollos metodológicos de su propuesta. En “Conocimiento y sujetos sociales” (1987b) define brevemente “realidad como una articulación de procesos heterogéneos” y postula tres supuestos: a) el supuesto del movimiento, b) el supuesto de la articulación (de temporalidades) y c) el supuesto de la direccionalidad.
El movimiento supone el desafío de intentar pensar la dinámica producida en la realidad social –constitutiva de ella– que jaquea los intentos del pensamiento (en particular el científico)8 y abre los interrogantes por las categorías que usamos para comprender lo histórico-social.9 Asumir una ontología praxiológica pone en cuestión las metodologías que suponen ontologías estáticas o legaliformes. A su vez, la dimensión constructiva de la praxis humana involucra una noción de presente como espacio de producción (y activación) de futuros en determinadas realidades socio-históricas (determinadas en un sentido particular como resultante de múltiples procesos que determinan una realidad). Conviene aquí anotar que la idea de praxis como constitutiva de la conformación del orden, su reproducción y su cambio es, por supuesto, muy extendida en el campo de la filosofía y la sociología. Lo que Zemelman ofrece al respecto es una aproximación sugerente a un problema abordado por diversas corrientes como la fenomenología, la sociología pragmatista, las teoría de la agencia y la sociología reflexiva, entre otras.
En su perspectiva, la capacidad de acción de los sujetos debe recuperarse en un presente potencial. Esto tiene fuertes consecuencias políticas–el fantasma de la derrota del 73– sobre qué de lo inédito es posible activar como dirección del proceso histórico y cómo la incomprensión de las potencialidades pueden condenarnos a formas del utopismo que, cómodas en un pensamiento esperanzador, se paguen con la derrota de los procesos. La contra cara, por supuesto, es la tentación del posibilismo que expande la sombra timorata de cercenar la potencia por no construir la activación. Arrojados a la acción no tenemos certezas más que lo que se hace historia, ni siquiera un correcto análisis de coyunturas como correlación de fuerzas y estructuras puede conducir a buen puerto si no se logra la construcción de sujetos políticos capaces de hacer de la utopía, historia (Zemelman, 1989a).
La reflexión sobre el tiempo y la temporalidad, por supuesto, tampoco es nueva. Mucho menos la concepción de la construcción social de la realidad (diversos “constructivismo” han dado cuenta de ello). No obstante, la línea Zemelman ha generado importantes aportes teóricos y metodológicos, como los desarrollos de Guadalupe Valencia (2007), o de Alicia Lindon y de Ema León (Zemelman y León, 1997). Estructura y coyuntura serán nombres que Zemelman reservará para dos dinamismos ligados a la temporalidad. Construir el programa de análisis de coyuntura y el desarrollo de una metodología acorde fueron obsesiones de Zemelman. El mismo fue eje del Seminario en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1975, y también ha sido una constante en sus obras hasta el texto inédito que dejara Zemelman en preparación en 2013. La dimensión estructural-estructurante, no como una determinación, sino como contexto de posibilidad, ha sido apuntada por Enrique de la Garza (2001) como uno de los nudos que requieren mayor desarrollo en la epistemología crítica en la dirección de identificar las múltiples estructuras que intervienen en un proceso y lo determinan como “determinaciones determinadas determinantes” al decir de Enrique Dussel (2014).
La reconceptualización del presente como tiempo histórico y fundamentalmente como tiempo político aparece en la obra de Zemelman, primero a partir de una lectura crítica de Althusser y luego con la irrupción de Walter Benjamin. Así, la evocación leninista de Althusser sobre el campo de acción (siempre en un presente concreto) se afianza en el interrogante metodológico sobre el análisis del presente y las posibilidades contenidas para un sujeto que se ubica en las antípodas del althusserianismo. La sugerente idea (de inspiración psicoanalítica) de sobredeterminación esbozada por Althusser es traducida como articulación de dimensiones estructurales y coyunturales, de diferente longitud y abstracción, pero no ya sobredeterminada a priori pero tampoco un azaroso caleidoscopio magmático. El lugar del sujeto como fuerza constituida en una totalidad social, pero que por su carácter de abierta puede convertirse en agente estructurante, alejan a Zemelman de Althusser.
El supuesto de articulación de procesos abre preguntas en el nivel metodológico: ¿cómo conocer esa multiplicidad móvil y compleja? Allí cabe recordar una de las más brillantes sugerencias metodológicas de Carlos Marx en los Grundrisse: “Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo tanto unidad de lo múltiple”; a su vez, la idea del dinamismo lleva a la concepción de lo dado y lo dándose10 como distinción analítica clave para la definición de la praxis. La categoría de totalidad, central en el pensamiento marxista (Lukács, Kosik, Jay) aparece tempranamente en la obra de Zemelman, como lo atestiguan sus trabajos desde fines de los sesenta. Lo interesante aquí es que la totalidad ingresa no como mera preocupación filosófica, sino ante la preocupación histórico-concreta de pensar procesos sobredeterminados como complejidad.
No obstante, es preciso reconocer ciertos desplazamientos en el uso de la categoría de totalidad cuando se vuelve un concepto ontológico o epistemológico. Podemos distinguir, por un lado, la totalidad como supuesto y, por otro, la función gnoseológica de la totalidad. La primera hace alusión al orden de lo histórico-concreto, mientras que la segunda exige una intervención ordenadora (el modo de conceptualizar en el momento abstracto o de abstracción). Ahora bien, “Aunque la captación del todo no es metodológicamente posible” (1992a: 32), Zemelman argumenta que el objeto “cumple la función de objetivarse hacia lo real” (1992a: 46) y penetrar en la realidad. El objeto se ubica como mediación reflexiva construida con pretensiones de articulación de dimensiones bajo la lógica de la inclusión.11
Una particular lectura de Kosik insinúa una distinción entre realidad y totalidad concreta por la función analítica o gnoseológica. Así, la totalidad no es todo los hechos, sino que es una óptica epistemológica desde la que se delimitan campos de observación de la realidad, los cuales permiten reconocer la articulación en que los hechos asumen su significación específica. En este sentido, se puede hablar de la totalidad como exigencia epistemológica del razonamiento analítico (1992a: 50).
La referencia a “campos de observación de la realidad” puede conducir a equívocos si se asemeja a los “observables”; espacios y perspectivas de reconstrucción podría describir mejor el esfuerzo por delimitar dimensiones y proponer relaciones entre procesos históricos y políticos.
La totalidad tendrá entonces una función clave como concepción de realidad articulada de múltiples dimensiones y procesos, pero, y aquí la propuesta de Zemelman, fundamentalmente como estrategia metódica de abordaje; y en este sentido, “la totalidad refiere a un procedimiento para construir un objeto” (1992a: 70). Si la realidad contiene diversos “todavía-no”, determinaciones y potencialidades, éstas deben ser incorporadas bajo la lógica de la inclusión en un objeto que –si aborda lo dándose como propio del pensamiento político– también tiene que mantenerse en movimiento. En otras palabras, el tránsito de la totalidad concreta (como definición de lo histórico-político en un momento determinado) hacia la “totalidad articulada” como reposición de la totalidad concreta en el momento de lo pensado (Zemelman, 1992a: 135).
La totalidad articulada implica concebir una temporalidad diacrónica como articulación de pasado (contenido en la memoria y en las determinaciones históricas estructurales) y de futuros (no como programas explícitos sino como posibilidades estructurales y proyectos políticos) en un elusivo presente, único escenario de la acción política (entre ellas la activación de potencialidades como parte del programa de ciencias sociales críticas). Pero también la temporalidad obliga a una concepción sincrónica (cruzada con la diacrónica) que nos alerta sobre los múltiples tiempos y ritmos que suceden al mismo tiempo (cronológico) (tiempos sistémicos, comunitarios, íntimos, biográficos, epocales, fulgurantes, etcétera). Recuperar la multiplicidad heterogénea del tiempo en la investigación social ha sido un desafío abordado, entre otros, por Guadalupe Valencia.
El supuesto de la direccionalidad propone concebir qué producto de la articulación de los diversos planos de la realidad, lo histórico-concreto, alberga un espectro de opciones posibles. La búsqueda de “construir una dirección históricamente viable” (1992a: 32) recupera la definición de hegemonía (o una de ellas) elaborada por Antonio Gramsci como mediación para pensar la capacidad de las fuerzas sociales para imprimirle una dirección al proceso histórico. Las condiciones de un orden abierto y, por definición, objeto de disputa política no se traducen necesariamente en la factibilidad (y mucho menos la necesariedad) de cambios sociales. El lugar de los sujetos sociales como constructores de historia sitúa el problema teórico, pero no lo resuelve y mucho menos soluciona el problema político. El giro existencialista de la primera década del siglo XXI en Zemelman orientó la reflexión a la necesidad de conciencia, el llamamiento a la voluntad y a la colocación del sujeto.
La advertencia que contiene la sentencia ontológica no es menor para el pensamiento crítico ligado a la izquierda. Zemelman habla de alternativas objetivamente posibles para advertir el error de anteponer los deseos del investigador-militante o cierta normatividad prefijada por la teoría por sobre la potencialidad contenida en la realidad. La complacencia poética antisistémica implica, en ocasiones, perder de vista los diferentes terrenos y tiempos en que se juegan las condiciones de producción de la vida, el sufrimiento y la existencia. El control del condicionamiento ideológico es clave –para Zemelman– para evitar el “idealismo voluntarista”. Esto no implica sustraer la voluntad de la escena histórica, sino de reinscribirla como parte de un proceso de fuerzas sociales que puede concretizarse en un sujeto social con capacidad de disputar la orientación del ordenamiento social. La construcción de conocimiento, en este caso, será vital en la apuesta zemelmaniana por brindar elementos para la acción política. Una particular lectura de Ernst Bloch será inspiradora para la idea de potenciación como concreción de la praxis (incluida la de producir conocimiento).
Esto nos sitúa quizás en una (¿aparente?) aporía. Por un lado, es cierto que la sobreimpresión de expectativas o deseos (de investigadores y/o líderes de organizaciones políticas) por sobre lo “posible” han generado no sólo yerros de diagnóstico sino duras derrotas políticas, decepciones y muertes. Por otro lado, y allí el interrogante que plantea Zemelman, determinar lo que es posible en un momento que es por definición abierto constituye un desafío para el pensamiento político. Asimismo, la contingencia y la praxis operan sobre lo potencial, activando singularidades que recomponen un nuevo mapa de lo posible constantemente. De allí que si bien “no todo es posible” de acuerdo a las condiciones particulares, lo posible se va reinventando en el propio devenir de lo histórico a lo político. Plantear la idea de un “real objetivo”, como hacía Zemelman en sus textos de los años ochenta, es más bien un síntoma de no haber asumido en aquel tiempo la radicalidad de la subversión de la dicotomía sujeto-objeto y una esperanza de resituar la razón como instrumento para descubrir o captar el dinamismo. Mucho más profundo es su llamado a reubicar el lugar de la teoría (sociológica y política) como parte del ejercicio de la reconstrucción de la situación concreta, algo que se vincula, como veremos después, con su teoría del conocimiento.
b) La cuestión del sujeto o el sujeto en cuestiónLa preocupación por los sujetos sociales ha sido una constante en la obra de Zemelman y su pregunta ha virado de la pregunta por la conformación de los sujetos políticos de cambio social (que van desde el proletariado y el campesinado en tiempos de la Unidad Popular y llegan a la sublevación de los pingüinos en Chile), hasta el interrogante por el sujeto que investiga y sus circunstancias, casi en clave existencialista. Prueba de ello son varias de sus obras: Conocimiento y sujetos sociales (1987a), así como “Sujetos sociales: una propuesta de análisis” (1990, con Guadalupe Valencia), “Propuestas metodológicas para el estudio de sujetos sociales: Notas” (1994a); Sujetos y subjetividad en la construcción metodológica (1997); Sujeto: existencia y potencia (1998); Voluntad de Conocer: el sujeto y su pensamiento en el paradigma crítico (2005), y “Sujeto y subjetividad: la problemática de las alternativas como construcción posible” (2010). En estos trabajos, el lugar de los sujetos como “constructores de historia” se complementa con una propuesta metodológica para su investigación. “El análisis de los sujetos supone como requisito no tanto darlos por terminados como concebirlos desde la complejidad de sus procesos constitutivos que tienen lugar en distintos planos de realidad” (Zemelman, 1995a: 14). Las dimensiones constituyentes de los sujetos políticos incluyen la historicidad, la experiencia, la identidad, el proyecto y la utopía.
No podemos detenernos aquí en el análisis pormenorizado de la cuestión del sujeto y la subjetividad, algunos trabajos han iniciado este camino, como los de Alfonso Torres (Torres y Torres, 2000) y Juan Pablo Paredes (2013 y 2014); pero es aún un terreno de exploración, crítica y desarrollo. Zemelman recupera la subjetividad como una instancia capaz de “reactuar sobre la realidad presente” (1995a: 16) en un campo de lo político. Para nuestro autor, “lo político nos coloca ante la necesidad de recuperar la dimensión utópica de la realidad” (Zemelman, 1989a: 29). Ahora bien, Ningún sujeto social puede imponer su futuro si no es apoyándose en toda la historia que ha cristalizado en su misma existencia. Pero si el presente es producto cristalizado de carácter histórico-genético y de apertura potencial (por cuanto es un producto de procesos anteriores, que, junto con reconocer una lógica objetiva, también es una construcción por constituir un objeto moldeado por proyectos que luchan por imprimirle una direccionalidad a los procesos concretos), el carácter de su apropiación debe ser examinado desde el ángulo de esta mismas complejidades (1992a:34).
Por lo tanto, es un error político (más que metodológico) la ideológica obstinación en atribuir potencialidades que –dice Zemelman– violenten la propia naturaleza del sujeto. Zemelman señala: Es posible que se impongan determinadas interpretaciones de la realidad, las que pueden moldear un deseo de futuro que se imponen a lo que hay de potencial en el sujeto. En esta situación, la utopía se convierte en una meta externa al movimiento constitutivo de la subjetividad, respondiendo, más bien, a una ideología acerca de lo que significa trascender la realidad dada, en vez de ser un mecanismo de reconocimiento de la potencialidad que se contiene en dicha situación dada (Zemelman, 2010a: 358-359).
Y agrega: “Debemos cuidarnos de incurrir tanto en los apriorismos teóricos como en los ideologisismos, pues en ambos casos se termina por atribuir a determinados sujetos un comportamiento predeterminado” (1989a: 57). Sin embargo, ¿cómo saber las potencialidades de un sujeto si este mismo se reactualiza, se construye y abre horizontes que hasta hace poco eran impensados? ¿Cómo pensar lo que aún no es pero puede ser? Zemelman encontró en Bloch la referencia para hacer muchas de estas preguntas que desafían los cánones clásicos del pensamiento político, porque ubican a la dimensión de futuro por fuera de las pretensiones de predicción y control de la ciencia estándar. El futuro como posibilidad se encuentra inscripto en el presente como contenido pasible de ser actualizado. El análisis de coyuntura, como veremos, tendrá un lugar preponderante en el estudio de la historicidad.
La historicidad, entonces, será clave en el análisis de los sujetos sociales. Al ser éstos “condensadores de historicidad”, permiten una entrada a procesos históricos de mayor alcance y llevan instancias del pasado (memoria), del presente (experiencia) y del futuro (proyectos). La función de la memoria (y su construcción como un imaginario que también articula la tríada pasadopresente-futuro) es referida de distintos modos por el autor como manera de abordar la configuración del sujeto12 y su despliegue en lo que denomina dialéctica entre memoria y utopía (Zemelman, 2010b). El sujeto social “sintetiza en su experiencia una historicidad y un proyecto de futuro” (Zemelman, 1989a: 68); por tanto, se transforman en objetos de investigación de status privilegiado. Ahora bien, historicidad también tiene una función analítica. Zemelman (2011a) distingue tres modalidades de la historicidad como forma de pensamiento. La historicidad no-parametral que implica la ruptura de la constricción de lo dado en el proceso de inclusión de realidades invisibles y los espacios indetermindados de una totalidad referente. La historicidad como exigencia de especificidad, por su parte, refiere a la articulación de las distintas posibilidades de futuro, niveles, movimientos y dimensiones. La función epistemológica de la historicidad en las dos primeras modalidades es evidente. La historicidad como concreción de contenidos, la tercera forma, nos habla de la tarea de identificar los procesos pasibles de actualización en tanto albergan potencialidades. La historicidad, entonces, se convierte en un modo de ejercicio del pensamiento político.
Para comprender la dimensión del sujeto en su historia, Zemelman recupera un concepto problemático: “conciencia histórica”. Sin embargo, es preciso anotar que el autor tensiona el concepto para llevarlo más allá que la referencia a un proceso de conocimiento y reconocimiento de movimientos objetivos de la historia. Para Zemelman, “la conciencia histórica no se vincula con objetos particulares, pues se abre a horizontes históricos en los que es posible que madure la voluntad social; de ahí que esté abierta al tiempo por venir” (1989a: 75). Conciencia, sin embargo, pudiera recuperarse si se le quita el peso (frecuente en el marxismo) de su ligazón a una verdad cuya posesión marca una toma de conciencia y su pérdida una forma de alienación. Así, conciencia siempre será “conciencia de algo”, pero habrá distintos modos de construir conciencia, o más precisamente, subjetividad. Esto se vincula con los modos en que los sujetos se producen y construyen historia.
La categoría de experiencia será la herramienta para pensar en “la objetivación de lo potencial, es decir, de la transformación de lo deseable a lo posible, a través de sus distintos modos y niveles de profundidad, dando lugar a que la utopía se convierta en un proyecto mediante el cual se pretenda imponer una dirección del presente” (Zemelman, 1995a: 17). De este modo –en una perspectiva thompsoniana–, la experiencia se transforma en constituyente y mediación entre las determinaciones históricas (múltiples y caleidoscópicas) y la configuración del sujeto político. Allí entra en juego otra categoría central (aunque quizá poco desarrollada) que es la de identidad colectiva, en la que Zemelman sigue una definición clásica asociada “a la elaboración de un horizonte histórico común y la definición de lo propio (del nosotros) en relación con la oposición de lo que se reconoce como ajeno” (1995a: 17). La categoría de subjetividad social (o colectiva) se hace presente en este terreno, en relación con la memoria-experiencia-proyecto, para pensar en la conformación de los sujetos sociales, esto “Si por subjetividad social constituyente entendemos la capacidad para construir sentidos, ella supone una construcción de realidades en diferentes tiempos y espacios (Zemelman, 1995b: 123).
c) Conocimiento, pensamiento político y ciencia críticaLa preocupación zemelmaniana de construir una propuesta para el pensamiento político acorde a los tiempos históricos (que crezca con la historia le gustaba decir, evocando a Marx, cfr. Zemelman, 2005: 125 y ss.) se erige también como crítica a otras posiciones. Especialmente, por un lado, la que proviene de una forma de marxismo estandarizado y, por otro, la de un academicismo estéril e impotente. El punto de partida de la crítica a ciertos enfoques de la izquierda pretendidamente marxistas es el intento de derivar desde lo teórico (cuando no desde lo ideológico) ciertos principios y ciertos “deber ser” que luego son aplicados a la historia y los sujetos de la historia. Paradójicamente –o no– es Marx la piedra de toque para cuestionar este pensamiento que parte de lo abstracto como determinación para derivar de allí explicaciones cuasi legaliformes. Por el contrario, el uso crítico de la teoría impone pensar a partir de la totalidad compleja (síntesis de numerosas determinaciones) que Zemelman complementa con el estado actual de la discusión en el campo epistemológico con los desarrollos en cuanto a multidimensionalidad, movimiento, pluritemporalidad e indeterminación.13 Así, no se trata de desprenderse de valores, sino de reubicar la dimensión axiológica sin que ésta entorpezca un análisis y un pensamiento creativo y riguroso capaz de incluir en el objeto de investigación múltiples determinaciones históricas y temporalidades pasadas, presentes y futuras.
Por otro lado, el academicismo (marxista y no marxista) reproduce, en otra versión, el mismo problema. Parte de teorías que definen realidades, problemas y hasta proveen un recetario de métodos para la investigación sin dar lugar a la construcción del problema de investigación y la pretensión de dar cuenta de procesos de la realidad social que, por definición, obedecen a procesos y dinámicas disímiles y heterogéneas. De nuevo, no se trata de negar el aporte de los autores (se llamen Bourdieu, Luhmann o Zemelman), sino de pensar en los aportes de las teorías en las propias construcciones categoriales para comprender determinados fenómenos sociales. De este modo, “Uso crítico de la teoría” revela la clara preocupación por la dimensión teórica y el modo de evadir la práctica de investigación guiada por el teoricisimo, es decir, busca derivar desde la teoría los contenidos de realidad. Para Zemelman, El control del condicionamiento teórico implica una problematización de la teoría consistente en suspender las relaciones jerarquizadas de determinación, esto es, la función explicativa de la teoría y, en su lugar, trabajar con base en relaciones lógicamente posibles, es decir, aquellas que se sustentan en el supuesto de la realidad como articulación de procesos. Estas relaciones no son predecibles por ninguna teoría, razón por la cual exigen siempre ser reconstruidas (1987a: 39).
En consecuencia, en el plano metodológico, el punto de partida se ubica en esa totalidad histórico-política como síntesis de determinaciones, temporalidades, dimensiones, movimientos y espacios. Por lo tanto, “la formulación de la teoría se subordina al esfuerzo de reconstrucción que ha servido como punto de partida para aproximarse a su especificidad histórica” (Zemelman, 1987b: 2) y en ese proceso de reconstrucción (Enrique de la Garza suele llamar metodología de la reconstrucción a este enfoque) es central la configuración del objeto. Por un lado, el objeto no puede ser “recortado” de la realidad (aunque Zemelman utiliza frecuentemente esta mala metáfora positivista), sino que es una construcción a partir de ella. La estrategia metodológica que propone Zemelman exige tareas y ejercicios para la construcción del conocimiento. No obstante, es necesario tener presente la anotación de Marx sobre la necesidad de distinguir la lógica de la investigación de la lógica de la exposición y la morfogénesis de lo concreto. Puestos sobre el escenario del producir conocimiento, Zemelman propone partir de un ejercicio de aprehensión que “consiste en una forma articulada de razonar sin precipitar ninguna jerarquización sobre los contenidos” (1992a: 185); de este modo se delimitan campos que son factibles de convertirse en objetos de investigación. Es evidente que no hay observación sin carga teórica, no se trata por lo tanto de una especie de observación neutra o desinteresada, sino en el ejercicio de reponer los procesos que pueden estar influyendo en la configuración de relaciones sociales. Si aprovechamos las definiciones del plano ontológico, entonces nos vemos en la obligación consecuente de interrogarnos por las determinaciones, las temporalidades, las complejidades que intervienen en lo dado y lo dándose. El problema aquí es cómo plantear la relación entre lo real, la realidad y el objeto, que no es sólo un interrogante para Zemelman sino para distintas formas de constructivismo (Retamozo, 2012). Sin embargo, como es apreciable, la búsqueda de las determinaciones no pueden estar dadas por la teoría como un conjunto de hipótesis explicativas, sino en un ejercicio de investigación capaz de pensar “contra el método”, para usar la frase de Fayerabend (1993). De lo que se trata es de proceder bajo lo que Zemelman denomina la lógica de la inclusión, es decir, la pretensión de incorporar dimensiones de la realidad que operan en los fenómenos y a la vez jerarquizar en una construcción teórica que es propia del objeto. En palabras del autor, Toda vez que la realidad se concibe como un movimiento articulado de procesos heterogéneos, una primera estructura de relaciones posibles ha de basarse en la idea de inclusividad, la cual nos permite vincular conceptos sin recurrir por fuerza a una hipótesis teórica. La forma en que opera la inclusividad responde al razonamiento siguiente: que un campo de fenómenos quede incluido en otro no es sinónimo de que necesariamente es explicado por el más inclusivo, pues la relación de explicación puede ser modifica-da por un cambio en los parámetros (corte del presente) o derivado del tipo de problema concreto que interesa conocer (especificidad de situación) (Zemelman, 1987a: 41).
La “exigencia de objetividad” para Zemelman refiere, entonces, no a una búsqueda de neutralidad, sino a la inclusión en el objeto de dimensiones de la realidad. Ahora bien, al cambiar el parámetro epistemológico –donde el objeto no es copia de la realidad– se reposiciona el problema de la comprobación y la verdad como correspondencia (Zemelman, 2011b). Nuevos desafíos, en parte no abordados, para la filosofía de las ciencias sociales latinoamericanas. Problemas que se hacen más complejos cuando se considera que la realidad está en movimiento y que el conocimiento es parte de una disputa política por activar potencialidades contenidas; entonces, ¿puede haber ciencia de lo todavía-no?
La aprehensión cumple una función problematizadora. Como intervención cognitiva propone un reordenamiento del orden abierto de la realidad y su constitución como sujeto capaz de ser concebido por inteligencias finitas. Los universos semánticos que utilizamos para dar cuenta de aquello que –a veces– no tiene nombre (por tanto, tampoco nombres correctos) ha llevado a Zemelman a explorar los dilemas del lenguaje (o los lenguajes), entre ellos el lenguaje teórico.
En el ejercicio de aprehensión problematizadora convergen la centralidad de las preguntas y modos del pensamiento-razonamiento. Las preguntas se convierten en productoras de orden cognitivo, ya que proponen un abordaje y requieren un posicionamiento del investigador (lo que llama colocación o el método como postura). Es decir, las preguntas constituyen también al sujeto epistémico (ya sea individual o colectivo), ya que reposicionan su subjetividad no sólo epistemológica y teórica, sino también ética y política. Pero también las preguntas provocan una (s)elección de los procesos sociales constitutivos de la realidad que serán objeto de atención y estudio. Por otro lado, los modos de razonamiento que intervienen en la producción de conocimiento son distinguidos por Zemelman como pensar teórico y pensar epistémico. Dice nuestro autor: En el pensamiento teórico, la relación que se establece con la realidad externa –con la externalidad para decirlo en términos más correctos– es siempre un pensamiento que tiene contenidos; por lo tanto, el discurso de ese pensamiento es siempre un discurso predictivo; vale decir, un discurso atributivo de propiedad, ya que no es un pensamiento que puede dejar de hacer afirmaciones sobre la realidad, pues un pensamiento teórico es aquel que hace afirmaciones sobre lo real (…) En cambio, cuando hablamos de pensamiento epistémico nos referimos a un pensamiento que no tiene contenidos y eso es lo que a veces cuesta entender (…) Se plantea la dificultad de colocarse frente a las circunstancias sin anticipar ninguna propiedad sobre ellas. Es un tema fundamental porque cuando se dice “colocarse ante las circunstancias”, frente a las realidades políticas, económicas, culturales, significa que estamos construyendo una relación de conocimiento sin que ésta quede encerrada en un conjunto de atribuciones, porque eso sería una afirmación teórica (2005: 66-67). Y agrega: Las categorías, a diferencia de los conceptos que componen un corpus teórico, no tienen un contenido único, sino muchos contenidos. En este sentido, las categoría son posibilidades de contenido, no contenidos demarcados, identificables con una significación clara, unívoca, semánticamente hablando (2005: 69).
La descripción articulada, como mediación metódica para el ejercicio de aprehensión, fue propuesto por Zemelman en los años ochenta y desarrollado con mucho rigor por Enrique de la Garza (1988), que se ocupó de darle solidez metodológica y desarrollos con horizonte de investigación empírica. Esta tarea, por supuesto, no prescinde de lo conceptual, los conceptos ordenadores reemplazarán lo teórico general por una exigencia epistemológica general; esto es, establecer una relación de posibilidad entre conceptos y avanzar en la especificación de sus contenidos mediante la reconstrucción de la articulación (Zemelman, 1992a: 201).14
La descripción o reconstrucción articulada es “un movimiento relacionado entre los conceptos ordenadores, universos de observación y articulación” (Zemelman, 1992a: 214). De este modo la reconstrucción va desde lo empírico fenoménico (morfológico lo llama el autor) hacia una reconstrucción articulada que es producto de una forma de pensamiento y por lo tanto de conocimiento. Esta reconstrucción –ya lo planeaba Marx como ascenso a lo concreto mediado por lo abstracto– ganará en objetividad cuando incorpora, bajo la lógica de la inclusión, las determinaciones históricas y las aperturas políticas contenidas en la realidad social.
La propuesta de “análisis de coyuntura” como estrategia metodológica de estudios del presente potencial ha sido desarrollada por Zemelman a lo largo de su vida y su obra. La preocupación surgió –como no podía ser de otro modo en él– a partir de la necesidad de relacionar pensamiento y acción. Desde principios de los años sesenta, cuando hacía análisis de coyuntura desde las filas militantes del pensamiento socialista chileno en la revista Arauco, hasta los borradores que dejara al momento de su muerte, “coyuntura” se transformó en un tópico recurrente. Claro que desde los años ochenta el status de su reflexión se nutrió de otras discusiones teóricas y epistemológicas, pero nunca descuidó su pretensión de elaborar una estrategia de análisis de la realidad social para su transformación.15
La aprehensión, el pensamiento epistémico, la descripción articulada, el pensamiento teórico y los conceptos ordenadores, son insumos que dan cuenta de la cuestión clásica de pasar de un tema a un problema de investigación. Claro que ya no se trata de recortar, proponer hipótesis deducidas de la teoría y contrastarlas con la realidad, sino de la producción de un objeto inclusivo capaz de mediar en la producción de conocimiento y en la acción. La práctica teórica –de teorizar los objetos móviles– y la práctica política (también un tema clásico del pensamiento marxista) adquieren una nueva significación en el pensamiento de Hugo Zemelman.16 La estrategia de análisis de coyuntura permitiría –o al menos ésa era su apuesta– sintetizar tareas de investigación capaces de reconocer lo dado y potenciar lo dándose en el marco de la complejidad morfogenética de la realidad social.17
El conocimiento político –y esto es uno de los aportes de Zemelman– es un conocimiento del presente en lo dándose, por lo que contiene exigencias particulares, “lo específicamente gnoseológico de lo político es su función para reconocer lo potencial: por eso si relación con la realidad no es, strictu sensu, un correlato por cuanto aquélla todavía no está dada” (1992a: 46).
d) Potencialidad zemelmaniana (a modo de aperturas)Permítasenos para concluir cambiar aspectos de la lógica de la exposición y volver a ciertas reflexiones cronológicas. La obra de Hugo Zemelman puede dividirse en cinco momentos (con límites difusos y ritmos diversos, claro está) que articulan tiempos históricos, preocupaciones políticas y posturas teóricas que dan como resultante una epistemología que crece con la historia. La primera desde sus inicios como un cuadro intelectual del (viejo) Partido Socialista chileno que lo llevó a dirigir la revista partidaria y preocuparse por la reflexión crítica como análisis de coyuntura y, a su vez, transitar ámbitos de formación en el campo institucionalizado de las ciencias sociales ya sea como estudiante de posgrado en FLACSO o como profesor en la Universidad de Chile. La segunda bajo los agitados tiempos de la Unidad Popular con una vocación por impulsar la reforma agraria y las preguntas: ¿qué sujetos para qué políticas?, ¿qué políticas para qué sujetos?, ¿qué sujetos políticos? El vínculo entre la organización política, el proyecto político nacional, organismos nacionales e internacionales establecieron condiciones de reflexión y acción particulares, agitadas, traumáticas. La tercera, marcada por las reflexiones en el exilio y sobre la derrota: el rol de los intelectuales y el pensamiento político, los sujetos y proyectos en pugna (tanto la conformación del frente popular como la burguesía, el ejército y el Estado como correlación de fuerzas). El cuarto, cuando en los años ochenta pudo finalmente traducir el dolor en un programa de investigación sistemático y riguroso en clave epistemológica (que va desde 1983 hasta 1992, aunque puede rastrearse desde finales de los años setenta), quizá su período más productivo. El quinto, fundamentalmente ya en el siglo XXI, un sensible giro existencialista que exploró aspectos como la estética, la poética, el lenguaje, la conciencia y la voluntad. Las constantes referencias al pintor Roberto Matta sobre la necesidad de una “guerrilla interior” y la búsqueda de un cambio en la colocación de la subjetividad, el deseo y el horizonte, son una muestra de ello.
Alguna vez el filósofo popular Alejandro Dolina dijo: “a los hombres hay que juzgarlos por sus mejores obras”, y Uso crítico de la teoría-horizontes de la razón es, sin duda, un imprescindible. Allí emerge un pensamiento político, una epistemología política y una metodología política. El pensamiento de Zemelman es un pensamiento político porque problematiza la relación de lo dado, lo dándose y lo inédito, pero también es político porque no se trata del mero dar cuenta de la complejidad, el movimiento y la multidimensionalidad, sino de asumir el desafío de la construcción de conocimiento como parte del proceso de activación de potencialidades, como una instancia de lo político antes que de la política. La epistemología se vuelve política y esto implica repensar tópicos clásicos en clave crítica: el criterio de demarcación, el problema de la verdad, los modos de validación del conocimiento, los lenguajes, las disciplinas el diálogo interparadigmático, la teoría, los datos, las formas de comunicación, etcétera. De allí que la metodología, también, se vuelva política, porque se ubica en las antípodas de la neutralidad valorativa y como un modo de intervención tanto cognitiva, disciplinar como política. Esto también implica asumir el desafío de pasar la declamación vacía de principios críticos enunciada en jergas (entre ellas la zemelmaniana) para el ajuste riguroso y a la vez creativo en la producción de conocimiento y el establecimiento de lo que Boaventura de Sousa Santos llamó traducciones y ecología de saberes. En definitiva, la historia, para Zemelman, es un criterio de verdad. En el epígrafe que elegimos, Leopoldo Marechal evalúa a las revoluciones por la apertura de lo posible más que por su contenido doctrinario; quizá lo mismo valga para Hugo Zemelman.
Un trabajo valioso de construcción del acervo de la obra de Hugo Zemelman es llevada a adelante por el Centro de Investigación y Documentación Hugo Zemelman (http://www. cidhz-ipecal.com.mx) en México, así como la Fundación Hugo Zemelman con sede en Chile.
Mientras en ciertos ámbitos de la academia mexicana y colombiana la obra de Zemelman es considerada central, en otros casos su presencia es marginal o inexistente. Esta disparidad también se relaciona con las disciplinas. En el campo de la educación, por ejemplo, su propuesta ha sido traducida y divulgada; sin embargo, en otras disciplinas su presencia es sensiblemente menor.
Zemelman, como Quijano, pertenecen a la segunda promoción de la Maestría en Ciencias Sociales de flAcSo-Chile (1959-1961). Sin embargo, Zemelman cuenta en una entrevista que su ingreso al programa tuvo lugar en 1958 cuando promediaba la primera promoción.
Zemelman también escribió con Petras, “Un estudio de la actividad política campesina en Chile” (Revista de Ciencias Sociales, vol. XIII, núm. 1, Universidad de Puerto Rico, 1969, http://rcsdigital.homestead.com/files/Vol_XIIII_Nm_1_1969/Petras.pdf) y “Proyección de la reforma agraria: el campesinado y su lucha por la tierra”, Santiago, IcIrA, Departamento de Sociología, Universidad de Chile, 1972.
Por ejemplo, en el número 60 (1965), “Condiciones sociales del desarrollo de la ciencia política marxista”, de Najdan Pasic.
Zemelman fue además Director del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, entre junio de 1967 y septiembre de 1970.
Publicado en versión en español como “El comportamiento de la burguesía chilena en el primer año de gobierno de la Unidad popular”, Revista de Sociología, UdCH.
De allí la exploración de la relación del ensayo y el arte como formas de conocimiento; por ejemplo, en “Conocimiento sociológico y actualidad del ensayo” (1984). Hacia el final de su producción, la fascinación con el pintor Roberto Matta y su preocupación por los lenguajes poéticos son muestra de una búsqueda en este horizonte.
Uno particularmente es cómo estudiar a los movimientos sociales, por definición en movimiento y –a veces– congelados en su dinámica en aras de una objetividad estática.
Zemelman equipara lo dado y lo dándose a lo instituido y lo instituyente (2011); no obstante, ganaríamos en ubicar el proceso de instituyente (lo político) en una dimensión capaz de ser reconocida tanto sedimentada en lo dado como operando (abierta) en lo dándose.
Para una profundización del lugar del objeto en la obra de Zemelman: Andrade, 1997; Andrade y Bedacarratx, 2013.
Por ejemplo, “Memoria y utopía. El sujeto como constructor de realidades y racionalidad y ciencias sociales” (1994c).
A pesar de su clara posición a favor de pensar la indeterminación, su apertura a lo inédito y lo contingente (en una teoría que a su vez recupera la centralidad de los procesos históricos), Zemelman tuvo escaso intercambio con posiciones posestructuralistas, posmarxistas o posfundacionales que han pensado en la misma sintonía.
El mismo camino han seguido otros autores, artífices de la propuesta de análisis de coyuntura, desde el propio Antonio Gramsci, por supuesto.
Algunos desarrollos sugerentes en esta dirección pueden consultarse en “Hacia una metodología de la reconstrucción” (De la Garza, 1988).
Zemelman trabajaba, al momento de su muerte, en un proyecto de análisis de coyuntura sobre la Unidad Popular en Chile a partir de un acervo documental que registró los sucesos en el campo político entre 1970 y el momento del golpe. Estos materiales –extraídos de Chile en valija diplomática vía Alemania, guardados en México y luego donados a Chile– servirían de soporte de una experiencia de investigación orientada a reconstruir la historicidad del proceso, sus determinantes y limitaciones, síntoma de la obsesión zemelmaniana por “aquellos años en que perdimos la historia”.