En su más reciente libro —publicado apenas unos días después de calificada la elección presidencial—, Octavio Rodríguez Araujo, con la colaboración de Gibrán Ramírez Reyes, revisa el tema del poder y las elecciones en México, lo que le sirve para contextualizar el escenario de la disputa por el poder presidencial durante el proceso electoral 2011-2012. Tenemos en este libro una obra sencilla que plantea problemas complejos. Como bien dice en la contraportada, “es un libro oportuno en la coyuntura, pero no coyuntural, es polémico pero no sentencioso”.
Es un libro que me parece muy útil por muchas razones: da testimonio de la trayectoria del sistema de partidos en México y del sistema electoral vigente; va de la caracterización de los partidos en las democracias actuales al desenvolvimiento de los partidos mexicanos, deteniéndose especialmente en su caracterización durante el sexenio de Felipe Calderón. Pasa también por la crítica a la reforma electoral de 2007-2008 en lo que toca a la injerencia del Instituto Federal Electoral en los procesos internos de selección de candidatos en los partidos, la regulación de las precampañas, los recursos inequitativos que se otorgan a los partidos y otros aspectos no menos importantes que le sirven al responsable de la obra para analizar con profundidad y seriedad la más reciente competencia por la presidencia de la República. De este proceso recoge sus más importantes momentos, hasta llegar al análisis de la calificación final por parte de la autoridad en la materia, la impugnación de la elección y el resultado de ésta. Ofrece una mirada crítica lo mismo hacia las instituciones electorales, que hacia los actores del proceso, incluida la izquierda, el emergente Movimiento #Yo soy 132, Andrés Manuel López Obrador (amlo) y su Movimiento de Regeneración Nacional.
Ciertamente, una preocupación central que se observa a lo largo del libro es explicar los desequilibrios de la competencia electoral y mostrar los retos que deben atender las izquierdas para acceder al ejercicio del poder y desde ahí reorientar el proyecto de nación.
Es un libro de fácil acceso, escrito como se dice en la contraportada, para todo público. Con la experiencia de Octavio Rodríguez Araujo en el análisis político y en la escritura, es un texto muy ameno, a pesar de la aridez de muchos de los temas que aborda, y con la colaboración de Gibrán Ramírez, resulta muy bien documentado.
El libro abre discutiendo la inevitable presencia de los partidos y criticando la apuesta a las candidaturas independientes o “ciudadanas”, que no pueden evadir tener una estructura de apoyo, que quieran o no, implica la organización y logística para el proceso electoral y que es la que les brindan las asociaciones que las sustentan, a las que se les llama o identifica como partidos. Coincido plenamente con los argumentos de Rodríguez Araujo, que como responsable de la obra enuncia. Los partidos son inevitables y la democracia es imperfecta. Pese a ello, las elecciones son la forma ineludible en que los ciudadanos delegan su soberanía; premian o castigan a sus gobernantes y a los partidos que los postularon a los cargos de representación.
También en el primer capítulo discute el mito muy difundido de que la democracia ha sido suplantada por la partidocracia, y de que el corrimiento de los partidos al centro político expone su situación de crisis o en el mejor de los casos su incongruencia ideológica. Respecto a la partidocracia, argumenta que quienes emplean este término olvidan que los partidos son organizaciones de la sociedad, son parte de ella; por tal motivo, no es correcto distinguir entre ciudadanía y partidos y hasta oponer estos términos. Aquí, sin embargo, cabe señalar que muchas veces al hacerlo, de lo que se trata es de distinguir quién es el que toma las decisiones, o de otro modo, a las cúpulas de los partidos frente al resto de los ciudadanos a los que se excluye de su participación en esos procesos, suponiendo o justificando que efectivamente los ciudadanos están representados por tales grupos. Respecto a lo segundo, expone sencillamente que el corrimiento al centro tiene como explicación la necesidad de los partidos de ser competitivos, más incluyentes y alcanzar un mayor número de electores. Aprovecha ahí para desarrollar en su argumentación, que el elector es más sensible a los sentimientos que a la razón, por lo cual —explica— sí es posible considerar que los mensajes que apelan a esos sentimientos, especialmente la propaganda electoral, son efectivos.
A continuación expone cómo el viraje al centro, más la obligación de atender los preceptos legales y la propia historia política, han desideologizado a los partidos que hoy existen. Así, la competencia depende más del liderazgo de cada uno de los candidatos y dirigentes que de la ideología de sus partidos. La competencia política se muestra entonces como una en que se contraponen el liderazgo auténtico contra el liderazgo creado artificialmente. Aquí vale la pena regresar al multicitado texto de Pane-bianco en el que apela a definir a los partidos como lo que son y no como lo que quisiéramos que fueran.
Luego muestra la tendencia que ha seguido la abstención electoral desde 1964 en México. Cuando no hubo competencia para el pri, explica, la abstención operó como deslegitimación, o castigo para ese partido. Desde que el sistema electoral y partidario es competitivo, esto ya no funciona de la misma manera, señala, y ha dejado de servir como crítica o descalificación de los procesos electorales. También en este apartado discute por qué el voto nulo no ha permitido expresar el descontento con el sistema de partidos ni con el sistema político. En este sentido concluye, entre otras cosas, que el abstencionismo y el voto nulo benefician a quienes ya tienen el poder o tienen más posibilidades de obtenerlo y termina por afectar sobre todo a los partidos pequeños, poniendo en juego su registro. Con esos argumentos apunta la importancia de contar con partidos fuertes y votantes libres que ejerzan su deber.
Pasa luego a explicar y defender por qué sirve el voto útil; tema por demás polémico. Pero, de otra parte, en el segundo capítulo y en otros momentos del libro, Rodríguez Araujo critica duramente las insólitas alianzas que se formaron entre el prd y el pan para competir por algunas gubernaturas durante los últimos años. Pareciera, sin embargo, que el razonamiento que se publicitó para justificar esas alianzas es semejante al que el autor refiere para argumentar a favor del voto útil. Efectivamente han servido para sacar del gobierno a los priístas, por ejemplo en Oaxaca, donde se logró la alternancia por primera vez después de 80 años. Pero en los mismos términos de la crítica que hace Rodríguez Araujo a las alianzas del prd con el pan durante el gobierno de Calderón, podemos preguntarnos ¿Cuánto pudo haber pesado el voto útil en la elección que ganó Vicente Fox?, ¿qué ganó la izquierda o las izquierdas con el voto útil a favor de Fox en 2000, cuando se trataba de más de lo mismo?
En otro orden de ideas, el autor recorre algunos aspectos de la vida partidista entre 2006 y 2012, no sin antes presentar una pincelada de los partidos que han existido en México entre los años 1991 y 2012, así como de los juegos de alianzas en que han entrado. Se detiene en el sexenio de Calderón para explicar cómo fue en este periodo el reacomodo de los partidos y poner los antecedentes de quienes resultaran candidatos a la presidencia en las recientes elecciones, cuestión a la que dedica también especial atención.
En extenso responde a la pregunta: ¿y por qué Enrique Peña Nieto? Respecto a la influencia de Peña Nieto en los triunfos del pri durante la gestión de Beatriz Paredes (2007-2011), argumenta que fue muy reducida y que no fue decisiva; no obstante, reconoce la importancia que Fuerza Mexiquense tuvo desde 2007 como mecanismo de apoyo logístico y de recursos a distintos procesos electorales. Considero que este instrumento sí funcionó para apuntalar el liderazgo o el peso de Peña Nieto sobre los nuevos gobernadores que resultaron triunfadores en sus procesos electorales, brindándole ventaja sobre otros grupos poderosos dentro del priísmo, como es el caso del que encabeza Manlio Fabio Beltrones. De la misma manera sirvió como instrumento de la tan criticada compra y coacción del voto. Además, los compromisos adquiridos por Peña Nieto con los gobernadores le permitieron contar con una fuerte base de apoyo a su campaña presidencial.
Un episodio en el que apenas se detiene es el de la separación de Nueva Alianza de la coalición encabezada por el pri para apoyar la candidatura de Peña. A la luz del triunfo priísta, este acontecimiento cobra interés. Considero que lejos de una ruptura con el pri, la separación de Nueva Alianza (o de Elba Ester Gordillo) obedeció más al rechazo de los términos de la negociación en el reparto de candidaturas de diputados y senadores, y al interés de mantenerse como partido o negocio independiente, que a desavenencias de fondo, como se ha visto recientemente en su desempeño legislativo.
Después de revisar el proceso de la selección de Josefina Vázquez Mota como candidata panista, su perfil, su relación con el pan, con Calderón y con grupos empresariales, pasa a examinar la tensa, conflictiva y compleja relación que amlo ha tenido desde la elección de 2006 y aun desde antes, con el prd y luego su relación con los otros partidos del Movimiento Progresista.
Cuando entra al análisis de las izquierdas, dedica en extenso su exposición a las corrientes o fracciones del prd, la recomposición de fuerzas al interior de éste, así como a las tensiones de la convivencia y alejamiento de Andrés Manuel López Obrador con la fracción dominante, Nueva Izquierda. Este apartado deja un detallado testimonio del recorrido de las izquierdas en el periodo. Aquí también se ocupa de exponer su posición crítica respecto a Marcelo Ebrard, destacando la presencia de los dos liderazgos irreconciliables, con bases de apoyo claramente distintas, que habrán de marcar el futuro inmediato de las izquierdas mexicanas.
El tercer capítulo está dedicado a discutir la reforma electoral de 2007-2008 en términos de la desatinada regulación de las precampañas, el financiamiento de los partidos y el costo de los procesos electorales. Destaca en la argumentación, entre otros, dos problemas fundamentales: el primero se refiere a la inequidad en los recursos. El segundo, a los obstáculos legales para la actividad proselitista de precandidatos incluyendo el periodo de intercampañas, especialmente para precandidatos únicos frente a precandidatos que se encuentran en medio del proceso de selección interna de los partidos y que muchas veces pueden incluir a la ciudadanía, lo que en particular, en la elección de 2012, benefició al pan y sacó temporalmente a amlo y a Peña de la escena. Especialmente lesivo para amlo, dice el autor, porque a diferencia de Peña, debía remontar el tercer lugar en que lo colocaban las encuestas y remontar el discurso negativo usado durante años en su contra.
Sobre las encuestas, que son tratadas en el cuarto capítulo, expone su papel como inductoras del voto, e instrumentos de propaganda. Al respecto, se podría plantear como hipótesis que en este proceso electoral fueron el gran negocio que sustituyó la compra —ahora prohibida— de espacio en medios por los partidos; en este sentido, convendría que se fiscalizara el dinero que gastaron los partidos en ellas, especialmente el pri.
El quinto capítulo es un minucioso relato de las campañas que se movieron fundamentalmente en dos ejes, el primero caracterizado por la confrontación y descalificaciones entre el pan y el pri, y el segundo, marcado por la estrategia antilopezobradorista del pri y del pan ante el crecimiento que las propias encuestas observaban y que ubicaron al candidato del Movimiento Progresista en segundo lugar en las preferencias electorales. También dedica una sección al análisis de las propuestas de campaña y otra a la reflexión crítica de la acción del Movimiento de Regeneración Nacional liderado por amlo.
En este recuento del proceso electoral, Rodríguez Araujo también destaca la ausencia de incertidumbre —como sería de esperarse en condiciones democráticas—, así como la emergencia del diverso Movimiento #Yo soy 132 como uno que teniendo un carácter declarado no partidista, mostraría la decisión de los estudiantes a participar activamente, bajo la bandera aglutinante de democratizar a los medios masivos de comunicación y con una segunda demanda, objeto de divisiones internas, referente a la negativa de aceptar el triunfo de Peña Nieto.
Considero un tanto forzado el argumento presentado que ve coincidencias entre este movimiento y la campaña de amlo, si acaso estas coincidencias se han mostrado en las manifestaciones antipeñistas o contra el fallo del Tribunal Electoral, pero difícilmente puede asumirse que fueran para sumarse a la causa lopezobradorista.
En el capítulo sexto, aborda los resultados electorales. Recuerda la larga historia de fraude electoral y vuelve a poner sobre la mesa del debate la existencia de lo que llama el fraude cibernético usado en 2006. A diferencia de éste señala: en 2012 lo que se empleó fue el fraude a la antigüita. Pero mas allá de discutir la existencia de fraude cibernético, me pregunto si el fraude a la antigüita alguna vez ha dejado de usarse y sobre todo, cómo es que se puede evitar, probar su existencia y sobre todo castigar oportunamente.
De las impugnaciones y la certeza de que no hubo elecciones conforme lo marca el texto constitucional, con libertad de sufragio, autenticidad del voto, así como condiciones democráticas y equitativas del proceso y la competencia, se ocupa en el último capítulo. En sus observaciones finales, no deja de apuntar que el Tribunal Electoral no cumplió con su función y nuevamente dejó sembrada la duda sobre la calidad de las elecciones. Igualmente concluye lo que muchos compartimos: más que una elección, lo que ocurrió nuevamente fue una imposición. ¿Qué hace falta, se pregunta? Y responde: un gran y sólido partido de las izquierdas. Sin embargo, es más que evidente, esta tarea no parece sencilla.