“La verdad biográfica no se puede poseer, y aunque uno la posea, no puede usarla”. “La historia de una vida nunca se recopila, siempre se inventa. La inventa el que la cuenta y la reinventa el que la escucha; ambos interpretan”.
¿Cómo escribir la vida de otro? Como desafiar al fantasma de Alberto Caeiro –uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, y su aseveración de que “si, después de morir, quisieran escribir mi biografía, no hay nada más sencillo. Tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una y otra cosa, todos los días son míos”. ¿Cómo “atrapar” la entera complejidad de la vida biografiada en una cantidad de páginas como si ésta pudiera haber sido lineal y coherente, y no discontinua, discordante y plural? ¿Quién podría asegurar que el orden del relato es el orden de la vida? ¿Cómo escribir una biografía sabiendo que la vida contada –incluso a partir de materiales autobiográficos del biografiado– no es la vivida y ningún relato puede reconstruir los episodios de una vida tal como exactamente fueron experimentados; y que debido a que el pasado no se puede reconstruir fielmente, y menos en su totalidad (ni siquiera con la más detallada cronología ni catálogo de acciones), siempre constituirá una interpretación parcial y fragmentada de una vida? Más difícil aún: ¿cómo escribir una biografía, o parte de ella, cuando quien la escribe se propone reconstruir –imaginar, conjeturar– como habría escrito su biografiado un proyecto no realizado, con el agravante de que los materiales sustantivos para hacerlo se perdieron en alguno de los caminos de la vida?
Si toda investigación es una aventura, escribir una biografía es una especie de salto al vacío. No se trata sólo de presentar un relato vívido que capte –hasta donde sea posible– los matices de la personalidad de un individuo, sino que implica una mezcla de géneros: historia, política, sociología, periodismo, crítica literaria, psicoanálisis, ética y filosofía. Y ciertamente, requiere una muy especial capacidad de interesar al lector. Quien escribe una biografía trabaja a la manera de un detective que persigue a un criminal (el cual, en el género biográfico, es el biografiado), siempre a la caza de alguna huella que le permita armar el puzzle y resolver el enigma. Su punto de partida es una mesa de trabajo con materiales dispersos: notas, fichas, mapas, revistas, libros, cartas, memorias, testimonios personales, recuerdos, confesiones, semblanzas íntimas, diarios, crónicas, genealogías. Pasión, curiosidad y admiración son, asimismo, las características un buen biógrafo. ¿Acaso la escritura de una biografía –en particular si el protagonista está muerto– no se convierte en una experiencia casi mística, en la que el alma del biografiado se apodera del cuerpo del biógrafo, fusionándose uno en el cuerpo del otro? ¿Cómo puede entonces, quien escribe, evitar perderse en la memoria de la figura biografiada? ¿Cómo vivir tribulación de haberse convertido en rehén de los documentos que le sirven de fuente? El historiador que escribe una biografía es, ante todo, un lector paciente que dedica años de su vida a ponerse en los zapatos del sujeto que estudia, hasta encontrar el rayo de luz que le permita descifrar alguna huella, algún rasgo esencial de una vida y con ella comenzar también a iluminar una época.
Ese ha sido (imagino) el camino que ha seguido Luis Alberto de la Garza para escribir este libro: Carlo Vidua. Un viajero por la libertad, antecedido por En busca de una identidad: Carlo Vidua, un viajero piamontés del siglo xix (México, unam/conacyt, 2003). Si el primero reconstruía las andanzas por el mundo de un noble saboyano que rebelándose contra el destino prefijado por su padre y contra una identidad irrenunciable, eligió el viaje no sólo como objetivo de vida sino como forma de conocimiento, el segundo se centra en la visita a México del viajero Vidua, misma que tenía un objetivo muy concreto: escribir una historia de la Guerra de Independencia que sirviera como ejemplo para la unificación italiana a partir de su liberación de las potencias extranjeras, desde de su más profundo interés político: comprender cómo se construye una nación en el convulsionado mosaico político y espiritual de Italia durante las primeras décadas del siglo xix, época de contradicciones y utopías frustradas en un país en el que era todavía casi imposible construir un Estado y una identidad nacional similares a los que existían en el resto de Europa.
Luis Alberto de la Garza acompaña a Vidua en esta aventura del pensamiento, en la que un vasto repertorio de lecturas, idiomas y encuentros se entretejen con la vida misma del viajero. El problema es que el objetivo central de Vidua, escribir una historia de la Independencia mexicana, nunca se logra, y no sólo por la muerte temprana del personaje, sino porque sus cuadernos con notas sobre México y sus entrevistas a protagonistas de la historia se perdieron, aunque no así otro tipo de material recopilado por Vidua para escribir esa historia: folletos, artículos panfletos, bibliografía, hemerografía, etcétera. ¿Cómo reconstruir, entonces, sólo con con las notas elaboradas en otros viajes y las entrelíneas de sus cartas, de manera particular, y de algunas anotaciones que hizo en varios folletos y libros que recogió en México, (fragmentos reunidos y complementados) con notas que escribió a lo largo de su vida” (p. 15)
la historia que habría escrito Vidua? ¿Cómo introducir coherencia en un material caótico y huidizo?
Si ninguna narrativa histórica puede contar cómo fue con exactitud qué pasó, tampoco puede la biografía ser un relato fiel de la vida de una persona o de sus intencionalidades. El misterio de toda vida siempre se nos escapará. La narración del sí mismo, como también la del Otro, será siempre una tarea imposible, o más bien un laberinto, un caleidoscopio. La escritura de la vida de Otro sólo puede ser, entonces, una versión tentativa, aproximada, provisional, a ratos fantasiosa, siempre libre y especulativa. Es decir, una conjetura, una forma provisional de conocimiento. En este caso, más allá de explorar la visión que Vidua tenía sobre México a partir de los materiales que se ha conservado, Luis Alberto de la Garza conjetura sobre por qué Vidua no habría enviado sus cuadernos sobre México de la manera usual en la que enviaba otra documentación de sus viajes, y sobre cómo Vidua habría abordado la escritura de la historia de la Guerra de Independencia. A su juicio, y reconociendo la preocupación de Vidua por la imparcialidad y la verdad como primeras cualidades de un historiador, asume que su escritura habría sido desde una posición de espectador “no porque el hecho le fuera ajeno o se conservara al margen de los conflictos y los acontecimientos, sino por su comportamiento frente al análisis de los problemas, su búsqueda de objetividad frente a lo que veía y ante los materiales que recogió”.
Asimismo, a partir de la admiración de Vidua por la metodología de los historiadores franceses (aunque no por sus resultados), de la Garza conjetura que habría seguido su metodología: “referirse a la cronología, a la geografía para la ayuda necesaria, (dividir) la obra (en) correspondencia con los tiempos y señala con diligencia las épocas y los acontecimientos principales” (p. 299). Siguiendo con las conjeturas, el biógrafo señala que el libro histórico de Vidua se habría escrito con base en las entrevistas realizadas, las visitas a los lugares donde tuvieron lugar los acontecimientos principales, el conocimiento de la cronología y la geografía del país, la cuidadosa lectura de libros de viajeros, obras de historia, colecciones de periódicos y la más precisa información sobre las principales instituciones del país. Todo ello, a través de una prosa precisa, contundente, sin retórica, orientada por el fin último de “observar los conflictos generados en la invención del nuevo país, lo cual le permitiría enjuiciar los males del dominio extranjero” (p. 303), para comprender mejor cómo podría Italia independizarse de las potencias extranjeras que la sometían y proceder a su propia unificación.
Ciertamente, toda biografía atribuye a la subjetividad un valor de conocimiento, pero ella misma es una paradoja. Por una parte, el biógrafo, al estar implicado en el campo del biografiado, crea con éste una interacción inextricable y recíproca, lo cual imposibilita cualquier presunción de conocimiento objetivo. Por la otra, debe guardar cierta distancia con su protagonista para que su texto no se convierta en una hagiografía laudatoria. En todo caso, todo relato biográfico es, antes que nada, un texto interpretativo, aunque en él estén presentes problemas tales como la singularidad en la historia, y un renovado interés por los estudios de caso. La biografía como género está hoy en el centro de los debates de la historiografía contemporánea, y los textos de Luis Alberto de la Garza se inscriben por tanto en una línea que los historiadores, a lo largo de muchas décadas, se habían empeñado en ignorar.