Sr. Director: Como todos sabemos, la medicina no es una ciencia exacta. Tampoco lo son las determinaciones de muchas de las pruebas diagnósticas que tenemos a nuestro alcance; éste es el caso de las pruebas de imagen que, si bien son un arma de primer orden en la detección de una enfermedad, carecen de la especificidad de un detallado estudio histológico; por ello, la unión de ambos desemboca en diagnósticos que, además de una gran sensibilidad, tendrán una especificidad cercana al 100%. En ocasiones, será únicamente el estudio histológico el que determine la verdadera naturaleza de las lesiones que, si bien clínicamente y según el estudio por imagen apuntan a malignidad, resultan en última instancia lesiones del todo benignas. Éstas, en ocasiones son simples anécdotas que, sin embargo, han originado gran preocupación en los profesionales que han intervenido en su estudio. Es el caso que traemos a colación.
Se trataba de una paciente a la que se le realizó una colectomía izquierda debido a una lesión estenosante, diagnosticada de adenocarcinoma en estadio B2 de Astler y Coller y, por tanto, sin evidencias de metástasis ganglionares. En el estudio postoperatorio de la cavidad abdominal se observó una lesión ovoide de densidad heterogénea en la cúpula vesical, en la parte externa respecto a su superficie. Dicha lesión, de 2 cm de dimensiones máximas, se informó clínicamente como metastásica, y se volvió a intervenir a la paciente para realizar su exéresis. Se remitió a nuestro servicio un fragmento cuneiforme de tejido calcificado, de apariencia fibroadiposa, pero con áreas hemorrágicas periféricas. Al corte se apreció una consistencia firme. El detallado estudio histológico demostró la presencia de grandes vacuolas grasas de contornos polilobulados, rodeadas de una intensa respuesta fibrosa estromal (figs. 1 y 2). En torno a las áreas de tejido graso se observaron ribetes de células gigantes multinucleadas, así como áreas focales no sólo calcificadas, sino con metaplasia ósea (sustancia osteoide) que justificarían la gran dureza de la lesión al corte (fig. 3). Asimismo, se apreciaban focos de hemorragia que completaban la correspondencia macro/microscópica. No se apreciaron signos histológicos de malignidad. Con tales hallazgos se emitió el diagnóstico de apéndice epiploico torsionado-infartado. Se trata, pues, de un diagnóstico de benignidad que puede convertirse potencialmente en una rica fuente de falsos positivos en los casos en que se forman bridas o reacciones fibrosas posquirúrgicas que determinan la compresión y el estrangulamiento del cuello de los apéndices epiploicos, lo que conduce a su necrosis. Las respuestas secundarias de calcificación y osificación, si bien inespecíficas, pueden añadir un factor de incertidumbre a la situación. Con esta comunicación queremos llamar la atención sobre una situación que, aunque anecdótica, crea una gran aprensión en los clínicos y los pacientes; desgraciadamente, conlleva un segundo tiempo quirúrgico, pues sólo la histología puede determinar la verdadera naturaleza de dicha lesión.
Figs. 1. Apéndice epiploico torsionado. Vacuolas adiposas en torno a las que se observa tegido fibroinflamatorio. (HE,310).
Figs. 2. Apéndice epiploico torsionado. Detalle histológico. (HE, 320).
Figs. 3. Apéndice epiploico torsionado. Vacuolas grasas y metaplasia ósea. (HE,320).