En años recientes, ha sido notorio el aumento de las infecciones fúngicas invasoras (IFI) producidas tanto por levaduras como por mohos y que se caracterizan por altas tasas de morbilidad y mortalidad1–4. Las IFI se catalogan como oportunistas, dado que se manifiestan en pacientes con enfermedades de base o que presentan fallas en su respuesta inmune, circunstancias estas que hacen necesaria su hospitalización en unidades de cuidado intensivo1–4. El incremento de las IFI fue anotado desde comienzos de los años 2000, cuando se demostró que hongos considerados como saprofitos eran, a pesar de todo, capaces de producir enfermedades graves en hospederos debilitados5–7.
Si bien ciertos hongos como Candida albicans y Aspergilllus fumigatus son considerados como los agentes etiológicos principales de estas patologías sistémicas, es evidente que la epidemiología y la etiología de las IFI está cambiando en forma notoria tanto en Estados Unidos y Europa como en América Latina3,6–9. Es así como las especies de Candida no albicans y otras levaduras más inusuales como Blasto-schizomyces capitatus, Rhodotorula rubra y especies de Trichosporon y Malassezia, entre otras, figuran como causantes de afecciones fúngicas graves3,8–10. También están involucrados aquí algunos mohos septados hialinos como Pseudallescheria boydii, Scedosporium prolificans, especies de Fusarium, Acremonium y Paecilomyces4,7–9. Igualmente graves suelen ser las patologías producidas por los mohos septados pigmentados como Cladophialophora bantiana, Dactylaria gallipava, especies de Bipolaris, Exophiala y Alternaria4,11–12. A los anteriores agentes se agrega el número, aún en expansión, de los diferentes Zygomycetos (mucorales), mohos aseptados de crecimiento acelerado, que ahora figuran como causa de procesos invasores de alta mortalidad y que, adicionalmente, son refractarios a las terapias convencionales4,7,13.
Es aquí cuando el problema se agrava dado que el número de antifúngicos activos contra los hongos mencionados es pequeño, y además, un número apreciable de casos ocurre en niños cuyo tratamiento suele ser más difícil14. Si se trata de patologías atribuibles a Candida glabrata o a Candida krusei, su resistencia a los derivados azólicos entorpece la terapia y la hace subóptima14,15. En pacientes con malignidades hematológicas, la ocurrencia de fungemia por especies de Trichosporon es de pobre pronóstico, debido a su resistencia a la anfotericina B y a las equinocandinas16. Otros microorganismos levaduriformes como son las especies de Geotrichum, Hansenula, Malassezia y Saccharomyces pueden causar no solo procesos fúngicos graves, sino también dilemas terapéuticos10,14–16.
En vista de los problemas anteriores, se ha recurrido a la profilaxis de aquellos pacientes con factores de riesgo en enfoques farmacológicos17. Se han conducido estudios profilácticos en niños y adolescentes18, y se ha analizado, además, la conveniencia de realizar la profilaxis con medicamentos activos contra los mohos en lugar de los usuales dirigidos contra levaduras19.
Los progresos anteriores contrastan con lo logrado desde el punto de vista del diagnóstico de estas afecciones fúngicas invasoras. El citado diagnóstico depende, en esencia, del aislamiento del agente causal a partir de hemocultivos y especímenes recolectados de sitios normalmente estériles20. No obstante, la presencia en el suero de marcadores biológicos como el (1,3)-βD-glucano puede guiar tempranamente hacia el diagnóstico correcto21. Dos estudios recientes de tipo metaanálisis señalan las ventajas y anotan las inconsistencias que presenta la detección de este componente micótico al concentrar la atención en las IFI y al permitir su diferenciación de aquellos procesos no fúngicos22,23. Si fuera posible implementar la prueba bajo condiciones estándar y fuera interpretada cuidadosamente, luego de valorar sus limitaciones, la prueba del (1,3)-β-D-glucano afianzaría su importancia en la práctica médica22,24.
A pesar de que las IFI tienen una incidencia comparativamente menor que aquella de las infecciones causadas por bacterias multirresistentes y virus, su significado para el paciente y los elevados costos de su tratamiento hacen de ellas un verdadero reto para la comunidad médica23.
En este número de Infectio, se han reunido contribuciones a cargo de prestantes investigadores que conocen la importancia de las IFI y son concientes de la necesidad de expandir el conocimiento sobre ellas, de manera que sean tenidas en cuenta en el diagnóstico diferencial con otras patologías y se proceda a arbitrar los recursos diagnósticos que permitan llegar más pronto al diagnóstico y al tratamiento específico.