Las palabras clave de este libro lo enmarcan como “Filosofía Contemporánea y Teoría del Conocimiento” pero es a la vez una obra poco común e innovadora. El título es ciertamente llamativo al tomar el dictum de Descartes que ha matizado el pensamiento de Occidente: cogito ergo sum (pienso, luego existo), y modificarlo todo cambiando el cogito, pienso, por un cogitamus (pensamos) que nos saca de las habituales casillas y nos insta a pensar, e incluso a imaginar, de otra forma: pensamos, luego existimos. El autor parece estarse refiriendo a un Yo que piensa como si estuviera realmente separado de los otros, y como si los límites de ese Yo fueran claros, cuando en realidad están lejos de serlo. Es un intento de despersonalizar los conflictos, de desindividualizarlos, si se me permite decir esto, y de abordar los problemas, en este caso las humanidades científicas, para enfocarlos bajo otra perspectiva que nos lleve a otra forma de pensar: un pensar en plural; es decir con los otros. Como dice ese también maestro que es Gilberto López y Rivas, que nos revela el pensamiento indígena (mesoamericano y del sur), un no pensar como individuo, sino como comunidad y no basándose en el derecho positivo, que le dice poco, sino en el derecho indígena comunal, como lo muestra este maestro en varios de sus libros.
Latour declara desde el principio que no es fácil mostrar el peso de cosas grandes en pocas palabras (salvo en la poesía, que no es el caso) y solicita nuestra paciencia para llegar al final de su libro y entonces comprender, quizá, lo que quiere decirnos: que las ciencias y las técnicas ya no son tan autónomas como se han presentado y se siguen presentando. Algo ha pasado, como si la abundancia de información hubiera logrado que estos dominios antes netamente separados, se acercaran y relacionaran a estas ciencias y técnicas con la historia y la cultura, y la literatura, y con la economía y la política. Como si nuestras herramientas informacionales nos echaran el mundo encima y lo pusieran frente a nosotros sin que pudiéramos apartarnos. Creo que hay algo de este desplazamiento en el enfoque que propone este intelectual europeo. Su curso, nos anuncia, será sobre un dominio que parece inabarcable por lo vasto, pero que ha afectado la existencia desde sus albores, y paradójicamente es también tan reducido que se apoya apenas en algo más de una docena de conceptos. Su curso, dice, versará no sobre las ciencias y las técnicas, sino sobre algo que se ha convertido en una mezcla más bien rara que es lo que produce esto que hemos denominado humanidades científicas. Diversidades que ya no suscitan amores o aborrecimientos sino que han logrado que nos interesen ambas de verdad y a la vez. Extraña alquimia de los tiempos modernos, pero que puede alejarnos de eso anterior y darnos otras perspectivas.
El propósito que llevó a Latour a escribir las “seis cartas” en las que se basa su curso sobre humanidades científicas fue, en principio, ayudar a una de sus alumnas que tenía problemas para asistir a él y así pudiera tomar éste a distancia: un curso electrónico. Pero él seguramente advirtió que sería posible incluir a una audiencia más vasta (los posibles lectores) y entonces se le ocurrió convertir su curso en un libro, gracias a lo cual nosotros podemos acercarnos, en alguna medida, a sus clases de e-aprendizaje por carta, las cuales se complementan con unas nutridas notas al pie de página que configuran un aparato crítico muy completo y que está a nuestro alcance (si sabemos o nos allegamos ayuda para hacer que nuestras computadoras y sus posibilidades nos acerquen también a esos abundantes materiales de referencia). Lo que tenemos que hacer es seguir a Latour y su alumna, y todo lo que ellos necesitan es una bitácora –que llevan tanto su alumna como él, y las cuales irán marcando el rumbo–, y buenos y suficientes materiales de estudio que nos ayuden en la travesía bajo la guía del maestro.
Participamos pues, en buena medida, en eso a lo que según Latour se resume su curso: “[…] una lectura atenta de la actualidad”, aunque también al mismo tiempo declare modestamente: “[…] partir de nociones no del todo elaboradas” (p. 16) que se basan en la historia, la filosofía, la sociología (y también la política y la filosofía), ciencias en las que él se ha movido con agilidad y que ha contribuido a desarrollar con la publicación de varios libros, algunos de los cuales se incluyen en sus referencias. Es él un autor traducido y comentado, a estas alturas, en buena parte del mundo.
No puedo evitar que las nociones de interdisciplinariedad, multidiscipli-nariedad y aun transdisiplinariedad re-suenen y resalten como enfoques que parecen buscar fines similares a los que les plantea este profesor a sus alumnos: partir del entorno y lo que hay en él, esa superabundancia de información que nos rodea por todos lados: periódicos, revistas, libros, computadoras y todos los recursos de Internet, más las bases de datos, bibliotecas electrónicas y todas las otras invenciones que siguen multiplicándose y que están llevándonos hacia otros rumbos y otros resultados, como obviamente, me parece, estábamos necesitando.
El autor nos muestra una transformación en curso que a él se le ocurre llamar nuestras actuales “humanidades científicas” pero resaltando el cogitamus, el pensemos, el nosotros, y no el yo, en las nuevas circunstancias mundiales, porque “[…] resulta imposible reflexionar sobre las crisis ecológicas [que es de donde parte su curso] […] sin entender el carácter colectivo y concreto del acto de pensar y de demostrar” (contratapa del libro de Latour). Lo cual le confiere a este libro su carácter de pensamiento actual y genuinamente global (a lo McLuhan), en el sentido de abarcarnos a todos (la verdadera Aldea Global), lo cual aunque resalta nuestras inocultables diferencias (y de ahí las inevitables pero salvables controversias), las acoge en un mundo de todos y para todos, el cual habremos de coadyuvar a conformar. Mundo ciertamente difícil en el que tendremos que llegar a componer una realidad múltiple difícilmente concebible como un único entorno o medio ambiente (Umwelt) que convenga a todos, y el cual habrá que conformar hasta llegar a una o varias soluciones, que impliquen pensamientos plurales, amplios, pues la muy variada diversidad augura indispensables conciliaciones entre los muchos para poder generar una solución que conforme a todos. Latour resalta la construcción de acuerdos que tomen en cuenta abiertamente las diversidades que caracterizan a nuestro mundo (“multiverso”) antes de arribar a una solución parcial y seguramente variada, porque “[…] no hay un [único] super Umwelt (entorno) capaz de englobar de una vez a todos los seres vivos” (p. 181).
El curso de Latour parece surgir del desasosiego causado por el relativo fracaso de la reunión de Copenhague del 2012 sobre las transformaciones del clima, año en que también se publica este libro, y que dio lugar a una disyuntiva que el profesor plantea como importante para “toda la vida en la Tierra” y que se juega, por una parte, entre: “dos visiones de él […] un mundo que se está hundiendo ante nuestros ojos” como sostienen “las previsiones catastrofistas de ciertos ecologistas” y las “declaraciones tranquilizadoras que nos dicen que para salir del apuro […] tenemos [sólo] que calmarnos y depositar nuestra confianza en el desarrollo de las ciencias y las técnicas” (ambas citas de la p. 15).
¿Elegir entre el Apocalipsis y un futuro radiante? se pregunta Latour, y se responde “Más bien, creo que hay que retroceder un poco tratando de indagar de dónde pueden proceder sentimientos tan contradictorios” (p. 15).
Y es que para Latour tales ciencias y técnicas no son en realidad tan autónomas como se presentan, y lo que hay que hacer ante eso es buscar el vínculo real que tienen éstas con la historia, la cultura, la economía, la literatura, la política, y el resto, y es esto lo que se propone rastrear hasta encontrarlo este profesor, junto con sus alumnos, y guiarlos para que vayan estudiando estos vínculos que, lejos de exponer como autónomas a tales ciencias y técnicas, irán mostrando su innegable involucración con nuestra vida cotidiana en este planeta. Para ello el maestro insta a sus alumnos a elaborar una bitácora en la que anoten todo aquello que muestre esta convivencia estrecha con la información (no conocimiento, eso todavía no, eso es lo que van buscando el grupo y su maestro: mucha información y trabajarla, digerirla, organizarla…).
Un ejemplo que le da Latour a su alumna es un ítem de la bitácora que él mismo también lleva; se trata de lo aparecido en el famoso diario Le Monde el 5/IX/2009: La crisis pone en tela de juicio el saber y lugar que ocupan los economistas, a los cuales acusa de no haber previsto la crisis sino, al contrario, de haberla ampliado “[…] por haber confiado excesivamente en la macroeconomía, en el mejor de los casos espectacularmente inútil y, en el peor, resueltamente nociva” (ambas citas en p. 20).
Latour sostiene aquí que las ciencias ya no pueden ser cuerpos ajenos que deban mantenerse a distancia de todas estas cuestiones como si fueran “indignas” de ellas (como si con su involucración con lo cotidiano se mancharan las manos de la ciencia). De hecho poniendo un ejemplo más de esta conversión, le dice a su alumna que “[…] la economía es una ciencia social, pero se encuentra extendida por todas partes e interviene en todos los aspectos de nuestra vida, tanto como la química o la medicina” (p. 21).
Y para mostrar que desde hace mucho la ciencia no se encuentra en estado de autonomía y aislada, Latour recurre a las Vidas Paralelas de Plutarco y narra extensamente cómo Arquímedes, el mayor sabio de la época, ayuda al rey Hierón de Siracusa a enfrentar al general romano Marcelo (el mundo tal cual era) quien pese a todo al final triunfa, pero no sin que Latour ya nos haya mostrado antes cómo la ciencia de Arquímedes que al principio se mostraba como “[…] completamente autónoma […] se encuentra en absoluta continuidad con la técnica y las cuestiones de defensa” (p. 28). Lo que el profesor se propone aquí es que sus alumnos encuentren ejemplos de esta involucración entre ciencias y técnicas con las preocupaciones políticas, las disputas, la ideología, la religión… Nada de que existe un “[…] corte entre las ciencias y el resto de la existencia” (p. 31) (o viceversa, que la existencia cotidiana poco tiene que ver con aquéllas). Porque todo eso está cambiando.
Las palabras de Latour:
[…] es que ya no tenemos que abordar la ciencia y la política como dos conjuntos disjuntos que se mirarían frente a frente y cuya intersección común sería necesario buscar. Tenemos en cambio dos tipos de actividades que, a grandes rasgos, van en la misma dirección [la del mundo, la de nuestra época] y cuyos recorridos van a entreverarse y a desenredarse con el correr del tiempo. (p. 34)
Otro ejemplo que elige Latour con la intención de acercarnos a nuestro mundo es el de la píldora anticonceptiva, en Francia. Es claro que ante visiones o nociones como éstas, nosotros tenemos que hacer siempre los ajustes necesarios para nuestro entorno, que a veces serán muchos y otras no tantos; seguramente los ejemplos y las referencias variarían según las circunstancias específicas de cada lugar.
En el caso de las píldoras anticonceptivas Latour nos cuenta que fueron necesarios los rodeos, las composiciones y la participación de una militante feminista que quería sacar de la desdicha a cientos de mujeres; una viuda, heredera de una inmensa fortuna, que no era ni siquiera verdaderamente feminista, y un muy buen químico (evito los nombres) que no contaba con los medios materiales para lanzarse “al ruedo” como dice Latour, más la familia de las moléculas llamadas esteroides. Se podría contar que se trató de la simple “irrupción de los esteroides” en el mundo, pero en realidad lo que sucedió fue una serie de “rodeos” (traducciones), como los llama él, donde al final todo se vuelve secundario. ¿Quién es el responsable de ese movimiento conjunto?
Un historiador podría decir que sin la labor de los activistas la química no se habría vinculado con la reproducción, o que sin la innovación de la industria química nada se hubiera logrado en cuanto al descubrimiento de los esteroides. ¿Pero cómo separar aquí la ciencia y su vinculación, por ejemplo, de las costumbres, de la economía o del mundo? Este intelectual que es Latour sostiene que la acción colectiva es necesariamente sinuosa y se mueve a través de estos rodeos; composiciones que habrán de “barajar” elementos de orígenes muy diferentes. Y lo que les aconseja a sus alumnos es evitar las precipitaciones y no tomar partido inmediatamente, sino aminorar la marcha y tener paciencia, y adoptar actitudes diferentes a las habituales. Groucho Marx lo diría quizá así: “No es como si fuera un mundo nuevo, no hay que dejarse engañar; es un mundo nuevo”.
Las bitácoras del profesor, de su alumna (y de los otros alumnos) muestran también lo que Latour declara en una segunda carta, que: “[…] la materia de [su] curso no tiene fronteras bien definidas ¿[…] cuánto tiempo puede seguirse un curso de acción cualquiera –cuántas líneas de un artículo, cuántas frases de una conversación– sin que se mencione más o menos explícitamente la interposición [la traducción, o el enfoque distinto] de una técnica o de una ciencia natural o social […]? Los ejemplos empiezan a pulular” (p. 46).
Como si nuestra época tendiera a establecer vinculaciones inesperadas entre las ciencias y las técnicas y con lo que sucede a nuestros alrededores, incluso estableciendo brechas, haciendo agujeros, forzando cursos de acción, desviaciones: la información por todos lados, Latour pone el ejemplo de su computadora descompuesta, ante lo que debe recurrir a buscar ayuda en el helpdesk (escritorio de ayuda) de su universidad, lo cual lo lleva a reflexionar y darse cuenta de que a veces ni siquiera advertimos claramente la existencia de un instrumento mediador entre nosotros y nuestros objetivos (la “compu”) o a darnos cuenta de cómo nuestros dispositivos también se engarzan unos con otros. O como sucede a veces con los médicos, por ejemplo, cuando alguien se enferma y ellos no se ponen de acuerdo sobre la manera exacta de curarlo “[…] lo que se presenta cada vez con mayor frecuencia” (p. 50). Ante un caso así, Latour recomienda “[…] dar un paso al costado que obliga a reclutar otros actores, quienes hablan otro lenguaje y disponen de otras competencias y una hilera imprevista de rodeos […] la acción se ha vuelto compuesta, o mejor, heterogénea […]” (p. 51). El profesor acaba de decirnos unas páginas antes “[…] las ciencias y las técnicas están extendidas, metidas en partículas diminutas por todas partes en una forma […] intersticial” (p. 46) y se precisa de una “interstición” [o de una traducción], eso que se mueve entre los intersticios de una ciencia o de una técnica.
Aquí de nuevo, es otra perspectiva que se entromete, las ciencias están incursionando o convirtiéndose en transdisciplinarias o interdisciplinarias sin que hayamos encontrado todavía, bien a bien, formas adecuadas de ir haciendo estos acercamientos entre las ciencias y ampliándolos. O quizá sea que no existe una sola forma de hacer interdisciplinariedad sino que cada conjunto sea una forma nueva de conjuntar las ciencias (y técnicas añadiría Latour) que se necesitan para resolver un conjunto de problemas que hoy se enfocan como juntos, compuestos y no separados. Se experimenta ya y existen muchos casos, y cada vez más, de vinculaciones exitosas entre varias ciencias, y se recurre a esto cada vez más y más.
En el ejemplo del profesor su compu-tadora de simple pasa a ser múltiple; de unificada deviene en desacordada; de inmediata pasa a estar mediada; de rápida se convierte en lenta “[…] el objeto técnico pasa a ser socio-técnico y debe ser manipulado por un grupo de personas en desacuerdo parcial y que somete a toda clase de pruebas a la pc para entender de qué diablos puede estar hecha” (p. 50).
Por eso hay que tener en cuenta los dos discursos “[…] las humanidades sin las técnicas no son sino monerías” (p. 59). Hay que tener muy en cuenta los dos (o aun más) discursos, porque éstos son simultáneamente verdaderos. Lo que hay que hacer es multiplicar los enlaces y las implicaciones para “[…] absorber todas las correlaciones, todos los enlaces de los cuales nos hemos hecho poco a poco responsables […] Aunque las historias resulten casi inconciliables […] los fenómenos que reúnen son exactamente los mismos […] toda la vida en común depende de este acuerdo imposible” (p. 69). Imposible hasta ahora, quizá a la larga se pueda llegar a él. De hecho las cosas que suceden en nuestras sociedades y ciudades son cada vez más complejas, piénsese, por ejemplo, en todo lo que produce, precisamente, el propio cambio climático, o aun un acontecimiento un poco más “aislado”, como un tsunami, o como lo que se presenta hoy (2014) en el estado de Michoacán de México, por ejemplo, donde de inmediato y de repente muchas cosas se conjuntan: la política (el orden, el ejército, la Constitución, las autodefensas, las leyes, las drogas y todas sus secuelas…); la economía (la producción agrícola y su diversidad, el agro, la seguridad-inseguridad, y además también de nuevo la política y el orden, la corrupción, el narcotráfico, la pobreza, la desigualdad) etc. Y aquí todo esto ya no sólo llama sino que exige la participación de la sociedad y sus grupos, sus ciencias, científicos… y todo lo demás; todos los demás. Si es que de verdad queremos parecer seres humanos.
Por cosas como éstas pensamos que el llamado de Latour, ese cogitamus pensamos, es una convocatoria a no pensar más sólo individualmente, como un Yo separado de todos los otros, sino como una pluralidad basada en una serie de resoluciones y actuaciones ya no sólo de la persona aislada, sino de las personas, de los grupos, de las poblaciones. Más que un cogitamus, pensamos, creo, se implicaría un cambio de modo gramatical del indicativo al subjuntivo: pensemos, que además nos invoca, nos llama a que pensemos, necesariamente juntos. ¿Abandonar al Yo? De ninguna manera, no podemos, no es tan fácil, y además no se trata de eso, sino de modificar algunas de sus perspectivas, que lo fuercen a considerar al otro, a los otros, con quienes formamos una unidad, una comunidad… todos.
Será quizá que nuestro mundo moderno nos impone cambios per se porque las cosas no son ya como antes, sino que ahora está ahí un llamado, o muchos, a resolver conjuntando fuerzas, necesidades, posibilidades y poblaciones y/o grupos… cogitamus...
Volvamos al texto de Latour. Por lo general “[…] estamos hablando de objetos cuya delimitación es demasiado grosera para que uno pueda saber siquiera cómo estar ‘a favor’ o ‘en contra”’. Por eso lo que propone es presentarlos de manera “[…] por completo diferente […] aprender a describir situaciones de las cuales las ciencias y las técnicas forman parte, pero adoptando modos cada vez diferentes, siempre sorprendentes y que posibiliten la discusión” (ambas citas en p. 73). Aminorar la marcha, de nuevo, les pide el profesor a sus alumnos. Es, otra vez un llamado a desarrollar eso intersticial de las ciencias que está en todas partes y se ha colado a la realidad, porque cada vez se nos presenta como mucho más compleja para los seres humanos separados.
En las tres últimas cartas Latour se aplica a aconsejarles a sus alumnos a enfrentar la complejidad moderna en la que se encuentra envuelto nuestro mundo y sus nuevas condiciones tan influidas y modificadas por las nuevas tecnologías y todo lo relacionado con ellas. ¿Qué hacer? Difícil hacer coincidir a las ciencias con la sociedad, ambos relatos tienen voz, voces y… nada es transparente. Por eso entre las recomendaciones de Latour está la de reunir la bitácora y trabajarla hasta que empiece a ser suficiente y se empiecen a entender sus implicaciones “[…] no podemos separar ni hacer coincidir por completo ciencias con sociedad […] ambos relatos son verdaderos […] No existe saber asegurado si no se lo retira del ágora, si no se lo hace pasar por el laboratorio” (p. 150). Lo que hace él es guiar a sus alumnos entre esos recintos, se trata de científicos sociales de posgrado y lo que hace es conducirlos, “[…] hay que debatir hasta el final” les dice (p. 148). El debate, no la controversia, aunque no hallarán tampoco la unanimidad, ante la que también habrá que replegarse hasta encontrar una operatividad empírica, instrumental, y ésa ya será una humanidad científica; que no está ni con la multitud ni con la torre de marfil. Y tampoco se puede permanecer en el laboratorio, les recuerda, hay que regresar al ágora y seguir la sístole y diástole de las ciencias (cogitamus de nuevo). Nada puede simplificarse. Cabe repetir que a todo lo largo del e-curso, Latour acompaña a su estudiante con una muy nutrida y amplia bibliografía de soporte que complementa lo que él va mostrando con los propios materiales de su bitácora y con los de su alumna. Es un acompañamiento lo que él hace en el “multiverso” porque no hay, y cada vez menos, lo que podríamos llamar un solo universo, más bien lo que tiene que alcanzarse, buscándose, es un modus vivendi, un modo de vida común, y aquí de nuevo la bibliografía (en este punto Le Public Fantome de Laurence Décreau, París, Demopolis 2008; Le Pulbic et ses problems de John Dewey, etc.) y así, muy apegadamente a cada nuevo paso o instrucción. Porque ya no se trata de lo que le pasa a la ciudad –la polis griega ni a la civis civilización–, sino de lo que le sucede a los mundos (los climas, los animales, las plantas, los virus, las neuronas, etc.) una cosmopolítica nueva constituida por ciencias y técnicas para los ciudadanos del mundo, para el cual ya no existe “[…] ninguna política que no to-me en consideración el cosmos y no ha-ya ningún cosmos que no pueda penetrar en las arenas de lo político” (p. 156). Porque ya no hay un único público ni tampoco un único universo, “[…] échenle un vistazo a sus libros de bitácora” para darse cuenta de que no hay más que el ensayo y las pruebas y el tanteo y la vacilación, la precaución y la exploración colectiva. Todo ello por lo pronto echando mano de la lectura del periódico (plataforma multimedia) que mezcla cotizaciones de la bolsa con noticias mundanas, sondeos, novedades, chismes, caricaturas “[…] todo un mundo de información sin otro vínculo que el de crear para cada lector la arena virtual […] donde nos repetimos de qué se compone nuestro mundo” (p. 159). Lectura del periódico y por supuesto de todo lo demás, los libros y la red y lo que ésta proporciona. Latour está convencido de que las controversias ya están aquí y que se sabe o se sabrá “quién le dice a quién que cosa, y con qué financiamiento cuenta, y qué instrumento, según cuál paradigma y con qué autoridad y en relación con qué industrias, intereses y visión del mundo” (p. 161). Porque en realidad dice el profesor que esas herramientas ya están aquí agrupándose en “plataformas” cada vez más eficientes y con gran poder discriminatorio y, sobre todo, aumentando cada día. Difícil describir en papel dice Latour, interfaces que ya existen en la pantalla. Y cierra su quinta carta-clase diciendo: “Del cogito no puede deducirse nada, ni siquiera que ‘existo’. Pero del cogitamus puede decirse todo, por lo menos todo aquello que importa para la composición progresiva de un mundo que habremos finalmente pensado, pesado y calculado en común. ‘Pensamos’, luego estamos embarcados en común en un mundo que aún hace falta componer” (p. 166).
Imposible decir todo lo que se querría en una reseña, por eso les convendría leer este libro. “Resulta imposible reflexionar […] sin entender el carácter colectivo y concreto del acto de pensar y de demostrar” (contratapa del libro). Al parecer nuestras herramientas modernas empujan mucho para llevarnos hacia este cogitamus, quizá resolveremos las cosas muchos más de nosotros y no como solíamos antes, pero antes tenemos que involucrarnos con el otro y participar de todos los modos que vayan saliendo a nuestro encuentro. Y lo que Latour intenta es mostrarles a sus alumnos cómo ha hecho y como sigue haciéndolo él; y recurre, a manera de prueba, a un curso electrónico, pero sobre el cual también escribe un texto (y aquí participamos nosotros) no es un texto de tan fácil lectura, pero vale la pena, me parece.