En el universo iridiscente de los libros se pueden encontrar especímenes de diversa índole por gracia de su contenido, que bien podrían dar pie a una profusa y peculiar tipología: así podemos caracterizar a aquellos libros cuya matizada variedad se puede circunscribir a ofrecer diversión, como es el caso de los libros de literatura que, incluso, según su calidad pueden transitar desde la diversión más silvestre hasta el goce mayormente espiritual. También se pueden identificar los libros que son vehículo de conocimiento como los de carácter científico, que a su vez pueden ir de la sencilla exposición didáctica de divulgación de los arcanos conocimientos de la ciencia hasta la más compleja e ilegible (para el vulgo) abstracción científica. En el universo bibliográfico circulan con altivez los libros que son producto de la reflexión, como los de índole filosófica, los cuales a su vez se extienden desde la reflexión de lo inmediato y tangible hasta lo más trascendente y celestial. Por último, y para no ampliar más esta tipología, se pueden mencionar los libros cuya única ambición es informar, como son los diccionarios, las enciclopedias, los prontuarios, etc., cuya información puede ir desde la más breve y esquemática hasta la más profusa y sistemática. El universo de los libros es aún más plural tanto porque hay más tipos de libros que los mencionados como porque se enriquece con los cruces y amasiatos que se dan entre tal multiplicidad de libros. Hay diccionarios que son tan gozosos como una novela o libros científicos que se erigen sobre una profunda reflexión. Pero entre esta multiforme variedad bibliográfica hay un tipo peculiar de libros cuyo sereno fulgor emana de la hondura de la condición humana que en ellos susurra: son los libros de sabiduría, los cuales se extienden desde la más fugaz epifanía que deja entrever algunas esquirlas de lo humano, hasta los más generosos recorridos en torno a las múltiples manifestaciones de la condición humana.
La progenie de estos libros que exhibe el sentido de lo humano es larga y caudalosa. En el mundo antiguo los libros de sabiduría ocupaban un lugar privilegiado porque eran una guía que mostraba un camino para bien vivir la vida, la vida buena, entiéndase, como aquella alejada de los alardes sibaríticos o groseramente materialistas. Así, la sabiduría conlleva comprender y aceptar la condición humana en la cabalidad de sus claroscuros y a partir de ello saber vivir la vida. Tal sabiduría transfigurada en escritura se plasmó en libros perennes que, incluso o más aún, en los tiempos oscuros siguen iluminando el camino para salir de la deshumanización en que se hunden los pueblos y las personas. El formato mayormente directo y preciso para expresar en escritura semejante sabiduría ha sido y es la concisión signada por la brevedad: una frase breve cuya concisa incandescencia muestra lo que somos como seres humanos. Y en el caso que nos ocupa estos aforismos sobre la lectura, esquirlas de sabiduría profunda, ponen de manifiesto la condición humana que preexiste en el acto de leer.
El libro Trataditos sobre el mundo de la lectura y los libros, compilado por Elsa M. Ramírez Leyva, sin menoscabo encuentra lugar en la mencionada estirpe de libros signados por la sabiduría. Como queda de manifiesto en el título su tema son la lectura y los libros. Y tales temas están expresados a través de los diversos escritos determinados por la brevedad: aforismos, proverbios, máximas, refranes, dichos que en conjunto pertenecen a esa ciencia conocida como paremiología y que la compiladora, tomando la definición de J. L. Peset, denomina “trataditos”. Estas frases modelo del género breve, que por otra parte dejan manifiesta la obsesiva delectación con que fueron compiladas por Elsa Ramírez, nos refieren ese hondo y sólido nexo que une a la lectura y la sabiduría. En la actualidad el tema de la lectura ha cobrado un notable interés por parte de distintas ciencias por lo que se llevan a cabo variadas investigaciones para estudiar y comprender esta fundamental práctica en sus múltiples escorzos. Pero el libro de Elsa Ramírez no deambula por las sendas trilladas de la investigación científica sino por las veredas laterales que en la medida que avanzan se desperdigan por incontables vericuetos que intuitivamente nos conducen a verdades profundas sobre el sencillamente complejo acto de leer.
Cada aforismo, máxima o proverbio sobre la lectura que nos brinda este libro, engarzados a semejanza de un collar de perlas, nos habla de lo que es o ha significado la lectura para los múltiples autores compilados, los cuales no nos hablan de la lectura como una actividad pedagógica, sociológica o histórica sino como una práctica con sentido que transforma y reorienta la vida del lector, lo que se contrapone a esa visión rudimentaria que concibe a la lectura instrumentalmente como una herramienta o competencia que permite descodificar un texto para acceder y poseer la información en él contenida. Estos trataditos, por el contrario, nos remiten a la significación del acto de leer por sí mismo y nos dicen que el instante mismo de la lectura tiene una honda significación porque pone en acción no sólo los dones intelectuales sino también los atributos espirituales (y hasta corporales) de los lectores, pues establece vasos comunicantes con el pensamiento, el espíritu, el sentir de los autores de los libros. Y en ese claro del bosque de la lectura en donde se encuentran autor y lector se manifiesta el sentido de lo humano. Tal es la sabiduría que nos ofrecen estas breves frases: en la lectura conocemos al otro, nos hermanamos con él; el otro no sólo entendido como el autor del libro sino como el representante de las demás personas a través del acto creador de las palabras. Lo humano se consuma y consume en el contacto con los otros y la lectura es un escorzo de ese contacto.
En un nivel práctico e inmediato, Trataditos nos conduce hacia la sabiduría de la mencionada condición humana de la manera más amena con esas concisas frases, las cuales en primera instancia son expresión de la experiencia como lectores de los autores de ellas, y en segunda es una invitación a aquél que las lee para convertirse en un lector. Y aquí esto requiere una observación: el que se tenga la competencia para leer, esto es, que se esté alfabetizado y que incluso se lean con alguna frecuencia ciertos textos, no confiere necesariamente el nombramiento de lector. Cada uno de los aforismos que aluden a la lectura son certeros y contundentes disparos que se incrustan en la conciencia y en la imaginación, los cuales de una u otra forma nos dicen: sigue con pasión y perseverancia la senda de la lectura y conviértete en un auténtico lector. Y de esa manera te vas a encontrar a ti mismo. Porque ser un lector es vivir y alimentarse permanentemente de toda clase de textos; es dejar que la lectura tome posesión de nosotros. Y con ese tejido de palabras escritas que ya forman parte de nosotros nos movemos por el mundo. Tejido verbal que al agregar un plus de experiencias y conocimientos a nuestras vidas nos humanizan más plenamente, como implícitamente nos lo dice el aforismo del gran filósofo republicano español José Gaos: “todo libro en que el autor pone su experiencia de la vida y su personalidad a disposición de sus próximos, enriquece en algo la experiencia y la personalidad de los lectores”.
Estos libros poliédricos hechos de breves joyas de sabiduría suelen ser leídos, y tal vez sea la forma más eficaz de hacerlo, de manera parpadeante e irregular. Como cuando ocasionalmente se abre el cofre del tesoro y sin premeditarlo se extrae la primera joya con la que topan nuestros ojos, prendados por sus fulgores. Esto implica tener en cualquier momento el libro a la mano, abierto imprevisiblemente en cualquier página y leer el primer aforismo que se cruce ante nuestros ojos. Y luego, he aquí lo trascendente de tan fugaz encuentro, dejar que su mensaje sobre la lectura se incruste en la espesura de nuestro espíritu para que el fulgor epifánico se haga presente. Pero el colofón es la ganancia: reflexionar para comprender su sentido (a semejanza de la lectura un koan en el Zen); lo que, por ende, estaría significando la transfiguración de un mero descodificador de textos a un lector de libros. Por supuesto, esto no significa abolir una lectura continua de principio a fin de cada uno de los aforismos hasta cubrir de un tirón el libro, porque en última instancia lo que nos está diciendo el libro de Elsa Ramírez es, a la manera de san Agustín, tolle lege, esto es, toma y lee y encuentra con ello la sabiduría que brinda la lectura.
Para citar este texto:
Alfaro López, Héctor Guillermo. 2016. Reseña de Trataditos sobre el mundo de los libros y la lectura, de Elsa. M. Ramírez Leyva. Investigación Bibliotecológica: Archivonomía, Bibliotecología e Información 70: 271-274. http://dx.doi.org/10.1016/j. ibbai.2016.10.012