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Vol. 30. Núm. 70.
Páginas 275-285 (septiembre - diciembre 2016)
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Vol. 30. Núm. 70.
Páginas 275-285 (septiembre - diciembre 2016)
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E. PARADA, ALEJANDRO. El dédalo y su ovillo: ensayos sobre la palpitante cultura impresa en la Argentina. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, 2012. 322 p. ISBN 968-987-1785
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Idalia García
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Hoy reseñamos un libro de título evocador que contiene los trabajos de un investigador consolidado que se ha caracterizado por un trabajo serio y metódico en la historia del libro y de las bibliotecas de la Argentina. Alejandro E. Parada vuelve a invitarnos a esta nueva propuesta bibliográfica, donde compila ocho de sus trabajos, publicados previamente de forma aislada y ahora acompañados de una introducción y de un prólogo, éste último elaborado por la colega Susana Romanos de Tiratel. El libro tiene en la tapa una imagen bellísima de una niña leyendo en medio de un laberinto, quien viste un sombrero azul con una flor amarilla. Es esa imagen la que perfectamente nos introduce en la compleja materia de este libro: las prácticas de la lectura.

Este libro es, como bien lo dice su prologuista, “una colección de ensayos” que ha sido estructurada y organizada en cuatro partes, que como ejes favorecen o facilitan la comprensión de los lectores. Parada es afortunado, porque tiene el privilegio de publicar un libro nuevo con textos viejos. Debemos decir que esto es una canonjía que se permite para ciertos autores, cuando llegado el tiempo, la sabiduría y la experiencia pueden compilar una parte de su producción. Casi siempre se trata de los más relevantes, más conocidos o, en el mundo de la Academia, los textos más citados. Ediciones de esta naturaleza son como el buen vino, el resultado de años de reposo y maduración y siempre aportan un sabor especial.

Tristemente este género, valioso en sí mismo porque se trata de la obra de un maestro y por tanto de su reconocimiento, ha sido mal empleado por algunos jóvenes investigadores que quieren acelerar la obtención de méritos o allegarse un reconocimiento mal habido o no merecido. Por esa razón muchos autores, con años de experiencia, declinan la invitación para hacer estas ediciones. Hay que apuntar su utilidad, pues en ocasiones congregan textos que por diferentes razones ya no son asequibles. Así, esta reseña debe empezar por el final, agradeciendo al autor la honestidad que representan las páginas 321 y 322, pues aunque simple es un ejercicio loable. El autor nos dice cuál es el origen de los textos, que ciertamente no son tan antiguos. Sin embargo, es una acción que debemos agradecer a Parada y que es importante difundir para que otros entiendan lo correcto de esta acción. Cuando no se hace, simplemente se miente y se estafa a los lectores. Por ello debemos apuntarlo, en tanto que la Academia debe liberarse de esas prácticas nocivas que tanto la han dañado.

En este contexto, podemos acercarnos a los textos incluidos en esta compilación: El libro antiguo y lo conjetural: aproximaciones con vocación latinoamericana; Una relectura del encuentro entre la Historia del Libro y la Historia de la Lectura: Reflexiones desde y hacia la Bibliotecología; Microhistoria bibliotecaria, Biblioteca y Revolución: otras resignificaciones en los inicios de la Biblioteca Pública en la Argentina; La Revolución, el bicentenario y la Biblioteca Pública: la construcción de los lectores de hoy por la Revolución de Mayo; En busca de los Reglamentos perdidos; Representaciones y prácticas de la lectura en el “Diario de la Juventud de Mitre”; y finalmente Cuando ellas dicen presente: Las mujeres y sus imágenes de la lectura y de la escritura en la revista “Fray Mocho” (1912-1918).

Ahora bien, debemos anotar la introducción que el propio autor ha hecho de su compilación y que acertadamente ha titulado con el mismo título de la edición y con el subtítulo: Hoja de ruta para las bibliotecas y los bibliotecarios. Este es un texto explicativo en el que el autor indica la temática que atraviesa a todos los textos aquí incluidos: la historia cultural, una disciplina en auge que pone en movimiento al interés de varias otras, en su gran mayoría ciudadanas de las humanidades y de las ciencias sociales. La protagonista principal es la lectura, una temática que en la mirada de esa historia cultural no ha conseguido atraer la atención de la bibliotecología, pese a que precisamente es en la biblioteca, institución problemática y compleja, donde se concentran todos los focos de esa misma historia: autores, editores, lectores y también otros repositorios. Nuestro autor distingue esta ausencia de conocimiento, en virtud de que este lugar es privilegiado en tanto destino de las formas y modalidades de la escritura, al igual que sus manifestaciones. Para Parada, el escenario bibliotecario puede y debe aportar diversas temáticas, materiales y preguntas de investigación a la historia cultural.

Ciertamente aquí debemos retomar los mismos ejes temáticos que el propio autor ha elaborado, así evitaremos perdernos en las diversas propuestas de lectura o de abordaje que los textos de Parada podrían propiciar. La compilación inicia con una primera parte titulada Nuevas improntas y gestualidades en el universo de las bibliotecas, que a su vez contiene dos textos. El primero de los textos de este apartado es El libro antiguo y lo conjetural: aproximaciones con vocación latinoamericana, en donde el autor intenta abordar a este singular objeto a través de la multiplicidad de las interpretaciones. En ese sentido analiza con detalle las diferentes miradas que definen o comprenden al libro antiguo, para puntualizar qué palabras se han empleado para definir a este objeto y qué pueden significar como vocablos en diferentes entornos disciplinarios, ya sea el de los anticuarios o el de los bibliotecarios. No se trata de un juego, sino de uno de los más complejos entramados terminológicos que posee un solo objeto: el libro antiguo. La antigüedad, la rareza, el valor, la curiosidad, el uso o la vejez son tan sólo algunas de las varias entradas que el autor propone analizar pese a la dificultad que entrañan dicha tarea.

Es un texto interesante, enmarañado pero bien documentado que ofrece a los bibliotecarios, a quienes está dedicado, una gama de preguntas cuya respuesta igualmente se convierte en un abanico de posibilidades. En este sentido son propuestas de investigación que el autor ofrece a sus colegas a través de sus propias investigaciones. En efecto, esa apertura se da por unas relaciones que van del objeto a la colección y viceversa, y lo que en ese camino se interpreta para los lectores, investigadores, coleccionistas, valuadores y, por supuesto, bibliotecarios, pues el autor nos dice que el libro antiguo “es una fuente de querellas y de sorpresas” (p. 47). Para no perdernos en esa marabunta de términos y posturas, nuestro autor ofrece un cierre para el trabajo donde puntualiza las once propuestas temáticas y metodológicas que ofrece para analizar al objeto libro antiguo y las relaciones que este objeto tiene con personas, acciones e interpretaciones históricas y presentes.

El segundo texto de ese primer eje temático lleva por título Una relectura del encuentro entre la Historia del Libro y la Historia de la Lectura: reflexiones desde y hacia la Bibliotecología. Quizá sea lo largo del nombre lo que nos advierte que estamos a punto de introducirnos en una laberíntica reflexión, en la que el autor nos invita a mirarnos en un espejo ya que “lo disciplinar existe y perdura porque su teoría, móvil y siempre mutable, se sustenta en su propia instrumentación” (p. 61). En efecto, Parada comienza retando al lector bibliotecario sobre aquella postura que entiende a la historia como un campo limitado y parcial de conocimiento, para apuntar:

Sin embargo, la limitación y la parcialidad, elementos inherentes a la búsqueda de la posible verdad, de ninguna manera sustituyen un obstáculo en la implementación del saber. Es más, su presencia nos hace más humanos en el momento de relacionarlos con los textos y sus sensibilidades solapadas. (p. 61)

La historia nos permite observar evoluciones e involuciones que explican incluso el nacimiento y el destino de nuestra profesión. Como Parada escribe, esa historia no es el resultado de un proceso lineal sino de otro marcado por avances y retrocesos. De esta manera nos muestra ese trayecto a través del propio desarrollo de la historia el libro y de la lectura, de las propuestas de estudio (como la cuantitativa y la serial) de los autores principales, de la forma en que conocemos y entendemos a esa máquina de lectura que es el libro. Sin duda, el olvido de nuestros anclajes en el pasado no suele considerar que este se constituye de una rica heredad manifiesta en múltiples objetos. Por ello, la historia de la cultura escrita es una disciplina en construcción pues debe resolver primero los significados de vocablos tales como prácticas, representaciones y apropiaciones. Después es necesario integrar nuevos documentos, que resalten la materialidad del objeto libro y el texto mismo, así como al lector o al corpus teórico, en un intento de nueva construcción.

El tercer texto en el mismo eje temático está titulado Microhistoria bibliotecaria, en el cual nuestro autor propone que las bibliotecas pueden ser estudiadas como espacios viables para la microhistoria. Primero nos aclara que “La microhistoria es, en primera instancia, una práctica, un método y un conjunto de procedimientos instrumentados por el historiador” (p. 104); después nos presenta las propuestas de los principales teóricos de esta área, como el italiano Carlo Ginzburg o el mexicano Luis González. Parada, siguiendo a Levy y a Ginzburg, explica que las características principales de la microhistoria son “la reducción de la escala en el momento de la observación, la interpretación microscópica y el estudio exhaustivo (en intensidad) de los materiales documentales” (p. 105). Sin embargo, he de confesar que el estilo campechano y más humano de don Luis González me parece más propicio para las definiciones. Así, para el historiador michoacano,

La microhistoria […] es un vocablo inédito o casi, todavía sin significación concreta reconocida, y si no bello, sí eficaz para designar una historia generalmente tachonada de minucias, devota de lo vetusto y de la patria chica, y que comprende dentro de sus dominios a dos oficios tan viejos como son la historia urbana y la pueblerina.1

La microhistoria “nace del corazón” decía Gonzalez, es la mirada histórica del terruño. Para nuestro autor es posible aplicar el estudio metodológico de la microhistoria a las bibliotecas “con especial y renovado vitalismo” (p.106), porque se trata de una forma de estudios culturales y sociales cuya mirada puede analizar las pequeñas fragmentaciones “en un estado de pureza total y huérfana de interpretaciones” (p. 107). Pero esta forma de hacer historia requiere de una conceptualización que permita acotar las fuentes útiles para hacer esta interpretación del pasado. Ahora más que nunca la propuesta de Parada cobra total vigencia, ya que se aprecian en todo el mundo un amplio desarrollo sobre la historia del libro y de las bibliotecas, en donde los estudios dedicados a la geografía latinoamericana siguen siendo bastante escasos. Este texto debe ser leído con extrema atención, especialmente por sus propuestas, entre las que debo distinguir la atención que ha puesto a la recuperación de los archivos institucionales, los de las bibliotecas, a los que solemos prestarle escasa atención y que podrían tener una enorme posibilidad de historias que contar.

La segunda parte de esta compilación se titula De la biblioteca tradicional a la biblioteca revolucionaria y se compone de dos textos. El primero es Biblioteca y Revolución: otras resignificaciones en los inicios de la Biblioteca Pública de Argentina, una institución a la que nuestro autor ya ha dedicado un libro completo y que reseñamos en este mismo espacio.2 El texto resulta interesante en tanto reflexiona sobre el hacer una historia institucional, desarrollada justo al tiempo de grandes cambios historiográficos que permiten, por un lado, la propia interpretación del historiador sobre su hacer y, por otro, la que corresponde a la construcción nacional y la identidad de una región como la Argentina. La idea nacionalista permite que el autor nos presente la construcción de historiadores argentinos como Thomas Babington Macaulay y Jules Michelet, y su participación en la justificación institucional. Aunque la pretensión final de Parada

[…] en esta breve aproximación, es puntualizar algunos aspectos que hemos señalado: historicismo, preponderancia factual en la hermenéutica, usos y métodos del historiador profesional, cuidado y relevancia por la escritura literaria, y rescate de la Biblioteca en la construcción de la historia nacional. (p. 133)

La historia político institucional de las bibliotecas en América Latina nos es tan cercana como en ocasiones molesta, pues en esa construcción se evade una realidad de cultura social que suele salir a cuenta siempre más allá de las estadísticas anuales. Hablamos de descripciones cronológicas de sucesos que quien hace la historia considera relevantes para explicar la acción cotidiana y los presupuestos, y que al final afectan a los ciudadanos como lectores y receptores de las políticas culturales de un Estado. Instituciones que tienen origen en decisiones políticas, resoluciones que debemos analizar pues nos ayudarán a comprender las características de instituciones contemporáneas como las bibliotecas nacionales latinoamericanas.

Hay dos aspectos que deben destacarse y que resultan muy interesantes del trabajo de Parada. Uno es la idea de la construcción de lo público para determinar la fundación de las instituciones bibliotecarias decimonónicas. En efecto, existieron bibliotecas “públicas” en los últimos tiempos de la América española, y en esto existe una coincidencia cuando menos entre Argentina y México, pues se trata de colecciones particulares que son donadas a instituciones para el servicio público, como la biblioteca de los jesuitas y la del Convento de la Merced en la ciudad de Córdoba. Nos recuerda a la Biblioteca Turriana, de la que se ha dicho que llegó a tener 12 000 volúmenes, como podría comprobarse en el inventario que se conserva de esa colección, elaborado en 1758. Esta biblioteca es el resultado de la donación de la colección particular de Luis Antonio Torres a la catedral de México, así como de sus sobrinos Luis y Cayetano.3 Es una pena que a la fecha no contemos con un estudio histórico pormenorizado desde la fundación de esta magnífica colección y hasta su destino final en la Biblioteca Nacional de México. Tenemos noticia certera de un número considerable de inventarios conservados de muchas instituciones del periodo novohispano que siguen esperando la mirada del interés histórico.

La otra aportación es el registro del préstamo como fuente para la historia que también recuerda a varios testimonios históricos, como el de los jesuitas de Córdoba y el “Cuaderno de libros que me han llevado prestados” que elaboró Facundo de Prieto y Pulido en el siglo xviii, que deja un testimonio invaluable que da cuenta de los lectores de una época. El análisis de Parada presenta la transición de esas colecciones hacia los espacios públicos, en donde se aprecia la propia noción del Estado y que también se podría apreciar en la reconstrucción de la vida administrativa de la institución. Esos reglamentos, disposiciones bibliotecarias que reflejan la transición del mundo hispánico hacia el independiente de la Argentina, y en ese acontecer la comprensión de la lectura pública como el reflejo del interés colectivo por la cultura. Quizá muchos no habían pensado que esos documentos dan cuenta más allá de la burocracia oficial sino más puntualmente de sus actividades cotidianas. A través de análisis de estos documentos, el autor presenta una realidad muy distinta a la reflejada de los discursos, donde se aprecian los problemas financieros y estructurales de una biblioteca que comienza su andadura. Esto incluso nos explica la razón del financiamiento público de los servicios bibliotecarios y que está en el ideario político del siglo xix, pero que es “un impulso vital que venía desde la sociedad civil” (p. 153).

El siguiente trabajo integrado en la compilación es La Revolución, el bicentenario y la Biblioteca Pública: la construcción de los lectores de hoy por la Revolución de Mayo. Un texto inspirado por las conmemoraciones de las independencias americanas, que ciertamente movieron a muchas reflexiones y que también fue, como Parada dice, “un acontecimiento inmejorable y necesario para realizar un balance sobre las funciones de la Biblioteca Pública en la Argentina” (p. 172). En México esas reflexiones tristemente no alcanzaron a la historia y el destino de las bibliotecas públicas, muchas de las cuales custodian bienes bibliográficos de valor patrimonial incalculable que siguen en permanente riesgo. Nuestra conmemoración bicentenaria fue un derroche de dinero rayando en lo obsceno, que más que un recuento sensato de nuestros aciertos y desatino, nos dejó un monumento a la corrupción política de un Estado. Mucho menos interés se mostró precisamente en un momento histórico trascendental de nuestro pasado: el tránsito de las colecciones religiosas al Estado. Quizá como en Argentina, descubramos que el gobierno naciente instrumentó una forma de gobierno en donde la imagen “del buen bibliotecario es aquella que lo representa como apolítico y alejo de todo cambio revolucionario” (p. 172).

La lectura de este texto de Parada invita a reflexionar sobre el bibliotecario como objeto y actor de la historia misma y sobre las escasas biografías que conocemos sobre estos personajes. Aquellos que construyeron y afianzaron instituciones, que pelearon por su existencia, o que las hayan destruido con intención o con inocencia. Cobra una atención inusitada la participación de una sociedad civil organizada en la construcción de la biblioteca pública, que me lleva a pensar en esa sociedad mexicana que empieza a consolidar su propia opinión desde el siglo xviii,4 y que dará por resultado a personajes tan importantes para las bibliotecas públicas como José María Lafragua, José Fernando Ramírez o Juan Bautista Iguíniz. Sin duda nos falta mucho por saber de las bibliotecas en ese siglo xix mexicano, y por ello resalta nuevamente la propuesta de nuestro autor sobre la necesaria participación de los propios bibliotecarios en ese hacer de la historia.

La tercera parte temática, titulada El secreto de los reglamentos bibliotecarios, está integrada sólo por un trabajo dedicado a los reglamentos. La reflexión de Parada establece que los reglamentos

no sólo establecen el contexto legal y necesario para una convivencia racional entre los libros, en tanto artefactos culturales, y los usos que hacen de ellos los bibliotecarios y los lectores sino que, además, constituyen una representación del tiempo bibliotecario en una época determinada. Al confeccionar un reglamento se traslada a la escritura el inventario de ideas y de prácticas que se posee del uso de una biblioteca; esas representaciones ideales se materializan en el de una colección de libros y los modos de apropiarse de ella. (p. 194)

Esas formas de ordenar el universo de relaciones entre la institución, la colección, el personal y los lectores dan cuenta de un intercambio mediado y reconocido. El texto de Parada, desde este punto de vista, me parece innovador por la revisión histórica sobre cómo evolucionaron las premisas en las que se basan esos reglamentos. Revisión que también implicó el análisis de los discursos institucionales y políticos que explican la relación normalizada entre una institución y la sociedad. Lo que resulta curioso es que esas instituciones argentinas se modelen con la base de una biblioteca idealizada como lo es Alejandría, y lo que se sabe de ella sirva como modelo de ideas para la construcción de ideas tan contemporáneas como la confiscación de obras para el enriquecimiento de la colección pública. La propuesta de nuestro autor lleva a preguntarse precisamente sobre la construcción idealizada de las bibliotecas del siglo xix y por tanto la necesaria revisión histórica de su devenir que no excluya los discursos políticos que justificaron su creación.

En el análisis de los reglamentos que realiza Parada se recupera uno especial por lo que contiene: el de los jesuitas. Este testimonia que los libros tuviesen “una circulación posible fuera de la institución de enseñanza” (p. 206). Este descubrimiento podría ayudarnos a explicar las relaciones entre bibliotecas del orden religioso y la idea misma de que alguna de éstas pudiese tener un servicio público. Sin embargo, no hay que olvidar que lo público también tiene que ver con la idea social y los estamentos que la componen, una composición completamente diferente a la que tenemos en sociedades de fundamento democrático. Esta idea resulta cuanto más tentadora cuando se reflexiona en las razones históricas que nos puedan explicar por qué no se estableció una colección bibliografica al paralelo de la fundación de nuestra Real y Pontificia Universidad de México. Tenemos noticias de esta colección institucional hasta la segunda mitad del siglo xviii, ¿sería que los alumnos de esta universidad satisfacían sus intereses de lectura en las bibliotecas conventuales? Esperamos podamos tener no una sino muchas historias de esos repositorios.

La cuarta y última parte, titulada Los lectores muestran sus prácticas bajo la mirada bibliotecaria, está igualmente integrada por dos textos. El primero es Representaciones y prácticas de la lectura en “El diario de la juventud de Mitre”, cuya importancia radica en el análisis que el autor realiza de un diario de lectura. Es decir, “nos hallamos ante un cuaderno de bitácora de lecturas realmente efectuadas” (p. 230), en donde el lector Bartolomé Mitre muestra la forma en que se va apropiando de la lectura y los tiempos que ésta ocupa en su vida militar. Así

sus lecturas, pues, requieren de ciertos procedimientos no librados al azar. Su Diario es, en este sentido, un plan fuertemente estructurado, donde el tiempo, el cansancio y las horas libres deben de tener también su cabida, aunque estas sean circunstancias menores. Mitre edifica así su propio mundo textual a través de la lectura y, desde esta óptica, trata de gobernar su existencia de soldado apoyado (y ayudado) por el mundo impreso, por la solidez de la imposición de las letras de molde. La lectura y la pluma serán la contrapartida dialéctica de su circunstancia y de su entorno guerrero. (p. 233)

Este tipo de testimonios suelen ser muy raros y es toda una fortuna no sólo su conservación, sino más aún su elaboración. Se trata también de un equilibrio entre la lectura y la escritura que va más allá de un ejercicio mnemotécnico, ya que el lector declara una profunda vocación por desarrollar sus habilidades intelectuales al tiempo que se hace cotidiano en una vida profesional en la que debe administrar bien su tiempo. Mitre fue artillero en el siglo xix y su vida se desarrolló en el marco de las rutinas militares. Sus lecturas fueron elegidas por sus propios intereses, como la historia o la filosofía. El valor de su testimonio es que al tiempo que va extrayendo ciertos textos de las lecturas, nos dice el autor que también realizó algunas anotaciones que dan cuenta de sus pensamientos o valoraciones, o en cierta a modo de “reseñas bibliográficas”. Sus lecturas son principalmente en lengua francesa y un reflejo del Romanticismo, así que ese interés por el intelecto también es prueba de un profundo pragmatismo. En efecto, Mitre con sus lecturas busco definir un estilo propio de escritura. Es por ello que resulta curioso que sus lecturas más profesionales sean relegadas a otro cuaderno y no en este diario de lecturas.

El diario también nos da noticia de cómo los lectores se hacían de libros en Montevideo, ya que los impresos circulaban profusamente en los círculos privados. En esas bibliotecas se prestaban e intercambiaban títulos en tertulias que se realizaron para tal efecto. Este diario es testimonio de juventud, y algunas de sus lecturas se apreciarán en su propia novela Soledad (de 1847), en donde se observan incluso sus propias valoraciones de la lectura. Mitre fue un hombre polifacético: historiador, político, presidente, lingüista, y, como ya mencionamos, artillero. Este diario nos permite pensar en la posibilidad de localizar testimonios de esta naturaleza que nos permitan adentrarnos de primera mano en las prácticas lectoras de aquellos que nos precedieron. Podemos imaginar que algunos testimonios manuscritos todavía se conservarán en muchos fondos antiguos, espacios que quedan fuera de estas nobles pretensiones sin un buen catálogo que describa sus características y valores.

El último de los textos de esta compilación es Cuando ellas dicen presente: Las mujeres y sus imágenes de la lectura y de la escritura en la revista “Fray Mocho” (1912-1918). Este texto desafía al lector en tanto que descubre una forma diferente de acercarnos a un testimonio de las prácticas de la lectura y de la escritura que podrían ser desdeñadas, pero que la nueva historia de la cultura escrita revitaliza y analiza. Estos nuevos artefactos culturales también pueden combinar la escritura y las imágenes. Por ello este texto busca reconocer o identificar “las apropiaciones textuales, y particularmente, en el caso puntual de las mujeres y sus representaciones lectoras y escritas desde 1912 a 1918” (p. 256) en una revista contemporánea llamada “Fray Mocho”. Fue un magacín de difusión masiva que participó y configuró nuevas formas de lectura en la Argentina. Revista dirigida a un amplio público de personas, más de clase media, en donde se puede analizar el universo de las mujeres desde el ámbito de la microhistoria.

En dicha revista se aprecia una constante presencia de la figura femenina a principios del siglo xx, especialmente las relacionadas con la escritura y la lectura. Ese universo de imágenes le permite al autor caracterizar tipologías lectoras para analizar el mensaje de la imagen. Así en principio, tenemos la lectura ociosa, que es la figura donde se representa a la mujer simplemente leyendo en espacios al aire libre en contacto con la naturaleza. La lectura sensual se distingue por mostrar la moda de la intimidad femenina con las pijamas de formas y tejidos al estilo oriental, en donde el lector irrumpe la lectura de la misma mujer. La lectura asistencial, que se enmarca más en el discurso educativo de la época y se aprecia la miseria femenina junto a otros considerados débiles y por tanto responsabilidad de una sociedad diferente. En este contexto la lectura se presenta idealizada como una posibilidad de la movilidad social. Aquí también la mujer ocupa la otra parte no sólo como la lectora sino como la persona idónea para la enseñanza de la lectura y de la escritura. En la lectura marginal, Parada rescata los casos de extrema pobreza que no sólo incluye a las mujeres, sino a muchos excluidos sociales. Son imágenes de la vida cotidiana en donde la cruda realidad da espacio para una lectura en una “silla destartalada”. Así los marginados también son presentados como posibles de apropiarse de la práctica lectora pese a la elemental subsistencia.

La lectura pública de compromiso refiere a la lectura de mujeres en voz alta frente a audiencias o impartiendo un discurso, mientras que la lectura fotográfica o de pose social reproduce las poses familiares en donde el libro es sacralizado en manos de las mujeres. Parada escribe que se trata de una “disposición corporal que adoptan nos dicen, en particular, que el libro es un objeto de valor que garantizó su formación cultural, pero que en esta ocasión lo que menos importa es el acto de leer” (p. 264). Otra categoría, lectura artística y de retiro espiritual, que pueden ser manifestaciones de la lectura devota. La lectura del mediador lector es donde la imagen femenina en su entorno cotidiano leyendo para otros que no pueden, por edad o desconocimiento de la lengua. Lectura célibe y lectura mortuoria, en donde “las lectoras están relacionadas con la esfera del matrimonio y la conclusión de la vida gregaria vinculada con el desamparo de la viudez: dos condicionantes que constreñían y pautaban el destino femenino” (p. 267). No son las únicas lecturas que propone el autor que nos invitan a pensar en la representación gráfica o iconográfica de la lectura en el mundo americano.

Este texto, que da cierre a la compilación, ofrece todavía mucho más de lo que en este espacio se puede manifestar, y es un reflejo de las numerosas propuestas metodológicas de estudio que el autor ofrece, así como evidenciar la existencia de numerosos testimonios a los que no hemos dado importancia. Vuelvo a recordar la imagen de la tapa de este libro, e imagino ese universo de la historia del libro y de la lectura como un inmenso laberinto que nos desafía intelectualmente, al tiempo que nos permite adivinar un conjunto de fuentes históricas disponibles que conservamos y custodiamos en las mismas bibliotecas. No puedo evitar compartir la opinión del autor e insistir en que nuestros bibliotecarios participen activamente en el descubrimiento y estudio de las fuentes bajo su custodia. Personalmente conozco a bibliotecarios extraordinarios que han sido capaces de transitar hacia los derroteros de la historia con pulcritud y honestidad intelectual, quienes con su trabajo no sólo aportan fuentes invaluables sino nos descubren un pasado que ha estado ahí silenciado pero latente.

Para citar este texto:

García, Idalia. 2016. Reseña de El dédalo y su ovillo: ensayos sobre la palpitante cultura impresa en Argentina, de Alejandro E. Parada. Investigación Bibliotecológica: Archivonomía, Bibliotecología e Información 70: 275-285. http://dx.doi.org/10.1016/j.ibb ai.2016.10.013

Luis González y González, Otra invitación a la microhistoria, México: Fondo de Cultura Económica, 2011, 9.

Idalia García, “Reseña del libro Alejandro E. Parada. Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: antecedentes, prácticas, gestión y pensamiento bibliotecario durante la Revolución de Mayo (1810-1826). Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas, 2009”, Investigación Bibliotecológica 24 (52) (septiembre-diciembre 2010): 247-251. Fecha de consulta: diciembre de 2014, http://132.248.242.3/∼publica/archivos/52/res52-3.pdf

Ernesto de la Torre Villar, “El patrimonio bibliográfico religioso en México”, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas I (1996) (1): 20. Fecha de consulta: diciembre de 2014, http://publicaciones.iib.unam.mx/publicaciones/index.php/boletin/issue/view/32/showToc

Cfr. Gabriel Torres Puga, Opinión pública y censura en Nueva España. Indicios de un silencio imposible (1767-1794), México: El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2010.

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