En geografía cultural, muchos trabajos se enfocan a la percepción que tienen los habitantes de sus territorios y a la representación que se hacen de ellos. Mediante el concepto de paisaje, esencial para abordar el espacio con estas perspectivas, los geógrafos han estudiado áreas urbanas y rurales, espacios centrales o marginales, paisajes actuales e históricos —en especial a través de sus representaciones pictográficas— en varias partes del mundo. En México los trabajos de este tipo se han enfocado esencialmente a los espacios urbanos (Lindón, 2007) y son más bien especialistas de otras disciplinas, antropólogos y sociólogos, quienes se han acercado a las percepciones de los territorios rurales por sus habitantes (Lazos y Paré, 2000). Efectuar estudios de paisajes culturales rurales ha sido entonces una prioridad en mi labor académica de los últimos años, para contribuir a llenar ese vacío.
Dentro de la geografía cultural, los paisajes fluviales constituyen un tema de estudio de mucho interés por ser móviles y representar realidades variadas, tanto temporal, a lo largo de las estaciones, como espacialmente, ya que siguen un eje central a lo largo de varias decenas o centenares de kilómetros.1 Sin embargo, se han hecho pocos estudios; el de Ana Pizarro sobre el río Amazonas (2009), que aborda los aspectos históricos y actuales, los espacios vividos y usos del río, los imaginarios y percepciones, es uno de los más importantes.
El proyecto de investigación sobre los paisajes de la cuenca baja del río Papaloapan (Figura 1), que estoy desarrollando en paralelo a mi investigación principal,2 tiene varios puntos en común con esta última obra. Para estudiar el río, elemento central y articulador de la región del Sotavento, centré mi interés en su definición como elemento físico y funcional del paisaje y en la percepción que tienen de él los habitantes de las localidades ribereñas. Para este fin, retomé la definición del geógrafo español Joan Nogué: El paisaje es a la vez una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella; la fisonomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción social e individual que genera: un tangible geográfico y su interpretación intangible (2006:136).
Trabajo de campo de Virginie Thiébaut, 2012-2013. Fuente: elaboración propia con base en el conjunto de datos vectoriales, INEGI, 2010, Layer MDE ESRI. Cartografía: Geóg. Jesús Medina Rodríguez.
El trabajo se realizó en dos etapas sucesivas. En la primera, efectuada en el 2012, estudié principalmente los cambios de usos y funciones del río y de sus riberas, mientras en la segunda fase —en la cual se integra la temporada de trabajo de campo aquí descrita, efectuada entre los días 11 y 16 de marzo de 2013— busqué información más íntima y personal, relacionada con la identidad de los habitantes, su relación con el territorio, y más específicamente con el río.
Antecedentes: metodología de trabajo y resultadosPara iniciar esta investigación, revisé distintos trabajos que me ayudaron a entender el papel que tuvo el río en el pasado: el libro precursor e ineludible de Gonzalo Aguirre Beltrán Pobladores del Papaloapan: biografía de una hoya (2008 [1950]), la reciente y muy completa obra maestra de Antonio García de León Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821 (2011), las distintas obras editadas por José Velasco Toro (2000, 2003) y Luis Montero García y otros (Silva et al., 1998; Montero et al., 2005, 2011). Me dediqué también a revisar los estudios que se hicieron sobre épocas más recientes, en especial los libros de la Secretaría de Recursos Hidráulicos (SRH, 1949, 1958, 1960) que describen las obras realizadas por la Comisión del Papaloapan a mediados del siglo xx.
Estas lecturas me permitieron adquirir conocimientos sobre el río Papaloapan desde la época colonial hasta mediados del siglo xx. En la siguiente fase del trabajo, necesitaba conocer el pasado reciente y la situación actual de la región, para apreciar la evolución histórica en toda su amplitud y entender las transformaciones recientes. Realicé entonces dos temporadas de trabajo de campo, de seis días cada una, durante mayo del 2012. Recorrí la cuenca baja del Papaloapan sobre una distancia de aproximadamente 110 kilómetros, haciendo paradas en los principales pueblos de la orilla, del margen izquierdo (Tlacotalpan, Amatitlán, Cosamaloapan, Paraíso Novillero) como del margen derecho (Chacaltianguis, Tlacojalpan, Tuxtilla, Otatitlán, Papaloapan, Tuxtepec). El primer recorrido se efectuó de sur a norte, desde las localidades incluidas en el estado de Oaxaca (Tuxtepec y Papaloapan) hasta llegar a Chacaltianguis, y el segundo se hizo de norte a sur, con Tlacotalpan como punto de partida y Tuxtepec como punto final (Figura 1). Me dediqué a observar el río y sus riberas para identificar las actividades y usos de suelo actuales, y efectué en paralelo varias entrevistas a los habitantes de los pueblos, de preferencia ancianos, para entender los cambios que afectaron a las localidades ribereñas a lo largo del siglo xx y para obtener explicaciones sobre los usos y funciones del río en los últimos años y décadas. Los apuntes que resultaron de estas entrevistas fueron posteriormente capturados y organizados por lugar y tema (transporte de pasajeros y mercancías, actividad pesquera, cultivos practicados, usos del agua, obras en el río, inundaciones, etc.).
La totalidad de la información colectada, ya importante, me permitió entender que los paisajes y los usos del río se modificaron a lo largo de varias etapas. Desde la época colonial e incluso antes, el río Papaloapan había tenido un papel fundamental, no solamente como eje central de los asentamientos humanos, sino también como vía de comunicación y proveedor de alimentos. La situación cambió con la llegada del ferrocarril a la región en la primera década del siglo xx:3 el nuevo medio de transporte se combinó con el transporte fluvial y lo complementó, pero no lo eliminó. Las lanchas, canoas y balsas, además de asegurar la comunicación entre pueblos ribereños, se dirigieron hacia las nuevas estaciones para cargar las mercancías a los furgones del tren, con destino a las ciudades de Veracruz, Córdoba y México. Las localidades que nacieron o se desarrollaron a la orilla del ferrocarril, como Papaloapan, Pueblo Nuevo, Loma Bonita, Estación Tuxtilla, o incluso más tardíamente Tuxtepec, conocieron un auge demográfico y económico importante, que contrastaba con el estancamiento de las localidades ribereñas situadas decenas de kilómetros al norte del flamante eje de comunicación, de las cuales el ejemplo más representativo es Tlacotalpan.
Otra etapa importante de cambio corresponde a las obras realizadas por la Comisión del Papaloapan fundada por Miguel Alemán en 1947, cuyo objetivo era el desarrollo de la cuenca y la eliminación de las crecidas devastadoras del río.4 Se construyeron presas aguas arriba en la Sierra de Oaxaca (presa Miguel Alemán (o Temascal) en 1955 y Miguel de la Madrid (o Cerro de Oro) en 1988) y se hicieron cortes al río para rectificar su trazado y aumentar la velocidad de su flujo (Figura 2). Se edificaron muros de protección con carreteras encima de la orilla del río, entre Ciudad Alemán y Buena Vista en el margen izquierda (1949-1950) y entre Pueblo Nuevo y Carlos A. Carrillo en la margen derecha. Estas obras permitieron remediar las inundaciones, pero no fomentaron la navegación —que era otro objetivo de la Comisión— ya que las nuevas vías de comunicación modificaron a profundidad y en muy poco tiempo las dinámicas de transporte. En pocos años, los carros y camiones sustituyeron a las lanchas y la circulación de pasajeros y mercancías se hizo casi en su totalidad por vía terrestre. Por otra parte, en la segunda mitad del siglo xx, la instalación de nuevas industrias a la orilla del río, en especial en la ciudad de Tuxtepec (una fábrica de papel en 1954, el ingenio Adolfo López Mateos en 1969 y la Cervecera Modelo en 1984), provocaron la contaminación creciente de las aguas del río y el declive progresivo de la actividad pesquera, especialmente en los tramos más contaminados.
Si las funciones de comunicación y abastecimiento del río han disminuido considerablemente, las entrevistas con los habitantes de los pueblos me permitieron constatar la permanencia de las actividades recreativas en su orilla durante los meses más calurosos del año, y el vínculo persistente de las fiestas y celebraciones religiosas con la corriente de agua. Por ejemplo, el paso de los toros por el río (embalse) es todavía un suceso importante de las fiestas principales de los pueblos de Tlacotalpan, Amatitlán y Chacaltianguis y las peregrinaciones se realizan en lanchas durante los festejos de la Candelaria en Tlacotalpan y con el Cristo negro en Otatitlán. Entonces, el río sigue siendo importante aun, como elemento simbólico y de identidad de las poblaciones.
Presenté estos primeros resultados en un coloquio internacional titulado Fleuves et territoires que se llevó a cabo en Mâcon, Francia los días 13 y 14 de septiembre de 2012 y en el III Congreso Internacional de Ciencia y Arte del Paisaje, organizado en Guadalajara, Jalisco en octubre del mismo año. El texto fue posteriormente reelaborado para su publicación en un libro colectivo, conformado por varios de los trabajos presentados en el primer evento. Sin embargo, faltaba desarrollar y profundizar otros aspectos de la investigación, apenas esbozados durante esta primera etapa: la percepción que los habitantes tienen del río y el papel desarrollado por éste en la conformación de su identidad.
Trabajo de campo sobre paisaje e identidad: metodología y programa de trabajoPara entender la relación de los habitantes con su entorno, establecí una lista de preguntas para hacer a personas de ambos sexos, de todas edades y de condiciones sociales distintas, a manera de obtener cierta representatividad de la población. Una primera serie de preguntas, inspiradas de la metodología que describe el geógrafo francés Cuy Di Meo et al. en su artículo “Les paysages de l’identité” (2004), tiene que ver con el sentimiento de pertenencia y el simbolismo de ciertos elementos del paisaje, mientras la segunda serie está relacionada más específicamente con el río (Figura 3). Esta guía me permitió realizar entrevistas semi abiertas, es decir, con preguntas que orientan la plática, pero no son exclusivas. Con este esquema se puede abrir la discusión a otros temas y entrar a un nivel importante de detalle, si hay disponibilidad de tiempo y conocimientos por parte de los entrevistados: esto pasa sobre todo con los ancianos o con algunas personas especialmente interesadas y preocupadas por el tema del río. El relato de las experiencias de las inundaciones anteriores se presta por ejemplo a la aportación de numerosos detalles.
Estas largas pláticas permitieron complementar los datos históricos obtenidos en las ocasiones anteriores y colectar información sobre la percepción del río en las décadas pasadas. Todas estas notas, apuntadas en una libreta durante las entrevistas, fueron revisadas en las noches para integrar y corregir lo que no se pudo captar en el momento (por el desfase existente entre el lenguaje oral y la escritura) y que la memoria aún “fresca” restituye. La información completa fue capturada en computadora la semana siguiente y restituida por pueblos y nombre del informante, con un resumen conciso de resultados para cada pueblo.
Otra tarea pendiente, iniciada el año anterior, era conseguir dibujos de niños, representando su pueblo, a manera de evaluar la importancia que para ellos tiene el río Papaloapan. Los dibujos juegan el mismo papel que las entrevistas, difíciles de aplicar a niños por su complejidad: permiten obtener una información valiosa mediante la observación de los elementos representados (Figura 5).
En esta ocasión, decidí trabajar en tres pueblos ribereños: Amatitlán, Chacaltianguis y Otatitlán (Figura 1). La selección se hizo considerando que se trata de localidades antiguas, de tamaño modesto5 (1 251,4 133 y 4 659 habitantes, respectivamente, en la cabecera; INEGI, 2010), por lo cual se intuye que la relación con el río es más estrecha que en las localidades importantes como Tuxtepec (101 810 habitantes) o Cosamaloapan (30 577 habitantes). Como las localidades seleccionadas están situadas en distintos puntos del curso del río, existen diferencias; por ejemplo, el río está más contaminado en Otatitlán, a 25 kilómetros aguas abajo de Tuxtepec, que en Amatitlán, donde las aguas se han mezclado con las de los afluentes —el río Obispo y el río Tesechoacan— menos contaminadas. El río y sus orillas presentan además características distintas: enfrente de Chacaltianguis se extiende una pequeña isla, “la isleta de Chacalapa”, accesible por un puente colgante; Otatitlán está situado cerca de la división entre el río de corriente y el “río muerto” (meandro), resultado del corte de 1949 (Figura 2). Estas especificidades pueden tener cierta importancia en la relación de las poblaciones con el río, como lo vamos a comprobar más adelante.
Planifiqué pasar dos días en cada pueblo. Como era la primera vez que aplicaba ese tipo de entrevistas, no tenía tiempo estimado y no sabía cuántas iba a poder efectuar en los días contemplados. Consideré que debía realizar un total de cincuenta a sesenta entrevistas, para obtener resultados fundamentados y dejé abierta la posibilidad de organizar una segunda temporada de trabajo de campo para complementar los datos, si fuera necesario.
Realización del trabajo de campo y resultados cuantitativosEmpecé mi recorrido el lunes 11 de marzo en el pueblo de Amatitlán, después de pernoctar en Tlacotalpan.6 Acudí en primer lugar al Palacio Municipal —donde ya me había presentado el año anterior con las mismas autoridades— para avisar que iba a trabajar en el pueblo en los días siguientes. Aproveché para explicar el trabajo que necesitaba realizar en una escuela primaria. Muy amablemente la Secretaria de Educación del municipio, Azalea Fierro Pérez, me acompañó a la Escuela Primaria estatal “José María Pino Suárez” (clave 30EPR0202M1), en la cual obtuve 22 dibujos de niños de entre nueve y once años. Una vez efectuada esta primera tarea, empecé el trabajo de entrevistas, gracias al apoyo de Azalea y a un contacto clave que había establecido el año anterior: Pablito el cartero, o sea Pablo Rosado Rosario, cartero de Amatitlán, conocedor de la historia del pueblo, conocido de toda la población, contador inagotable de anécdotas y amante del río Papaloapan. Con su apoyo ese día y el siguiente pude realizar once entrevistas con habitantes de todo tipo, aunque con cierta sobrerepresentatividad de personas mayores a sesenta años (Tabla 1). Los días 13 y 14 de marzo desarrollé el mismo trabajo en Chacaltianguis. El pernoctar en el pueblo mismo me permitió laborar más horas diarias7 y realizar trece entrevistas. Finalmente trabajé en Otatitlán los días 15 y 16 de marzo, con un resultado de siete entrevistas. En este pueblo, mi visita a la Escuela Primaria estatal “Benito Juárez” (clave 30EPR1559R) me permitió obtener además 21 dibujos de niños de siete y nueve años.
Resultados cuantitativos
Pueblos | Amatitlán | Chacaltianguis | Otatitlán | Total |
---|---|---|---|---|
Núm. entrevistas | 11 | 13 | 7 | 31 |
Mujeres | 6 | 8 | 3 | 17 |
Hombres | 5 | 5 | 4 | 14 |
de 16 a 35 años | 3 | 5 | 0 | 8 |
de 36 a 55 años | 1 | 2 | 3 | 6 |
de 56 a 75 años | 6 | 5 | 2 | 13 |
más de 75 años | 1 | 1 | 2 | 4 |
La tabla demuestra una representatividad más importante de las personas mayores a 56 años, que se puede explicar por la disponibilidad de tiempo superior que tiene ese rango. Las clases sociales no han sido indicadas, pero cabe señalar que fueron entrevistadas personas con perfiles muy distintos: pescadores, campesinos, profesionistas, comerciantes, estudiantes, prestadores de servicios, entre otros.
Considero que las 31 entrevistas realizadas no permiten dar aún resultados finales, pero se esbozan algunas tendencias, que se pueden resumir aquí. Las dos personas que no lo citaron contestaron, sin embargo, que llevarían sus visitas al malecón para que vean al río, lo que significa que lo tienen presente de todos modos. El malecón parece ser entonces una referencia muy importante; es el lugar de donde se puede apreciar el río, las riberas arboleadas de la orilla opuesta, de donde “se disfruta la brisa tan bonita que llega a la cara” (Figuras 4 y 5).
En Chacaltianguis, el lugar citado de manera recurrente es la isleta: los ancianos se refieren a ella como lugar de paseo y de varias actividades (cultivos, huertas, fabricación de cal). Desde mediados de los años 2000, cuando se construyó el puente colgante y se llevó a cabo en la isla la presentación de las candidatas a Reina del Mango en Semana Santa,8 las playas se volvieron muy concurridas entre los jóvenes y familias en la época de calor (Figura 6). La isla se volvió un lugar de recreo y de convivencia, donde acuden tanto las familias del pueblo como gente de fuera.
En Otatitlán, la iglesia y el Cristo negro se mencionan más que el río como elementos representativos de la localidad, por la importancia que tiene como lugar de peregrinación y quizás por estar el río más alejado del centro (plaza, palacio municipal, iglesia) que en el caso de Amatitlán y Chacaltianguis. De hecho, solo una tercera parte de los niños lo representan en sus dibujos, en contra de 54.5% en Amatitlán y 43.5% en Chacaltianguis.
Adaptaciones y adecuacionesEs importante señalar que el trabajo de campo implica siempre unas adecuaciones, resultado de las diferencias existentes entre un programa de trabajo y las realidades del terreno. Tuve que realizar por ejemplo algunas modificaciones a la guía de entrevistas, simplificando preguntas, ya que algunas eran difíciles de entender para ciertos entrevistados y eliminando otras, para no entrar en repeticiones. Conforme iban pasando los días, dediqué más tiempo a las pláticas, sin fijarme tanto en el hecho de realizar un determinado número de entrevistas por día o por lugar. Efectivamente, los diálogos pueden durar entre veinte minutos y media hora, si los informantes contestan solamente a las preguntas sin extenderse, mientras otros se pueden ampliar horas, si los entrevistados se expanden sobre sus experiencias relacionadas con el río, la vida en el pueblo de antes, las redes de comunicación que se usaban, entre otras cosas. Me pareció muy importante que duren estas conversaciones el tiempo necesario. Por experiencia, sé que así puede surgir de repente un dato inesperado y de mucho valor a la vuelta de una frase, y que es lo que da más nivel de detalle y de matices a la información obtenida. Con estos informantes que son interlocutores privilegiados, se tejen vínculos y se forman redes de relaciones, que pueden ser de mucho valor e interés para próximas visitas.
Otro punto importante es no dejar la entrevista en un marco rígido, no dudar en hacer preguntas suplementarias no contempladas en el cuestionario o seguir al informante si se va por otros caminos que nos parecen interesantes. Es fundamental también hacer evolucionar la entrevista hacia el rumbo de nuestro interés, saber reorientar al entrevistado que se aleja demasiado del tema o es repetitivo. Se debe también finalizar una entrevista que no aporta ninguna información, debido por ejemplo a la edad avanzada del entrevistado o a su resistencia en contestar las preguntas. Todo esto, sin ser descortés o cortante.
Como geógrafa, quisiera insistir también en la importancia de familiarizarse con el territorio del cual nos están hablando los habitantes. Acompañar a los entrevistados a su parcela, su lugar de trabajo o de paseo, puede aportar una información muy valiosa. Por ejemplo, hacer un paseo en el pueblo para entender cómo cambió la estructura después del corte o qué calle se quedó mocha porque se la llevó el río —datos mencionados en las entrevistas— o para ubicar ciertos lugares de referencia muchas veces citados. Acompañar a un pescador en su lancha para que nos explique sus técnicas de pesca; todo ello nos ayudará a aprehender el espacio estudiado de una manera más completa.
Durante el trabajo de campo surgen también imprevistos y nuevas oportunidades que llevan a modificar el programa inicial o a ampliarlo. En este caso, la invitación a dar una conferencia en un foro cultural de Tlacotalpan para explicar los objetivos y resultados de mi trabajo sobre el río, me incitó a añadir dicho pueblo a las localidades de estudio. Además de realizar entrevistas adicionales en las tres localidades iniciales para alcanzar un total de cincuenta, mi próximo recorrido de campo, previsto para mediados de abril del 2013, integrará entonces entrevistas de habitantes de Tlacotalpan.
Aparte, para dar más contenido al tema de la representación y percepción en el pasado, tengo previsto efectuar un trabajo de revisión en la hemeroteca deXalapa. Intentaré ubicar descripciones y elementos de apreciación sobre el río en artículos de periódicos redactados durante los años de inundaciones fuertes, a finales del siglo xix y en la primera parte del xx. La búsqueda de documentos antiguos de habitantes refiriéndose al río, sean escritos o artísticos, complementará la investigación.
A modo de conclusiónEl trabajo de campo es imprescindible para una investigación en geografía cultural. La observación de los paisajes y las informaciones proporcionadas por los habitantes son la materia prima de nuestra investigación, los recorridos de campo constituyen la única posibilidad de experimentar el “terruño” y “meterse en los pies del otro”, deber principal del geógrafo cultural, tal como lo define Fernández (2006). Sin embargo, las dificultades para desarrollar ese tipo de trabajo son cada vez mayores. La situación de inseguridad que atraviesa el país desde hace años complica el trabajo, ya que las poblaciones se muestran más recelosas en abrir sus puertas y en proporcionar información. Estas nuevas condiciones obligan a los investigadores a tomar más precauciones y a trabajar con ciertas aprensiones, a veces con miedo, sobre todo en algunas regiones.
Sin embargo, aún existe una amenaza más fuerte para el investigador de campo: la obligación de cumplir con los indicadores de productividad, que tienen que ver más con las exigencias de empresas privadas con fines de lucro, que con el trabajo de un especialista en ciencia social, y que le obligan a “hacer números”, “cumplir metas”, “planear sus tareas”. Tomar el tiempo de platicar horas con un entrevistado (aunque no todas sus palabras sean útiles para nuestros fines), acompañarle en un recorrido, privilegiar la relación humana frente a los números, todas estas realidades que permiten aportar información novedosa, matizada y detallada y hacen la riqueza, el valor y la humanidad de las ciencias sociales, son difícilmente compatibles con la “productividad”, los “planes de mejoras”, la “planeación estratégica”, la “eficiencia terminal”, lenguaje actualmente de moda en el mundo académico de México y de otras partes del mundo.
Los paisajes fluviales son los que están relacionados con un río y se encuentran en un valle fluvial. El eje central de estos paisajes es la corriente de agua; los paisajes estudiados se pueden extender en franjas más o menos anchas a lo largo de ésta, según los intereses del investigador. Son paisajes móviles, ya que se suceden a la orilla del curso del río, con usos de suelo diversos (urbano, industrial, rural) y se transforman a lo largo del año, según la variabilidad del caudal del río, las inundaciones, etc. (Valette, 2004).
Titulado “Los paisajes cañeros en México: estrategias productivas y cambios territoriales (1980-2010)”, este proyecto, cuya sede académica es el Centro de Estudios de Geografía Humana en El Colegio de Michoacán, se centra igualmente en partes de la cuenca baja del río Papaloapan.
El ramal troncal Córdoba-Tehuantepec (347 km) y el ramal secundario Tierra Blanca-Veracruz (99 km) se inauguraron en 1903 (Montero et al., 2005). Otros ramales secundarios se construyeron más tardíamente: Tres Valles-Carlos A. Carrillo y El Burro (Rodríguez Clara)-San Andrés Tuxtla, ambos en 1912, Veracruz-Alvarado en 1917, Pueblo Nuevo-Tuxtepec en 1929.
En 1944, una inundación destruyó casi toda la ciudad de Tuxtepec y afectó a la totalidad de las localidades de la cuenca baja.
El INEGI considera que una población es urbana cuando cuenta con más de 2 500 habitantes, por lo cual Chacaltianguis y Otatitlán se pueden considerar como pequeñas poblaciones urbanas y Amatitlán como población rural.
No existen infraestructuras de hospedaje en Amatitlán, por ser un pueblo de poco más de 1 200 habitantes.
Por cuestiones de seguridad, regresaba antes del anochecer a Tlacotalpan y a Tuxtepec, donde me hospedé para trabajar en Otatitlán.