El Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México acaba de perder una de sus investigadoras más notables: la vida de María Teresa Gutiérrez de MacGregor se apagó en los primeros días del pasado mes de septiembre después de luchar unos meses contra la enfermedad. Pocas semanas antes había estado disfrutando del sol en las playas de Bacalar y se había montado en una tetramoto en las dunas de Chachalacas, Veracruz, demostrando una vez más su espíritu indómito, su alegría de vivir, su afán de aventura y, sobre todo, su simpatía. A lo largo de más de sesenta años vivió íntimamente vinculada a la Universidad Nacional Autónoma de México: como estudiante, como profesora, como investigadora y como funcionaria. Sólo rompió su vocación universitaria para casarse con un egresado del Politécnico, el biólogo Raúl MacGregor, fallecido trágicamente en un accidente cuando hacía trabajo de campo con sus alumnos.
Escribir en unas pocas líneas acerca de una vida fecunda dedicada a la geografía y a la UNAM no es tarea fácil, aquí quedarán muchos huecos, muchas experiencias sin mencionar. En su labor profesional, abrió fecundos caminos, en particular en el campo de la geografía urbana y de los estudios de la población, aun cuando al principio de su carrera se inclinó por el análisis de la naturaleza y redactó una tesis de maestría sobre la geografía física del estado de Jalisco.
Obtuvo el grado en la Facultad de Filosofía y Letras en 1959. Unos pocos años después, en 1965, sus intereses giraron hacia los aspectos humanos de la disciplina y elaboró una tesis doctoral centrada en los aspectos geodemográficos que la ocuparon más de seis décadas. Su incursión en los estudios urbanos derivó de las estancias doctorales que realizó tanto en la London School of Economics como en la Sorbonne, donde obtuvo otro doctorado en 1969, bajo la dirección de la destacada geógrafa Jacqueline Beaujeau-Garnier. Hoy día estas estancias en universidades extranjeras pueden parecer normales, pero en la época en que María Teresa las hizo eran una verdadera excepción. De ellas no obtuvo solamente el grado, sino amistades entrañables, y vínculos cercanos con geógrafos líderes en su campo del saber.
Hay que remarcar que nunca dejó de pensar como geógrafa en el sentido verdadero del término: es decir, sin olvidar que el hombre y la naturaleza forman una entidad indisoluble, y que las características del entorno influyen en las actividades humanas y que estas, a su vez, repercuten en el ambiente. Varios de sus trabajos inciden en esta temática: “La ciudad de México y la transformación del medio ambiente”, “Crecimiento de la población urbana en México 1900-2000 con énfasis en las zonas climáticas”, La Cuenca de México y sus cambios demográfico espaciales, entre otros.
Como geógrafa, recurrió frecuentemente a la utilización del medio de expresión espacial por excelencia que es el mapa: su primera publicación se denominó “Importancia de las cartas demográficas en los trabajos de planeación y métodos para construirlas” a la que siguieron otras dos: “Un método para elaborar cartas de población” y “El mapa de población de México”. Publicó dos obras fundamentales para la comprensión de la dinámica espacial de la población del país: el Atlas de migración interna de México, en 1988, y diez años más tarde, el Nuevo Atlas de migración interna de México, 1990. Estos dos trabajos muestran los movimientos de la población del país y van identificando las áreas que se convierten en expulsoras de población mientras que sobresalen aquellas otras que reciben a esos migrantes. Los diez años que separan la publicación de ambos atlas permiten analizar la intensidad de esos procesos dinámicos y los cambios que se dan entre centros emisores y localidades receptoras. Habría sido interesantísimo que este conocimiento se hubiera utilizado, como la propia María Teresa dijo años antes, como un instrumento en los trabajos de planeación. De su labor cartográfica, destacan asimismo los mapas que realizó, desde las tesis hasta los dos Atlas Nacionales de México publicados por el Instituto de Geografía en 1990 y en 2007.
Aquí hay que destacar una de las facetas importantes de la vida de la doctora MacGregor: la de líder académica, la de su capacidad de convocatoria, y de negociación. El primer Atlas Nacional de México, el de 1990, fue un logro, un éxito intelectual, un aporte al conocimiento del país. Quien propuso y coordinó su elaboración fue Ana García de Fuentes, pero quien creyó en el proyecto y lo apoyó desde un principio con todos sus recursos financieros, humanos y de relaciones fue María Teresa Gutiérrez de MacGregor, en ese momento directora del Instituto. Ella supo qué puertas tocar y las respuestas de José Sarukhán, entonces rector de la UNAM, y de Juan Ramón de la Fuente, coordinador de la Investigación Científica, fueron decisivas para la terminación de la obra. Y de la Fuente, casi veinte años después, ya como rector, apoyaría nuevamente la edición del Nuevo Atlas Nacional de México del que María Teresa fue una entusiasta colaboradora.
Los estudios de posgrado que María Teresa realizó en París y en Londres en la década de los años 1960 fueron decisivos para confirmar su interés en las cuestiones urbanas. Uno de los temas en boga en esa época concernía a un fenómeno particularmente importante para México: ¿cuál debía ser el límite numérico entre la población rural y la población urbana? Esta pregunta era determinante para un país que se enfrentaba a un crecimiento demográfico desbordado con condiciones de dispersión de la población muy marcadas. En particular, implicaba definir el tamaño de las localidades que podían ser dotadas de servicios básicos como luz eléctrica, agua potable, escuelas, entre otros. Además, se planteaba el consecuente cambio espacial en la distribución de esa población, mismo que se dio a partir de 1970 cuando se invirtió la tendencia y México dejó de ser un país eminentemente rural, para transformarse poco a poco en un país urbanizado. Especialistas en ciencias sociales emitieron sus opiniones; los sistemas oficiales de conteo fijaron límites entre los dos ámbitos; María Teresa no permaneció al margen de la discusión dando razones geográficas, sociales y económicas para definir el límite de las localidades urbanas en el contexto mexicano en los diez mil habitantes.
Las ciudades, el nacimiento de las ciudades del Viejo Mundo, la ciudad de México de Tenochtitlan a nuestros días, los patrones de crecimiento de la población, fueron temas de interés de María Teresa y dieron lugar a numerosos trabajos que publicó a veces como único autor, y otras, la mayoría, compartiendo el crédito con sus colaboradores y con otros investigadores. Este es otro de los rasgos generosos de su personalidad. Hoy día, son otros los temas en boga en la geografía urbana derivados tanto de nuevos paradigmas teóricos, como de las nuevas modalidades espaciales que presentan los procesos de urbanización, y son otros los académicos que trabajan dichos temas y continúan el camino que abrió María Teresa.
La labor docente de María Teresa Gutiérrez de MacGregor se inició en el Colegio de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en unos años que se caracterizaron por la voluntad de un muy pequeño grupo de geógrafos recién egresados, encabezados por Jorge A. Vivó, quienes impartían todas las materias del plan de estudios a fin de que la carrera no desapareciera de la curricula universitaria. Por eso, María Teresa dio clases de meteorología, de geografía humana, de geografía de México, de lexicología geográfica, y no es sino hasta finales de los años sesenta, a su regreso de Europa, cuando empezó a impartir las clases de lo que le era propio: la geografía urbana. Fue una maestra dedicada a sus alumnos a los que apoyo de mil maneras, dirigiendo tesis, leyendo trabajos, abriendo posibilidades de trabajo y, porque no decirlo, alimentándolos con galletas “de animalitos” que siempre tenía disponibles en su oficina del Instituto.
El 14 de julio de 1971 fue nombrada directora del Instituto de Geografía, continuando la labor que había llevado a cabo la anterior directora, Consuelo Soto Mora, y sentó las bases para la consolidación de una estructura académica tanto formal como de fondo. Durante su primera gestión como directora, de 1971 a 1977, María Teresa dio pasos importantes dentro del Instituto de Geografía, no sólo con el incremento de la planta académica que pasó de 20 investigadores en 1971 a 60 en 1977, del presupuesto de 1 880 000 pesos a 18 825 000 pesos en el mismo periodo, sino también con el cambio a una nueva sede de 3 310 metros cuadrados, entregada en diciembre de 1975, en el Circuito Exterior de la Ciudad Universitaria que lo colocaba en el ámbito de las ciencias físicas y naturales. Además de esa época proviene una nueva revista con el nombre de Investigaciones Geográficas. Las páginas de esta publicación, con cuarenta y ocho años de edición ininterrumpida (1969-2017), registran la evolución de las ideas y los estilos de la investigación geográfica contemporánea. Volvió a ocupar la dirección del Instituto entre 1983 y 1989, bajo unas condiciones limitadas debido a la crisis de esos años.
Sus trabajos se dieron a conocer fuera del país, participo en todos los congresos internacionales de la disciplina, y fue invitada a dar cursos y conferencias en Gran Bretaña, Estados Unidos, Polonia, España y Japón. Por la suma de todas sus actividades y por abrir brecha en su campo, recibió importantes distinciones y premios; en 1994 fue nombrada investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt, y en 1996 lo hizo la Universidad Nacional Autónoma de México, su Casa, que además le otorgó el doctorado Honoris Causa en 2011. Fue reconocida en el ámbito internacional al ser nombrada Vicepresidente de la Unión Geográfica Internacional, por dos periodos consecutivos, de 1984 a 1992, distinción otorgada por vez primera a un geógrafo latinoamericano, con su designación dio impulso a la geografía de esta región; años más tarde le otorgaron el Laureat d’Honneur de la misma institución.
Este brevísimo recuento de sus actividades a lo largo de sesenta años no es más que una muestra del resultado de una labor continua, de una vida dedicada a la geografía. Pero hay que señalar que no toda la actividad de María Teresa en la UNAM fue científica, seria y solemne. En María Teresa Gutiérrez de MacGregor hubo siempre una faceta ligera, alegre, lúdica, y es posible que, por esa dedicación a la geografía y a la UNAM, el mundo perdiera una brillante bailadora de flamenco o una gran intérprete de la quena andina, sus otras grandes pasiones.
María Teresa siempre vivió arropada por los suyos, por su compañero Raúl, por su hermana Felicidad, Fela, de enorme espíritu universitario, por las amistadas creadas desde los años juveniles y por los que tuvimos el honor de convertirnos en sus amigos en la labor diaria de la geografía.