Mediante un estudio de la historiografía contemporánea y a partir de una revisión estructurada de revistas especializadas y de centros de investigación y docencia, se propone analizar sintéticamente el pensamiento geográfico en América Latina, reconociendo temas transnacionales vinculados a procesos y patrones globales. Subrayamos la importancia de los análisis retrospectivos como un fundamento para la comprensión de escenarios de plausibilidad y para cuestionarnos rigurosamente el qué es y para qué una geografía latinoamericana. Primero, reconocemos el panorama actual de (re)valoración de la geografía como una ciencia social. Posteriormente exponemos el marco disciplinario, teniendo como punto de inflexión la década de los noventa cuando una serie de acontecimientos a escala continental establecieron cambios geográficos y sociales que, al mismo tiempo, generaron posturas reflexivas respecto al quehacer en ciencias sociales. Analizamos la influencia de las grandes tradiciones que han influido en el continente. Finalmente se expone el panorama actual en el ámbito de la disciplina.
In this paper we report results of a thorough historiographic review of published geographic research and on the activity of geography departments and research centers in Latin America. The main focus was on the recognition of transnational subjects and global processes and patterns. We argue that this type of retrospective analyses allows the understanding of the what and the what for of Latin America (lag) Geography. First, we describe the current situation of lag as a social science. Second, we explain the nature of la social processes that, in the 90s, triggered geographic change and subsequent theoretical reflection on this change in lag and in other related social sciences. To this end, we describe how the major traditions in geographic research have influenced lag thinking. To conclude, we suggest the major achievements and tasks that we think characterize the current situation of lag.
The Mexican philosopher Leopoldo Zea (1986) postulated that Latin American integration would occur through educational systems rather than regional economic projects. As far as Geography is concerned, this postulate would suggest that to achieve integration, the discipline should first become stronger at the national level, without rejecting external influences, and by focusing on subjects embedded in large scope research agendas, or in la societal concerns. In addition, the links between la geographic institutions should also become stronger, and emerging common appraisals should be presented in international scientific meetings. These shared perspectives should be the result of common multinational research and educational projects, including postgraduate mobility programs. The participation in thematic networks, either geographic ones, or closely related but where a geographic perspective is present, would be helpful to create common disciplinary visions.
Since the end of the 90s and the beginning of 2000s the number of papers and books on lag, on both, theory and practice as shown in this paper, has increased significantly. However, the impact of this contribution is not strong, considering the number of citations to these works and especially comparing with the production in some European countries or the U.S. LA geographers seem to be more concerned with the results of applied research than with a more theoretical geographical insight. Scientific empirisim and the promotion of a lag rooted in the practical experience of scholars is a heavy burdden difficult to overcome.
A strong lag would represent a step forward for national efforts: it may allow the exchange of conceptual view-points and methodologies among persons who also share a common historic and cultural background. From an applied perspective the role of lag, as is the case of other social scientists, should focus on public-policy decision making, particularly on territorial and environmental issues, especially at the local and multi-scale levels. The scope must be to mitigate inequality, violence and environmental degradation, and to propose different territorial visions. To this end, interdisciplinarity or disciplinary hybridization is advisable, provided the effort is based on a strong disciplinary background
En el actual contexto mundial, caracterizado por aceleradas transformaciones ambientales y territoriales, se han generado en el quehacer geográfico ejercicios de revaloración respecto a la posición de la disciplina, de cara a los retos que ello genera y en el marco del concierto de las ciencias en su afán de interdisciplinaridad. Hoy más que nunca se pondera el fundamento social de la geografía, se buscan marcos teóricos que posibiliten la construcción o reconstrucción de conocimientos híbridos; se recurre a su historia para encontrar en ella el rigor crítico necesario de los enfoques presentes (Ortega, 2004; Demeritt, 2009; Radcliffe et al., 2010).
Considerando lo anterior, se propone analizar el panorama del pensamiento de la disciplina en América Latina. Las preguntas que guían el ejercicio son: ¿qué se ha entendido por pensamiento geográfico latinoamericano? ¿Es posible asumir una perspectiva subcontinental de la disciplina? De ser así ¿cuáles han sido las tradiciones o tendencias sobre las que se sostiene el pensamiento geográfico? A partir de ello ¿cuáles son los retos que debe enfrentar la disciplina de cara al nuevo milenio?
Se reconocen las complicaciones que conlleva estudiar de manera generalizada marcos nacionales tan disímiles. Se advierte también, por un lado, la imposibilidad de acceder a todos los trabajos que se están generando en América Latina —por ejemplo, Brasil y sus más de 50 departamentos y 77 programas universitarios (Geography Departments Worldwide, 2013)—, y por otro, el vasto campo de acción de la disciplina, dividida en humana y física. Por ello, más que establecer un estado categórico de la geografía, se valora sintéticamente el momento, circunscribiéndonos a temas y procesos transnacionales, valorando específicamente el momento y el lugar (Livingstone, 1992). Nuestro interés está en ahondar en temas que han contribuido a desentrañar lo “latinoamericano” en geografía. Por latinoamericano entenderemos aquellas especificidades que revistan la práctica académica, sin por ello desvincularla de los procesos y patrones globales.
Se subrayan dos aspectos de pertinencia. Primero, la importancia de los análisis retrospectivos: la idea de que la historia —la experiencia y la reiteración— nos permiten plantear escenarios de plausibilidad y documentarnos sobre caminos venideros. Segundo, consideramos fundamental cuestionarnos sobre el qué es y el para qué una geografía latinoamericana, partiendo de la noción misma de América Latina, de su definición construida mediante procesos de interpretación determinados por diferentes estados de la ciencia y por condiciones sociales y políticas diversas (Ibid.). De esta manera podremos reconocer alcances y límites del campo de acción a partir de una noción de lo latinoamericano acorde con los tiempos y que pueda satisfacer las exigencias de las diversas y variadas esferas de praxis que lo conforman.
En primer lugar, se señala el interés puesto en la geografía en los últimos años, como la disciplina que aporta al pensamiento interdisciplinario la necesaria visión territorial, enfatizando el marco social. Se establece como un punto de inflexión la década de 1990, cuando una serie de acontecimientos a escala continental —gobiernos neoliberales, movimientos de reivindicación étnica, efectos del fin de la guerra fría, entre otros— establecieron cambios geográficos y sociales que, al mismo tiempo, generaron posturas reflexivas respecto al quehacer de las ciencias sociales. Posteriormente, analizamos la pertinencia de la noción de América Latina. En este sentido, compartimos con Winn (1999), Stephen etal. (2003), Stephen (2007) y Clare (2009), entre otros, el argumento de adecuar la entidad a un contexto geográfico y social más amplio y dinámico, que incorpore incluso a Estados Unidos y Canadá, cuya presencia latina es innegable, pero sin perder de vista las particularidades nacionales, regionales y locales. En seguida nos adentramos en el quehacer geográfico de América Latina mediante una exposición del estado del arte. De particular importancia para este apartado son dos tradiciones: la geografía latinoamericana, el quehacer disciplinario emprendido desde y para América Latina, y la geografía latinoamericanista, que se formula fuera de la región pero que tiene en ella sus objetos de estudio. Los referentes que se presentan no son exhaustivos, pero sí representativos, además de que hacen explícita una visión continental de la disciplina. Finalmente, a partir de una búsqueda de información formal de las instituciones geográficas y de una revisión bibliográfica —libros de consulta recurrente y revistas especializadas en geografía (Tabla 1)—, mostramos los temas de carácter reflexivo que se están produciendo.1
Revistas de geografía latinoamericana o de temática latinoamericana que incluyen temas geográficos consultadas.
Nombre de la revista | Temática | País u organismo |
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Anuario de Geografía* | Geografía | México |
Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles** | Geografía | España |
Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies | Latinoamérica | Canadá |
CONFINS, revista franco-brasilera | Geografía | Brasil |
Cuadernos Americanos | Latinoamérica | México |
Cuadernos de Geografía | Geografía | Colombia |
Diálogos Latinoamericanos | Latinoamérica | Dinamarca |
Economía, Sociedad y Territorio | Geografía | México |
Espaço e Geografia | Geografía | Brasil |
Estudios migratorios latinoamericanos | Latinoamérica | Argentina |
Eure | Geografía | Chile |
European Review of Latin American and Caribbean Studies | Latinoamérica | Países Bajos |
Geocrítica** | Geografía | España |
Geoenseñanza* | Geografía | Venezuela |
Geografía y Desarrollo* | Geografía | México |
Geotrópico | Geografía | Colombia |
Geosul | Geografía | Brasil |
GEOUSP | Geografía | Brasil |
Investigaciones Geográficas | Geografía | México |
Journal of Latin American and Caribbean Anthropology | Latinoamérica | Estados Unidos |
Journal of Latin American Geography | Geografía | Estados Unidos |
Geocalli | Geografía | México |
Nombre de la revista | Temática | País u organismo |
Latin American Perspectives | Latinoamérica | Estados Unidos |
Latinoamérica, revista de estudios latinoamericanos | Latinoamérica | México |
Mercator | Geografía | Brasil |
Párrafos geográficos | Geografía | Argentina |
Perspectiva Geográfica | Geografía | Colombia |
Polis. Revista Latinoamericana | Latinoamérica | Chile |
Revista Brasileira de Geografia | Geografía | Brasil |
Revista de Geografía Norte Grande | Geografía | Chile |
Revista Geográfica | Geografía | IPGH-OEA*** |
Revista Geográfica de América Central | Geografía | Costa Rica |
Revista de historia de la educación latinoamericana | Latinoamérica | Colombia |
Terra Nueva Etapa | Geografía | Venezuela |
Utopía y Praxis Latinoamericana | Latinoamérica | Venezuela |
Es importante subrayar que aun cuando la inserción de los estudios geográficos en las revistas científicas de circulación internacional ha sido muy complicada, sobre todo en aquéllas cuyo idioma es el inglés (Gutiérrez y López, 2001; Coll, 2003), en los últimos diez años este patrón parece revertirse y cada vez es más frecuente encontrar artículos de índole epistemológica y contextuales de la geografía latinoamericana.
Es complicado hablar de una geografía latinoamericana que pueda contraponerse a las tradiciones de la geografía europea o del norte de América. Sin embargo, se plantea que el ejercicio no es ocioso siempre y cuando se reconozcan cuatro consideraciones. Primero, en tanto heredera de la teoría y práctica científica europea y norteamericana, la geografía producida en América Latina no puede desprenderse de otras formas de pensamiento, sobre todo anglófonas o francófonas (Ramírez, 2009; Fernández, 2011). Por tanto, y en segundo lugar, la conformación histórica del pensamiento geográfico de América Latina recurre a los clásicos europeos y norteamericanos para establecer su base epistemológica (Ramírez, 2009). Tercero, resulta entonces complicado afirmar categóricamente que exista hoy en día un pensamiento geográfico absolutamente latinoamericano, construido a partir de autores latinoamericanos. Más aún, los ejercicios de autognosis disciplinaria se inician de forma desigual en los diferentes contextos nacionales. Cuarto, aun así, lo anterior no descarta la pertinencia de una potencial geografía latinoamericana y en esa dirección se están formulando revisiones y análisis disciplinarios; por brindar un ejemplo, los trabajos de Porto-Gonçalves (2003, 2006 y 2009). El ejercicio reflexivo en torno a lo latinoamericano no pretende hacer a un lado las tradiciones de las que ha abrevado la geografía de América Latina; por el contrario, se trata de consolidar sobre esas tradiciones un pensamiento in situ (Fernández, 2011). La geografía británica, alemana, rusa, francesa, española o norteamericana no es tal porque sus geógrafos respectivos se lo hayan propuesto, sino porque pensaron e hicieron mucha geografía, sin gentilicios. Para construir un campo de conocimiento geográfico de y para América Latina, hay que empezar por pensar (repensar) y hacer mucha geografía, práctica y teórica.
UNA geografía social en los albores del siglo XXIReconocer a la geografía como ciencia social no significa negar los componentes o factores biofísicos del espacio; se trata de ponderar el sentido íntegro del espacio mismo, recurriendo a una concepción geográfica que no desvincule las formas, procesos y distribuciones físicas de la dimensión subjetiva, los vaivenes históricos y las vicisitudes humanas. Pensar en términos de dos geografías, una próxima a las ciencias de la Tierra y otra a las ciencias sociales y las humanidades, no resuelve problemas de fondo. Sin embargo, dicha división artificiosa ha permitido resolver satisfactoriamente el problema del vasto campo de estudio de la geografía, problema que ha tenido desde su origen, facilitando al mismo tiempo el desarrollo fecundo de ambas vertientes (Reboratti, 2011). Pero más allá de la histórica división, si bien es posible reconocer que cuando se habla de geografía física y humana se está haciendo énfasis en los objetos de estudio, hoy en día una y otra no pueden ignorarse. Primero, porque lo que hoy se considera medio físico contiene una importante porción de procesos históricos y sociales a través de sucesivas generaciones que se manifiestan en él por la vía de manejos, percepciones o transformaciones. En el instante en que los seres humanos combinan su cotidianeidad con el entorno, la diferenciación entre historia natural e historia humana pierde sentido. Segundo, porque dicho medio físico no es una realidad única, objetiva o universal: es también parte de una asimilación o interpretación humana (Ortega, 2004; Bocco y Urquijo, 2010; Hiernaux, 2011).
Hasta tiempos recientes las ciencias sociales y las humanidades no encontraron en la geografía referencias epistemológicas importantes para resolver interrogantes en torno al análisis espacial, lo cual se evidenciaba en la falta de consensos sobre la noción misma de espacio y otros conceptos —como paisaje y territorio—, en las escasas referencias a textos geográficos, así como en el desconocimiento de la teoría geográfica. Desde los cuarenta, Sauer (1941a), llamaba la atención de sus colegas,2 ante lo que denominaba “el gran repliegue” de la geografía de cara a las reflexiones epistemológicas de las ciencias sociales.3 La disciplina parecía estar encerrada en el paradigma excepcionalista; una búsqueda incesante del “método geográfico”. Para Schaefer (1953), una década después, los geógrafos se desgastaban en tensiones internas tratando de hacer de la disciplina una ciencia sistemática y cuantitativa, cuando debieron formular propuestas generalizables que, por su naturaleza sintética, contribuyeran a las demás ciencias.
La ausencia de una discusión de fondo durante los primeros cuarenta años de la centuria pasada impidió fortalecer el contenido epistemológico de la disciplina. No obstante, los llamados de Sauer o de Dion, o incluso los anteriores exhortos de Febvre, cobraron eco entre geógrafos que se opusieron al conformismo disciplinario. Así emergieron planteamientos, sobre todo de la geografía británica, francesa y norteamericana, que retroalimentaron a la antropología, la arqueología y la historia económica (Cortez, 1991). Se buscaron nuevos caminos que permitieron establecer vínculos sólidos entre las geografías física y humana, siendo uno de éstos la ponderación de la dimensión histórica de la reconstrucción paisajística y la organización del territorio.
Las reconsideraciones teóricas de la geografía, sus balances y perspectivas historiográficas, deben ser parte de una concientización social de los investigadores. Cuando los historiadores Thompson y Saville, junto con otros colegas de disciplinas diferentes se sintieron conmovidos por los acontecimientos políticos que sucedían a finales de los cincuenta en Budapest, asumieron una postura crítica común para encarar problemáticas igualmente comunes, con el argumento de que los compromisos disciplinarios debían comenzar no necesariamente a partir de la teoría, como ejercicio de abstracción, sino del contexto político (Hobsbawm, 2003). No se trata, sin embargo, de que la geografía quede sometida al análisis de las intenciones humanas y sus procesos espaciales, a un empirismo o análisis meramente práctico, algo que ocurre con frecuencia. Se trata de formular modelos teóricos en una relación coherente con el contexto, no como una muestra de determinismo histórico sino como intentos sólidos de valoración de las vicisitudes humanas; una teoría en reciprocación vital con la eventualidad histórica y social. Una postura valorativa de la disciplina, de sus herramientas tanto teóricas como conceptuales y metodológicas, implica necesariamente y en tanto ciencia social un conocimiento ambiental, político y cultural del presente de la humanidad y del pasado que lo define.
¿Cuáles son entonces a principios del tercer milenio los acontecimientos sociales que definen los rumbos de las reconsideraciones teóricas? ¿Qué contextos políticos serán parte de la conciencia social de los geógrafos? Desconocemos cómo será el siglo XXI, pero se sabe que será en buena medida el siglo XX el que le habrá dado rumbo (Hobsbawm, 2008). Al finalizar la centuria, con la conclusión del bloque soviético y el término de la Guerra Fría, concluye también una era del mundo, política y económicamente bipolar. Transcurrida más de una década en el tercer milenio, otros acontecimientos de inflexión generan nuevos panoramas, con sus consecuentes dinámicas sociales y culturales que los geógrafos tendrán que considerar. Por ejemplo, el 11 de septiembre de 2001 y la generalización terrorista o las válvulas de escape de la opresión de estado, como la Primavera Árabe, movimiento transnacional sostenido en buena medida en la herramienta del Internet. A ello habrá que añadir un elemento que atañe directamente a la práctica geográfica: la masificación de tecnología. De particular importancia para los procesos de la geografía son la inserción de los sistemas de posicionamiento global (gps) en la telefonía celular convencional o el acceso a imágenes satelitales mediante herramientas de dominio público como Google Earth, por mostrar algunos ejemplos.
En América, en la década de los noventa, las conmemoraciones por los quinientos años del llamado Encuentro de Dos Mundos coinciden con una serie de levantamientos indígenas que marcan nuevas formas de relación intercultural y procesos de reivindicación étnica, resquebrajando las estructuras de marginación social y territorial, las visiones paternalistas o folclóricas de los diversos gobiernos y las posturas nacionalistas de los centros de investigación en ciencias sociales.4 Se generan entonces conciencias más críticas y se producen nuevas perspectivas solidarias (Alejos, 1998; Bengoa, 2007) que, a diferencia de los años de la Guerra Fría y las dictaduras latinoamericanas, están libres de lecturas ideológicas o interpretaciones políticas internacionales en la dualidad comunismo-capitalismo.5
Si bien a lo largo de la historia del continente han acontecido levantamientos de reivindicación indígena, por ejemplo, la Guerra de Castas emprendida por los mayas yucatecos en el siglo xix (Reifler-Bricker, 1993) o los llamados al “regreso del Inca” en los Andes (Flores, 1986), para los noventa es el momento conmemorativo el que provoca reflexiones en torno a la identidad, aunado a las crisis políticas y económicas de los estados nacionales, los crecientes movimientos sociales latinoamericanos y el rápido flujo de información, los que establecen condiciones que favorecen los levantamientos y hacen del dominio general el debate en torno a la configuración de autonomías. A partir de entonces la cuestión indígena se coloca en primer plano y produce una suerte de panindigenismo (Bengoa, 2007); esto es, se construye un discurso en el que las sociedades étnicas, a partir de relaciones interétnicas a lo largo de todo el continente, exponen elementos comunes, combinando ideas y contenidos procedentes de varias culturas. Por ejemplo, referirse a la Madre Tierra como Pachamama, independientemente del origen étnico. Sociedades multiétnicas, educación multicultural, derechos territoriales se incorporan al discurso cotidiano y así también se extienden puentes cognitivos entre las sociedades étnicas y el mundo globalizado (Ibid.).
Los noventa marcan un periodo de inflexión en la historia de América Latina. Entre 1990 y 1992, indígenas canelos de la Amazonia ecuatoriana realizan un movimiento de dignificación que exige un cambio constitucional consistente en reconocer al país como un estado multiétnico, con el lema “Después de 500 años de dominación, autodeterminación indígena” (Whitten, 1996). En Bolivia, en 1990, ante una invasión de terrenos realizada por ganaderos y madereros en territorio indígena, cerca de mil personas procedentes de doce pueblos inician la “Marcha por el Territorio y la Dignidad”, que dura 34 días y que culmina en La Paz. Ante la presión, el presidente Jaime Paz Zamora firma varios decretos, reconociéndoles cinco territorios interétnicos compuestos por un millón y medio de hectáreas (Albó, 2009). En México, el 1 de enero de 1994, fecha en la que entra en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se levanta en armas el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en Chiapas. El enemigo declarado es el gobierno mexicano, quien ante la conclusión del bloque soviético se ve imposibilitado de recurrir a la coartada de la infiltración comunista. Con una fuerte presencia en los medios de comunicación, el EZLN adquiere simpatías y seguidores internacionales (Stephen, 1997; Montemayor, 1998).
Los acontecimientos de los años noventa establecieron un momento de cambio significativo, proceso que tuvo algunos antecedentes a finales de la década de los sesenta con los levantamientos rurales y los movimientos estudiantiles urbanos, estos últimos inspirados en buena medida en la Revolución cubana. El periodo de transición histórica mostró la ambigüedad de los estados nacionales benefactores construidos entre las décadas de los cuarenta y ochenta (Piola, 2000). En otras palabras, con los levantamientos indígenas de Ecuador, Bolivia y México y sus repercusiones continentales, se cierra históricamente una etapa e inicia otra. América Latina parece girar hacia una izquierda diferente que se asienta ya no en la revolución armada, sino en la protesta popular y la reforma electoral. Este es el marco general en el que el pensamiento geográfico latinoamericano tiene que analizarse y desenvolverse.
La noción América Latina en la nueva centuriaLos intentos por aclarar o matizar lo latinoamericano no son nuevos. Su interpretación empieza hace 500 años cuando los españoles nacidos en las colonias tomaron conciencia de sí mismos como americanos, ante las limitaciones que les imponía la Península ibérica. En el siglo XIX, al surgir los estados independientes, Bolívar propuso la creación de un organismo político que diera sustento territorial al continente. Sin embargo, hoy en día, frente a un mundo globalizado, con tendencias económicas y políticas que conllevan una suerte de desterritorialización, vale la pena preguntarse sobre la pertinencia de la identidad latinoamericana, ya sea local, regional o supranacional (Vázquez, 2007) y, más aún, la insistencia en una geografía latinoamericana. Consideramos que, justamente por el contexto actual y ante la aparente pérdida de identidades nacionales o regionales, es más que pertinente aportar, sintéticamente, a una posible redefinición de lo latinoamericano hoy, social y científicamente hablando.
La idea histórica de Latinoamérica no es exclusivamente una realidad ontológica sino también una invención geopolítica que responde a imposiciones europeas, como objeto de procesos simultáneos de colonialismo y modernización (O’ Gorman, 1995;Mignolo, 2007), lo que detona posiciones encontradas. Por ejemplo, Rouquié (1989) afirma que América Latina es una suerte de “Extremo Occidente”, mientras que Huntington (2005), considera que la región, al igual que los países islámicos, no puede contarse como parte de la civilización Occidental. Sin embargo, analizar el contexto histórico, geográfico y epistemológico de América Latina en consideración de su occidentalidad o no occidentalidad, simplifica la complejidad de la región al entendimiento de las cercanías culturales que pueda tener con Europa o con Estados Unidos, y a partir de estereotipos y caracterizaciones superficiales referentes a conceptos abstractos, tales como “racionalidad”, “democracia” o “libertad individual” (Cañizares, 2007).
Al intentar esbozar a qué hace alusión América Latina, se presenta una serie de ambigüedades. Si tomamos como punto de partida su extensión geográfica, comprendida desde el río Bravo hasta la Patagonia, incluyendo algunas de las Antillas Mayores,6 lo “latino” se desdibuja al reconocer que en tanto en el continente como en territorios insulares se habla inglés, francés o neerlandés. Si se recurre al argumento de área cultural, el hecho de que la provincia de Quebec sea culturalmente más latina que Belice, desestima el postulado. Más aún: ¿por qué hablar de una América Latina si hay un alto porcentaje de población hablante de alguna lengua indígena, alemanes en la Santa Catarina brasileña y en el sur de Chile, así como galeses en la Patagonia? (Rouquié, 1989). Ello ha llevado a algunos autores, desde distintos ámbitos disciplinarios, a cuestionar la existencia o pertinencia misma de la noción América Latina como parte de una complicada dualidad con América Anglosajona (Winn, 1999; Mignolo, 2007; Stephen, 2007).
Desde la disciplina geográfica, la discusión en términos ontológicos en torno a la existencia futura de Latinoamérica cobra otro sentido. En geografía, como en otras ciencias sociales, se indica que una región no necesariamente implica una unidad íntegra u homogénea de fronteras claramente definidas o cerradas sobre sí misma: son también sus diferencias, vaivenes históricos y el reconocimiento de aquello que la distingue frente a otras. Un espacio regionalizado, sea de dimensiones continentales o pequeño como una subcuenca, es consecuencia de una división históricamente razonada y congruente con las regiones vecinas frente a las que se define y distingue. Las regiones surgen de la interacción de sus elementos, en un sistema que opera el espacio. La interacción se logra a través flujos de personas, productos, conocimientos, a través de redes que permiten la comunicación y de puntos o nodos que amarran todo ello conforme a jerarquías territoriales (García, 2008). Las relaciones entre las distintas sociedades que componen Latinoamérica son diversas y mutables, por lo que lo latinoamericano deriva del complejo de relaciones históricas entre sociedades heterogéneas, pero fuertemente vinculadas, y no necesariamente de patrones dominantes. Lo latinoamericano no se descubre, entonces, en rasgos culturales típicos caracterizadores en todo espacio y tiempo: el conjunto de relaciones no es un promedio de constantes sino un decurso histórico.7
América Latina se extiende septentrionalmente más allá de la frontera política que forma el Río Bravo: más de 40 millones de latinos viven en los Estados Unidos y Los Ángeles es una de las ciudades con el mayor número de pobladores latinoamericanos. Independientemente de su estatus legal y procedencia, los latinoamericanos en la Unión Americana han conformado una identidad común, estimulada por las políticas raciales estadounidenses, que se sostiene en el idioma español, en la religión católica y sus reinterpretaciones populares, en ciertos valores familiares y en la reelaboración cultural de ciertos símbolos: Aztlán, el 5 de mayo o la Virgen de Guadalupe (Volpi, 2010).
Pensamiento y práctica geográfica en LatinoaméricaDe la región continental ha emanado escaso conocimiento teórico si lo comparamos con lo que se ha generado en Norteamérica o en Europa, con los aportes de la geografía británica y francesa, y de los cuales se nutre históricamente la geografía latinoamericana. Durante décadas, los geógrafos de la región se preocuparon más por la generación de investigación aplicada, sin cuestionar demasiado el fortalecimiento epistemológico. Mientras los acontecimientos históricos de finales del siglo XX y principios del XXI motivaban a especialistas de varias partes del mundo a cuestionar los horizontes interdisciplinarios y el papel de la geografía en los años venideros, en América Latina el “despertar geográfico” ha sido lento. Por ejemplo, para el caso de México, los geógrafos han reaccionado a ello de tres maneras: manteniéndose en el dominio disciplinario en una actitud pasiva; asumiendo el uso erróneo de los conceptos espaciales en el trabajo propio, o la migración de los geógrafos teóricos a otras disciplinas, como la antropología, la historia o la economía (Hiernaux, 2011).
Lo anterior puede deberse a la diversidad contextual latinoamericana. Por ejemplo, en Colombia se establecieron las principales escuelas geográficas hasta finales de la década de los ochenta, mientras que en México, que cuenta con formación profesional desde los cuarenta, los programas de estudio no contemplaban cursos teóricos hasta recientemente (Montañez, 1999; Ramírez, 2009). No obstante, más allá de las escasas discusiones intelectuales, deben reconocerse los esfuerzos emprendidos a nivel nacional con intenciones de incidencia a escala continental; es decir, de promoción de una geografía latinoamericana. A mediados del siglo XX, geógrafos brasileños y mexicanos participaron activamente en la Unión Geográfica Internacional (ugi), mediante la organización del XVIII Congreso Internacional de Geografía (Brasil, 1956) y la Conferencia Regional Latinoamericana (México, 1966), (Mendoza y Albuquerque, 2014).
Al comparar la producción teórica anglófona y francófona con la de Latinoamérica, no se pretende establecer una ruptura con ellas en aras de la generación de pensamiento regional; por el contrario, se trata de aprovechar la apertura que existe en América Latina a las dos tradiciones. Si bien esas grandes escuelas parecen ignorarse mutuamente, en la geografía de los países latinoamericanos se tiene acceso a ambas, lo que permite sintetizar coincidencias y divergencias (Fernández, 2011). Más aún, en América Latina también hay puentes hacia otras escuelas diferentes, como la española, la rusa o la holandesa, singularidad que enriquece la geografía continental. Con el amplio bagaje conceptual y metodológico nutrido por experiencias norteamericanas y europeas, aunado al análisis analógico de las experiencias latinoamericanas, podremos ir respondiendo la cuestión del cómo conjuntar discursos y miradas disímiles que nos permitan acceder a la resolución de problemas compartidos (Ramírez, 2009).
A pesar de las dificultades que conlleva una generalización sobre el pensamiento geográfico latinoamericano, conformado por diversos procesos disciplinarios nacionales, posturas y tradiciones, es posible establecer algunas tendencias en las preocupaciones teóricas a partir de definir o abordar temas específicos. Partiendo de análisis paralelos de diversas experiencias espaciales a escala local en América Latina, es posible contribuir a la reflexión teórica y conceptual mediante la generación de conocimiento geográfico emanado desde y para el subcontinente y, a pesar de las sustantivas diferencias de cada latitud, aportar a la formulación de tendencias específicas en la teoría geográfica latinoamericana. Aunado a lo anterior y para contribuir a una base reflexiva, es necesario que se contemple lo que sucede en cada uno de los entornos, tan diferentes y lejanos entre sí, estudiando contextos de movilidad, desplazamiento y flujos, tanto al interior de las naciones como intercontinentales, características constantes de los territorios latinoamericanos, así como las particularidades geopolíticas de cada nación.
Debido a su particular desarrollo y consolidación en el siglo XX, debemos referirnos al caso de la geografía en Brasil. Con más de 50 departamentos académicos y 77 programas docentes, es el principal país con mayores alcances en docencia e investigación geográfica en América Latina. Sin embargo, en la medida que la mayor parte de su producción científica (a diferencia de otros gremios académicos) se elabora en portugués, una buena parte de su producción no se publica en revistas de circulación internacional. Esto, empero, no ha sido una limitante para reconocer su liderazgo (Marcus, 2011). Desde la década de los treinta y durante el gobierno de Getúlio Vargas, se estableció la relevancia de la disciplina como parte de la política territorial, siguiendo los modelos de las escuelas francesas. De esta manera, Pierre Monbeig encabezó a los geógrafos de São Paulo, mientras que Pierre Deffontaines, fundador de la Asociación de Geógrafos Brasileños, lideró a los de Río de Janeiro. Hacia I960 surgió la segunda generación de geógrafos franceses en Brasil, representados por Michel Rochefort, responsable del Centro de Estudios para el Ordenamiento Territorial de Francia y quien contribuyó al posterior establecimiento de la corriente brasileña de pensamiento crítico, del que más adelante sería exponente Milton Santos (Cabrales, 2006). En síntesis, Brasil desarrolló una sólida ciencia nacional aplicada, a partir de lazos estrechos con la geografía francesa, manteniéndose en buena medida alejada de la geografía que se realizaba en los países del resto de América.
Más allá de enfoques e investigaciones circunscritos a escala nacional, hasta antes de los noventa, solo unas cuantas publicaciones mostraban el panorama disciplinario tanto teórico como contextual de Latinoamérica. Se trataba de los trabajos de tres geógrafos norteamericanos, Carl Sauer, Preston E. James y James Parsons; un británico arraigado en el latinoamericanismo norteamericano, David Robinson;8 dos brasileños, Josué de Castro y Milton Santos, y un argentino, Carlos Reboratti. Es cierto que en ese entonces existían trabajos panorámicos de la disciplina elaborados por otros geógrafos, por ejemplo Rafael Picó (1975) en Puerto Rico, Ángel Bassols (1985) en México o Héctor Rucinque (1985) en Colombia; sin embargo, éstos se circunscribían al análisis a nivel nacional y sus influencias internacionales y no pretendían ofrecer una visión sintética del quehacer geográfico en el continente.
Geógrafos Latinoamericanistas: escuela de BerkeleyLlama la atención que sean tres norteamericanos y un británico quienes se cuenten entre los que más publicaron sobre el quehacer geográfico latinoamericano. En términos generales, los departamentos latinoamericanos de Geografía se encontraban en proceso de creación o consolidación y atendiendo sus propios contextos nacionales. Por otro lado, el financiamiento era, y es, un factor decisivo. Para un investigador adscrito a alguna universidad norteamericana era viable obtener recursos gubernamentales para su trabajo de campo y el de sus estudiantes, puesto que viajar al sur era, económicamente hablando, muy accesible. Basta echar un vistazo al número de tesis doctorales elaboradas en Estados Unidos con estudios de casos latinoamericanos (Bushong, 1984; Gade, 2008). Pero también resultaba pertinente para los gobiernos norteamericanos comprender el continente en un contexto marcado por la Guerra Fría y bajo los postulados de la Doctrina Monroe.9 Sin embargo, es importante subrayar que hasta los últimos años del siglo XX y principios del XXI estas publicaciones tuvieron una pobre circulación en América Latina, quizá por dos factores: la barrera que entonces representaba el idioma, y el auge del empirismo geográfico en América Latina: muchos datos, pocas lecturas.
El caso de Preston E. James (1942) es notorio si nos referimos al estado del arte de la geografía continental. Siendo una figura emblemática de la geografía norteamericana, su obra ha tenido una escasa circulación en los países al sur de Estados Unidos, si la comparamos con la recurrencia o citas de las publicaciones de Sauer o Parsons.10 Las referencias a su obra se limitan sobre todo a las publicaciones anglófonas. Sin embargo, no podemos dejar de señalar que fue él uno de los primeros en realizar un estudio de síntesis titulado Latin America, bajo el enfoque regional plantado por la geografía francesa vidaliana.
Muy diferente fue el caso de Sauer (1925), figura central de la geografía de las Américas. Tras doctorarse en la Universidad de Chicago y después de algunos años en Michigan, en 1923 se hizo cargo del Departamento de Geografía de la Universidad de California en Berkeley. Influenciado por la Antropología y después de reconocer el papel de las sociedades en las transformaciones del medio, marcó distancia de las posturas deterministas a través de su trabajo The Morphology of Landscape. Para él, la geografía debía formular estudios comparativos entre diferentes áreas culturales, para lo cual era necesario analizar primero los procesos geomorfológicos, climáticos y ecológicos de los lugares para después identificar los elementos culturales materiales —como las viviendas y la traza urbana—, e inmateriales —como la religión o la lengua— (Luna, 1999; Van Ausdal, 2006; Mathewson, 2011). Sauer (1941) se enfocó en América Latina y particularmente en México, y así quedó constatado en su ensayo The Personality of Mexico, en donde estableció los criterios territoriales que antecedieron a la propuesta de Paul Kirchhoff (1943), Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales (García, 1998). Tras una serie de recorridos por Baja California, se interesó en la historia del territorio mexicano. Sauer y sus estudiantes transitaron de investigar los paisajes prehispánicos de Sonora, en el norte, a la organización histórico-territorial en el occidente y centro. Posteriormente, un número creciente de tesis dirigidas por él y sus primeros alumnos, tuvieron como estudios de caso lugares de América Latina, constituyéndose así la escuela de Berkeley. Con el tiempo, los postulados de Sauer se expandieron de California a otras universidades, como Wisconsin, Luisiana y Texas (West, 1998; Luna, 1999; Mathewson, 2011).
Los herederos de Berkeley continuaron viajando a Centroamérica, Sudamérica y el Caribe, primero para realizar sus tesis doctorales y luego para llevar a sus propios estudiantes. Entre los más representativos herederos de la tradición de Berkeley por el número de casos investigados, se pueden mencionar a por lo menos tres. Robert West (1979, 1980 y 1982), estudioso de los aportes sauerianos a la práctica geográfica latinoamericana y latinoamericanista y quien centró su atención en casos de Colombia, México y Honduras. Donald Brand (1948), realizó investigaciones en México, Chile y Brasil, además de realizar un estudio general de la población indígena en América Latina. Dan Stanislawski, profesor emérito de la Universidad de Arizona, trabajó en México, Nicaragua y Brasil (Pederson, 1998).
Otro precursor de la tradición culturalista sauerina, James J. Parsons, produjo trabajos de síntesis referentes al pensamiento y práctica de la geografía (1964, 1973 y 1992). Su tesis doctoral, bajo la dirección de Sauer, trató sobre la colonización de los antioqueños en Colombia (Parsons, 1940); país en el que focalizó sus estudios, pero sin descartar el análisis de otros aspectos de la geografía histórica de las áreas tropicales: las redes territoriales entre Colombia y el Caribe, la agricultura precolombina en Ecuador, el cambio de cubiertas en los bosques de Nicaragua y Honduras, entre otros temas (García Ramón, 1998). Bajo la premisa de que un latinoamericanista debía conocer los orígenes culturales que transforman históricamente los territorios del continente, también incursionó en la geografía histórica de España (Sanclimens, 1985).
David J. Robinson, doctor en geografía por la Universidad de Londres (1967) e investigador en la de Syracuse, ha elaborado revisiones e historiografías en torno al pensamiento geográfico latinoamericanista (1980 y 1989; Robinson y Long, 1989; Robinson et al., 2003). Particularmente se ha enfocado al campo de la geografía histórica. Sobre ella, analizó el estado del arte en el libro Progress in Historical Geography, editado por Alan R. H. Baker (Robinson, 1972). Años después de su publicación, el capítulo recibió críticas puntales derivadas de las generalizaciones que éste presentaba (Ita, 2001; Sunyer, 2010). El panorama expuesto por Robinson era desolador: la medianía en el rigor científico y la falta de internacionalización eran para él las características del quehacer en geografía histórica de la región. Si bien las observaciones de Robinson no eran lejanas a la realidad de los departamentos de geografía de las universidades latinoamericanas, el autor formuló estas apreciaciones a partir de una proyección de los procesos históricos de las ciencias en los países europeos y de los Estados Unidos, pasando por alto circunstancias particulares de los países latinoamericanos (Ibid.). Pero sobre todo, lo que llamó la atención de sus críticos fue que, por lo menos para el caso de México, se limitó a la revisión de los trabajos publicados por geógrafos, los cuales para el campo de la geografía histórica en la década de los setenta eran escasos, dejando de lado las no pocas investigaciones realizadas por historiadores, quienes tuvieron inicialmente un mayor interés por la temática. Sin embargo, independientemente de las observaciones al texto de Robinson, resulta un buen ejemplo de la falta de retroalimentación intelectual en el ámbito de la disciplina que las críticas al texto de Robinson se presenten después de treinta años de su aparición en la obra colectiva de Baker.
A finales de los setenta, Robinson (1979) coordinó Social Fabric and Spatial Structure in Colonial Latin America; publicación que mostraba una marcada influencia de Berkeley, sobre todo a través de los postulados geográficos de West, tales como la articulación funcional de elementos demográficos y sociales vistos en perspectiva histórica. A través de once estudios se abordaron problemáticas espaciales valiéndose de las escalas micro, meso y macro en ocho países —Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela—, y en periodizaciones que abarcaron cinco siglos. Alejada de las posturas clásicas del momento, la obra abría la discusión respecto a la influencia del espacio y su estructuración como reflejo del orden y cambio social y en sentido inverso: el espacio geográfico como detonador de patrones y procesos sociales (García, 1998).
Pensamiento geográfico desde América LatinaAl igual que en la antropología, la historia o la sociología, y en la encrucijada histórica de las revoluciones nacionales de la década de los sesenta, en el ámbito de la geografía continental empezó a promoverse una disciplina propia, resultado de las experiencias de vida, con amplio dominio de las categorías o lógicas locales, y alejada de la contrastación cultural, la curiosidad o la percepción equidistante de los geógrafos no latinoamericanos.11 De esta manera inició, incipiente y fuertemente marcada por el empirismo científico, la promoción de una geografía latinoamericana, que pretendía abordar las problemáticas espaciales y sociales desde la vivencia histórica y cotidiana de los países que conformaban la región. Un antecedente al latinoamericanismo geográfico fue la obra del brasileño Josué de Castro (1947 y 1951), a través de La Geografía del hambre y La Geopolítica del hambre. De Castro expuso con el primer libro la problemática alimenticia de su país, a partir de un procedimiento geográfico característico de mediados de la centuria: la regionalización y la descripción sintética. Esta investigación le sirvió como base metodológica para la Geopolítica del hambre, en la que se refirió a la hambruna a través de un análisis regional por continentes, exceptuando Oceanía.12 A pesar de que De Castro hizo explícita la importancia del método geográfico en la investigación social, sus aportaciones tuvieron un mayor impacto en otras disciplinas, como la sociología y la economía.
En el marco de la geografía elaborada en y para América Latina, predominó la obra y figura del brasileño Milton Santos (1971, 1990, 1996 y 2000). Si bien Santos no presentó una preocupación enfática por regionalizar sus consideraciones teóricas —ya que tenía una visión global, que privilegiaba una geografía del Tercer Mundo sobre una geografía latinoamericana—, sus aportaciones sí constituyen hoy una base historiográfica del latinoamericanismo geográfico.
Santos estudió derecho en la Universidad Federal de Bahía y se doctoró en Geografía en la Universidad de Estrasburgo, en Francia. Fue profesor de distintas universidades: Católica de Bahía, Estatal de Bahía, Toulouse, Burdeos, La Sorbona, Toronto, Columbia, Río de Janeiro y São Paulo. Influenciado por la geografía crítica francesa, encabezada por Pierre George, Santos se adentró en el tema de la práctica geográfica como un compromiso social, acercándose a temáticas tales como la descolonización y la hambruna, y para lo cual los geógrafos debían adquirir posturas epistémicas y metodológicas renovadas. Ante el empirismo desbordado en el ámbito geográfico y la poca producción epistémica de los geógrafos, Santos se adentró en los aportes de otros científicos sociales, como Jean Remy (1964) y Gunnar Myrdal (1974), de quienes obtuvo las visiones economicistas que lo caracterizaron (Hiernaux, 2008). Una de las aportaciones más importantes al pensamiento geográfico latinoamericano son sus disertaciones en torno a la noción de espacio, vista no como una condición dada, sino como un factor de transformación social; como una instancia cultural e ideológica, integrada por seres humanos, empresas, instituciones, ecología e infraestructuras (Santos, 1996).
Cabe mencionar otro caso, el de Carlos Reboratti, representante de la generación de geógrafos afectados por la represión de la dictadura militar de los años setenta, formado en la Universidad de Buenos Aires y en la London School of Economics. En 1982 publicó en Progress in Human Geography, una revisión sobre el estado de la cuestión de la geografía humana en América Latina. El artículo resultó para su momento un ejercicio novedoso que, no obstante el todavía dominio del empirismo latinoamericano, sería revalorado varios años después. Para principios de la noventa, Reboratti (1990) disertó sobre el concepto de frontera agraria en América Latina, de sus diversas facetas, formas y dinámicas en la revista catalana Geocrítica.
Balance de la geografía Latinoamericana en el nuevo milenioSobre todo a partir de la década de los noventa y principios del siglo XXI se han presentado más ejercicios reflexivos y contextuales en torno a la geografía latinoamericana que, al mismo tiempo, han incrementado el número de publicaciones sobre pensamiento geográfico continental, tanto artículos científicos (Silveira, 2003; Rojas, 2005; Córdova, 2006; Slyuter y Mathewson, 2007Peña, 2008; Ramírez, 2009; Porto-Gonçalves, 2009; Trinca, 2010; Raposo, 2011; Salas, 2011; Marcus, 2011; Cairo y Lois, 2014) como de libros (Tabla 2). Sin embargo, si comparamos el número de productos reflexivos que se publican en Estados Unidos o Europa con los que se aparecen en toda América Latina, estos últimos son todavía insuficientes. En el mismo sentido, si medimos los alcances de los artículos por el número de citas que generan, notamos que no son las obras reflexivas las más recurridas por los geógrafos y su alcance generalmente no rebasa el ámbito nacional que los produce.
Publicaciones derivadas de ejercicios de reflexión disciplinaria latinoamericana desde la década de 1990.
Año | Título | Autor(es) o compiladores | País de edición |
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1997 | A Political Geography of Latin America | J. R. Barton | Estados Unidos |
2002 | Geografía global: el paradigma geotecnológico, el espacio interdisciplinario en la interpretación del mundo del siglo XXI | G. Buzai | Argentina |
2002 | Latin American in the 21s Century: challenges and Solutions | G. W. Knapp | Estados Unidos |
2003 | Geo-grafías: movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad, | C. W. Porto-Gonęalves | México |
2003 | Espacio geográfico, epistemología y diversidad | P. E. Olivera | México |
2003 | Debates sobre el espacio en la geografía contemporánea | O. Delgado | Colombia |
2003 | Para onde vai o pensamento geográfico? | R. Moreira | Brasil |
2003 | Modernidad, posmodernidad, globalización y territorio | B. R. Ramírez | México |
2003 | América Latina: realidad, virtualidad y utopía de la integración | J. Preciado y A. Rocha (dirs.) | México |
2004 | Territories, Commodities and Knowledges | C. Brannstrom y S. Gallini | Inglaterra |
2005 | Debates de la geografía contemporánea | C. Téllez y P. E. Olivera | México |
2006 | Tratado de Geografía Humana | D. Hiernaux y A. Lindón | España/México |
2008 | Tras las huellas de Milton Santos, una mirada latinoamericana a la geografía humana contemporánea | C. Mendoza | México |
2008 | Proyectos y estrategias de integración regional. América Latina y el Caribe en el contexto de América del Norte y de Europa | A. Rocha y J. Preciado (coords.) | México |
2009 | Geografía humana y ciencias sociales, una relación reexaminada | M. Chávez (et al.) | México |
2009 | Lecturas en teoría de la geografía | J. W. Montoya | Colombia |
2009 | La geografía en América Latina: visión por países | Á. Sánchez y A. M. Liberali | México |
2012 | Explorando territorios: una visión desde las ciencias sociales | M. E. Reyes y A. F. López (eds.) | México |
2012 | Geografías de lo imaginario | A. Lindón y D. Hiernaux (dirs.) | España/México |
2012 | Placing Latin America contemporary themes in Geography | E. L. Jackiewicz y F. J. Bosco | Estados Unidos |
2013 | El espacio en las ciencias sociales. Geografía, interdisciplinariedad y compromiso | M. Chávez y M. Checa (eds.) | México |
También se han presentado contextualizaciones latinoamericanistas de temas específicos. Por ejemplo, la revisión sobre las investigaciones realizadas por geógrafos españoles en América Central (Espejo, 1997); la compilación histórica de los desastres naturales en América Latina (Lugo e Inbar, 2002); la revisión de las políticas de ordenamiento territorial (Massiris, 2002); el estado de la cuestión de los estudios de geografía de género en América Latina (Velada y Lan, 2007); los estudios etnogeográficos latinoamericanistas (Herlihy et al., 2008); las teorías y metodologías de la cartografía histórica iberoamericana (Mendoza y Lois, 2009); la evaluación de los aportes de Harley y la cartografía crítica al quehacer disciplinario colombiano y latinoamericano (Díaz, 2009); la evolución de la tecnología de los SIG en las investigaciones universitarias de la región subcontinental (Buzai y Robinson, 2010); las discusiones en torno a la tradición y vigencia de los énfasis ambientales en la geografía latinoamericana (Bocco et al., 2011); la panorámica de los nuevos escenarios para la geografía de las religiones (Santarelli y Campos, 2012); la revisión de la tenencia de la tierra y bienes comunes en América Latina (Robson y Lichtenstenin, 2013); la institucionalización de la geografía a través de las revistas científicas colombianas y su contextualización continental (Cabeza, 2013).
Por otro lado, cuatro sociedades geográficas internacionales se encargan en buena medida de la difusión científica de la disciplina. El Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) es una instancia descentralizada de la Organización de Estados Americanos (OEA), fundada en 1928 y sostenida con recursos oficiales de los gobiernos nacionales miembros. La Conference of Latin Americanist Geographers (CLAG), fundada en 1970, es una iniciativa de geógrafos norteamericanos interesados en la región y que actualmente tiene entre sus miembros especialistas de todo el continente. El Encuentro de América Latina (EGAL), establecido en 1987, reúne cada dos años a especialistas de la región, sin necesariamente contar con órgano rector oficial, siendo el comité organizador del encuentro en turno el encargado de darle continuidad a las agendas establecidas. EGAL es una agrupación que detona otra sociedad: durante la celebración de su séptima reunión en San Juan de Puerto Rico, en 1999, representantes de sociedades nacionales de geografía de Argentina (Centro de Estudios Alexander von Humboldt), Chile (Sociedad Chilena de Ciencias Geográficas), Colombia (Sociedad Geográfica de Colombia), México (Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística) y Puerto Rico (Sociedad de Geógrafos de Puerto Rico), acuerdan constituir la Unión Geográfica de América Latina (UGAL). Vale la pena señalar que la Unión Geográfica Internacional (UGI), establecida en 1922, no cuenta entre sus comisiones con alguna que particularmente se enfoque en América Latina, algo que sí ocurre en la Sociedad Norteamericana de Geografía (www.aag.com); sin embargo, la participación de geógrafos latinoamericanos ha sido importante en la UGI, destacando el caso de José Luis Palacio Prieto, quien ocupó la presidencia en el periodo comprendido entre 2006 y 2008 (www.ugi-online.org), además de la organización de las históricas reuniones regionales de Brasil en 1956 y México en 1966 ya comentadas previamente (Mendoza y Albuquerque, 2014).
Respecto a la institucionalización geográfica en América Latina, las universidades de la región tienen una historia reciente. De acuerdo con Palacio (2011), el primer programa enfocado a la formación profesional de geógrafos fue el de la Universidad de São Paulo, Brasil, en 1934. Cinco años después se establece la licenciatura en Geografía en la Universidad de Paraná, en la de Río de Janeiro y en la Universidad de Panamá, y en 1943 en la Universidad Nacional Autónoma de México. Para la década de los setenta se duplica el número de programas, pero es en el siglo actual cuando se presenta un incremento notable de programas de licenciatura, maestría y doctorado en las universidades más emblemáticas de América Latina: el 35% del total se establecen después del 2000 (Ibid.). Brasil es el país con más programas, 77, correspondiente al 50% total; seguido de Argentina, con 27 programas. Detrás se cuentan México, Colombia y Chile. Este fenómeno de incremento de programas no es exclusivo de la geografía latinoamericana y responde en buena medida a la revaloración de la disciplina en todo el mundo; por ejemplo, Murphy (2007) brinda un dato respecto a los Estados Unidos: entre 1995 y 2005 se abren 16 nuevos programas.
Lo anterior resulta por demás interesante. Cuando más se habla de interdisciplina y transdisciplina, de ejercicios de integralidad y de formación de ciencias emergentes o híbridas, más se resalta o revalora la importancia original de la geografía, como un campo de síntesis entre lo humano y lo biofísico, y se estimula la formación de geógrafos. Al parecer, la postura defensiva e ensimismada que caracterizó en buena parte de la centuria pasada a la geografía ha quedado atrás, adquiriendo poco a poco una actitud protagónica y propositiva, que contribuye al esclarecimiento conceptual y práctico de las bases interdisciplinarias.
ConclusionesLeopoldo Zea (1986) señaló que la integración latinoamericana no sería por las políticas circunstanciales ni por proyectos regionales económicos; la integración tendría que darse a través de los sistemas educativos de los países de América Latina y el Caribe, sin hacer a un lado las propuestas externa- listas; a través de la difusión científica, tecnológica y cultural. Visto desde el ámbito del pensamiento y práctica geográficos, primero tendrá que consolidarse la disciplina en los contextos nacionales, sin rechazar las influencias internacionales y evitando los encasillamientos o debates superfluos, por ejemplo, entre lo occidental y lo no occidental. Será importante entonces fortalecer los vínculos entre instituciones geográficas latinoamericanas en sentido amplio. No para evitar la exposición de nuestras actividades académicas ante espacios internacionales, tales como congresos, revistas, foros, etc. Al contrario, para poder presentarlas de manera sólida, como resultado de haber alcanzado una visión compartida, construida en el marco de actividades conjuntas, sean estos proyectos de investigación multinacionales, o espacios de docencia que incluyan la movilidad estudiantil como uno de sus ejes clave.
La participación en redes temáticas, no necesariamente geográficas, pero sí proponiendo los enfoques que hacen distintiva a la disciplina, sería de gran utilidad para conformar estas visiones conjuntas. Una geografía latinoamericana es un paso adelante en los esfuerzos nacionales: permite ampliar los ángulos de apreciación, además de fomentar el intercambio de enfoques, metodologías y experiencias con personas que, además de un interés disciplinario, también comparten procesos históricos y culturales comunes.
Desde el punto de vista aplicado, el papel de los geógrafos latinoamericanos, como el del resto de los científicos sociales, debe orientarse a los tomadores de decisiones en materia territorial y ambiental y a la formulación de escenarios en particular orientados al ámbito de lo local. América Latina y el Caribe ofrecen en el presente una gran oportunidad para formular propuestas que contribuyan a mitigar los efectos de las desigualdades sociales, los daños ambientales y la violencia, y en cambio puedan ser sustituidos por proyectos territoriales más justos (López, 2011). Para ello, insistimos, es necesario fomentar la interdisciplinariedad, la integración o hibridización que permitan encarar problemáticas ambientales, sociales y territoriales evitando las parcialidades. Estos ejercicios de síntesis científica deben partir de sólidas y rigurosas bases disciplinarias. En lo que respecta a territorio, espacio y relaciones sociedad-naturaleza, la geografía tuvo y tiene aún mucho que decir.
Iniciamos con las publicaciones periódicas de geografía que tuvieran como área de interés principal temas latinoamericanos o un número signiicativo de autores y temas de América Latina. También se hizo una selección de revistas latinoamericanistas que no necesariamente tuvieran en la geografía un área de interés principal, pero que pudieran contener artículos sobre temas geográicos.
La crítica se centraba en la geografía humana, pues la geografía física marcó desde un principio sus características pragmáticas.
Sauer sería criticado por los mismos motivos que él señalaba. Se le adjudicaba carencia de profundidad teórica, sobre todo en su concepción superorgánica de cultura, centrada en aspectos materiales; por tanto ignoraba el papel que los individuos tenían a la hora de tomar decisiones (Luna, 1999). Los cuestionamientos vendrán de la geografía crítica británica, influenciada por las teorías marxistas de Lefebvre, Williams y Hall, quienes a su vez se basaban en un pulido materialismo histórico, como el de Marcuse y Gramsci. El resurgimiento de temas culturales dará origen a la nueva geografía cultural anglosajona, en voz de su principal exponente: Denis Cosgrove (1983).
A diferencia del despliegue de enfoques teóricos que se daba en los países de Europa y en Estados Unidos referentes a la investigación etnológica, en América Latina las ciencias sociales tenían como eje único de las problemáticas teóricas la cuestión de la identidad nacional (Medina, 2003). Esta postura académica no era ajena a los gobiernos de los diferentes estados que, mientras cultural y económicamente se buscaba emular a los países europeos y a los Estados Unidos, por otro lado, con la pretensión de construir un “nosotros” independiente, se exaltaban las civilizaciones indígenas pre- hispánicas (Chanady, 1994; Alejos, 1998; Navarrete, 2004).
Antes de los noventa, los movimientos indígenas eran considerados como parte de la confrontación Estados Unidos-Unión Soviética. Un ejemplo en los sesenta es la guerrilla trotskista peruana de Hugo Blanco en los valles de La Convención y Lares, alejada del comunismo soviético (Fioravanti, 1986).
Respecto al Caribe, suele descartarse como latinoamericanas las islas vinculadas a la Commonwealth —Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nevis, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Jamaica y Trinidad y Tobago, y los territorios continentales de Belice y Guyana—. También suelen quedar fuera de la regionaliza- ción los departamentos de ultramar de Francia —Guadalupe y Martinica— y las islas vinculadas al Reino de los Países Bajos —Aruba, Curazao y Bonaire—. Caso particular el de Puerto Rico, Territorio No Incorporado a los Estados Unidos, el cual, por esta misma razón, se descarta, a pesar de presentar una fuerte tradición histórica y cultural “latina”.
La idea de unidad regional, tal y como se expresa aquí, se basa en lo que Alfredo López Austin (1998), denomina para Mesoamérica “núcleo duro”.
Por cuestiones de espacio y ainidad nos enfocamos en el latinoamericanismo norteamericano. Sin embargo, debemos mencionar al latinoamericanismo europeo que, si bien se ha centrado más en la práctica que en la teoría geográica de América Latina, si ha mantenido en la región un ámbito de especialización. Véase el caso de España (Cabero, 1994, Cunill, 1995, Marchena, 1995, Mata, 1996).
Se ha escrito mucho sobre las fuentes de inanciamiento y objetivos de algunos de los geógrafos estadounidenses durante la Guerra Fría. Esto no es extraño para quienes tuvieron la experiencia de vivirlo. En enero 2009, durante la Conference of Latin Americanist Geographers, celebrada en Nicaragua, William M. Denevan, profesor emérito de la Universidad de Wisconsin y egresado de Berkeley, hizo un recuento de sus experiencias de campo en ese país cen- troamericano como parte de una investigación de maestría, bajo la dirección de Parsons. Además de contar con el apoyo de la InterAmerican Geodetic Survey, Denevan (2009) se reirió al acompañamiento de los marinos de la U. S. Navy.
Sluyter y Mathewson (2007) señalan también entre los problemas contextuales del pensamiento geográico nor- teamericano la carencia de conectividad intelectual entre grupos de investigación aines; por ejemplo, dos colectivos de especialidad de la Asociación Americana de Geógrafos (aag): el Grupo de Especialidad Latinoamericanista (lasg, por sus siglas en inglés) y el Grupo de Especialidad en Geo- grafía Histórica (hgsg).
Ambas posturas, la externalista y la nativista, coincidían en la capacidad de los investigadores para asegurar el acceso no mediado a las sociedades estudiadas, sea por la distancia –externalistas–, sea por la experiencia y vivencia personal –nativistas–. Como airma Gunber (2006:39), reiriéndose a la antropología, el empirismo ingenuo que subyace a las airmaciones de quienes abogan por una disciplina nativa, con tal de lograr una menor distorsión de lo observado y una mayor invisibilidad del investigador en el campo, es prácticamente idéntico al de quienes sostienen que sólo una mirada externa puede captar lo real de manera no sesgada y cientíicamente desinteresada.
Raúl Oscar Argentino (2008) retomó los estudios de De Castro para presentar una geografía del hambre a comienzos del siglo xxi, añadiendo la situación en los estados postso- viéticos y en el Pacíico Sur.