Beatriz Sarlo es una respetada escritora y ensayista argentina en el ámbito de la crítica literaria y cultural. Ha sido docente de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en varias universidades extranjeras. Su condición de intelectual comprometida con las transformaciones socio-culturales devenidas de la crisis de la modernidad en América Latina, le permitió acentuar, junto con sus notas de carácter ideológico político, una colocación en el campo estético. Su trabajo en la revista Punto de Vista entre 1978 y 2008 resulta un condensador que atraviesa su militancia en el Partido Comunista Revolucionario, la clandestinidad, la democracia, el campo intelectual argentino, en una discusión que hoy continua en otros medios (Mercader y García, 2013).
Viajes es un libro en el que la ensayista viaja en primera persona y recupera su pasado en su condición de intelectual y animal político. Un trabajo diferente e inesperado en la obra de la ensayista que se ubica a prudente distancia del resto de sus trabajos sobre cultura y sociedad. Sarlo sostiene que “Nuestro viaje es el último de una serie de viajes con el modelo del ‘Che’ (Ernesto Guevara) en cuanto respondían a la idea de conocer el continente donde iba a ocurrir la revolución”, “eran los desplazamientos posibles para un puñado de universitarios porteños que no podían permitirse el avión”. “Ibamos por tierra tan lejos como podíamos”.
De la Amazonia a las Malvinas intenta un vuelco de lleno a una escritura narrativa y autobiográfica que ahonda en los territorios de una América Latina atravesada por revoluciones —o las promesas de su pronta llegada— durante su juventud, entre los años 1960 y 1970, hasta un “salto de programa” a Malvinas en el año 2012 como observadora del referéndum que tuvieron los habitantes de la isla.
La contemplación del paisaje en sus recorridos se realiza en clave etnográfica, al ejemplificar cómo una comunidad o sociedad se forja a partir del conjunto de significados y propósitos compartidos que emergen de sus prácticas cotidianas, relaciones sociales, hábitos y costumbres, tipos de trabajo y entretenimiento compartidos. Sarlo sigue al galés Raymond Williams en estas aproximaciones que le permiten contemplar “el paisaje como la inversión de trabajo humano” para reforzar la idea de que el turismo no habilita la posibilidad de recorrer la naturaleza sino como escenarios “a los que modifica y eventualmente corrompe”.
En sus mudanzas ha perdido sus bitácoras de viaje por la Argentina, Bolivia, Brasil y Perú, que incluían un listado de fechas y lugares. Allí estaba seguramente lo que ya no se recuerda. Sarlo se vale entonces para su reconstrucción no del “objeto mágico irrecuperable” sino de ese relato a posteriori que se ensancha y crece a partir de otros viajeros e intelectuales que han recorrido como ella y sus compañeros estos espacios: Lévi Strauss, Sylvain Ve- nayre, John Urry y Jonas Larsen, Carlos Reboratti, Roger Caillois, Cesar Vallejo, David Stolle, André Marcel d’Ans, Adrian Gorelik y Alberto Sato son algunas de las referencias y agradecimientos que ella incluye en sus notas. En un reportaje publicado en la Revista Ñ (Garzón y Pavón, 2014) sostiene que su método para escribir partió de leer literatura de viajeros y establecer una teoría del viaje. La selección fue producto de una precisa investigación para reponer una cantidad de información “en primer lugar, para mí misma”. El relato surgió de la historia y de la inspiración de su pluma en una apuesta al valor del viaje y su singularidad que ella trasformó en literatura.
El libro se inicia con una ética del viajero que rememora el esnobismo de Debra Winger y John Malkovich en el film de Bertolucci basado en la novela de Paul Bowles. En The Sheltering Sky la pareja que llega al Sahara y no deja de enunciar que “son viajeros y no turistas”. Ser los primeros en practicar un derrotero exclusivo y muy alejado de los recorridos convencionales de la sociedad de masas los ubica como exponentes de una especial excentricidad. En “El salto de programa” Sarlo afirma que “La intensidad de la experiencia” es “un shock que desordena lo previsible, rompe el cálculo y de pronto abre una grieta por donde aparece lo inesperado, incluso lo que no llega a comprenderse del todo”. La autora despliega una compleja biblioteca para sostener los “saltos de programa” en un recorrido en el que conjuga la literatura y sus representaciones celebrativas de una distancia estética en toda noción de paisaje. Viajes en barco, por la selva o la montaña, son aventuras que Sarlo escenifica desde la distancia para evocar a los viajeros que la acompañan en la narración, intuyendo que esos viajes de juventud (de mochila y borceguíes) eran “Viajes de aprendizaje”, pero sobre todo, “Viajes ideológicos” como el que realizó a Bolivia y a Perú llena de prevenciones: “no éramos turistas. Pertenecíamos a una categoría imaginaria: jóvenes latinoamericanos. [...] Buscábamos América Latina, un espacio y un tiempo futuros”.
El primero, “El viaje original”, comienza con una verdad enunciada desde sus vacaciones en Deán Funes “En ese momento debo haber adquirido una primera noción de los viajes, no consisten en una impávida sucesión de placeres y novedades sino también de sobresaltos”. Sarlo evoca estas estadías en casa de su tío en las sierras bajas de Sauce Punco en Córdoba, al describir las diferentes escalas sociales que convivían en “Las Pencas” y los restos de un cosmopolitismo que decodifica solo en la distancia que el texto impone. Se trata de un emotivo relato familiar que establece un punto de partida para lo que vendrá: los capítulos que narran los viajes a la Puna, a Bolivia, a Perú y a Brasil, los cuales son una reescritura o una rectificación de aquellas experiencias (Panesi, 2015) “las experiencias inolvidables están hechas de materias perfectamente casuales, pero dispuestas de un modo que las vuelve significativas”.
La autora establece que el viaje era la aproximación al “territorio donde la revolución iba a ser posible tarde o temprano. Y por eso esa especie de respeto devocional hacia quienes encontrábamos por el camino: campesinos, obreros, mineros, estudiantes”. Hacia 1964 con un grupo de amigos caminaron por la selva amazónica peruana, el norte argentino, las minas bolivianas de Oruro y atravesaron en barco el sur de Brasil por el río Paraná en una peregrinación hacia Brasilia en el sertão brasileño. “Yo no sabía nada mientras viajaba” “Cuando recorrí Latinoamérica no había consultado ninguna bibliografía, y por tanto también uno podría decir que es un libro intelectualmente sincero”. Sarlo trata de ser “lo más fiel a aquella jovencita desconocida por mí misma que hizo los viajes” pero no logra convencernos porque en la selección de sus palabras solo puede leerse la invención de sus imágenes cimentada en todos estos años de trayectoria.
En este sentido, “Una extranjera en las Islas”, el viaje a las Islas Malvinas que emprendió como cronista de La Nación en 2012, puede leerse en contraste con estos viajes juveniles cargados de latinoamericanismo bienpensante y donde la persona que viaja y la que sabe algo son la misma. En Malvinas Sarlo abraza una de las grandes pasiones argentinas: la vuelta de tuerca sobre posiciones ya consolidadas, “Yo no estoy segura de que quiera conocer más las islas. Y tampoco las quiero, porque quererlas me acerca peligrosamente al nacionalismo del que he tratado de apartarme”. ¿Se trata de relatos, que intentan construir una perspectiva novedosa sobre las previsibles narraciones de los políticos argentinos? La discusión de las respuestas excedería los límites de esta reseña y también mis propios límites. Sarlo es una intelectual preocupada en interpretar la cultura popular y en particular sus aspectos emocionales o míticos en los que analiza el tejido argumentativo de la política argentina con relación a las islas.1
Las fotografías rescatadas funcionan como contra planos de la reescritura (http://sarloviajes.blogspot.com.ar/) que permiten establecer el “Yo estuve allí”. En ellas están Sarlo y sus amigos entre chozas y canoas por una selva anterior a todo, incluso al evangelio antiimperialista del uruguayo Eduardo Galeano (1972). “Porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan la despiadada disolución del tiempo”, escribió la ensayista estadounidense Susan Sontag (2010:25). Sarlo cree en esas rectificaciones, porque ha quedado fijada ahí, a esa chica de 20 años que aún existe en las fotografías con el mismo tono desafiante pero con esa mezcla que define a la cultura argentina, un espacio imaginario que la literatura desea, inventa y ocupa.