Este es un libro escrito por un sociólogo que sigue la línea de Pierre Bourdieu, aunque parece estar influido igualmente por varios otros estudiosos franceses, británicos y latinoamericanos. Por lo tanto, resulta un libro de mucho interés para los geógrafos, ya que trata de un concepto eminentemente espacial: la fragmentación (Dangschat, 2009).
En Las reglas del desorden. Habitar la metrópoli,Duhau y Giglia (2008) proponen una tipología de los micro espacios que integran a la metrópolis de México, con el fin de analizar el orden que les es propio. Si bien el punto de inicio de Gonzalo A. Saraví no es el espacio urbano como tal, sino el de las clases sociales polarizadas, nos propone un análisis especializado de la relación entre estas clases sociales. Su conclusión es similar a la que sostienen Duhau y Giglia: México enfrenta un proceso avanzado de fragmentación social. Y mientras que estos últimos autores analizan las consecuencias de esta fragmentación sobre el espacio público y la ciudadanía, Saraví se enfoca en la experiencia subjetiva de la clase social, en sus manifestaciones espaciales y en sus consecuencias sobre la cohesión y el bienestar social.
La fragmentación, nos dice el autor, “supone un salto cualitativo respeto a la desigualdad, involucrando no solo diferencias económicas, sino ahora también dimensiones sociales, culturales y subjetivas que consolidan espacios de inclusión desigual y exclusión recíproca” (p. 278). La pregunta central del libro es: ¿cómo se construyen, se reproducen y cómo se vive en esos espacios separados por mundos socioculturales y espaciales?1
Combinando un análisis estructural y subjetivo con un método etnográfico enriquecido, el autor analiza la experiencia subjetiva de la fragmentación en tres tipos de espacios: la escuela, la ciudad y los espacios de consumo. Realizó entrevistas a 40 estudiantes universitarios de cuatro universidades; dos de ellas situadas en el noroeste de la ciudad y destinadas a las élites, y otras dos otras localizadas en los barrios periféricos del oriente, destinadas a las clases populares. ¿Por qué eligió concentrarse en la juventud? Es una edad que permite estudiar cómo, en los primeros años de la vida hasta la transición a la edad adulta, esos mundos de exclusión recíproca se reproducen y se rechazan al punto de devenir invisibles el uno del otro.
Si a primera vista uno podría pensar que la sociología utiliza una noción metafórica del espacio, la lectura nos hace descubrir, por el contrario, una teorización refinada del espacio, de la movilidad, de las fronteras y del aislamiento. En efecto, una perspectiva sociológica tradicional analiza las desigualdades en términos verticales (aquellos que tienen mucho y aquellos que tienen menos); el autor del libro revisado agrega una comprensión espacial de las desigualdades y piensa en términos horizontales (adentro-afuera) con el fin de analizar los espacios exclusión recíproca. De esta forma, en lugar de centrarse en la pobreza, el explora las relaciones (o, más bien, la ausencia de relaciones directas, con una gran variedad de percepciones y mecanismos de relaciones indirectas) entre los más ricos y los más pobres de la sociedad urbana mexicana. Más que las desigualdades, la fragmentación social implica la exclusión espacial.
El primer capítulo ofrece una revisión de la literatura sociológica sobre las desigualdades y la pobreza, con el fin de introducir el concepto de fragmentación, que implica una fractura, una ruptura de las relaciones entre las partes. El autor se propone, entonces, “espacializar” el análisis de las desigualdades, al agregar una mirada horizontal al analizar cómo se construyen las fronteras entre los segmentos, y no solamente la jerarquía vertical en términos de su status socioeconómico.
Mientras que el estudio de las desigualdades privilegia el concepto de inclusión, la fragmentación exige, por el contrario, comprender la exclusión, la construcción de fronteras, que se construyen por diversos mecanismos: “La exclusión ocurre a través de múltiples y diversas prácticas de discriminación hacia los “otros”; el cierre a través de la construcción de espacios de pertenencia y vinculación entre “nosotros”, y el aislamiento a través de las estrategias de evasión o de la jerarquización y formalización de los encuentros y de las relaciones entre “nosotros” y los “otros” (p. 175).
Los tres capítulos siguientes están consagrados a tres espacios de la vida de los jóvenes: la escuela, la ciudad y el consumo. Saraví contrasta la escuela total de las élites con la escuela acotada de las clases populares. Para los jóvenes de clases superiores la escuela es total en el sentido espacial (es un lugar donde uno puede pasar el día y encontrar lo que uno tiene necesidad) y en el sentido social (está en el corazón de la vida de los jóvenes). Para las clases populares la escuela es mucho menos importante, y se consagra mucho menos tiempo a ella; además, entra en competencia con otros ritos de pasaje a la vida adulta (los niños, el trabajo, el matrimonio). La escuela total se combina con la ciudad exclusiva formada de espacios cerrados ligados por los desplazamientos en camioneta blindada. La escuela acotada funciona en la ciudad abierta caracterizada por los espacios abiertos, multi funcionales, públicos y con limites laxos, ligados por los desplazamientos largos y complejos en transporte colectivo. De esta forma, en una estructura urbana fragmentada (Capron y Gonzalez, 2006) se agregan prácticas urbanas, pautas de interacción y estigmas territoriales (límites simbólicos) que componen los referentes de normalidad urbana, de lo que supone vivir en la ciudad.
El autor nos muestra que estos espacios de exclusión recíproca están separados por un vacío: “El aislamiento y el desconocimiento, pero sobre todo la conformación de un espacio intermedio vacío, tiene como otra de sus consecuencias que la desigualdad misma se torne borrosa y casi imperceptible para los habitantes de una y otra ciudad.” (p. 190). Es este vacío el que resulta amenazador y que hace falta comprender si uno quiere resolver los grandes problemas que enfrenta México, como la violencia y la inseguridad.
El libro concluye con una descripción del análisis que hacen los jóvenes mismos de esta fragmentación. Saraví muestra cómo, luego de que estos jóvenes se aventuran en este vacío intermediario entre estos dos mundos, e interpretan la relación como una “falta de respeto”, que es resentida como un no reconocimiento, eso produce resentimiento. Allí se encuentran, sugiere el autor, las raíces de la violencia y la inseguridad.
Con su mirada etnográfica, la obra de Saraví aporta otra sensibilidad y un trabajo de vinculación de escalas muy original para entender la fragmentación. Es un complemento bienvenido a la visión estructural de la fragmentación urbana que trabajamos en geografía.