Este artículo intenta contribuir a profundizar en la comprensión del pensamiento económico del industrialista brasileño Roberto Simonsen. Para ello, se analizan textos del autor y de un contemporáneo suyo, el economista ruso Wladimir Woytinsky. El trabajo se centra en el estudio de 2 momentos específicos de la actuación de estos pensadores, que permiten verlos como cuestionadores de la ortodoxia económica vigente. En el caso de Simonsen, se analizan, por una parte, su manifestación ante la visita a Brasil de la misión financiera inglesa de 1924 (misión Montagu) y, por otra, una conferencia que pronunció en el Mackenzie College de São Paulo en 1931. Para Woytinsky el momento elegido es el de la elaboración de su plan para combatir la crisis de 1930-1932 en Alemania. Se muestra que la conexión entre estos 2 autores se produce a través de la obra del economista rumano Mihail Manoilesco. Finalmente se estudian las aproximaciones de Simonsen y Woytinsky a la cuestión de la reconstrucción europea tras la Primera Guerra Mundial, destacando la sintonía existente entre sus formulaciones y propuestas.
This paper attempts to present a more thorough understanding of the economic thought of the Brazilian industrialist Roberto Simonsen. Thus, the texts by Simonsen and a contemporary author, the Russian economist Wladimir Woytinsky, are examined, and are focused on the intellectual production of these authors at two specific times, which shows them as opponents to the predominant orthodoxies. In Simonsen's case, we deal with his reaction to the visit of the English financial mission which came to Brazil in 1924 (Montagu mission), and with a lecture given at the Mackenzie College in São Paulo, in 1931. For Woytinsky, we focus on the time when he was the drafting of a plan to solve the 1930-32 crisis in Germany. It is demonstrated that the connection between Simonsen and Woytinsky is to be found in the work of the Rumanian economist Mihail Manoilesco. Finally, we outline the approaches of the two authors regarding the question of European reconstruction after World WarI, highlighting that their approaches are in tune.
Roberto Simonsen (1889-1948) es un autor importante para entender los orígenes del pensamiento económico ligado a la industrialización y al proteccionismo en Brasil. Este tipo de pensamiento se ha asociado a la ideología desarrollista, entendiendo el desarrollismo como una ideología de transformación social, basada en la industrialización integral y en la convicción de que sería imposible alcanzar esa industrialización dejando actuar únicamente a las fuerzas del libre mercado (Bielschowsky, 2000; Agarwala y Singh, 2010). Fue un industrial importante en el Brasil de la primera mitad del sigloxx. En el inicio de su carrera destacó como empresario en el sector de la construcción civil en la ciudad paulista de Santos. Posteriormente diversificó su actuación, participando en los sectores de la cerámica, los combustibles líquidos y el comercio de exportación. En la década de 1920 destacó como líder de los industriales paulistas, con los cuales fundó en 1928 el Centro de la Industria del Estado de São Paulo —Centro das Indústrias do Estado de São Paulo (CIESP)—, que dio origen a la Federación de la Industria del Estado de São Paulo —Federação das Indústrias do Estado de São Paulo (FIESP)—, entidad que sigue representando al sector en la actualidad. Simonsen fue presidente de la FIESP, diputado y senador (Dias, 2001).
Ingeniero civil formado en la Escuela Politécnica de São Paulo, hoy integrada en la Universidad de São Paulo, Simonsen dejó un legado intelectual relacionado, sobre todo, con la economía y la historia, además de varios escritos técnicos en el área de la ingeniería (Lima, 1976). Escribió diversos textos sobre la economía brasileña, resaltando el papel de la industria para la superación del atraso económico y asociando el avance industrial con la idea de progreso nacional. Como economista, Simonsen fue defensor del proteccionismo, y en este tema se aproximó a la teoría del comercio internacional postulada por Mihail Manoilesco, como se mostrará en este artículo. También defendió la planificación, oponiéndose al principal economista liberal brasileño, Eugênio Gudin, con el cual mantuvo un debate fundamental en el pensamiento económico brasileño, en 1944-1945. Como historiador, Simonsen fue pionero en el establecimiento de la historia económica como campo de estudio en Brasil. Escribió el clásico História económica do Brasil, publicado en 1937 como material para la disciplina de Historia Económica, impartida por el autor en la Escuela Libre de Sociología y Política de São Paulo. Esta obra consolidó la interpretación cíclica de la historia de Brasil, que veía a los ciclos de la economía colonial brasileña —azúcar, oro, café— como formas de producción de una riqueza poco perenne, incapaz de resultar en una nación económicamente pujante y políticamente unificada. Tal interpretación ha perdurado en la historiografía brasileña, y aún hoy suscita debate (Cepêda, 2003, y Saes, 2009).
Este trabajo pretende contribuir a la comprensión del pensamiento económico de Roberto Simonsen, insertándolo dentro de un movimiento de ruptura con la ortodoxia económica, que se desarrolla en el período de entreguerras. El término «ortodoxia económica» tiene aquí un sentido amplio, pero históricamente determinado. Se trata de las recetas de política económica predominantes, en el mundo occidental, desde mediados del sigloxix hasta la consolidación del keynesianismo, después de la Segunda Guerra Mundial. El recetario patrón, defendido por las finanzas internacionales, estaba basado en la defensa de la moneda, en la austeridad fiscal y en la creencia en el libre mercado. Ese recetario estaba vinculado a la vigencia del patrón oro como sistema monetario internacional que, al exigir credibilidad y cooperación entre los países, imponía una coordinación internacional de políticas económicas (Eichengreen, 1995, p. 30). Un sistema así, por un lado, permitía a los países periféricos participar en los flujos internacionales de comercio y de capital de forma más amplia, pero, por otro, les obligaba a aplicar medidas de política económica de carácter recesivo, tales como las limitaciones en la emisión de dinero y los tipos de interés o de redescuento altos, con el objetivo de defender la estabilidad de la moneda (Eichengreen, 2000; Carvalho, 2004).
Debe resaltarse que la existencia de un recetario predominante no implica que este sea único: en este periodo hay una pluralidad de ideas económicas circulando. El caso norteamericano es emblemático en ese sentido: la existencia del institucionalismo, movimiento amplio y permeable a varios autores, en convivencia con concepciones más vinculadas a la visión neoclásica, hace difícil definir una «ortodoxia» de pensamiento económico para los años de entreguerras en Estados Unidos (Morgan y Rutherford, 1998). Las ideas marxistas también tuvieron amplia difusión internacional. E incluso el marxismo, a veces, era rehén de su propia ortodoxia: el apego a la idea de que la crisis representaba la derrota final del sistema capitalista limitaba la aparición de propuestas innovadoras de política económica, en el sentido del estímulo a la demanda y del fomento del crecimiento. Las recetas de política económica marxista se basaban, pues, en la idea de que la crisis era un síntoma inevitable que se iría agravando hasta que se superase el capitalismo. Al utilizar el término «ortodoxia» no se pretende englobar los postulados defendidos por las finanzas internacionales y los de las corrientes marxistas dentro de una misma línea de pensamiento económico. Al contrario, lo que se pretende es destacar el hecho de que esas 2 orientaciones polarizaban las alternativas de política económica. En el período de entreguerras estaban en juego, en el mundo occidental, 2 grandes proyectos políticos: uno implicaba la profundización del capitalismo y otro pasaba por la superación de este sistema.
El estudio de este período permite captar 2 dimensiones importantes de la producción simonseniana. La primera se refiere al planteamiento de propuestas innovadoras —fomento de la industria, diversificación productiva— pero insertas todavía en la lógica de la economía ortodoxa, ligada a las finanzas internacionales, de principios de la década de 1920. Esta dimensión está presente en la carta que Simonsen envía a la misión Montagu en 1924: aunque tiene como objetivo explícito mostrar a los acreedores que Brasil es un país capaz de cumplir con sus compromisos internacionales, Simonsen deja claro que esa capacidad no se puede mantener si el país sigue siendo solo un exportador de café.
La segunda dimensión consiste en la articulación de la obra de Simonsen con los debates internacionales y con otros autores que poco a poco consiguen construir algunas propuestas alternativas a la ortodoxia. Con el objetivo de captar ese tipo de sintonía, se hace una incursión en algunos escritos de Wladimir Woytinsky, economista ruso citado por Simonsen en «As finanças e a indústria», texto de 1931. Woytinsky actúa, en ese momento, en la Alemania de Weimar y elabora, en el ámbito del movimiento sindical, un plan para combatir la crisis económica, que no llega a ser implementado. Woytinsky fue un autor muy citado por Mihail Manoilesco, economista rumano cuya obra tuvo un reconocido impacto en el ámbito del pensamiento industrialista brasileño, aportando argumentos para cuestionar la teoría del libre comercio. Se intenta mostrar que Simonsen cita a Woytinsky en esta conferencia a partir de su lectura del libro de Manoilesco. Simonsen recurre al autor ruso para obtener datos estadísticos que apoyen la teoría proteccionista del comercio internacional. En un contexto en el que los servicios de estadística no estaban todavía desarrollados en Brasil, ni tampoco había una amplia y regular divulgación de datos por parte de las entidades internacionales, el recurso a un autor específico, preocupado por cuestiones relacionadas con la recuperación económica y el desarrollo de las naciones en la primera posguerra, para obtener información estadística es indicativo del tipo de pensamiento económico que Simonsen estaba formulando. Además de esta cita relativa a los datos, se muestra que las concepciones de Simonsen y Woytinsky sobre la reconstrucción europea y sobre las formas de estímulo a la economía son convergentes, reforzando la idea de que estos autores forman parte de una corriente de pensamiento que está generando nuevas ideas económicas y que cuestiona ciertas concepciones vigentes hasta entonces, tanto ligadas al proyecto de política económica de las finanzas internacionales como al proyecto alternativo, el socialista.
El artículo sigue una organización temática, más que cronológica. Después de esta introducción, se presentan los aspectos metodológicos relacionados con la elaboración de este trabajo. La sección tercera analiza el contexto histórico de ruptura con la ortodoxia en el período de entreguerras, poniendo el énfasis en el esquema explicativo de Peter Gourevitch y en los informes de la Sociedad de Naciones. La sección cuarta se centra en la actuación de Woytinsky dentro del movimiento sindical alemán y su intento frustrado de que la socialdemocracia aceptase un plan de estímulo a la demanda, como forma de contrarrestar la crisis de principios de la década de 1930. La sección quinta retrocede en el tiempo para mostrar cómo, desde un contexto periférico, Roberto Simonsen reacciona a la visita de la misión Montagu a Brasil, en 1924. En la sección sexta se establece la conexión entre Simonsen y Woytinsky, por medio de Manoilesco. Finalmente, en la sección séptima se articulan los planteamientos de esos 2 autores sobre el problema europeo en la primera posguerra mundial. La sección octava está dedicada a las consideraciones finales.
2Aspectos metodológicosLa literatura distingue al menos 2 líneas básicas de trabajos en el campo de la historia del pensamiento económico: las investigaciones más orientadas hacia la historia del análisis económico, en el sentido schumpeteriano del término, e investigaciones más amplias, orientadas a estudiar el contexto histórico-social en el que se produce la formulación de las ideas. Blaug (2001) propone la denominación de «absolutista» (o reconstrucción racional) para el primer grupo y de «relativista» (o reconstrucción histórica) para el segundo. En el planteamiento absolutista el procedimiento consiste en extraer el núcleo teórico relevante de la obra de cada autor, percibiendo la lógica interna de sus argumentos y sus articulaciones con teorías anteriores y posteriores. En la línea relativista, más vinculada a la historia de las ideas, lo importante es reconstruir el contexto histórico de formulación del pensamiento económico. Ambos procedimientos —reconstrucción racional y reconstrucción histórica— no son mutuamente excluyentes: por el contrario, son necesarios para el historiador del pensamiento económico. En este trabajo se pone el énfasis en la reconstrucción histórica.
Esta elección está relacionada con el tipo de estudio y con las fuentes utilizadas en la investigación. Simonsen y Woytinsky, más que académicos, fueron autores que actuaron políticamente: formularon propuestas de política económica y elaboraron explicaciones para los problemas económicos a los que se enfrentaban. Por tanto, es necesario abordar el estudio desde la perspectiva de la reconstrucción histórica. No se puede entender, por ejemplo, la actuación de Woytinsky en la Alemania de la Gran Depresión analizando solo la validez teórica de su idea de estímulo a la demanda por medio de las obras públicas. Tampoco se comprende la defensa de la estabilidad cambiaria, unida a medidas de fomento de la importación de maquinaria, en la carta de Simonsen de 1924, sin reconstruir el contexto de endeudamiento externo y de diversificación industrial que estaba experimentando Brasil en ese momento de la década de 1920.
En los 2 momentos de la obra de Simonsen que se estudian en este trabajo —carta a la misión Montagu y conferencia de 1931— hay una dimensión de difusión internacional de las ideas económicas. El estudio de esa difusión es «un poderoso instrumento que intenta tanto una mejor comprensión del proceso de formación de la ciencia económica como una toma de conciencia de sus implicaciones sobre el funcionamiento y el cambio de la realidad económica y social en un contexto nacional determinado» (Cardoso, 2009, p. 263). En el caso de la misión inglesa, el estudio de la reacción de Simonsen muestra como el autor, que buscaba la contratación de un empréstito consolidado en Londres, aunque acepta la validez de la política económica en vigor, presenta consideraciones ligadas al contexto nacional brasileño no contempladas en el recetario de los banqueros británicos. En lo que se refiere a la convergencia con ciertos argumentos defendidos por Woytinsky, se demuestra que Simonsen participa en un ámbito de discusión que ya no se restringe solo a Brasil. Ese contrapunto con ideas, propuestas y autores provenientes de otras realidades nacionales permite percibir elementos de gestación de un pensamiento económico brasileño. De esa forma, estudiar la difusión internacional de las ideas es contribuir a la construcción de una historia nacional del pensamiento económico, en el sentido dado por Cardoso (2009).
Joseph Love (1998) también resalta la importancia, para la historia del pensamiento económico, de los estudios comparativos entre autores, que permiten identificar el uso de ideas originarias de otras partes, la adaptación o transformación de esas ideas y la creación o recreación independiente de proposiciones surgidas en otras épocas y otros lugares. La elección de Wladimir Woytinsky, entre varios contemporáneos, para la realización de un estudio comparativo, se justifica por 2 motivos básicos: el indicio documental (Simonsen cita a este autor en una conferencia) y las afinidades de ideas entre ambos, que pasan por la obra de un tercer autor, reconocido como importante para la difusión de las ideas proteccionistas en Brasil: Mihail Manoilesco1.
Por último, una observación sobre la estructura del artículo. Primero, se presentan los elementos para la comprensión de ese período histórico de ruptura con las ortodoxias económicas: el período de entreguerras. Después se pasa a la reconstrucción de la actuación de Woytinsky en 1930-1932 en Alemania y se retrocede en el tiempo para presentar a Roberto Simonsen y sus manifestaciones delante de la misión Montagu. El objetivo de este retroceso es mostrar la actuación de 2 autores, en sus respectivos contextos, en un ambiente de cuestionamiento a la ortodoxia. Ambos están manifestándose frente a las orientaciones de política económica dominantes que polarizaban las alternativas principales en esa época. Finalmente, se elige un eje temático —la reconstrucción alemana/europea— tratado por Simonsen en la conferencia de 1931 y por Woytinsky en el libro de 1927, para captar la sintonía entre los 2 pensadores, mostrando que forman parte del mismo ambiente de discusión económica. Esa sintonía se ve reforzada a partir de la obra de Manoilesco, que cita Woytinsky y es leído por Simonsen con ocasión de la traducción patrocinada por el Centro Industrial del Estado de São Paulo (CIESP).
3Las ideas económicas en los años de entreguerras: marcos históricosEn el período que, groso modo, va desde la Primera hasta la Segunda Guerra Mundial se desarrolló un movimiento, observable en diversos países, que cuestionaba las alternativas de política económica vigentes. El recetario de política económica a disposición de los gobiernos de países capitalistas, hasta los años iniciales de la década de 1930, puede describirse como polarizado entre, por un lado, las políticas clásicas de austeridad fiscal y defensa del tipo de cambio y, por otro, las ideas marxistas de socialización de la economía. En ese momento crítico entre la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, sin embargo, esas visiones son cuestionadas, abriéndose posibilidades para que nuevas ideas viabilizasen la formulación de políticas económicas innovadoras. Ese proceso de cuestionamiento a las ortodoxias económicas de la época se produce de forma específica en cada país, condicionado por factores económicos y políticos particulares. Aparecen, en ese contexto, autores que, desde diversos puntos de vista, cuestionan esos modelos, heredados del sigloxix, y formas de pensar la economía y de actuar sobre ella.
El marco general para ese movimiento es lo que Hobsbawm (1995) calificó como «era de la catástrofe», es decir, 31años de un proceso entrecortado de guerras y revoluciones que va desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, hasta la rendición incondicional de Japón en 1945. En los años de entreguerras el escenario era propicio para la pérdida de confianza en el libre mercado, en gran parte porque la Gran Depresión fue una crisis sin precedentes. El Estado que emerge en Rusia después de la Revolución de 1917, la Unión Soviética, se vio comparativamente menos afectado por la crisis que los países capitalistas, lo que contribuyó a la desconfianza del mundo occidental en el libre mercado, evidenciándose las posibilidades que ofrecía la planificación económica. En este sentido, por mucho que la posibilidad de aplicación efectiva de los postulados marxistas implicase rupturas complejas, había dejado de ser solo especulación teórica y constituía una posibilidad concreta.
La cuestión de la ruptura con esas alternativas dominantes en algunos países industrializados fue analizada por Gourevitch (1986) por medio de un esquema interpretativo que, aunque simplificador, es clarificador para el estudio de ese contexto de formulación de ideas económicas. Con el colapso de los mercados de acciones en 1929 y la subsecuente crisis, los países se encontraron con la tarea de restaurar el orden capitalista vigente antes del desastre2. Sin embargo, las alternativas establecidas de política económica que se planteaban eran las ya referidas: por una parte, la ortodoxia librecambista y deflacionista, y por otra, los marxistas. El argumento de Gourevitch (1986, pp. 127-131) es que estas alternativas eran poco ejecutables desde el punto de vista político, pues una clase se apropiaría de todas las ventajas en detrimento de la otra. En la opción deflacionista, el estímulo a la economía debería venir del lado de la oferta, por medio de la reducción de los costes de producción. Altos salarios desincentivarían la inversión y la producción: la solución para la crisis pasaría, por tanto, por una transferencia de renta de los trabajadores a la clase capitalista, deteriorando las condiciones de vida, ya empeoradas por la crisis, de la clase trabajadora. Por otro lado, si se adoptaba la solución colectivista, a los capitalistas se les expropiarían los medios de producción. En suma, eran alternativas muy poco factibles, desde la perspectiva político-social, en la mayoría de los países occidentales.
Se planteaban entonces 2 alternativas para reconducir la crisis. La primera, la «neo-ortodoxia», mezclaba elementos del proteccionismo con un cierto tipo de mercantilismo. Se basaba en la devaluación de los tipos de cambio, en la aplicación de aranceles aduaneros y en la regulación del mercado. La segunda alternativa consistía en el estímulo a la demanda, esto es, se incurriría en déficits presupuestarios para gastar en obras públicas y generar así transferencias de renta. Esta segunda opción representaba una ruptura más sustancial con la ortodoxia vigente. Inglaterra habría seguido la primera, innovando poco en términos de política económica. La Alemania nazi sería el país que más fielmente persiguió políticas deliberadas de estímulo a la demanda. La puesta en práctica de esas 2 líneas de política económica fue mucho más compleja de lo que el esquema deja ver, como reconoce el propio autor. El tipo de política adoptado por cada país dependerá del acuerdo posible entre capitalistas, trabajadores y productores rurales, y en ninguno de los casos la elección respondió solamente a una de esas 2 alternativas «ideales» mencionadas. Lo que en la realidad hubo fueron combinaciones de esas alternativas.
El resultado de ese proceso de contestación a las orientaciones de política económica vigentes será el acuerdo entre capital y trabajo que se establece en los años de la década de 1940 y perdura hasta la crisis de las décadas de 1970-1980, en torno al Estado de bienestar. El capital mantiene la propiedad privada de los medios de producción, sin que ello se cuestione, y los trabajadores reciben la garantía de salarios razonables y seguridad social. En este arreglo socioeconómico, gestado en ese movimiento de cuestionamiento de las concepciones económicas heredadas del siglo xix, se asentará la llamada «era de oro» del capitalismo (Galbraith, 1994). Desde el punto de vista de las ideas económicas, no está de más recordar que ese consenso al que nos referimos está muy relacionado con la adopción de las propuestas teóricas keynesianas, pero sería algo anacrónico referirse al keynesianismo como política económica aplicada en los años de entreguerras, debido al simple hecho de que la teoría de Keynes estaba, en ese momento, en proceso de gestación.
Ese proceso de ruptura también estuvo asociado, en el plano internacional, a la transferencia de hegemonía de Gran Bretaña para Estados Unidos (Hobsbawm, 1995, pp. 101-102), situación que puede percibirse cuando se analiza la política monetaria en el período de entreguerras, ya en momentos anteriores a la crisis de 1929. Las discusiones monetarias de ese período estaban sobre todo en torno al tema de la adhesión o no al patrón oro. Eichengreen (2000, pp. 76-77 y 127) argumenta que el patrón oro clásico solo habría funcionado, para los países industrializados, desde la década de 1870 hasta la Primera Guerra Mundial, es decir, en el periodo en el que el sistema internacional estaba claramente organizado en torno a la hegemonía británica. A partir del momento en que ese sistema se debilita, con el conflicto de 1914-1918, se pierde la solidaridad internacional que garantizaba la estabilidad de los tipos de cambio fijos. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la imposición de controles a las remesas de oro, el sistema se rompe. Existe un intento de retorno al patrón oro, que se restablece de forma poco estable entre 1926 y 1931, pero la llegada de la Gran Depresión desorganiza de nuevo el sistema. El primer país que devalúa su moneda, tras el crac de 1929, es Austria, en 1931; le siguen Alemania y Gran Bretaña.
La situación de recesión de los años 1930 lleva a los países afectados por la crisis a utilizar la devaluación de los cambios para estimular sus economías por medio de exportaciones más competitivas que las de sus países vecinos: los países practican, en ese período de la década de 1930, devaluaciones y políticas de «empobrecer al vecino». Así pues, se percibe que la devaluación cambiaria y el abandono del patrón oro en el período de entreguerras tienen un carácter de ruptura, en el campo de la política económica, con cierta concepción de la economía que había dominado durante el sigloxix, es decir, durante el período de hegemonía británica (Arrighi, 1996, p. 179).
Conviene recordar que esas rupturas con la ortodoxia deflacionista —que, como muestran las políticas económicas adoptadas, se produjeron de hecho— conviven, sin embargo, con un discurso de austeridad y de estabilidad monetaria. Esa ambivalencia se refleja en los debates que se entablan en el ámbito de la Sociedad de Naciones (órgano internacional que existió, formalmente, entre 1919 y 1946). Clavin (2003, p. 224-226) identifica esa convivencia de una realidad que exigía medidas más atrevidas con un discurso ortodoxo en los informes de la Gold Delegation, creada en 1928 dentro de la Sociedad de Naciones para analizar la cuestión de la escasez de reservas mundiales de oro y el impacto negativo que tendría sobre los precios mundiales. Recuérdese que esto se produce dentro del corto período de vigencia del patrón oro de entreguerras (1926-1931). Interesa aquí constatar, en relación con los informes de la Gold Delegation, que el Segundo Informe Preliminar, publicado en enero de 1931 y escrito en medio del pánico de la crisis que se había iniciado en 1929, no contenía mención alguna a la crisis económica.
Ya en el Informe Final (1932), aunque la Gold Delegation afirme que su objetivo no es estudiar la depresión, presenta un diagnóstico ortodoxo de la crisis. Basado en teorías de equilibrio de precios, el Informe argumentaba que la Depresión habría sido causada por factores exógenos, tales como la inflación durante y después de la Primera Guerra Mundial, el gasto gubernamental y las rigideces de los precios. Clavin identifica, además, posiciones divergentes, planteadas en notas al Informe Final. La argumentación presente en esas notas —o en el «informe de la minoría», que es como se conoce— era que factores monetarios, como la mala distribución de las reservas mundiales de oro, sí habrían contribuido a la crisis. La conclusión era que el remedio adecuado para la depresión sería una reforma monetaria, junto con un programa de expansión crediticia. Este es un ejemplo claro de que, aunque hubiese un movimiento de formulación de nuevas concepciones económicas en la estela de la transferencia de la hegemonía internacional y de la crisis económica, estas ideas y propuestas de política económica no eran predominantes en la escena internacional.
El reflejo de esta coyuntura de ruptura ambivalente con la ortodoxia económica se manifiesta no solo en el centro del capitalismo mundial, sino también en contextos periféricos, como América Latina. Para los países periféricos, donde el establecimiento del patrón oro siempre fue problemático debido a la vulnerabilidad externa y a las diferencias estructurales en relación con el centro del capitalismo, el mantenimiento de la ortodoxia deflacionista en un escenario de severa restricción externa, como fue la crisis de los años 1930, era casi imposible. La periferia, exportadora de productos primarios, se ve doblemente afectada en contextos de guerra y de crisis económica: se retraen las exportaciones debido a la caída de la demanda en el centro y se reducen las entradas de divisas a través de la cuenta de capital (Eichengreen, 2000, p. 80).
En el caso brasileño, esa articulación, específica del contexto periférico, entre ruptura con una paridad fija (depreciación del cambio) y preservación del nivel interno de renta, por medio de políticas de estímulo a la demanda, fue hecha por Furtado en su trabajo clásico (Furtado, 1959)3. En última instancia, esas rupturas en el centro capitalista mundial se reflejan en Brasil, en términos de la argumentación furtadiana/cepalina, en la reconfiguración de la dependencia externa brasileña, pues Brasil cambia su tipo de inserción en la división internacional del trabajo: el modelo primario-exportador da lugar a la industrialización por sustitución de importaciones. Sin entrar en los pormenores de esa discusión, conviene traer aquí la idea de que esa ruptura con la ortodoxia económica, motivada por diversos factores asociados —entre los cuales están la Primera Guerra Mundial, el declive del sistema británico de organización económica y la crisis de los años 1930— tuvo consecuencias específicas sobre la periferia. Maddison (1985) identifica ese proceso de transición de la influencia en la dirección de la política económica latinoamericana de la órbita inglesa para la norteamericana durante la década de 1930. Las secciones siguientes abordan ejemplos de interacción entre esos eventos históricos de entreguerras y la formulación y difusión de ideas económicas.
4Woytinsky y la Gran Depresión en AlemaniaLa reconstrucción de Europa después de la Primera Guerra Mundial y la recuperación económica de los países occidentales en el contexto de la Gran Depresión fueron asuntos que abordaron numerosos economistas en diversas partes del mundo. Constituyeron oportunidades para la reflexión que dieron lugar a elaboraciones innovadoras. Simonsen y Woytinsky, dentro de ese movimiento, se posicionaron, cada uno en su contexto, sobre esas cuestiones.
Wladimir Woytinsky (1885-1960) fue un economista nacido en Rusia, miembro del Partido Socialdemócrata Ruso y editor de la revista Izvetsia. Después de la Revolución de 1917 se exilió en Georgia, huyendo de la persecución política contra aquellos que no se habían adherido a la revolución bolchevique. Trabajó como representante diplomático de Georgia hasta que el país fue ocupado por la URSS en 1922. Se instaló entonces en la Alemania de Weimar, donde permaneció hasta la ascensión del nazismo, en 1933, cuando se marchó a Suiza y después a Estados Unidos, país en el que vivió hasta 1960. Sus obras más conocidas son compilaciones de datos económicos: World Population and Production (1953) y World Commerce and Governments (1955) (Woytinsky, 1961).
Woytinsky cuestionó la ortodoxia marxista: se opuso, como activista en el medio sindical, a los términos en los que estaba establecido el programa de política económica de un partido socialista. En su etapa en Alemania participó, en el ámbito de la Confederación General Sindical Alemana (ADGB, en sus siglas originales)4, en la elaboración de un programa para reducir los efectos de la Gran Depresión en Alemania, en 1929-1930. Woytinsky tenía una propuesta de estímulo de la demanda para salvar a la economía alemana. Pero esa propuesta chocó con las concepciones vigentes: en este caso, la discusión no era con las recetas neoclásicas sino con el marxismo dominante en la socialdemocracia alemana. Su plan se basaba en aumentar el gasto público mediante la realización de obras e impulsar una inflación controlada, con el objetivo de calentar la economía. En su autobiografía, Woytinsky intenta explicar las propuestas de aquello que pasó a ser conocido como «política económica activa»5. La idea de usar el desequilibrio presupuestario como forma de estimular la demanda era innovadora en el contexto de 1929-1930. Algunos años más tarde, Woytinsky aclara la procedencia de ideas que le habían influenciado en la elaboración de su plan6.
Una vez más, aparece la convivencia de concepciones ortodoxas con ideas innovadoras. De hecho, la idea de que el aumento de la moneda en circulación «elevaría el nivel de precios o interrumpiría su declive» está ligada a la concepción, convencional desde hace mucho tiempo en la economía política, de que un aumento del dinero en circulación se refleja en los precios. El aspecto no usual del argumento consiste en proponer que el Estado adopte deliberadamente ese tipo de política inflacionista, creando déficit presupuestario financiado por emisiones de deuda, con vistas a la construcción de obras públicas. El Estado debería generar inflación para combatir la espiral deflacionista. El atrevimiento de la propuesta queda aún más claro cuando se tiene en cuenta que se trata de Alemania, país que había vivido una hiperinflación a comienzos de la década de 1920.
De hecho, la propuesta era muy arriesgada para ser aceptada. Aunque la idea de fomento de la demanda por medio de las obras públicas generaba cierta simpatía entre los líderes del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), la memoria de la hiperinflación estaba aún viva y el liderazgo intelectual del ex-Ministro de Hacienda Rudolf Hilferding, que se oponía a este plan, era incuestionable. Según las memorias de Woytinsky, el conflicto de ideas entre este y Hilferding se agravó cuando, en julio de 1931, se produjo la devaluación de la libra por parte del Reino Unido. En esa ocasión el Consejo del ADGB se reunió para oír a Hilferding, que dudaba de los efectos positivos de la devaluación británica7.
Con las precauciones necesarias al tratarse de una fuente que representa el punto de vista de uno de los interlocutores en el debate, la cita anterior es interesante porque muestra el impacto, sobre los formuladores de ideas económicas, de un evento como la devaluación británica de 1931, que significó la disgregación del patrón oro en medio del proceso de declive del predominio mundial británico. De hecho, la previsión de Woytinsky se verificó y la economía del Reino Unido se recuperó, al igual que se recuperaron otras economías después de soltar las amarras del patrón oro. Con la crisis agravándose en Alemania, Woytinsky continúa su campaña a favor del programa de obras públicas y busca el apoyo de otros compañeros. En las elecciones de 1932, la mayoría parlamentar en el Reichstag pasó a estar constituida por nazis y comunistas, corrientes que resultaban poco simpáticas a la autoridad de la República de Weimar. En ese espíritu, el SPD se reunió para discutir el Plan de Woytinsky, en 1932. Pero una vez más, no hubo consenso.
Dentro de las alternativas de política económica que se planteaban para el marxismo de aquel momento, no parece haber posibilidad de concebir un programa de obras públicas, a juzgar por el diálogo narrado por Woytinsky.8 La depresión se veía como un síntoma de la derrota del sistema. Como se sabe, el Plan no fue adoptado, y a lo largo de los años 1930 la izquierda alemana se desarticuló, y se produjo el ascenso del régimen totalitario nazi. De este relato de la actuación de Woytinsky en el medio político-partidario alemán vale la pena retener la presencia, en ese contexto del período de entreguerras, de un choque de ideas económicas: se elaboraban nuevas propuestas, pero topaban con las concepciones establecidas, a veces institucionalmente arraigadas.
5Roberto Simonsen y la misión MontaguEn los países latinoamericanos, la idea de convivencia entre unas propuestas de política económica ligadas a la ortodoxia de las finanzas internacionales y una situación que exigía la adopción de medidas que rompían con la tradición clásica queda ejemplificada por las misiones de los llamados money doctors, que visitaron América Latina para recomendar medidas de austeridad y firmar acuerdos financieros, con vistas a la estabilidad económica de los países deudores (Flandreau y Sussman, 2004). La cuestión del patrón oro en un contexto periférico fue estudiada por autores como Broz (2002), Mosley (2003) y Fritsch y Franco (1992). En el caso de los money doctors ingleses, el objetivo de las visitas era garantizar que los países mantuviesen el pago de sus deudas externas, defendiendo así los intereses de la City londinense en América del Sur. Destaca aquí un money doctor en especial: Edwin Montagu (Packer, 2012). Montagu era británico y estuvo en la misión en Brasil en 1923-1924. En ese momento, de acuerdo con Saes (2008, pp. 47-48), la participación del Reino Unido en el comercio externo latinoamericano estaba en descenso, mientras ascendía la participación de Estados Unidos; pero el país representaba aún el mayor capital nominal invertido en América del Sur, materializado en las formas de financiación y de empréstitos.
Dentro del período 1870-1914, considerado por Eichengreen (2000) como de plena vigencia del patrón oro en las principales economías del mundo occidental, Brasil adoptó la convertibilidad después del ajuste hecho con el Convenio de Taubaté y la creación de la Caja de Conversión —Caixa de Conversão—, en 1906. Los tipos de cambio fijos perduraron hasta 1914, cuando, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Caja de Conversión se cerró. Le siguió un período de tipos de cambio flexibles hasta 1926, año en el que el gobierno implantó una reforma monetaria, creando la Caja de Estabilización —Caixa de Estabilização—, en los mismos moldes de la Caja de Conversión, cuyo objetivo era la emisión de billetes convertibles en oro. Vale la pena recordar, con Fritsch (1990, pp. 41-52), que, al estallar la crisis de 1929, la primera reacción del gobierno Washington Luís fue aferrarse a la ortodoxia, intensificando la recesión.
La misión Montagu fue enviada a Brasil porque el gobierno quería estabilizar las cuentas públicas y posiblemente retornar al patrón oro. El evento que motivó la visita a Brasil del equipo inglés fue la intención brasileña de obtener un empréstito de 25 millones de libras de los Rothschild para sanear el déficit público, que en 1923 había alcanzado 2 tercios de los gastos totales. La casa bancaria londinense no estaba dispuesta a recomendar el empréstito al gobierno federal sin un mayor conocimiento de la situación financiera brasileña: se envió entonces a Brasil una misión financiera, encabezada por Edwin Montagu, con el objetivo de verificar si el país tenía condiciones para asumir el compromiso financiero.
El informe privado de la misión contenía la recomendación de que se concediese el empréstito, siempre que el gobierno brasileño cumpliese con las propuestas que se le hacían. Esas medidas recomendadas incluían: equilibrio presupuestario, mejora en la gestión del presupuesto, reformas tributarias y límites al gasto gubernamental. Los proyectos de participación del gobierno en el sector siderúrgico deberían quedar congelados. Los ferrocarriles y el café habían sido también objeto del informe: las tarifas ferroviarias deberían ser tratadas por una comisión público-privada y los programas de valorización fueron criticados9. El empréstito, al final, no se obtuvo, debido a un embargo a los empréstitos externos que se implantó en Londres a mediados de 1924 (Abreu y Souza, 2011, pp. 10-12; Fritsch, 1990, pp. 53-54).
Es en este contexto en el que Roberto Simonsen escribe el texto titulado «Necessidade de estabilização cambial», una carta enviada a la misión Montagu el 8 de febrero de 1924. Simonsen enfatiza al comienzo de su texto: «Sostengo que nuestro problema fundamental es el de la estabilización cambiaria» (Simonsen, 1924, p. 144, ed. 1932). Pasa, a continuación, a dar una explicación de lo que significa que el café sea la principal fuente de crédito de Brasil, en su balanza comercial. La posición monopolista le daba a Brasil, en el mercado del café, cierta independencia de las oscilaciones cambiarias. En el caso de otros productos de exportación, sin embargo, el comportamiento del tipo de cambio, más específicamente la posibilidad de apreciación repentina de la moneda nacional, tiene un papel importante, llegando a determinar la oferta o no de tales productos por parte de Brasil10. Fritsch (1990, p. 53) recuerda que este era un momento en el que Brasil había adoptado un régimen de tipos de cambio flexibles, y estaba en curso un proceso de depreciación de la moneda nacional (mil-réis), hacia finales de 1923 y 1924. «El tipo de cambio en el nivel bajo en el que actualmente se encuentra constituye, ciertamente, durante algún tiempo, un fuerte premio para la exportación.» Las exportaciones brasileñas, aun así, no deberían necesariamente restringirse al café: «es incontestable que Brasil ofrece, en este momento, una gran oportunidad para el desarrollo y la exportación de otros productos» (Simonsen, 1924, p. 145, ed. 1932).
Simonsen propone, entonces, un esquema de política económico-financiera basado en el desarrollo de la plantación de algodón, ya que considera que Brasil tiene gran potencial para producir este género, aprovechando que posee un coste más bajo que el norteamericano, lo que convertiría al cultivo del algodón nacional en más competitivo que el de Estados Unidos de América. Brasil debería, por tanto, adoptar un tipo de cambio favorable para el aprovechamiento de esa oportunidad algodonera. Hay 2 aspectos a destacar en esa propuesta. El primero es evidente. Simonsen pretende mostrar a los financieros ingleses que Brasil tiene condiciones favorables para, con las divisas obtenidas no solo por la venta de café sino también de otros géneros, hacer frente a sus compromisos externos. Un segundo aspecto es que Roberto Simonsen contempla la posibilidad de Brasil como un país financieramente sólido, capaz de hacer frente a sus compromisos y de superar el monocultivo cafetero. Pero contar solamente con la producción cafetera no sería suficiente para garantizar esa solidez financiera.
No se trata aquí de una defensa abierta de la industrialización planificada, ni del proteccionismo. El documento analizado es la carta de un industrial a una misión financiera: una pieza de convencimiento para que Brasil consiga obtener un empréstito para regularizar sus finanzas. Aparecen, sin embargo, argumentos que, si bien están insertos en la lógica ortodoxa de la política económica del momento, apuntan en la dirección de la diversificación de la economía brasileña. El raciocinio seria: el cambio fijo (en los términos del patrón oro) sería importante no solo para garantizar la inserción de Brasil en los flujos de capitales internacionales, sino también para que se permitiese, gracias a la eliminación de la incertidumbre de los tipos de cambio, la diversificación productiva por medio, por ejemplo, del cultivo de algodón para la exportación.
El argumento queda más claro cuando Simonsen se refiere a los «otros problemas», además de los cambiarios. «Nos debatimos en una fuerte crisis de transportes, en una deficiente organización y de crédito y en la falta de regularización de las importaciones» (Simonsen, 1924, p. 146, ed. 1932). El problema de los transportes debería ser resuelto con la atracción de capitales externos, sobre todo ingleses, buscando el abastecimiento de material ferroviario. Encauzar la cuestión del crédito pasaría por la estabilización de los cambios, que, junto con una «política bancaria convincente» traería para Brasil corrientes de numerario, una mejor organización de la producción y, consecuentemente, facilidades crediticias. En relación con el tema de las importaciones, Simonsen es más enfático: «Se impone, en mi opinión, una política del Gobierno que facilite la importación de maquinaria, hierro, acero, carbón y productos medicinales y convierta en verdaderamente prohibitivas las importaciones de productos de lujo» (Simonsen, 1924, p. 147, ed. 1932).
Hay aquí de nuevo 2 ejes. Por un lado, Simonsen pretende mostrar a los ingleses que Brasil no desperdiciará divisas con importaciones de productos de consumo conspicuo, priorizando los compromisos financieros. Por otro, las importaciones deberían estar controladas por medio de una política del gobierno que garantizase el abastecimiento de los insumos necesarios para la industria nacional en vías de implantación: «maquinaria, hierro, acero, carbón». Una vez más, la solidez brasileña pasa no solo por una política de «economía de divisas» para hacer frente a los compromisos externos, sino también por la diversificación productiva. En el caso citado más arriba, pasa por el fomento de la industria instalada, a través de una política deliberada de selección de importaciones.
La reivindicación de una política de importaciones favorable a la industria tiene sentido si recordamos que la década de 1920 es una etapa de diversificación de la industria de transformación brasileña. Suzigan (2000, pp. 90-93 y 261-264) argumenta que, en esos años, la inversión en la industria brasileña estaba dejando de concentrarse primordialmente en sectores complementarios de la economía exportadora: se diversificaba hacia los sectores de bienes intermedios, como el cemento, el hierro y el acero, productos químicos, fertilizantes, papel y celulosa y hacia el sector de bienes de capital. Ahora bien, este es un período en el que la formación de capital industrial aún dependía del desempeño de la economía exportadora, debido al grado de dependencia externa para abastecimiento de insumos y bienes de capital.
En definitiva, se pretende explicar que, dentro del contexto aludido de cuestionamiento de los modelos ortodoxos de pensar la economía y la política económica, Simonsen trae elementos de ruptura, asociados a las necesidades de un sector industrial en proceso de diversificación. El lenguaje usado es el de la ortodoxia de los money doctors: se muestra a la misión Montagu que Brasil tiene capacidad de pago para contraer un empréstito externo11. Pero para ello, la economía brasileña debería pasar por reformulaciones, en la dirección de la diversificación productiva, tanto en el sector agrícola como en la industria. La sugerencia de que el gobierno debería, conscientemente, discriminar importaciones favoreciendo la entrada de insumos industriales no es algo que esté incluido en el recetario profesado por los money doctors. Además, conviene recordar que, en ese momento, aunque hubiese un problema cambiario, todavía no estaban en curso los cambios estructurales derivados de la industrialización. La propuesta de discriminación de importaciones a favor de los insumos y del equipamiento industrial, en 1924, tiene, por tanto, un elemento innovador digno de ser destacado. El discurso simonseniano, en este momento de inicio de la década de 1920, todavía no incorpora cuestiones como la superación del atraso o la industrialización programada: lo que queda claro es que, para ser financieramente sólido, Brasil debería adoptar ciertas prioridades, en la dirección de la diversificación de su pauta de exportaciones y del fomento de la industria. Dentro del ambiente de cuestionamiento identificado en el período de entreguerras, en este caso aún anterior a la crisis de los años 1930, hay una argumentación, relativa a los problemas brasileños, que incorpora sugerencias innovadoras, aunque todavía no esté plasmada en un sólido proyecto industrializador.
6Simonsen y Woytinsky: una lectura por medio de la obra de ManoilescoSimonsen y Woytinsky forman parte de un entorno de formulación de propuestas económicas alternativas a las que polarizaban las discusiones de la época. Antes de pasar a analizar algunos puntos de convergencia entre textos de estos 2 autores, conviene indagar respecto al tipo de contacto que Simonsen tenía con las obras de Wladimir Woytinsky. Ese contacto parece haber sido a través de Mihail Manoilesco por medio de su libro Teoria do protecionismo e da permuta internacional. Es conocida la influencia que la obra de este economista rumano ejerció sobre los industriales brasileños. Boianovsky (2011, pp. 26-28) se refiere a una pérdida de influencia de Friedrich List, referencia básica para los proteccionistas, a partir de la edición brasileña de la Teoria do protecionismo, en 1931, debido al atractivo que ejercía, sobre los industriales de este país, el «proteccionismo científico» de Manoilesco, capaz de traer ventajas a todas las naciones: avanzadas y atrasadas12. La traducción y publicación en Brasil del libro citado se debe a la iniciativa del Centro de la Industria del Estado de São Paulo (CIESP). La traducción fue hecha en 1931 y el libro debería haber sido publicado con un prefacio especial del autor para la edición brasileña, lo que no se produjo, pues el CIESP no consiguió proporcionar los datos estadísticos necesarios a Manoilesco (Love, 1998, pp. 339-340).
En el texto «As finanças e a indústria», una conferencia pronunciada en el Mackenzie College de São Paulo el 8 de abril de 1931, Roberto Simonsen hace referencia explícita al proteccionismo de Manoilesco, destacando su carácter científico. «Manoilesco hace notar que el interés nacional, el verdadero criterio científico que debe prevalecer en el establecimiento de un sistema de aranceles, resalta del estudio que se haga de la productividad» (Simonsen, 1931, p. 250, ed. 1932). Simonsen destaca algunos aspectos centrales de la teoría de Manoilesco, es decir, la idea de que el lucro nacional es más importante que el lucro individual, y el argumento de que deberían ser incentivados (protegidos) los sectores con «coeficiente de calidad» más elevado, siendo este coeficiente una medida de la productividad, en sentido absoluto (Simonsen, 1931, p. 251, ed. 1932).
En este texto de 1931, Simonsen hace también referencia a Woytinsky, autor citado en numerosas ocasiones por Mihail Manoilesco en la primera parte de su Teoria do protecionismo. Una idea general de la teoría presentada por Manoilesco (1931) ayudará a clarificar el sentido de las referencias hechas por él y por Simonsen a Woytinsky. El argumento central del economista rumano es que, a la hora de medir las ventajas del comercio internacional, no es la productividad relativa (o los precios relativos, como reflejo de la productividad) lo que importa, sino la productividad absoluta. Cualquier actividad que eleva la productividad media en sentido absoluto del país debe ser instalada, siendo irrelevante la comparación con el extranjero. Importa, sobre todo, elevar la productividad media nacional. Usando el ejemplo de Ricardo, Manoilesco insiste en que poco importa que la industria textil de Inglaterra sea más productiva que la de Portugal: el resultado teórico es que los 2 deben especializarse en paños (y no en vinos), pues la industria en un determinado país es siempre más productiva que la agricultura en este mismo país (se obtiene más producto por unidad de trabajo o capital empleado). Para volverse más productivo, por tanto, y conseguir mayor lucro nacional un país debe industrializarse cada vez más, transfiriendo recursos de la agricultura, sector poco productivo, para la industria, sector más productivo, aunque para eso tenga que proteger a los sectores industriales nuevos, menos competitivos que la industria extranjera. A la indagación sobre la posibilidad de importar a costes menores, ya que la industria extranjera es más productiva, Manoilesco responde con la idea de mercancía de permuta. Para importar algo, un país debe dar a cambio (o vender para obtener divisas) mercancías de permuta, las cuales generalmente se producen en condiciones menos sofisticadas, o menos productivas, que aquellas en las que se produce la mercancía importada. La protección, por tanto, se justifica siempre que el sector que se desea instalar opere con productividad más elevada que los sectores en los cuales se producen las mercancías de permuta, usadas en la importación. Eso garantiza que se eleve la productividad media del país y, por tanto, su lucro nacional.
De esta recapitulación debe destacarse el siguiente punto: es fundamental, para esta teoría del comercio internacional, que, de modo general, los sectores que se desean instalar en el país sean más productivos que los sectores ya existentes, o en el caso de los países atrasados, la industria sea más productiva que la agricultura. La primera parte del libro de Manoilesco está dedicada a mostrar, con dados tomados de Woytinsky, la superioridad, en términos de productividad, de la industria sobre la agricultura. «De lo expuesto resulta que, para los países agrícolas y atrasados, hay mayor ventaja relativa en pasar de las ocupaciones agrícolas a las ocupaciones industriales» (Manoilesco, 1931, p. 46, ed. 2011).
El libro del que Manoilesco coge los datos con los cuales elabora sus índices que muestran la superioridad de la industria sobre la agricultura es Die Welt in Zahlen [El mundo en números], un compendio de datos económicos, en 7 volúmenes, elaborado por Wladimir Woytinsky y su esposa, Emma Woytinsky, en la década de 1920, período en el que habían estado en Alemania, algunos años antes del episodio citado en la sección 4 (Woytinsky, 1961, pp. 451-454). Simonsen se refiere a Woytinsky en los siguientes términos: «De acuerdo con Woytinski, el rendimiento líquido de la industria, incluso excluyendo la minería, es mayor que el rendimiento líquido de la agricultura en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Francia, Bélgica, Suiza, Holanda y Australia, esto es, en los países más ricos del mundo» (Simonsen, 1931, p. 224, ed. 1932). Aunque no cita la fuente de esta información, compárese la cita de Simonsen con la nota 40 de la primera parte del libro de Manoilesco: «Según Woytinsky (vol. i, p. 159), la renta líquida total de la industria (sin las minas) es mayor que la renta líquida total de la agricultura en los siguientes países: Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Suiza, Canadá y Australia (igualdad)» (Manoilesco, 1931, p. 204, ed. 2011). No parece haber duda de que Simonsen recoge del libro de Manoilesco esa información elaborada por Woytinsky (Fanganiello, 1970, pp. 135-136).
Simonsen citó a Woytinsky, probablemente vía Manoilesco, para proporcionar datos estadísticos que le ayudasen a defender la teoría proteccionista del comercio internacional —esta teoría no era de Woytinsky, sino de Manoilesco, y Simonsen se apropió de ella, de forma consciente y articulada, para hacer su defensa del proteccionismo industrial en Brasil. El recurso a los datos compilados por Woytinsky, en sí mismo, ya demuestra una preocupación importante, cuando se tiene en cuenta la difusión internacional de las ideas como dimensión de la formación de un pensamiento económico nacional: Simonsen ofreció evidencia numérica —o empírica— de aquello que estaba propugnando. Además, no se trata de estadísticas cualesquiera, sino de una compilación hecha por un autor que estaba preocupado con las cuestiones relativas a la recuperación de economías empobrecidas, como se demostrará más abajo, y al desarrollo de las mismas. En este sentido, hay influencia teórica clara de Manoilesco en Simonsen y, con Woytinsky, hay una sintonía que ayuda a reconstruir el contexto de debate de ideas por el que transitó Simonsen a comienzos de los años de la década de 1930.
Conviene subrayar asimismo el carácter fundamental, para Simonsen y Manoilesco, de la asociación entre industria y riqueza, entre industrialización y superación del atraso. Es en este sentido en el que Simonsen busca los datos de Woytinsky, por medio de la obra de Manoilesco, de cuya traducción, patrocinada por el CIESP, él mismo había escrito el prefacio. El trabajo estadístico de Woytinsky tiene la importancia de, con el apoyo de datos cuantitativos, dar cuerpo a la idea, fundamental para la teoría del comercio internacional en cuestión, de que la industria es más productiva que las actividades primarias, siendo, por tanto, la opción más ventajosa para que los países atrasados pudiesen elevar su lucro nacional.
7Simonsen, Woytinsky y la superación de la crisis posterior a la Primera Guerra MundialEn su libro Los Estados Unidos de Europa, publicado en alemán en 1926 y en francés en 1927, Woytinsky expone su proyecto de reconstrucción de Europa tras la Primera Guerra Mundial. Ese proceso debería pasar por la unificación política y económica del continente, de forma que permitiese una integración que evitase una escalada de autoritarismo y violencia que llevaría fatalmente a nuevos conflictos bélicos. La idea fundamental es que el principal objetivo a alcanzar debería ser la estabilidad económica. «Ese es el camino que conduce a la seguridad de Europa: pasa por la economía y, antes que nada, por el estudio de la evolución económica» (Woytinsky, 1927, p. 09).
Una de las principales aportaciones intelectuales de Simonsen es el enfoque histórico sobre las cuestiones económicas, que enfatiza la especificidad de la evolución económica brasileña, cuestionando la idea, basada en la concepción ricardiana, de una manifiesta «vocación agrícola». Simonsen resume el objetivo de la História econômica do Brasil (1937), su obra intelectual de mayor alcance: «Procuraremos determinar, por medio de la evolución comparativa entre pueblos, la razón del atraso de nuestras actividades económicas en determinadas épocas y para determinadas regiones. […] Nos esforzaremos, en fin, en indagar el origen de las muchas trabas que han dificultado y dificultan nuestro progreso» (Simonsen, 1937, p. 24, ed. 1969). El hecho de que Simonsen esté en contacto con un autor que también estudia la evolución de las economías con vistas a superar trabas refuerza la idea de que estaba implicado en un amplio debate de formulación de ideas económicas que pasaba por el estudio de la historia y de las especificidades de cada economía nacional.
Roberto Simonsen se manifiesta sobre cuestiones europeas en la ya citada conferencia «As finanças e a indústria», pronunciada en 1931. Resáltese la diferencia entre los 2 momentos de la obra de Simonsen: la carta de 1924 y la conferencia de 1931. Ciertamente, el texto de 1931 presenta una preocupación más centrada en el problema de la industria. Conviene recordar que entre esos 2 momentos se produce la quiebra de la bolsa de 1929 y el inicio de la crisis de los años 1930, que marcó profundamente la historia económica brasileña. A partir de la restricción externa de los años 1930 se habría producido, según Furtado (1959), el desplazamiento del centro dinámico de la economía brasileña desde el sector exportador hacia la acumulación industrial. En un escenario en el que la capacidad para importar de la economía brasileña era reducida y el Estado mantenía, por medio de las políticas de compra de stocks de café, la renta interna en niveles relativamente elevados, habría un incentivo para la producción doméstica de manufacturas, ocupando inicialmente la capacidad ociosa de la industria existente13.
Desde el punto de vista institucional, Simonsen pasó a ocupar la posición de portavoz de la industria. El liderazgo en la FIESP le aseguraba un destacado papel público y un vínculo claro con los intereses específicos de la industria. En el plano intelectual, está clara, en el texto de 1931, su preocupación por justificar, por medio del diálogo con otros autores contemporáneos, la defensa de la industria. En 1924, el eje de la argumentación era la estabilidad cambiaria, aunque a esta se asociasen, de forma original para la época, preocupaciones relativas al desarrollo industrial. Simonsen pasa, entre 1924 y 1931, de la condición de empresario importante del sector de la construcción civil a representante de la clase industrial. Su actuación más diversificada se inició en 1923, cuando asumió la presidencia del Sindicato Nacional de los Combustibles Líquidos y la dirección de la Cerámica de San Cayetano —Cerâmica São Caetano—. En 1926 organizó la Compañía Nacional de Productos de Cobre —Companhia Nacional de Artefatos de Cobre—. En 1928 fue cofundador del Centro de la Industria del Estado de São Paulo (CIESP), asumiendo la vicepresidencia de la institución.
Simonsen pasa de ser empresario de un sector en el que prácticamente no hay competencia internacional a ser representante de varios ramos industriales que se enfrentaban a la competencia de las importaciones. En este sentido, la asimilación de la teoría del intercambio internacional defendida por Manoilesco, y empíricamente reforzada por las constataciones de Woytinsky, es una aportación importante para que la defensa de los intereses de esa industria que se implantaba y demandaba protección ganase el status de un proyecto intelectualmente coherente: en este momento, Simonsen establece de forma clara la asociación entre industria y progreso nacional, implícita en el énfasis, puesto por Manoilesco, en el lucro nacional, o sea, en la productividad media del país.
El argumento central de Simonsen (1931), en la sección referente a la «racionalización alemana», es que Alemania, alcanzada por la guerra y por la hiperinflación de 1923-1924, habría conseguido reintegrarse a la economía mundial como una potencia por medio de la inteligencia y del trabajo. Ese esfuerzo es el que orienta la racionalización, cuyos objetivos serían la rebaja de los costes y el aumento de la calidad de la producción industrial. Simonsen resalta que las 2 grandes manifestaciones exteriores de la racionalización alemana serían la «fabricación continua» (el fliessende Arbeit) y la concentración de las empresas. «La fabricación continua, fliessende Arbeit, comprende el sistema de producción que, teniendo en el trabajo el transportador base, incluye la estandarización y la especialización de las fábricas bajo la fórmula general de producir acelerando el flujo de capital circulante» (Simonsen, 1931, p. 237, ed. 1032).
Se trata de una evolución del sistema fordista, que comprendería, además de la línea de montaje, una estandarización de los procesos productivos, cuyo objetivo sería la reducción del coste de producción por medio de la disminución de la parte de capital circulante incorporada en el «valor del producto en curso de fabricación». El fliessende Arbeit tendría como objetivo principal acelerar la rotación de capital circulante, disminuyendo la necesidad de su empleo y favoreciendo así la reducción de costes. Sobre este aspecto, Simonsen concluye que «los preceptos de Ford habían experimentado alteraciones apreciables en Alemania, donde la ciencia al servicio del espíritu meticuloso de la raza había conseguido establecer combinaciones y modalidades interesantísimas» (Simonsen, 1931, pp. 240-241, ed. 1932). Otro aspecto de la racionalización se refiere a la concentración de las empresas en Konzerne, que se daría por motivos sobre todo financieros: siendo el capital para inversión escaso en un país devastado por la guerra, era necesario que las firmas economizasen recursos por medio de la eficiencia productiva y del aprovechamiento de economías de escala.
Deben resaltarse 2 cuestiones, relativas a la industrialización alemana, que muestran que Simonsen y Woytinsky estaban en un mismo campo de discusión, intentando pensar en formas de intervención sobre la economía que llevasen al desarrollo industrial y a la superación de trabas. La primera cuestión se refiere a la forma de estimular la economía alemana/europea, y la segunda, a la unificación europea.
Para Simonsen, las 2 formas de atacar el problema alemán son la disminución del coste de producción, a través de la racionalización productiva, y, por el lado de la demanda, el incremento del poder adquisitivo de los trabajadores por medio de una política de altos salarios14. Algunos años antes, Woytinsky había discutido las salidas para la Europa de después de la Primera Guerra Mundial en el referido libro sobre la unificación europea publicado en 1927. La tercera parte del libro, titulada «La búsqueda de una salida», discute propuestas para dinamizar la economía del continente. Las 2 primeras secciones de esa parte son: «La disminución de los costes de producción» y «El aumento del poder de compra de la población». Son justamente las 2 estrategias defendidas por Simonsen para el caso alemán.
En su libro, Woytinsky comienza rechazando la reducción de salarios como forma de reducir costes. «La rebaja del precio de coste a expensas de los trabajadores enflaquece el poder de compra interior del país» (Woytinsky, 1927, p. 95). El autor propone que se reduzcan los costes de producción por medio de 4 medidas que deberían mejorar las condiciones de la industria europea, la cual, según él, desperdiciaba considerable cantidad de trabajo. Tales medidas son: el aumento de la calidad del trabajo, por medio de la formación profesional; una política racional de vivienda, buscando la reducción de los alquileres, una política arancelaria que redujese los derechos de entrada de los ítems básicos y de las materias primas industriales; y una política de unificación europea.
La política de altos salarios, que Woytinsky considera que está ampliamente difundida en Estados Unidos pero se emplea todavía poco en Europa, se justifica por el aumento del poder de compra de la población y el consiguiente restablecimiento del dinamismo de la economía. Woytinsky gira su mirada hacia el lado de la demanda y, diagnosticando el problema europeo como de subconsumo, propone una política de altos salarios como forma no solo de calentar la economía, sino también de disminuir los costes de producción, ya que una demanda recalentada favorecería el restablecimiento de la industria en sus condiciones normales, es decir, disfrutando de economías de escala y de una demanda garantizada, apoyada en el alto poder de compra de los salarios15.
Sobre este punto, Simonsen establece una conexión interesante entre economías de escala, planificación y la cuestión de la unificación europea, refiriéndose a los Konzerne alemanes16. La concentración de la industria sería parte del proceso de racionalización, que implica bajos costes de producción aliados con altos salarios. El resultado de eso sería una forma de producción que puede disfrutar de economías de escala y de demanda garantizada. En el fondo, todo ese esfuerzo que Simonsen llama de racionalización es una estratégica de planificación: una forma de reducir la incertidumbre inherente a la producción capitalista por medio de la organización/estandarización de procesos y de la creación de una demanda pujante y garantizada. En la medida en que ese tipo de planificación se extendiese por el continente europeo, la consecuencia sería una «aproximación de los pueblos», esto es, una coordinación, a nivel supranacional, de esa «economía dirigida». Las propuestas de Woytinsky para la Europa de después de la Primera Guerra Mundial apuntan en esa dirección. Su libro de 1927 es una llamada a los países europeos para que adopten políticas de unificación económica.
Los 2 autores pretenden elevar la productividad nacional por medio de la racionalización productiva, de la coordinación, pues efectuado por cada país aisladamente ese proceso no funcionaría, ya que las exportaciones incorporan parte de la demanda y las importaciones son parte de la oferta de una economía nacional. Sin un esfuerzo conjunto de coordinación, se debilitaría la garantía de demanda para la producción industrial, la idea de una «economía dirigida», capaz de garantizar una estabilidad al capitalismo industrial, no sería posible. En ese sentido, Woytinsky y Simonsen convergen en la cuestión de la importancia de un esfuerzo mayor de coordinación para resolver la cuestión alemana/europea, que culminaría con un proceso de unificación económica (y política, para Woytinsky). Parece claro que Simonsen estudiaba el caso alemán para llegar, al final de su conferencia, a la industrialización brasileña, pero esas convergencias con W. Woytinsky muestran que la elaboración de Simonsen está inserta en ese marco de historia de las ideas en el que se buscaban medidas de estímulo a la demanda, de protección a la industria y de racionalización productiva para la superación de los problemas económicos.
Teniendo en cuenta que la discusión hecha por Simonsen en ese texto está informada por la teoría del comercio internacional de Manoilesco, que presupone que todas las naciones deben alcanzar los niveles más elevados en la escala de productividad, aunque eso acarree la necesidad de protección, la preocupación por las políticas de unificación internacional se vuelve más importante. Ahora bien, el resultado, en el límite, del esquema teórico proteccionista es que todas las naciones internalizarían, vía protección, todos los sectores industriales más productivos, llevando a una situación de autarquía generalizada: para garantizar la continuidad del comercio internacional, dentro del modelo de Manoilesco, sería necesario adoptar algún tipo de coordinación e integración a nivel internacional, para que los países no se cerrasen totalmente. Parece incoherente defender el proteccionismo y proponer políticas de coordinación a nivel internacional. Aunque Simonsen no propone eso explícitamente, esa contradicción puede resolverse con la adopción, dentro de un arreglo del tipo de unión aduanera (como el Zollverein), de un arancel externo común que sea proteccionista con relación a la producción de fuera de la unión aduanera y, al mismo tiempo, favorezca los intercambios comerciales en su interior.
8Consideraciones finalesEl período del sigloxx que media entre las 2 guerras mundiales estuvo marcado por debates políticos y de ideas a diversos niveles. En el campo de la historia del pensamiento económico surgió un movimiento que empezó a cuestionar los modelos económicos, heredados del sigloxix, que polarizaban el debate en torno a las alternativas de política económica. Tal movimiento consiguió su expresión teórica mejor acabada con las elaboraciones de Keynes en la década de 1930. Pero incluso antes de que se difundiesen esas formulaciones teóricas, ya estaba en curso un proceso de contestación a los recetarios vigentes de política económica.
Es en este sentido en el que se relató, a lo largo de este artículo, la actuación de Wladimir Woytinsky y de Roberto Simonsen, autores que, insertos cada uno dentro de las respectivas coyunturas de los países en los que vivían y escribían, elaboraron propuestas que incorporaban trazos innovadores. Woytinsky, siempre preocupado por la cuestión europea, escribió un libro en el que defendía la unificación del continente, la coordinación de los esfuerzos de racionalización productiva y el estímulo al consumo como formas de superación de los problemas planteados por la Primera Guerra Mundial. En el contexto de la Gran Depresión llegó a proponer un programa de obras públicas a la socialdemocracia alemana, que no fue adoptado. Simonsen, implicado en los asuntos brasileños, incluyó en su carta a la misión financiera de 1924 ideas relativas a una política de discriminación selectiva de importaciones, en un momento en el que la industria brasileña se estaba diversificando y el país tenía un serio problema de dependencia externa. Esa defensa de medidas pro-industria, por parte de Simonsen, se haría todavía más robusta en 1931, cuando para defender sus planteamientos busca y se apoya en argumentos de autores contemporáneos suyos, como Manoilesco y Woytinsky. Se mostró que Simonsen y Woytinsky convergen en lo referente a la adopción de políticas de estímulo a la demanda, por medio de altos salarios, como forma fundamental de estimular una economía débil. Los costes deberían reducirse a través de la racionalización de la producción y el aprovechamiento de economías de escala, es decir, por medio de la planificación de la producción.
Asimismo, en este trabajo se intentó demostrar que existía un ambiente internacional de cuestionamiento a las ortodoxias económicas, en el cual circulaban ideas e informaciones que los autores utilizaban en la construcción de sus argumentaciones relativas a los contextos en los cuales estaban insertos. En este sentido, Simonsen no está en contacto con Woytinsky por casualidad: se trata de un marco de discusión económica que presenta cierta coherencia. Tiene una presencia destacada la idea de que el estímulo a la economía debería necesariamente pasar por la demanda, con el aumento de poder adquisitivo de los salarios y la concepción de que la evolución de las economías es algo histórico y, por eso, no es irreversible. La industrialización tendría el potencial de hacer que las naciones (sobre todo las atrasadas) caminasen hacia el progreso. La noción de un ámbito de difusión internacional de ideas está reforzada por la conexión, vía Manoilesco, entre Simonsen y Woytinsky. Este compiló datos, en la Alemania de los años 1920, que mostraban que la industria era superior a la agricultura en términos de productividad. Manoilesco utilizó esos datos para dar soporte a su teoría del comercio internacional, que sostenía que los países deberían, por medio de la protección, internalizar los diversos sectores industriales con el objetivo de aumentar la productividad nacional. Simonsen citó datos de Woytinsky, usados por Manoilesco, que afirmaban que la industria era la actividad clave de los países más ricos del mundo, asociando así industria y riqueza, industrialización y progreso. Esas referencias cruzadas y las afinidades de ideas mostradas son elementos importantes para interpretar el proceso de formulación y debate de ideas económicas en el período de entreguerras, del cual Roberto Simonsen ciertamente formaba parte.
FinanciaciónLa investigación contó con la financiación de la Fundación para el Apoyo a la Investigación del Estado de São Paulo (Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo – FAPESP).
El artículo consolida los resultados de investigación presentados en la tesina titulada Entre a História e a Economia: o pensamento económico de Roberto Simonsen y defendida por Luiz Felipe Bruzzi Curi en la Universidad de São Paulo.
Manoilesco fue un economista relacionado no solamente con la defensa del proteccionismo, sino también del corporativismo. Su libro O século do corporativismo: doutrina do corporativismo integral e puro, traducido en Brasil en 1938, se vincula más al corporativismo/fascismo que sus elaboraciones teóricas relativas al proteccionismo. El traductor de este libro de Manoilesco, Azevedo Amaral, forma parte de una corriente intelectual denominada por Boris Fausto «pensamiento nacionalista autoritario». A este campo pertenecieron otros autores importantes en el pensamiento social brasileño, como Oliveira Viana y Francisco Campos. Simonsen fue influenciado por esas ideas ligadas al autoritarismo, sobre todo por la obra de Oliveira Viana. Para más detalles sobre esa corriente intelectual, véase Fausto (2001).
Karl Polanyi (2000, cap. 2) refuerza la ruptura entre «la década de 1920 conservadora» y «la década de 1930 revolucionaria». Conforme al autor, la desintegración del patrón oro fue la señal del fin de una era, de una civilización mundial, conducida bajo la coordinación de las altas finanzas internacionales que habían marcado las directrices de las políticas económicas nacionales.
La idea de relación desigual entre las economías «centrales» y «periféricas» se convertiría en el elemento central de la teoría de la CEPAL, con colaboraciones decisivas de Prebisch en 1949 y de Furtado en 1959.
Esta institución — el Allgemeiner Deutscher Gewerkschaftsbund — fue la Confederación Sindical Alemana durante la República de Weimar.
«[La política económica activa] estaba construida en torno a 2 ideas: obras públicas y apoyo a los precios por medio de créditos bancarios para financiar esas obras. La segunda propuesta implicaba gasto público y desequilibrio presupuestario, no solo como medio para financiar obras públicas sino también como vehículo para inyectar poder de compra en el sistema económico anémico y para revertir la espiral deflacionista» (Woytinsky, 1961, p. 464).
«En aquel momento, yo todavía no estaba familiarizado con los trabajos iniciales de Keynes, que me habrían ayudado en el desarrollo de mis argumentos. Pero en los informes sobre política del oro de la Sección Financiera de la Sociedad de Naciones encontré la respuesta para el problema. Un aumento moderado en el poder de compra o en la moneda en circulación elevaría el nivel de precios o interrumpiría su caída, animando a la expansión de la producción sin el peligro de una depreciación descontrolada de la moneda» (Woytinsky, 1961, p. 464).
«Pregunté a Hilferding: “¿Cómo va a afectar la devaluación de la libra al desempleo en Inglaterra?”. “El desempleo va a aumentar”, respondió él. […] Entonces yo dije […]: “[…] Hilferding hizo su previsión. Yo arriesgué la mía: Gran Bretaña superó un hito. Su crédito se verá reforzado, y otros países seguirán su ejemplo y depreciarán sus monedas. Las exportaciones británicas crecerán, su producción aumentará y su desempleo se reducirá. Gran Bretaña está saliendo de la crisis!”» (Woytinsky, 1961, pp. 467-468).
«Colm y Woytinsky, [Hilferding] dice, están cuestionando los fundamentos de nuestro programa [del SPD], la teoría de Marx del valor trabajo. Nuestro programa se basa en la convicción de que el trabajo, y solo el trabajo, crea valor. Los precios se desvían del valor trabajo bajo el impacto de la interacción de la oferta y la demanda. Las Depresiones son el resultado de la anarquía del sistema capitalista» (Woytinsky, 1961, p. 471).
Se conoce como programas de valorización a las políticas adoptadas por el gobierno brasileño, en la primera mitad del sigloxx, con el fin de intervenir en los precios del café en el mercado internacional, sobre todo a través del control de la oferta del producto (Furtado, 1959). Es la época de los llamados Planes de Control de Mercancías, aplicados a muchos productos primarios en varios países exportadores. Con estos planes se intentaba evitar, o al menos limitar, las caídas de los precios de estos productos y, en consecuencia, de los ingresos de sus exportadores.
«Siendo el café un producto del cual Brasil tiene prácticamente el monopolio, las oscilaciones cambiarias no desorganizan su producción. […] No ocurre lo mismo, sin embargo, con el algodón, la carne, el tabaco y otros productos agrícolas y materias primas de los cuales no tenemos privilegio o monopolio de la producción» (Simonsen, 1924, 1931, p. 144).
Los money doctors, «los consejeros de las finanzas» en el período, son los representantes del discurso de política económica hegemónico. La denominación de la ortodoxia de los money doctors u ortodoxia de las finanzas internacionales está asociada a los agentes de grandes grupos financieros, a la haute finance de Polanyi (2000), que recomendaban políticas de austeridad monetaria y fiscal que garantizasen el cumplimiento de los compromisos externos. En este sentido, los preceptos defendidos por los money doctors seguían una visión bastante rigurosa de los ajustes del sistema internacional dirigido por el patrón oro (Eichengreen, 1995, p. 32; Flandreau, 2003).
A pesar de la lectura selectiva hecha por los industriales sudamericanos de la obra de List, la industrialización para este pensador no debería extenderse a los países tropicales. Manoilesco dice explícitamente que la industria, instalada gracias al proteccionismo, es más ventajosa que la agricultura para los países atrasados (Boianovsky, 2011).
Una síntesis del debate sobre la industrialización en los años 1930 en Brasil puede verse en Suzigan (2000), cap. 1.
«Para un pueblo que perdió por la guerra y la inflación sus capitales y rentas, es casi únicamente en la masa salarial donde reside la creación de poder adquisitivo del mercado consumidor interno. De ahí la justificación de la política de altos salarios conjuntamente con la bajada de los costes, con la doble intención de crear mayor poder adquisitivo e intensificar el consumo, incrementando la salida de los productos industriales» (Simonsen, 1931, p. 240, ed. 1932).
«En este caso [una crisis de subconsumo], un aumento metódico de los salarios conduce, a final de cuentas, no al incremento, sino a la disminución de los precios por unidad de las mercancías, ya que ese aumento salarial aumenta y garantiza la demanda de productos industriales y permite, por consiguiente, el restablecimiento de la producción en la amplitud del poder productivo de la industria» (Woytinsky, 1927, p. 103).
«Estas concentraciones de la producción formadas dentro del sistema de racionalización, en el que la producción a gran escala, los bajos precios de coste y los altos salarios son directrices a observar, tienen el efecto de evitar perturbaciones en el mercado productor y de impedir superproducciones generadas por la competencia que muchas veces ocasionan crisis. […] La racionalización comprende, por tanto, ideas motrices que forman como una “economía dirigida”. […] Es natural que una industrialización llevada a un gran desarrollo procure una expansión más allá de sus fronteras y de ahí los cárteles internacionales en los cuales Alemania ha tenido la iniciativa en el continente europeo y que evolucionan hacia la formación de grandes “trusts” internacionales que solo pueden conducir hacia la aproximación de los pueblos y la formación del bloque económico europeo» (Simonsen, 1931, p. 243, ed. 1932).