El presente ensayo aborda el impacto que ha ejercido la disciplina de la Historia Global en las últimas décadas, prestando especial atención a los estudios relativos al consumo y circulación de nuevos productos en Europa y en los mercados asiáticos. El objetivo principal de este artículo es, por tanto, presentar un balance historiográfico sobre el impacto de la Historia Global, en el que observamos que, para el caso de los estudios de consumo en particular, ha tenido un marcado tinte eurocentrista. El análisis del mundo británico, y sus colonias, como motor de la primera industrialización, ha sido una de las principales causas en el marcado enfoque eurocentrista de los estudios de Historia Global. Este enfoque comenzó a cambiar con el creciente interés por el estudio de China y su rol en la economía global. Se presenta de este modo un recorrido historiográfico por ambos espacios, para concluir este artículo con un caso de estudio comparativo entre Macao y Marsella como puertos transnacionales. Este proyecto acaba de empezar, por lo que se presentan sus líneas principales.
This paper focuses on the impact of the discipline of Global History in recent decades, paying particular attention to studies on consumption and circulation of new goods in European and Asian markets. The main objective of this article is, therefore, to present a historiographical review on the impact of Global History, in which it can be observed that, in the case of studies on consumption, in particular, has had an obvious Eurocentric focus. The analysis of the British world, and its colonies, as engine of the first industrialisation, has been one of the main causes that have led towards such Eurocentric focus. This approach began to change with the growing interest in the study of China and its role in the world economy. Thus, this essay presents a historiographical review of both spaces, concluding with a comparative case study between Macau and Marseille as trans-national ports. This project is in its preliminary phases; therefore, it is only showing the principal lines.
En el presente trabajo se pretende mostrar una de las líneas enmarcadas en la Historia Global. En concreto, cómo la progresiva integración de mercados europeos, americanos y asiáticos ha ido transformando las pautas de consumo desde el siglo xviii en adelante. Se presentan, de este modo, las principales vías de enfoque que ha seguido la historiografía durante las últimas décadas en la temática referente al estudio del consumo. Igualmente se señalan las inquietudes de la historiografía europea que se ha encargado de analizar la cultura material y los modelos de consumo durante la Edad Moderna. El debate ha estado mayormente centrado en señalar el momento en que se produjo el origen de la sociedad moderna de consumo, como antesala del conocido consumo en masa, a inicios de la primera Revolución Industrial.
El marco general historiográfico europeo sirve de referencia para observar como se ha abordado esta temática de estudio. Es importante subrayar como las líneas de estudio comparativa y transnacional han ido adquiriendo fuerza en los últimos años en la historiografía en general y en lo que se refiere a la del consumo en particular. Por tal motivo, el análisis del estado de la cuestión que se realiza en este ensayo es de gran importancia para así comprobar los escasos estudios que sobre la temática del consumo escapan de la fuerte tendencia eurocéntrica. Superar la marcada historiografía eurocentrista constituye el gran reto que se debe tener en cuenta en el momento de abordar futuros trabajos.
La fuerte corriente eurocentrista relativa a estudios de consumo se demuestra mediante los escasos trabajos que tienen una perspectiva global, que usan la metodología comparada a través de casos de estudio europeos y asiáticos. La historiografía europea se ha centrado en el mundo anglosajón sin tener en cuenta otros puntos de referencia. Las relaciones comerciales y las redes transnacionales de bienes de consumo, las cuales adquieren un especial dinamismo en este período referente al espacio mediterráneo y sus conexiones con el mundo atlántico y asiático como es el caso de las colonias americanas y China, han quedado historiográficamente relegadas a un segundo plano.
Igualmente, incidimos en los trabajos sobre consumo que hay en la historiografía española que, aunque escasos e insuficientes si se comparan con los estudios del norte de Europa, están viendo un nuevo resurgir (López Losa, 2013, pp. 75-87; Aram y Yun-Casalilla, 2014; Hausberger e Ibarra, 2014; Bonialian, 2014; Dobado et al., 2015, pp. 235-264). Una vez presentado el marco historiográfico europeo general sobre el consumo y la cultura material, se hará referencia a cuáles serán las líneas de enfoque que seguirá nuestra investigación a través de un caso de estudio en concreto. Es importante señalar ante todo que este estudio se encuentra en sus fases preliminares, por lo que aún no estamos en disposición de mostrar una fuerte base empírica, y simplemente señalamos las principales líneas teóricas e interrogantes con la finalidad de ir abriendo el debate historiográfico, que aquí se presenta, hacia nuevos casos de estudio. Este hecho explica que el presente ensayo se centre más en la discusión historiográfica. De este modo, el principal interrogante del caso de estudio que se presenta es el siguiente: cómo se articularon los procesos de cambio en las economías del área mediterránea occidental, en particular a través de las redes de comercio que conectaban Marsella y las zonas del Mediterráneo europeo, mediante la introducción de bienes de consumo procedentes de China; e igualmente cómo operaron tales cambios económicos en China a través de la introducción de productos occidentales en el puerto de Macao.
2Balance historiográfico sobre estudios de consumo y cultura material: un estado de la cuestión fuera del enfoque «eurocéntrico»El estudio de los orígenes y desarrollo de la llamada sociedad del consumo ha ido adquiriendo un especial interés y generado un importante debate en la historiografía a lo largo de las últimas décadas. Se han ido desarrollando distintos enfoques de análisis en los que la principal preocupación ha sido situar en las distintas sociedades el momento de transición en el cual se empiezan a introducir nuevas pautas y modelos de consumo mediante la adquisición de nuevos bienes materiales por parte de los distintos estratos sociales. La inquietud por esta temática de estudio empieza a desarrollarse y adquiere una notoria influencia con el fin de la Primera Guerra Mundial y durante el período de la guerra Fría. Hacia finales de los años cincuenta e inicio de los sesenta, se empieza a desarrollar el conocido consumo en masa a gran escala en los países de la Europa occidental tomando como referencia el modelo de EE. UU.
Especialmente durante los años sesenta es cuando empieza a producirse un «boom económico» en los países occidentales que apoyan el modelo económico capitalista y de libre mercado. En este momento gran parte de la sociedad empieza a disfrutar de nuevos bienes de consumo a través de la difusión del televisor, coches y electrodomésticos. La consecuencia inmediata de tal proceso provoca que se genere y difunda la idea del triunfo del modelo económico de las open societies («sociedades abiertas»1) que muestran una visión optimista de las nuevas posibilidades que ofrece el desarrollo industrial en la adquisición y consumo de nuevos bienes materiales.
Haciéndose eco de todo ello y siguiendo la estela del contexto económico del momento, la historiografía durante los años ochenta, en lo que se refiere a los estudios del consumo, pone su acento en el análisis del origen y nacimiento de la sociedad de consumo en los distintos espacios geográficos. Tales enfoques comienzan a adquirir una fuerte influencia del modelo anglosajón, el cual lidera las distintas fases del desarrollo industrial.
Así, durante esta década, buena parte de las ciencias sociales comenzaron a interesarse por el estudio de la cultura material y los modelos de consumo. Este nuevo interés historiográfico enfocó la temática del consumo en 2 puntos clave: la era de la Revolución Industrial, que empezó a surgir en Europa hacia finales del siglo xviii, y el período comprendido entre finales del siglo xix y principios del siglo xx, en el cual las distintas categorías socioprofesionales comenzaron a disfrutar de nuevas comodidades y bienes materiales relacionados con el ocio. No es de extrañar que durante los años ochenta de la pasada centuria, y en años sucesivos hasta la actualidad, causara un gran impacto historiográfico la obra conjuntamente publicada por McKendrick, Brewer y Plumb (1982), especialmente el artículo de McKendrick (1982), sobre la aparición de una consumer revolution («revolución en el consumo») en la Inglaterra de mediados del siglo xviii. Se enfocaba la problemática del nacimiento de la sociedad del consumo a través del análisis de los principales núcleos urbanos europeos, especialmente el londinense, como productores de nuevos bienes materiales, lo que ocasionó un cambio de modelo en los patrones de consumo.
La publicación de esta obra significaba un punto de partida y lideraría toda una serie de trabajos que posteriormente pondrían especial acento y énfasis en la búsqueda de la fecha y lugar, tiempo y espacio del nacimiento de la sociedad del consumo. El estudio del mundo anglosajón, especialmente en lo que concierne a Inglaterra y sus colonias, es el epicentro al cual todas las miradas van dirigidas en el estudio del nacimiento y desarrollo de las sociedades del consumo de la Europa de la Edad Moderna. Destacan los estudios que ligan el nacimiento de una sociedad del consumo con la intensificación de los intercambios comerciales en la Inglaterra del siglo xviii2. Tales intercambios permitieron la introducción de nuevos bienes de consumo, especialmente los traídos de territorios americanos y asiáticos como pueden ser el azúcar y té3 que, a la postre, generarían unos nuevos estilos de vida que influirían en los patrones de consumo y cultura material en torno al hogar4. Empiezan a surgir, por tanto, unas nuevas prácticas sociales tendentes al lujo, a la comodidad y al cuidado de los usos individuales.
También la historiografía francesa se hace eco de estas líneas de estudio del consumo, aunque con un enfoque y matices distintos, a los cuales aludiremos en las líneas siguientes. Encontramos estudios referentes a la corte parisina del período de la Ilustración, que la sitúan como núcleo principal y espacio de consumo ostentoso en lo relativo a la adquisición de bienes de lujo. Esta línea de estudio adquiere un importante papel en la historiografía de la década de los ochenta, en la que Roche (1981) se sitúa como máximo exponente. Brewer (1994) editaría otros 3 volúmenes en colaboración (Brewer y Staves, 1994; Brewer y Porter, 1993; Brewer y Bermingham, 1995), que inciden en esta problemática siguiendo la misma línea y enfoque. Esta obra constituye el mayor monumento dedicado a la historia de consumo. La «revolución del consumo», a la que McKendrick se refiere, toma cuerpo cuando buena parte de la sociedad empieza a disfrutar de un volumen de bienes materiales de los que anteriormente no gozaba, y que son difundidos por el mercado a escala regional, nacional e internacional. Mediante el incremento en la adquisición de nuevos bienes, en los diversos estratos sociales, se produciría un boom en el consumo: There was a consumer boom in England in the eighteenth century. In the third quarter of the century that boom reached revolutionary proportions. […]For the consumer revolution was the necessary analogue to the industrial revolution, the necessary convulsion on the demand side of the equation to match the convulsion on the supply side5.
Esta teoría ha sido denominada por este autor como trickle down (goteo), la cual ha sido muy debatida por parte de la historiografía, y que tendría como consecuencia una imitación de las pautas de comportamiento de los estamentos sociales superiores por los distintos agentes sociales situados en un nivel social más bajo. Tal emulación, según McKendrick, se produciría como consecuencia de la existencia de una sociedad más abierta y menos estratificada con un gran nivel de riqueza y que sabía hacer un buen uso de ella mediante unas apropiadas redes y vías de distribución. Mediante el estudio y análisis del consumo de ciertos bienes, como pueden ser los tejidos, especialmente vestidos o textiles de cocina o de higiene personal (servilletas, mantelería o toallas) o los distintos materiales de los que está compuesto el mobiliario doméstico (teteras, cafeteras, chocolateras), metales o distintos tipos de maderas, se puede comprobar que se comienza a adquirir unos nuevos patrones socioculturales en los que hay una tendencia hacia la adquisición de modas y estilos que derivan hacia el cuidado personal y nuevos gustos. Según McKendrick, el consumo de nuevos bienes materiales por parte de los grupos sociales intermedios, derivaría hacia una fijación y mímesis en los modelos de consumo de las clases superiores. A partir de ahí se produciría una «emulación» que iría de arriba hacia abajo en la pirámide social, en donde los estratos inferiores tratan de adquirir y «emular» los modelos de comportamiento social de los estratos superiores.
El concepto de «emulación» sitúa a las personas cercanas a las grandes cortes europeas como el prototipo a seguir y al que todos aspiran a imitar, pasando por otros centros y núcleos de sociabilidad, como pueden ser tertulias, cafés, salas de reuniones y lugares de ocio y paseo, en donde se desarrolla la burguesía europea de finales del siglo XVIII. Así, se generan unos modelos y usos sociales, en los estratos intermedios, que derivan hacia la distinción social a través del consumo de ciertos objetos y la adquisición de nuevos estilos de vida en los que el modelo sociocultural que se toma como referencia es el de los grupos sociales superiores.
Hemos de mencionar que el concepto de «emulación» como modelo de consumo ha sido muy discutido por la historiografía. Por ejemplo, para Fairchilds (1993) los conceptos de «emulación», «lujo» y trickle down son válidos. Esta autora señala que: a lower class prosperous enough to own a few luxuries and eager to follow the latest vagaries of fashion, y en qué forma populuxe goods were desired as symbols of an aristocratic lifestyle. Sin embargo, Weatherill (1993) realiza una crítica a la aplicación de tal concepto para el estudio del surgimiento de una sociedad del consumo en el ocaso de la Edad Moderna e inicio de la sociedad contemporánea. En su interpretación, esta autora es seguida por otros autores como puede ser el caso de Vickery (1993). En este sentido podríamos señalar que se produce una importante distinción según la aplicación del concepto dependiendo del caso, o bien el de Inglaterra o el de Francia.
El concepto de «emulación» y su aplicación a la disciplina histórica, que analiza la evolución de la historia de consumo, ha sido tomado a partir de los clásicos trabajos de sociólogos y antropólogos, y han constituido un importante punto de referencia para muchos autores. Podemos destacar la importante obra de Elias (1988), que hace referencia al papel ejercido por los sectores urbanos de las sociedades de la Europa occidental, especialmente el grupo social perteneciente a la nobleza. Alrededor del mundo urbano emergieron las principales cortes que ejercieron una notoria influencia y desempeñaron un rol dominante en la definición de las «maneras de civilización» y en el cultivo de formas refinadas que derivaban hacia un gusto elegante en el consumo de bienes materiales, especialmente los relativos al lujo.
Este autor explora «el proceso de civilización», argumentando que la «civilización», definida a través de las formas con las que la gente se educa mediante un refinamiento en los comportamientos, propiciado por el consumo de bienes y objetos que insertan al individuo en un estadio social superior a través de la adquisición de unos gustos elevados y exquisitos, surge a través de la emulación desde las principales cortes hacia la aristocracia, pequeña nobleza y, desde ahí, hacia el grupo que constituye la burguesía. Como señala De Vries (2003), en su artículo sobre el lujo y su puesta en práctica en la sociedad holandesa de los siglos XVII y XVIII, el concepto de «emulación» fue implantado en la historiografía británica a través de la influyente tesis de Perkins (1968), quien argumentaba que el objetivo final del grupo comercial inglés era dejar sus orígenes burgueses atrás y ascender en la escala social mediante el poder socioeconómico adquirido a través de los negocios y el dinero y, de esta forma, asemejarse o asimilarse al grupo nobiliario. En este sentido, hemos de señalar que las tesis del sociólogo Bourdieu han ejercido igualmente una notoria influencia en esta línea historiográfica, incidiendo más en el concepto de «distinción» social entre los grupos y estamentos sociales. Esta «distinción» se adquiere cuando se alcanzan unos patrones y estilos de vida que sitúan al individuo en los escalafones superiores de la pirámide social. El consumo de ciertos bienes materiales, que no están al alcance de todos, como pueden ser los de lujo, y la adquisición de un gusto que tiende al refinamiento de las maneras y de los modales en sociedad traen como consecuencia la adquisición de un habitus en donde el individuo adquiere una estética hedonista y muestra una preferencia hacia un estilo de vida «ostentoso»6 mediante el consumo de los mencionados bienes de lujo.
Esta teoría del «consumo ostensible» fue esgrimida por uno de los más influyentes sociólogos de finales del s. XIX y principios del s. XX como es Veblen. Veblen estudia y analiza las pautas de comportamiento de la sociedad americana de este período: como consecuencia del desarrollo económico e industrial, diversos estratos sociales empiezan a adquirir nuevos bienes de consumo que anteriormente no se podían permitir, que no son bienes de primera necesidad. Progresivamente comenzaría a generalizarse un consumo derivado hacia el ocio y hacia usos improductivos. Igualmente, tendría lugar un avance en el gasto ostentoso, que se inserta como algo natural, cuyo fin y motivo principal sería la emulación: el estímulo de una comparación que se hace para ver quien tiene más y quién menos.7 Cada clase envidia y emula a la que está justo por encima de ella, y rara vez se compara con quienes están más abajo o con quienes están muy por delante de ellos. Así, menciona igualmente el término de vicarious consumption, cuya finalidad es ensalzar la categoría social del individuo que está por encima del resto en la jerarquía social, y se manifiesta a través del consumo de artículos selectos como pueden ser vestidos o artículos raros de adorno.8 Estas teorías respecto al consumo de nuevos bienes materiales y la adquisición de nuevos patrones y estilos de vida, como mencionábamos anteriormente, adquieren una fuerte resonancia y eco en la historiografía, que se comenzó a preocupar por la historia del consumo en los años ochenta.
Aparte de la influyente obra de McKendrick en los estudios del consumo, destacan los trabajos de la historiografía francesa sobre esta línea de investigación. Sin duda, el primer referente sería la obra de Braudel (1979) sobre la cultura material de la Europa moderna. Braudel muestra una visión de los elementos materiales y del proceso lento de transformación en el espacio europeo, en concreto el francés, mediante el análisis de las estructuras insertas en el espacio cotidiano. Muestra la difusión en Europa del uso de los cubiertos, generalizado hacia 1750, así como de los modales y los estilos adquiridos destinados, por ejemplo, a la preparación y arreglo de una mesa para un numeroso grupo de comensales de la alta sociedad. En este sentido, en el caso del consumo de alimentos, se muestra una diferencia entre los bienes comestibles que son sinónimo de lujo y los que denotan una pertenencia y adscripción social más baja. El tipo de dieta sería sintomático de tal pertenencia social: la adquisición de pan blanco y tierno sería propia de los grupos sociales más elevados y con un poder adquisitivo superior, mientras que el pan de centeno, más duro y tosco, sería consumido por los grupos sociales con un nivel y calidad de vida inferiores.
El tipo de estudio y análisis de Braudel sobre la cultura material, a través de una perspectiva en el tiempo y espacio de longue durée, se inserta dentro de un ejercicio de comprensión de la complejidad del entramado social y de las diferencias que se establecen entre los grupos sociales. Esta línea de estudio llevada a cabo por Braudel ha ejercido una notoria influencia en posteriores investigaciones sobre consumo para las sociedades del Antiguo Régimen, pero muy especialmente en la historiografía francesa e italiana. En lo que a tales estudios se refiere, no hay una gran abundancia de contribuciones respecto a los estudios de consumo y cultura material, pero podemos observar importantes referencias y aportaciones. Levi (1996) realiza una importante contribución al análisis de la historia del consumo mediante el estudio de las rentas de las familias artesanas en la ciudad de Turín entre los siglos XVIII y XIX. Otros importantes trabajos son los de Malanima (1990), en los cuales se puede observar un estudio de los bienes que aparecen en los inventarios campesinos, de la Toscana del settecento, haciendo un especial énfasis en el momento en que las familias que habitaban en el espacio rural comenzaron a disfrutar de bienes de lujo como demostración simbólica de éxito social.
Al hilo de la aportación de Malanima en referencia al lujo destaca el análisis de Visceglia (1991) sobre el consumo en la Italia de la Edad Moderna, enfocando su estudio a los cambios producidos en el régimen alimenticio y la dieta. A través del estudio del consumo «desigual» de alimentos entre las distintas capas sociales, como puede ser el caso de la carne, del pan (blanco y fresco para los grupos más favorecidos, negro y duro para los estamentos más bajos), se puede profundizar en los cambios producidos en los patrones de consumo. Siguiendo esta línea se puede observar igualmente la introducción del consumo de nuevas bebidas y alimentos tales como el azúcar, té, café o chocolate, relacionados más con el lujo y el confort y, por tanto, con un nivel de vida más acomodado y asentado (Ago, 2006). La misma autora señala, en referencia al lujo y a los superiores niveles de vida, la importancia en el consumo de textiles, especialmente el vestido, compuestos de diversos materiales, colores y características que muestran un nivel de vida más elevado. Carmagnani (2012) en su reciente obra ha profundizado en cómo los bienes exóticos procedentes de mercados americanos y asiáticos transformaron los mercados europeos.
Otro de los autores de la historiografía francesa que ha desempeñado un rol importante en la temática referente a la cultura material ha sido Roche (1981), quien igualmente se hace eco de las teorías de la sociología en su estudio del consumo en la Francia de la Ilustración. Se centró en París como principal núcleo urbano, en donde las distintas esferas sociales, especialmente las pertenecientes a la cúspide de la pirámide social, hacen un alarde «ostentoso» del consumo de nuevos bienes materiales que denotan una fuerte y clara diferenciación social. Especialmente enfoca su estudio a través del análisis de la vestimenta de los distintos grupos sociales, mediante un estudio de los inventarios notariales. A través de esta fuente, Roche analiza el uso y vestido de ciertos textiles, así como su material, colores, adornos y características, hecho que denota la adquisición de nuevos modelos socioculturales de los grupos sociales más acomodados que pretenden distinguirse del resto.
De esta forma, el mencionado autor usa el concepto de revolution des apparences (revolución en las apariencias)9 durante la época ilustrada francesa en la que los cambios producidos en el vestuario y en las formas de vestir jugaron un importante papel y tuvieron como consecuencia cambios políticos y económicos. Subraya el papel de la ciudad como lugar en donde los distintos grupos sociales, especialmente las categorías socioprofesionales que adquieren unos niveles de vida similares a los de la burguesía y la nobleza, alcanzan unas cotas más elevadas de prestigio y ostentación respecto a las áreas rurales, con la diferenciación social como su principal objetivo. El ascenso social se alcanza mediante la adquisición de nuevas costumbres y hábitos refinados. La esfera urbana es el principal lugar de diferenciación social, esencialmente porque es el espacio donde habita la oligarquía. En este espacio es donde se ponen en juego todas las prácticas y usos de diferenciación social entre estamentos, por lo que la forma en que se viste el cuerpo desempeña un rol importante como muestra externa de distinción social. Se viste el cuerpo no solo para protegerlo de las adversidades atmosféricas, sino que se adorna mediante suntuosas vestimentas, las cuales denotan una pertenencia y adscripción social determinada. In the history of human appearances, they have always displayed power: The ostentatious demonstration of a frivolity seen as the natural expression of an art of living, inaccessible to the majority, becomes the mark of supreme distinction. […] The «Encyclopédie» understood by the world everything which serves to cover the body, decorate it, or protect it from harm from the atmosphere10.
Muestra de ello sería el consumo de ciertos objetos que tenían un alto valor simbólico, lo que traería como consecuencia durante la centuria dieciochesca el que se adquiriesen nuevos modelos y estilos de vida. Las prácticas socioculturales llevadas a cabo a través del cuidado de las «apariencias» estarían dirigidas por patrones de vida insertos en cada uno de los estratos sociales, especialmente por los que están en un grado social superior.
El patrón a seguir por parte de los individuos adscritos a esta jerarquía social sería el de emular a los que se sitúan por encima de ellos en la escala social. Los estudios relativos a la historia del vestuario y de los textiles tratan de profundizar en el uso simbólico de estas prendas como forma de penetrar en el corazón de la realidad social. Se establece, como punto de partida para penetrar en la problemática del consumo, una serie de cuestiones sobre qué es lo que debe ser producido, en qué medida se debe consumir y cómo se deben distribuir los bienes.
Roche nos muestra a la sociedad parisina como ejemplo de estas prácticas en la época de la Ilustración, en donde se adquieren y se ponen como modelo los estilos de vida refinados que la nueva clase burguesa trata de emular de la nobleza situada en la corte: el «espejo» y esquema a imitar es el establecido en Versalles. Siguiendo esta línea de investigación, la cual se preocupa por el estudio del consumo de los grupos sociales que están instalados en los grandes centros urbanos en donde se ponen en juego estas prácticas sociales que tratan de expresar públicamente la pertenencia a un rango social mediante los objetos consumidos, encontramos importantes aportaciones historiográficas como la de Garnot (1994) o Fairchilds y Forrester (1994).
Sin embargo, existe otra línea de investigación que se ha opuesto a tratar la problemática de los cambios en las pautas de consumo mediante el empleo del término consumer revolution. Ello se debe a que tal línea historiográfica ve en el uso de esta terminología una carga que engloba todo el proceso de cambio socioeconómico de una forma demasiado homogeneizadora, sin profundizar en sus raíces y sin analizar a los individuos que participan en el proceso económico por el lado de la demanda. Es decir, no se tienen en cuenta las decisiones que toman los consumidores cuando su poder adquisitivo y sus salarios sufren unas transformaciones que traen como consecuencia unos cambios en la demanda de nuevos productos, los cuales afectan a las estrategias de marketing y distribución y, en definitiva, a la oferta de tales productos.
Este enfoque de análisis del consumo ha ejercido una notoria influencia en la historiografía, subrayando los cambios producidos en el consumo mediante el estudio de los mecanismos económicos que se originaban dentro del hogar, los cuales afectaban al funcionamiento del mercado, al influir en las curvas de oferta y demanda. El máximo exponente de estas propuestas de análisis es de Vries, quien señala que es necesario prestar más atención a los cambios que se producían dentro de la economía del hogar y en el ámbito doméstico. Este autor señala la importancia del estudio de tales cambios para así analizar y comprender de una forma más acertada los nuevos modelos de consumo y la introducción de nuevos bienes, duraderos y semiduraderos, en el espacio familiar. Para una mejor comprensión de este fenómeno de cambio económico de Vries reevalúa el término Revolución Industrial, estableciendo que los cambios en la adquisición y consumo de nuevos bienes, duraderos y semiduraderos, eran más complejos de acuerdo con las realidades socioeconómicas de las diferentes áreas y espacios geográficos. Esta idea está en conexión con importantes factores como pueden ser la extensión de las redes comerciales urbanas y su influencia en las áreas rurales, el crecimiento de los excedentes en la producción agrícola y un equilibrio entre las tasas de natalidad y mortalidad. Todo ello afectaría y facilitaría el proceso de industrialización. Para analizar el proceso de la Revolución Industrial, de Vries (1993, 1994) aplica el término de industrious revolution (revolución industriosa), el cual fue primeramente acuñado por el historiador japonés Hayami (2015). La industrious revolution está caracterizada por los siguientes factores:
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Intensificación y ritmo en el trabajo, hard working, de los agentes económicos, especialmente en las familias campesinas.
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Incremento en la venta de bienes y productos manufacturados como paso previo a la progresiva integración de mercados.
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Incremento en el consumo de bienes, especialmente duraderos y semiduraderos.
La industrious revolution es el paso previo hacia el nuevo desarrollo industrial en la modernización de Europa que deriva hacia la sociedad capitalista, en la cual la palabra clave es el hogar. Todos sus miembros están envueltos en los nuevos patrones y modelos económicos, en los que el incremento de las horas empleadas en el trabajo y en la producción juega un papel determinante en el proceso de modernización y desarrollo. Así, se produciría un crecimiento por el lado de la demanda de nuevos bienes, duraderos y semiduraderos, incluso si la tendencia de los salarios reales era hacia la baja. Tal hecho demuestra que las familias, aunque sus salarios descendiesen, no renunciaban al consumo de ciertos productos. Bienes que no estarían destinados a satisfacer las necesidades básicas para la subsistencia y que se dirigían más bien hacia el lujo y confort, y que tenderían a aumentar la calidad de vida del consumidor.
Esto se explicaría debido a los logros producidos en el terreno de la agricultura y en la industria durante la centuria precedente a la Revolución Industrial: un factor determinante de tal alcance fue la redistribución de las fuerzas productivas dentro del hogar, donde cada uno de sus miembros ejercía un papel importante en la adquisición de nuevos bienes y en la redistribución de los ingresos familiares. Los miembros pertenecientes a la unidad doméstica tomarían una serie decisiones que afectarían tanto a los bienes ofertados en el mercado como a la demanda de los bienes adquiridos del mercado. This complex of changes in household behaviour constitutes an «industrious revolution», driven by Smithian, or commercial, incentives, that preceded and prepared the way for the Industrial Revolution, which was driven by technology and changes in the organization11.
De Vries señala que antes de la venida de la Revolución Industrial se produciría una industrious revolution, en la que tanto las características de la oferta como las de la demanda desempeñarían un rol de gran importancia. Tras el paso previo de la industrious revolution, se irían produciendo progresivamente una serie de cambios tecnológicos. Para llegar a este estadio tecnológico y de desarrollo, como señala el autor, es de gran importancia estudiar el papel del hogar y la unidad familiar, especialmente las fuerzas productoras de nuevos bienes como los grupos artesanos y campesinos. En palabras de de Vries: the preindustrial household was a unit of production and consumption, as well as a unit of reproduction.12 En el estudio del proceso de desarrollo económico, y especialmente en lo referente a las nuevas tendencias en la adquisición y consumo de nuevos bienes, no puede obviarse a la unidad doméstica como núcleo en la toma de nuevas decisiones en la adquisición de tales productos.
Como podemos observar, las contribuciones respecto a este campo de estudio han gozado de buena salud en la historiografía internacional que ha analizado los cambios socioeconómicos en el período de la Revolución Industrial, especialmente, tratando como principal elemento de análisis el consumo y el estilo de vida a través de la cultura material de las distintas sociedades europeas. Pero no podemos afirmar con rotundidad que los estudios sobre consumo relativos a la Edad Moderna, desde la perspectiva de la Historia Global, gocen de buena salud y, más concretamente, estudios que hayan tratado casos desde el punto de vista comparativo analizando las similitudes y diferencias entre China y Europa. Buena responsabilidad de ello podría estar, tal y como hemos mostrado en las primeras líneas, en la búsqueda del «nacimiento» de la sociedad del consumo en las distintas áreas preindustriales europeas, a partir de la referencia del modelo anglosajón, especialmente el del caso británico, en donde la mayor influencia historiográfica la han producido las obras editadas por Brewer. Sobre este último punto vamos a profundizar en el apartado siguiente.
2.1Combatiendo el Eurocentrismo historiográfico: el rol de la Global History en estudios de consumoComo señalábamos anteriormente, la historia del consumo y de la cultura material estudiada desde los enfoques analíticos de la Global History o la Historia Global ha estado prácticamente ausente de la historiografía. La última gran referencia, pero desde el lado teórico y metodológico, de cómo desarrollar esta metanarrativa y los retos de la Historia Global para el siglo XXI la encontramos en la obra editada por Berg (2012). Una de las principales razones de tal ausencia, como se puede observar en el mapa historiográfico que hemos dibujado en líneas anteriores, es que la historiografía ha persistido en sus análisis del consumo buscando sus orígenes en las sociedades europeas que lideraron el proceso revolucionario industrial, especialmente el inglés. Desde este punto de vista se dirigen las críticas vertidas por Clunas (1999) a las obras editadas por Brewer, las cuales han liderado e influido en los posteriores estudios sobre los cambios en los patrones de consumo, estilos de vida y nuevas prácticas sociales emergidas como consecuencia de la adquisición de tales patrones.
Clunas (1999) vierte su análisis crítico, especialmente dirigido a un reclamo analítico del consumo que enfoque la perspectiva asumiendo los «contactos», «encuentros» y posibles «conexiones» con agentes externos, fuera de las propias fronteras y límites geopolíticos, para así obtener una visión más profunda y rigurosa del origen y naturaleza de los cambios y transformaciones en el terreno tecnológico, económico, social, cultural y político13. De esta forma, el mencionado autor advierte la presencia, de forma «irónica», de la palabra global, repetida constantemente en los 3 tomos editados por Brewer, como metáfora del world of goods14. A renglón seguido, Clunas aclara que no estamos analizando de forma global la historia del consumo y de la cultura material, o el «mundo de bienes», si se prefriere denominar así, sino que, a la postre, lo que está estudiando la historiografía es todo lo relacionado con Inglaterra o, como mucho, con el imperio británico. Como consecuencia de todo ello, los estudios relacionados con las prácticas y cambios en el consumo han tenido una visión y enfoques de carácter eurocéntrico o, más concretamente, anglocéntrico.
En este sentido, el propio Clunas (1999) resalta: When I write «England», I mean precisely that, añadiendo que los 3 volúmenes de Brewer podrían ser vistos por la historiografía como una contribución a la formación y construcción de una identidad británica. Por lo que los inventores del término consumer society podrían servir como pilares en la construcción de tal identidad. Las posteriores contribuciones desafiarían este fuerte excepcionalismo inglés si las cuestiones y problemática de estudio se dirigieran más hacia el contexto global. Destaca el caso de los trabajos que ponen en contacto diferentes realidades intercontinentales, mediante la perspectiva transnacional, como puede ser el caso de las relaciones entre Asia y Europa durante la Edad Moderna.
Así, encontramos importantes aportaciones a esta materia, como pueden ser los referentes a los intercambios socioculturales acaecidos durante el período moderno, revisando y analizando la historia de China15 y sus relaciones con las diferentes áreas del espacio europeo, y las influencias ejercidas a través de estas relaciones en el posterior desarrollo socioeconómico de los distintos territorios europeos. La School of California y, en especial, los trabajos de Gunder Frank (1998), Pomeranz (2000), Bin Wong (1997), Von Glahn (1996), entre otros, han contribuido a combatir el mencionado enfoque eurocentrista, ya clásicamente acuñado por Marx, Weber, Toynbee, Polanyi, Wallerstein o Braudel, mediante el análisis del proceso de crecimiento económico y desarrollo industrial en territorios asiáticos, especialmente China16. Sin embargo, la disciplina de la Historia Global ha causado división entre el grupo de historiadores en China. Los que rechazan esta disciplina son de la llamada escuela marxista, que definen Historia Global como una narrativa no compacta carente de uniformidad, siendo la Historia Global una forma de la estrategia «neocolonialista» que potencialmente puede contaminar el significado, concepto y narrativa de la historia y civilización chinas.17 Esto hace que sea escaso, prácticamente inexistente, el número de especialistas chinos que se dedican al campo de la Historia Global18. Estos son los llamados neocolonialistas por el grupo de la escuela marxista.
Berg realiza notables estudios que abordan la temática del consumo e integración de mercados asiáticos con Europa desde la perspectiva de análisis transnacional. Sus trabajos han desplazado los enfoques de estudio de exclusividad británica con que la historiografía ha abordado la problemática del consumo en la sociedad europea del Antiguo Régimen. En uno de sus últimos trabajos, donde colabora con Eger en la edición, se presenta el aspecto relativo a los debates surgidos, hacia la segunda mitad del siglo XVIIII, sobre el lujo19: qué se entiende por tal, su relación con el consumo de bienes «exóticos» traídos de tierras lejanas y las controversias provocadas entre los contemporáneos en referencia a un consumo moderado de bienes que no exceda de lo necesario, sin llegar a los umbrales de lo que entenderíamos por un consumo desenfrenado, donde las virtudes se sitúan en un segundo plano en detrimento del vicio. El debate sobre el lujo queda polarizado de la siguiente manera: por un lado, quienes lo ven como una degradación social a través del consumo compulsivo de exóticos objetos y bienes traídos de lejanas tierras, especialmente de China y, por otro, los partidarios que lo ven como una manera de fomentar el crecimiento económico mediante la progresiva participación de las distintas capas sociales en el consumo de este tipo de bienes20.
La circulación de nuevos bienes de consumo a través de las relaciones comerciales euro-asiáticas, como motor de transferencias sociales, culturales, económicas y tecnológicas, juega un papel importante en la adquisición de nuevos modelos y patrones de consumo en las capas sociales, así como en el aprendizaje de una nueva tecnología en la producción de tales objetos. En trabajos de Berg (2004, 2005) se ahonda en esta perspectiva, con un análisis del consumo de nuevos bienes a través de una escala global dentro del contexto de las relaciones comerciales intercontinentales. Es decir, las relaciones de carácter socioeconómico que se desarrollan entre el espacio insular británico y las colonias del Nuevo Mundo, África y Asia.
De esta forma, en los nuevos modelos de consumo se sitúa como característica fundamental el desarrollo de las relaciones comerciales dentro de un marco global, acentuando el valor de la importación de los productos de lujo traídos de territorios lejanos. En opinión de Berg, en los cambios que se venían produciendo en el consumo el lujo sería un factor más importante que la emulación de modas y gustos de los círculos aristocráticos y cortesanos. Así, el lujo es la característica central dentro de la Historia Global del consumo. Señala las nuevas formas de refinamiento que se estaban produciendo en el siglo XVIII, especialmente en la segunda mitad, dentro del marco de la Ilustración. Dichas formas de refinamiento iban acompañadas de una progresiva transformación de los hábitos y costumbres, especialmente en el vestir, y de la aparición de nuevos objetos en las diversas estancias del hogar.
Por ello, Berg (2004, 2005) señala como punto clave, dentro del marco de las extensas relaciones comerciales con las colonias y la importación de nuevos bienes, el consumo de destacados objetos, exóticos y de carácter suntuario, como pueden ser ciertos textiles (sedas e indianas) y la porcelana traída de China21. Puntualiza que el refinamiento y el gusto hacia lo exótico no solo justificaban el consumo de estos objetos, sino que la consecuencia inmediata de estos intercambios comerciales eran las transferencias de carácter social, económico y cultural. Destacan, de este modo, las transferencias socioculturales y económicas producidas por el consumo de diversos bienes que ponen en contacto culturas diversas, la europea y la asiática, y la adquisición de nuevas técnicas de producción.
El desarrollo extenso del comercio del lujo con la adquisición de nuevos bienes quedaría estrechamente vinculado con la industrialización al ir incorporando nuevas técnicas de trabajo y producción. En esta línea de estudio, la historiografía está revisando la sociedad del consumo en el período moderno, teniendo en cuenta las relaciones transnacionales entre las áreas euro-asiáticas a través de las interacciones producidas por las redes de intercambios comerciales, y tomando como ejemplo de estudio el caso de bienes exóticos, como puede ser la porcelana china. En esta línea historiográfica se insertan los análisis de Batchelor (2006), que menciona que la historiografía ha prestado más atención a los «múltiples nacimientos» de la sociedad del consumo, pero sin relacionar las distintas áreas geográficas que pudieran ejercer alguna influencia en el desarrollo industrial. Señala que, más que buscar el nacimiento de la sociedad del consumo, habría que examinar los hábitos del consumo a través de los influyentes sistemas de moda «transculturales» que se estaban empezando a adquirir como consecuencia del consumo de nuevos objetos introducidos, a través de unas fluidas redes comerciales22, como puede ser el caso de la porcelana, del té o de sedas procedentes de China, en especial de las áreas de Yunnan (云南) o Jingdezhen (景德镇).
Mediante la progresiva inserción de los mercados en un contexto global, nuevos objetos circularían transculturalmente, superando las barreras nacionales y produciéndose igualmente transferencias de carácter tecnológico. Se adquiría, por tanto, un nuevo aprendizaje en la producción y fabricación de objetos, así como una mediación de carácter translingüístico a través de las inscripciones y caligrafía china que aparecía en estos objetos y en las crónicas y libros23 de época Ming (明朝).
A través de una escala de análisis global, que incluye las redes comerciales intercontinentales, podemos estudiar y analizar más acertadamente las transferencias sociales, económicas y culturales que se venían produciendo en la segunda mitad del siglo XVIII. Como consecuencia, adquiere especial importancia la perspectiva transnacional derivada de estos intercambios socioeconómicos que ponen en contacto diversas áreas, a nivel local y global, en donde se tienen en cuenta todos los factores en el ámbito social, económico, cultural y político que influyen en el proceso de cambio durante el período del desarrollo industrial.
Es necesaria la presencia de trabajos que desplacen la mirada del caso británico en particular, para establecer un enfoque más global que tenga en cuenta todos los factores que impulsan el cambio y la transformación socioeconómica. En posteriores trabajos de Brewer (2004) podemos encontrar de manera explícita la forma en la que se hace eco de estas críticas, y asume de alguna forma el «error» historiográfico en el que los estudios del consumo habían sido orientados, especialmente en la década de los ochenta, hacia la búsqueda de su nacimiento y orígenes, tomando como referente el período del desarrollo industrial en el siglo XVIII, centrado principalmente en el espacio británico. El autor hace un somero balance de las contribuciones sobre los estudios de consumo al debate historiográfico de la década de los ochenta, referente al surgimiento de una «revolución en el consumo», como punto de partida y origen del «consumo de masas», desarrollado hacia finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Brewer señala, al igual que lo hiciera Clunas, como tal obsesión historiográfica relativa a la búsqueda de los orígenes de la sociedad del consumo ha obstaculizado los enfoques analíticos que desplazan la visión de estudio del centro a la periferia. Esta ceguera historiográfica se manifiesta especialmente a través de una perspectiva analítica eurocéntrica (Pomeranz, 2012) y, más concretamente, la que se centra en el análisis del caso particular inglés. No se han tenido en cuenta las relaciones e intercambios de carácter social, económico y cultural, en las que el análisis de las relaciones comerciales, tanto internacionales como intercontinentales, es esencial para comprender y estudiar de forma más acertada los procesos de cambio y transformación tecnológicos e industriales.
Son muy sugerentes las conclusiones vertidas por Brewer (2004) en su artículo, en donde se pregunta cuál sería su respuesta si tuviera que contestar a la pregunta de si a finales del siglo XVIII se produjo el «nacimiento» de la sociedad del consumo. Muy rotundamente responde «no», y argumenta que el error ha sido no formular la pregunta adecuada, ya que no es una forma apropiada el pensar homogéneamente sobre el «consumo» o «consumismo» para los siglos XIX, XX o XXI, ya que su lenguaje, asunción y marco es diferente en un período y otro, lo que ha dificultado su enfoque y análisis a la historiografía.
Brewer asume, de esta forma, que se debe producir un giro historiográfico y que tienen que revisarse los enfoques de análisis que tratan sobre las sociedades del consumo, especialmente en el período moderno. Por lo que habría que orientar los estudios desde una perspectiva más global, de manera que enlacen las distintas realidades entre espacios locales, nacionales, internacionales e intercontinentales. Pero sin caer en la tentación de emplear la temática del consumo de forma homogénea, cuando estamos tratando con una escala global, o de manera más detallada y específica.
En este sentido, destaca la obra de Brewer, en la que expresa claramente las líneas de enfoque que deben tomar los análisis y los estudios referentes al consumo, para así subsanar los errores cometidos por la historiografía, que no ha tratado el fenómeno tendiendo en cuenta las diversas realidades y características de los distintos espacios geográficos24. Aboga, por tanto, por una perspectiva que desplace los estudios hacia una Historia Global25, en la que adquieren notable importancia las perspectivas de estudio de carácter comparativo y transnacional (Brewer, 2004; Brewer y Trentmann, 2006). Se deben incluir en un marco analítico más amplio tanto los intercambios de ideas y políticas como las transferencias de carácter sociocultural y económico. La progresiva integración de mercados, que conectan distintas áreas y diversas realidades geopolíticas, es el factor principal como elemento de enlace y unión entre tales territorios. La cuestión clave, como señala Batchelor en la conclusión de su artículo, inserto en la obra de Brewer, es la relativa a que la problemática no debe ser analizada a través de un enfoque macro- o microhistórico, sino que hay que tener en cuenta ambas escalas y realizar un enfoque «transcultural» y «transcrítico»26.
El mismo autor concluye que para el análisis de los objetos y los materiales de consumo de estas sociedades un punto importante es el relativo, no tanto a la representación de estos objetos, sino a la complejidad de los movimientos comerciales que se producían como consecuencia de tales intercambios27. No solo hay que analizar en qué forma se produjeron los intercambios comerciales, sino que se debe contemplar y tener en cuenta la multitud de las diferentes variables socioculturales insertas en tales transacciones.
2.2El análisis del consumo a través de la perspectiva comparativaLas diversas formas de analizar o enfocar una temática histórica concreta, en nuestro caso la relativa al consumo y la cultura material, constituyen uno de los principales problemas con los que se encuentra el historiador en el momento de construir su discurso para posteriormente responder a las preguntas que se ha planteado desde el inicio. Dentro del ámbito historiográfico referente al estudio del consumo y cultura material en la Europa de la Edad Moderna, los trabajos desde la perspectiva comparativa son escasos. Hacia este terreno se dirigían las críticas de Burke (1993), en la única contribución que realiza a los 3 volúmenes de Brewer. Burke apuesta por dirigir las miradas fuera del discurso construido en Occidente, tratando de analizar y comparar las relaciones socioculturales que se producían con otras áreas fuera de Europa, especialmente con territorios asiáticos. El mismo autor señala que habría que dirigir los enfoques analíticos fuera del propio espacio europeo. De esta forma, los historiadores serían capaces de señalar qué constituye específicamente el espacio occidental, teniendo en cuenta todas las variables y factores analíticos que ejercen influencias y se interrelacionan en las distintas áreas geográficas, sin centrarse únicamente en el caso británico como hasta ahora ha hecho la historiografía.
Como consecuencia de ello, se hace ineludible la perspectiva comparativa, que es cada vez más común, aunque escasa dentro de la historiografía del consumo: debe abarcar y tener en cuenta un mayor grado de variables que ejercen influencia en el área de estudio que estemos tratando. Así, encontramos algunos casos de estudio, a finales de los noventa, que tienen en cuenta los enfoques de análisis comparativos para analizar los aspectos socioculturales europeos orientados desde una perspectiva global, en donde se tienen en cuenta las posibles influencias a través de las relaciones socioeconómicas con otros espacios continentales. Las líneas de análisis de Bin Wong (1997) se dirigen hacia esta perspectiva. En su estudio comparativo de los cambios y transformaciones ocurridas en China y Europa, introduce y usa explícitamente los modelos de Braudel (1979) y Tilly (1984), analizando las similitudes y diferencias entre ambos espacios geográficos. Pero los estudios más notorios y los trabajos pioneros, desde los enfoques de análisis comparativo, en lo que a estudios de consumo se refiere, serían los de Nenadic (1994a), los cuales analizan el comportamiento y las diversas pautas de consumo de los grupos sociales intermedios de la sociedad escocesa, en particular, centrados en los núcleos urbanos de Glasgow y Edimburgo. En su análisis de la sociedad de consumo en la Escocia del siglo XVIII está muy presente la perspectiva a escala regional o local, en donde se comparan los hábitos y pautas de consumo entre las ciudades de Glasgow y Edimburgo, teniendo en cuenta las relaciones y redes comerciales que vertebran ambos espacios. Por lo que se puede observar la presencia, mediante un enfoque analítico local, en comparación con los relativos a los estudios anteriormente mencionados de Berg (2005), Clunas (1999) o Batchelor (2006), de unas consolidadas redes interregionales o transregionales, derivadas de tales relaciones mercantiles entre ambas áreas escocesas.
El análisis de Nenadic se enmarca dentro de la perspectiva comparativa, analizando a través de un enfoque territorial las diversas formas de consumo en la sociedad escocesa del siglo XVIII. Aunque dicho análisis se presenta dentro del contexto del mundo británico y de las relaciones comerciales que se desarrollan de forma más dinámica durante esta época, básicamente se analizan los nuevos bienes adquiridos por las clases intermedias de 2 espacios geográficos concretos, Edimburgo y Glasgow, observando la representación simbólica y social de los citados bienes. Siguiendo la línea de otros trabajos sobre el consumo, Nenadic (1994b) trata de desmontar en este trabajo la tesis de McKendrick sobre la consumer revolution y la hipótesis del trickle down.
Así, en relación con esta idea, la autora realiza una severa crítica a la hipótesis de la consumer revolution, asegurando que tanto los contemporáneos (ensayistas, novelistas, críticos) de los siglos XVIII y XIX como los propios historiadores especialistas en la Edad Moderna se han hecho eco del determinismo económico de Smith (ver Theory of moral sentiments), el cual argumenta que el progreso de la economía moderna se basa en un fuerte desarrollo comercial que produce, como consecuencia, un crecimiento en el consumo de nuevos bienes de las clases sociales medias. De esta forma, Nenadic (1994b) asegura que el papel del consumo de nuevos objetos y bienes es más complejo que la simple emulación. Por lo que habría que analizar las formas de adquisición de estos bienes y la utilidad que representan para los diversos grupos sociales. En su trabajo señala que el proceso de adquisición de nuevos bienes no es tan simple como lo explicó McKendrick, ya que, en importantes ciudades como Glasgow o Edimburgo, funcionaban otros mecanismos, aparte de la compra de nuevos objetos, para adquirir dichos bienes, como pueden ser los mercados de segunda mano y reciclaje. Este tipo de mercados para adquirir nuevos bienes funcionaba no solo entre estamentos sociales no adinerados, sino también entre los acomodados.
A través de los mercados de segunda mano y con frecuencia se adquirían los bienes in situ, en la propia casa, con lo que se evitaban costes y se abarataba el precio de adquisición. Mediante el análisis de los inventarios, y presentando casos concretos de diversos grupos socioprofesionales (tenderos, comerciantes) se analiza la adquisición de este tipo de bienes. La mencionada autora llega a la conclusión de que en diversos momentos, para tales grupos sociales, un objeto era apreciado más por su uso, o utilidad, que por el simbolismo o significado social que podía representar su posesión. El valor de un objeto sería medido más por su utilidad que por su simbolismo social, por lo que se le daba gran importancia a la durabilidad del objeto.
Otra forma de adquirir cierto tipo de bienes sería a través de la herencia, donde el afecto y la carga emocional hacia los objetos por su pertenencia a familiares jugaría igualmente un papel importante. El consumo emocional de ciertos objetos se daría especialmente entre las mujeres, y desempeñaría un papel significativo en el desarrollo de los nuevos modelos de cultura material relacionados con el concepto de domesticidad. La cultura doméstica y el desarrollo de la privacidad y de la intimidad ejercerían una notable influencia en los objetos que aparecen decorando las estancias de los diversos hogares, y especialmente en su distribución en ellas.
Con el desarrollo de estas hipótesis de trabajo, la autora trata de corregir la teoría entusiasta de la consumer revolution. Como se puede observar en su trabajo, el análisis que hace de la temática del consumo es desarrollado a través de un estudio de pequeña escala en el que observa el funcionamiento de las redes comerciales locales y los mercados de segunda mano de dos centros urbanos: Edimburgo y Glasgow. Establece que entre ambas ciudades había un flujo continuo de gentes, ideas y bienes, lo que producía como consecuencia unas intensas transferencias de carácter cultural y socioeconómico. Todo ello contextualizado dentro del importante papel que representaban ambos núcleos urbanos en las relaciones comerciales, sociales y culturales europeas. Así, a través del estudio a escala local de dos territorios con un gran peso en las relaciones con otras ciudades europeas, se puede estudiar cómo operan las distintas transferencias a nivel social, cultural, económico, etc., dentro de un marco más amplio como puede ser el de la Historia Global, con el que podemos aproximarnos de forma más certera al análisis de diversas realidades y procesos de desarrollo económico.
3Macao-Marsella como caso de estudio para el análisis del consumo e integración de mercados entre China y la Europa mediterráneaBajo el contexto historiográfico presentado referente al campo de Historia Global sobre estudios de consumo durante la Edad Moderna, especialmente del siglo XVIII, lo que haré en las siguientes líneas será presentar someramente nuestro caso de estudio a través de una comparación de dos áreas portuarias, de gran importancia para esta época, situadas en el sur de China y en Europa, como son Macao y Marsella. Esta es una investigación en ciernes, que acabamos de empezar, por lo que aún no estamos en disposición de presentar resultados, y simplemente nos limitamos a mostrar las principales líneas con el fin de que futuras investigaciones relativas a la Historia Global enriquezcan el debate historiográfico mediante nuevos casos de estudio.
¿Por qué el caso de Macao y Marsella? Brevemente podríamos responder que el objetivo es, tras señalar las lagunas historiográficas sobre estudios de consumo relativos a la Historia Global, presentar un caso de estudio que se desmarque de las grandes unidades geográficas continentales (Europa, Asia) y nacionales (China, Gran Bretaña), y de los tradicionales centros económicos europeos como pueden ser Londres o Ámsterdam, para, a través del estudio, en concreto, de dos áreas portuarias situadas en la periferia como Macao y Marsella, observar cómo operaban los distintos procesos de desarrollo económico mediante la introducción de nuevos bienes de consumo.
El análisis de transferencias y nuevas formas culturales podría permitirnos entender mejor las primeras conexiones y encuentros entre Occidente y China, en un período en que los mercados tendían a integrarse progresivamente en una escala global e, igualmente, seríamos capaces de percibir mejor las posibles divergencias o convergencias. Las fuentes de Macao y Marsella son fundamentales para tal compresión. Por un lado, los inventarios post mortem de Marsella y Macao (en este caso inventarios chinos y de origen europeo) nos ofrecen luz sobre las pautas en el consumo y, por otro lado, los registros comerciales de Marsella (localizados en el archivo de la Chambre de Commerce de Marseille) y de Macao (en el Archivo Histórico de Macao) nos ofrecen luz sobre los agentes y las redes comerciales como mediadores en la introducción de nuevas pautas de consumo.
La comparación entre ambos territorios es pertinente, ya que, al ser definidos como territorios transnacionales, dinamizaron las economías de China y Europa en el período que estamos analizando, especialmente a través de las comunidades de diverso origen étnico y cultural que allí se asentaron. Este hecho contribuyó a la integración de mercados entre Oriente y Occidente mediante la circulación de nuevos bienes de consumo, capital humano y transferencias tecnológicas. El objetivo final es analizar, para el período que abarca desde 1730 hasta 1808, los niveles de renta de las distintas categorías socioprofesionales, las permanencias o cambios en el consumo de ciertos bienes, su tipología y la articulación de las relaciones sociales de los diversos estamentos y grupos que se insertaban dentro de la sociedad del Antiguo Régimen de la Europa mediterránea y la relativa a los reinados de Yongzheng (雍正帝), Qianlong (乾隆帝) y Jiaqing (嘉慶帝), para el caso de China. Hacemos especial énfasis en el estudio de la adquisición de nuevas identidades culturales y modelos de sociabilidad que se pudieran producir mediante el consumo de nuevos bienes duraderos y semiduraderos, y su posible rechazo o aceptación, especialmente por los estratos sociales superiores, en donde se puede comprobar si el consumo de tales productos chocaba con los esquemas y modelos socioculturales establecidos en la época. Se hace imprescindible en nuestro estudio el análisis del grupo de comerciantes asentados en Marsella, así como el grupo de mercaderes extranjeros, cuya presencia dinamizó el comercio y la economía mediterránea durante la segunda mitad de la centuria dieciochesca. Destaca en esta área la Compañía Roux-Fréres que tenía establecidas casas de comercio en toda la vertiente mediterránea, especialmente en áreas de Oriente Próximo como Alejandría, Aleppo, Trípoli, Damasco, Sidón, Acre o El Cairo, que conectaban con las antiguas rutas de la seda (ver fig. 1).
Redes y casas de comercio fundadas por la Compañía Roux-Frères en la Europa mediterránea (s. XVIII).
Fuente: Archive de la Chambre de Commerce de Marseille (A.C.C.M.). En Pérez García, (2013, p. 82).
Para el caso de Macao, hacemos especial mención a las comunidades transnacionales allí asentadas, no solo al grupo de portugueses, sino también a las comunidades sefardíes, armenias (que anteriormente estaban asentadas en Marsella), jesuitas, todos ellos con un marcado rol emprendedor y comercial. Este caso de estudio analiza la posible influencia de este grupo mercantil como mediador en la introducción de nuevos productos y si, como consecuencia en la adquisición de tales productos, se introducen o no, progresivamente, nuevas identidades culturales en los estratos de la jerarquía social. Estos grupos, en tal rol de mediación, se pueden definir como «consumidores vicarios» dada su clara y marcada faceta en la creación y estimulación de nuevos hábitos y pautas de consumo. Por lo que debemos incidir en el caso de los comerciantes franceses, especialmente en el sector textil, para comprobar la posible introducción de nuevos materiales y bienes procedentes de China que posteriormente incidirían en la adquisición de nuevos usos y modas en el vestir. Igualmente, la introducción de nuevos productos, como pueden ser los referentes al mobiliario doméstico (porcelanas, teteras, chocolateras, mantelerías, servilletas, toallas, etc.), jugó un papel importante en las sociedades europeas de la Edad Moderna, en lo referente a la adquisición de nuevos usos y de un gusto dirigido hacia el cuidado de la apariencia individual y del ámbito privado como es el hogar. Para el caso de bienes occidentales introducidos en China a través de Macao, nuestra investigación se centra, por un lado en el análisis de productos europeos como pueden ser los relojes, espejos, tabaco o vino que se mencionan en la famosa novela del Sueño en el pabellón rojo, Hóng Lóu Mèng (红楼梦), escrito por Cao Xueqin (曹雪芹) a mediados de la dinastía Qing (清朝). Evidentemente estos bienes eran consumidos por la elite china. Por otro lado, igualmente hemos de mencionar productos procedentes de Nueva España, que ya desde finales de la dinastía Ming (明朝), como pueden ser bienes alimenticios como el chile (辣椒) o la fruta del dragón o pitalla (火龙果), se introdujeron en China28. Las redes comerciales que integraban Macao y las costas de China (Macao, Cantón, Amoy, entre otras zonas portuarias destacadas), así como la isla de Taiwan, con las rutas del galeón de Manila-Acapulco, contribuyeron enormemente al intercambio y circulación de productos de origen chino, americano y europeo (ver fig. 2).
Este continuo flujo comercial operó de forma muy activa durante toda la Edad Moderna, incluso cuando el «sistema de Cantón» fue impuesto en 1757, cuando el puerto de Cantón era el único puerto con licencia para comerciar con el extranjero. Evidentemente este sistema comercial, por no mencionar el comercio «no reglado» o de contrabando que operó muy activamente, marcó un nuevo orden en las relaciones internacionales a finales del siglo XVIII y del primer tercio del siglo XIX. El nuevo escenario creado por las guerras del Opio y la articulación de las relaciones comerciales entre regiones del sudeste asiático, China y las potencias occidentales, a partir del contexto de intercambios comerciales que venimos mencionando, contribuye a dar algunas pistas del porqué de la «gran divergencia» y desaceleración económica en China con respecto a Europa con el advenimiento de la primera Revolución Industrial. Es pertinente mencionar que la interconexión de mercados, a través de un sistema económico mundial que se venía desarrollando con especial énfasis en el siglo XVIII, contribuyó igualmente a tal divergencia.
En este sentido, es relevante comprender y analizar la motivación principal de la política china de finales del siglo XVIII. La dinastía manchú Qing (清朝) (1644-1911) impuso y finalmente mantuvo su dominio sobre China por medios militares, mientras que, en paralelo, trataba de presentar a sus súbditos chinos y al mundo en general una imagen que, al mismo tiempo, estaba caracterizada por un marcado fondo confuciano y era étnicamente imparcial29. En realidad, las relaciones sino-occidentales eran más abiertas de lo que algunos especialistas en la materia han expresado30 respecto a la «oposición» china a asimilar modelos occidentales en términos de comercio, ciencia, tecnología y valores culturales.
Esto contradice la afirmación del emperador Qianlong (乾隆帝) (1736-1795) en la autosuficiencia de China en respuesta, there is nothing we do not have that we need from you, a la embajada de lord Macartney enviada por el rey Jorge III, cn la que mostraba la indiferencia de la sociedad china a la influencia occidental31. Pero, por supuesto, esta declaración fue dirigida a una audiencia pública interna y al rey de Inglaterra a través de su enviado Macartney y, por extensión, a todo extranjero que quisiera alterar la estructura del sistema en que China basaba sus relaciones internacionales. Tal «oposición» sigue presente hoy cuando los gobernantes chinos continúan siendo cautelosos respecto a las ideas occidentales. Este hecho se puede observar en las actuales políticas neoconfucionistas del gobierno para reactivar la glorificación del país mediante el inicio de campañas contra la «contaminación espiritual», la «liberalización burguesa» y la evolución pacífica hacia un nuevo tipo de capitalismo.
A través de un análisis profundo del nuevo escenario internacional creado en China, podemos ser capaces de entender 2 cuestiones fundamentales: 1) la competencia económica entre las potencias europeas para controlar mercados chinos; 2) el funcionamiento del mercado chino, así como el papel de las barreras arancelarias y las actividades de contrabando en la integración de los mercados. Estas características, básicamente, articulan las relaciones entre China y Occidente en las esferas política y económica desde el siglo XVIII hasta prácticamente hoy día.
La competencia económica entre las potencias europeas durante el siglo XVIII, especialmente entre Inglaterra y las compañías comerciales europeas, tenía como objetivo controlar el comercio de China. El punto estratégico en la lucha fue el dominio del comercio del té. Los británicos tenían un monopolio que, a menudo, obstaculizaba las operaciones comerciales de sus rivales. Por supuesto, esto causó conflictos diplomáticos debido a que no había regulación de ese comercio. Esto dio paso a una política de consolidación comercial por la cual la British Company controlaba mayormente el comercio chino en Cantón32. A finales del siglo XVIII los británicos establecieron una embajada permanente en Pekín con el objetivo de consolidar su monopolio y buscar nuevos mercados en las provincias chinas para vender lana inglesa, algodón indio en rama y opio.
Un estudio pausado y minucioso del funcionamiento del mercado chino, así como de las barreras arancelarias y de las actividades de contrabando desde una perspectiva comparativa, son elementos que pueden dar algunas pistas sobre la articulación del comercio nacional e internacional en China y por qué esto no se tradujo en niveles superiores de desarrollo industrial como el que se venía produciendo en Europa occidental. Estas son las cuestiones en las que, a nuestro modo de ver, las futuras investigaciones tendrían que incidir, ya que nos pueden ofrecer una visión más profunda del proceso de integración de mercados de China y del sudeste asiático, así como hasta qué grado el comercio internacional fue un factor determinante en tal integración económica. El papel desempeñado por las redes internacionales de comercio fue crucial en dicha articulación y en cómo fueron capaces de transmitir información sobre los derechos de aduana y, de alguna manera, de sortear las altas barreras arancelarias a través del contrabando. La falta de pago de los juncos chinos de los llamados «almojarifazgos» (aranceles reales del comercio español) en Manila se convirtió en una práctica común en la que operaba el comercio internacional en el sudeste asiático a través del intercambio de plata americana por productos chinos.
Sistemas de corretaje fueron institucionalizados por el gobierno chino a través de los cuales se otorgaban licencias a corredores que estaban a cargo de supervisar las transacciones comerciales33. Era ilegal realizar transacciones sin una licencia del gobierno, por lo que los corredores sin licencia proliferaron, debilitando así el sistema y fomentando las actividades de contrabando. Estas prácticas no oficiales en China fueron promovidas por los gremios y por las organizaciones de autogobierno y, por lo tanto, se debe formular la siguiente pregunta: ¿fueron las actividades de contrabando un canal importante de los beneficios comerciales del gobierno chino debido a que las redes comerciales interregionales eran controladas por miembros pertenecientes a gremios de comercio?
4ConclusionesEl campo de estudio de la Historia Global podríamos decir que es un área que no deja indiferente a nadie, en el sentido de que o es rechazada por investigadores que alegan que es una narrativa ambiciosa y carente de una metodología concreta, o es acogida con gran entusiasmo por otro grupo de investigadores que asume el reto de esta metanarrativa y trata de ponerla en práctica mediante la reformulación de grandes preguntas. Podríamos decir que por este motivo la Historia Global se ha teñido en las últimas décadas de un cierto tinte eurocentrista, en el que la principal pregunta ha sido el estudio de las causas principales que propiciaron el desarrollo económico de los principales núcleos europeos, Gran Bretaña (Londres) y Países Bajos (Ámsterdam), durante la época de la primera Revolución Industrial. Por ello, los estudios relativos al consumo han estado principalmente centrados en el estudio de Gran Bretaña y sus colonias. La aparición de la school of California supuso un hito historiográfico, ya que este grupo de investigadores cambió el eje geográfico del análisis económico hacia Asia y, en particular, hacia China.
Sin embargo, tanto las tradicionales líneas eurocentristas como las que se enfocan en Asia y China han centrado sus análisis bajo presupuestos teóricos sin ahondar demasiado en concretos casos de estudio, y con escasa utilización de fuentes (tanto occidentales como orientales), que nos den pistas, bajo una escala micro, de cómo operaban las posibles divergencias o convergencias en los distintos modelos de desarrollo económico. De ahí, la importancia de nuevos casos de estudio, como el ejemplo que presentamos de Macao-Marsella, que salgan del tradicional enfoque centrado en el análisis de principales áreas o núcleos económicos como Londres o Ámsterdam. Se deberían revisar tales enfoques mediante el análisis de redes de comercio, como, por ejemplo, las que operaban en el área transpacífica, de la integración de mercados y de la introducción de nuevos productos de consumo en áreas periféricas que articulaban redes de distribución hacia mercados interiores y centrales: estos elementos de análisis deberían estar más presentes en próximas investigaciones.
FinanciaciónEsta investigación ha sido financiada con la IRSES/UKNA Fellowship que obtuve del International Institute for Asian Studies (Leiden University, Holanda). UKNA Research está financiada por la beca obtenida bajo el programa de las Marie Curie Actions «International Research Staff Exchange Scheme» (IRESES) de la Unión Europea.
Término que McKendrick (1982) toma de Rostow (1990) en su visión optimista del nacimiento de la sociedad del consumo.
Destaca el trabajo de Shammas (1990), quien realiza un estudio de los intercambios comerciales y de la introducción de nuevos productos y bienes duraderos y semiduraderos, comparando los inventarios de bienes ingleses con los de las colonias americanas, analizando al mismo tiempo la demanda y distribución de productos, así como los niveles de vida.
Muestra de ello es la aparición de nuevos objetos en el mobiliario, como pueden ser las teteras o las chocolateras, la aparición del consumo de mobiliario de mesa como servilletas, cubertería o el consumo de ciertos objetos textiles como toallas, que nos dan una muestra de una tendencia hacia el cuidado y la higiene individual. El trabajo de Weatherill (1988) sobresale como importante contribución a esta problemática en torno a la cultura material y a los nuevos usos y prácticas dentro del hogar, pero enfocando su estudio dentro del mundo británico del s. xviii.
Ver especialmente los capítulos que hacen referencia a «L’habitus et l’espace des styles de vie» y «Le sens de la distinction» en: Bourdieu (1979).
Igualmente se manifiesta en el consumo de alimentos, ropa y textiles del hogar, así como en el mobiliario doméstico y en los bienes consumidos por el ama de casa y el resto del establishment doméstico. Pero Veblen señala que la forma más obvia de consumo vicario de bienes es la que tiene lugar a través del uso y vestido de libreas y en la ocupación de espaciosas habitaciones de servicio. Vestir uniformes o libreas implica un grado de servidumbre o subordinación, puede decirse que es un signo de servidumbre: «Vicarious consumption by dependents bearing the insignia of their patron or master narrows down to a corps of liveried menials. In a heightened degree, therefore, the livery comes to be a badge of servitude, or rather servility». Ver el capítulo cuarto, «Conspicuous consumption», en Veblen (1934). Consultar igualmente: Pérez García (2013).
Para profundizar en este tipo de estudios, teniendo en cuenta los diversos encuentros e influencias socioculturales y económicas fuera de las estrictas fronteras nacionales en donde se tiene una visión más amplia de los contactos intercontinentales abandonando los enfoques «eurocéntricos», es necesario revisar la obra de McNeill (1990). Del mismo autor ver su última obra editada junto a McNeill y McNeill (2004).
Podemos encontrar algunas contribuciones a los estudios del consumo visto como fenómeno global, poniendo en relación las sociedades europeas y las asiáticas, con el caso particular de China, en los trabajos de Adshead (1997) o Clunas (1997).
Ya en la antigua Grecia y en la época romana se asociaba el lujo con los bienes traídos de lejanas tierras, especialmente de zonas orientales y asiáticas, y se relacionaba el lujo con lo exótico, lo «raro» o «inédito». Este discurso se fue manteniendo durante la época medieval y persistió durante buena parte de la sociedad moderna. De este modo, quedaba asociado lujo con los bienes importados del extranjero y, por ende, quedaba implícito que la adquisición de tales bienes quedaba reducida a un grupo selecto de la jerarquía social, por lo que se veía al lujo como un elemento que fomentaba y perpetuaba la división social del Antiguo Régimen. Se introdujeron legislaciones sobre el comercio de bienes de lujo, como es el caso de Inglaterra, de un marcado carácter proteccionista que fomentaban tal división social, limitando el consumo de estos bienes a las elites. Pero en el s. xviii, especialmente hacia la mitad de esta centuria, se fueron introduciendo una serie de cambios en el pensamiento y se empezó a ver al lujo más allá de la visión tradicional, anteriormente descrita, que representa al lujo como elemento de corrupción y acumulación frenética de riqueza de las elites. Así, las leyes suntuarias fueron cambiando, y se empezaba a hacer una distinción entre «viejo» y «nuevo» lujo. El «viejo» quedaría descrito con la visión que lo representa como «raro» e «inédito», y el «nuevo» introducía el consumo de nuevos bienes, duraderos o semiduraderos, en un mayor abanico poblacional, y relacionaba de este modo consumo de nuevos bienes con aumento de la fuerza de trabajo, crecimiento poblacional y creación de un nuevo espacio urbano que pone en relación nuevas formas de sociabilidad, especialmente entre los estamentos sociales intermedios y altos, y que producía, finalmente, un nuevo crecimiento económico. Entre la literatura, especialmente en los ensayos, de la época encontramos autores que apoyaban el nuevo concepto del lujo (Stuart, Smith) y detractores como Rousseau. Stuart distinguía entre lujo, sensualidad y exceso. El lujo consistía en la provisión de objetos sensuales; la sensualidad, en el regocijo de tales bienes y el exceso implica un abuso del disfrute de los mencionados bienes. Hume y, especialmente, Smith asociaban al lujo con el comercio, la comodidad y el consumo. Smith argüía que el desarrollo industrial de una nación y su riqueza subyacían en su habilidad de incrementar la cantidad de «necesidades y comodidades» con el trabajo que podría producir su población. La división organizada del trabajo produce una «especialización y producción de diferentes artes», que en una sociedad «bien gobernada» conlleva la «extensión de la opulencia entre los grupos sociales inferiores». Así, establece que la acomodación del «príncipe europeo» no debe exceder a la del industrious («laborioso») campesino, como la que excede en territorios africanos donde los reyes son los amos de las vidas y libertades de millones de «desnudos salvajes». Contrasta opulencia y lujo; uno, como resultado del crecimiento económico fundamentado en la división del trabajo y el otro, como el gasto de las rentas en un trabajo improductivo. La producción del trabajo fijo en bienes duraderos y producidos en centros comerciales y artesanales promovía tal crecimiento. La gente en dichos centros era «industriosa», seria y próspera, Smith (1836).
Ver también la obra de Clunas (1991), pionera en los estudios y trabajos que analizan la realidad europea y asiática desde la perspectiva global mediante la influencia de la circulación de «objetos raros» y nuevos bienes de consumo «exóticos» traídos de tierras asiáticas, especialmente de China.
Consultar en la página web: www.consume.bbk.ac.uk; el proyecto, dirigido por el profesor Anderson, D.M., The khat nexus: Transnacional consumption in a global economy, relativo al aumento del consumo de khat (qat), como estimulante, en el litoral del Mar Rojo (Anderson, 2007).
Destacan los comentarios vertidos, hacia el siglo xvi por el cronista portugués Duarte Barbosa, sobre la adquisición y producción de porcelana china. Referencia en Batchelor (2006).
En relación a este punto, para tener una visión más amplia de cómo operan los cambios socioeconómicos y en la adquisición de nuevos modelos de consumo que acarreaban un nuevo «estilo de vida», en la transición de siglo xviii al xix, teniendo en cuenta las influencias que ejercieron las relaciones comerciales transeuropeas y transasiáticas, consultar los trabajos de Pomeranz (2000, 2007).