Malanima analiza la evolución de la economía europea desde la Alta Edad Media hasta los inicios del crecimiento económico industrial moderno en ocho capítulos. Los siete primeros abordan los cambios demográficos, los sistemas energéticos preindustriales, la agricultura, el comercio, la industria, el output y la demanda agregada. Cada uno de ellos termina con una pequeña conclusión que actúa de nexo e hilo conductor. Finalmente el capítulo ocho ofrece un marco teórico sobre la adecuación de los modelos de crecimiento económico a las economías preindustriales en el largo plazo.
Para el autor, la economía europea premoderna (preindustrial) constituía una economía dual, en la cual los rendimientos decrecientes en el sector agrícola fueron más acusados que los rendimientos crecientes en la industria y el comercio, por lo menos hasta 1800. De hecho, no sería hasta las primeras décadas del siglo xix cuando estos últimos tomaron mayor dimensión. En este contexto, las distintas economías europeas no siguieron una trayectoria uniforme para superar las restricciones del modelo de crecimiento malthusiano. Por estas razones, la lectura de este libro debe hacerse en un contexto historiográfico amplio. Mientras Maddison [Maddison (2001), «The World Economy», in: A Millennial Perspective, París, OECD] subraya que el PIB per cápita en Europa Occidental se triplicó entre 1000 y 1820, otros autores introducen ciertos matices. Federico [Federico (2002], «The World economy 0-2000 AD: A review article». European Review of Economic History 6, 111-120] señala algunas inconsistencias en las estimaciones de Maddison y, por su parte, Van Zanden [Van Zanden (2005), «Una estimación del crecimiento económico en la Edad Moderna». Investigaciones de Historia Económica 1, 9-38] muestra que el PIB per cápita en las economías europeas creció más rápido entre los años 1000 y 1450 que entre 1450 y 1800, si se exceptúan en este último periodo a Inglaterra y los Países Bajos. Igualmente en una línea menos optimista que la argumentada por Maddison se sitúan los trabajos de Álvarez y Prados [Álvarez y Prados (2007), Searching the Roots of Retardation: Spain in European Perspective, 1500-1850, Working Papers in Economic History. Universidad Carlos III] y el propio Malanima (capítulo seis).
Según estas premisas, el libro de Malanima constituye una síntesis y aportación excelente sobre la evolución económica de las principales regiones de la Europa premoderna presentando sus principales características, instituciones, limitaciones y diferencias en un contexto global y mundial. En las siguientes líneas señalaré aquellos aspectos más sobresalientes de cada uno de los capítulos con la finalidad de estimular el debate sobre el crecimiento y la evolución económica en las sociedades preindustriales.
En el capítulo primero se indica que la población europea (y mundial) se multiplicó como mínimo por cuatro entre los años 900 y 1800. Sin embargo, la capacidad productiva de las regiones europeas no se incrementó en los mismos términos. En el capítulo siguiente se señala que los cambios tecnológicos en la explotación de los recursos energéticos disponibles no se derivaron de avances científicos, sino que más bien obedecieron a un contexto evolutivo. De hecho, aunque se produjeron algunas innovaciones importantes en los siglos centrales de la Edad Media (por ejemplo, la utilización del caballo en la agricultura permitió un crecimiento extensivo de la producción), la utilización del agua, la energía eólica (molinos y barcos) y la pólvora en distintos procesos industriales apenas suponía el 2% del consumo energético total. El carbón y la turba sólo desempeñaron un papel importante en Inglaterra y en los Países Bajos. Las mejoras en la eficiencia energética (utilización de molinos y estufas) no implicaron transformaciones importantes. En definitiva, entre la Baja Edad Media y 1800, la disponibilidad de energía per cápita disminuyó a pesar de algunas innovaciones, mientras que la tasa de crecimiento demográfico creció más del doble entre 1400 y 1800.
En el capítulo tercero Malanima distingue dos etapas en la evolución del sector agrícola. Un primer periodo, entre 800 y 1300, caracterizado por un crecimiento demográfico y económico lento, por modestos avances en el suministro de energía y en la tecnología agraria y por condiciones climáticas favorables. Una segunda etapa, entre 1400 y 1820, en la que el desarrollo agrícola no se corresponde con los movimientos demográficos. Mientras la población europea aumenta desde 1450, se ralentiza su crecimiento durante el siglo xvii y vuelve a crecer desde principios del siglo xviii, el sector agrícola presenta otras pautas. A pesar del éxito de la agricultura inglesa y holandesa durante el siglo xvii, la agricultura europea presenta un estado relativamente estacionario e incluso una cierta tendencia a la baja hasta 1820: a) la renta de la tierra presenta una tendencia creciente desde finales del siglo xvii; b) a excepción de Inglaterra y los Países Bajos, la productividad del trabajo agrícola cae entre 1500 y 1800 (en un modelo de dos factores productivos, tierra y trabajo, si aumenta la renta de la tierra debe disminuir el precio del trabajo); c) el producto agrícola per cápita disminuye en toda Europa (Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Inglaterra, Italia, Países Bajos y Polonia) entre 1500 y 1800; d) los precios agrícolas aumentaron más del doble en el conjunto de Europa entre 1740 y las dos primeras décadas del siglo xix. Las hambrunas reaparecieron a partir de 1760 y se acentuaron durante el periodo napoleónico; e) el aumento de los recursos energéticos suministrados por el sector agrícola —lana, alimentos y fuerza de trabajo animal representaban más del 90% de la energía total— fue más lento que el crecimiento demográfico.
En los capítulos cuatro y cinco se reflexiona sobre los rendimientos crecientes del comercio y de la industria, respectivamente. No obstante, a pesar de que entre la Baja Edad Media y el periodo napoleónico aumentó la extensión y dimensión de los mercados gracias a la navegación marítima, los costes de transporte y transacción continuaron siendo elevados y siguieron existiendo numerosas dificultades en la circulación de los artículos básicos. Por su parte, el comercio interior —vía ríos, carreteras, ferias y mercados locales— apenas superó los límites de las economías agrícolas. Con respecto a la industria, los avances tecnológicos, los conocimientos científicos, los cambios organizativos y el dinamismo de las economías urbanas entre los siglos xiv y xix permiten esbozar un panorama mucho más optimista.
En el capítulo seis, Malanima aborda estas diferencias entre los rendimientos decrecientes del sector agrícola y los rendimientos crecientes del comercio y la industria, analizando la dinámica del crecimiento económico a largo plazo. En términos agregados la situación es clara: la población mundial pasó de 50 millones de habitantes alrededor del año 1000 a casi 200 millones en 1800, tanto el producto agrícola como el industrial se incrementaron y los intercambios comerciales se intensificaron. Sin embargo, en términos per cápita el resultado es diferente. Malanima subraya que los salarios crecieron muy poco en términos nominales y se redujeron en términos reales, por lo que muy probablemente las condiciones de vida empeoraron. Los precios en Europa subieron más del doble durante el siglo xvi, se mantuvieron constantes durante el siglo xvii y aumentaron cerca de un 60% durante el siglo xviii. Según los cálculos de este autor, «el PIB per cápita pasó de 1,347 en 1500 (en dólares de 1990 ajustados por la paridad del poder adquisitivo) a 1,346 en 1800». En dicho contexto, se identifican tres grandes regiones: a) expansión económica en el Norte de Europa: Inglaterra y los Países Bajos; b) declive económico en el Mediterráneo: España e Italia; y c) estabilidad en Europa Central: Alemania y Francia.
En el capítulo siete, el autor estudia los componentes de la demanda agregada. En las sociedades premodernas las necesidades básicas (consumo privado) representaban aproximadamente el 85%, el gasto público podía representar entre el 5-8% y la inversión podía moverse entre el 5 y el 10%. En las economías familiares preindustriales el 70% de los ingresos se destinaba a la alimentación, mientras que el 30% restante cubría el resto de las necesidades: un 10% para la calefacción, alquiler e impuestos y un 20% para bienes de consumo duradero (objetos de artesanía local e incluso productos de lujo como el cristal, telas preciosas y mobiliario para las clases sociales más acomodadas). Esto significa que apenas el 10% de los bienes de consumo duradero fueron producidos por mano de obra cualificada y el uso de materias primas de alto valor. Es decir, la demanda masiva de artículos baratos (textiles, mobiliario y útiles del hogar) destinada a una gran mayoría de la población estimuló el desarrollo industrial en una proporción muy pequeña.
Una vez expuestos todos estos detalles el autor cierra su exposición con el desarrollo de un modelo teórico de crecimiento para las economías europeas premodernas. En definitiva, un libro excelente, fundamental y de lectura obligatoria para todos aquellos investigadores interesados en la evolución del crecimiento preindustrial en Europa.