La crisis de 1890 o crisis de Baring constituye un tópico clásico de la historia económica argentina, que ha suscitado desde su inicio un nutrido corpus de estudios, tanto de autores locales como extranjeros, algunos de los cuales (los de Williams y Ford, por ejemplo) resultaron decisivos para la construcción de una historiografía económica de cuño «moderno» en este país.
El libro que nos ocupa, escrito por un historiador y dos economistas locales, tiene todos los atributos para constituir otro jalón significativo en esta zaga. Iniciado a comienzos de 2001 y laboriosamente elaborado en los seis años siguientes, mientras se desarrollaba, y encontraba resolución, la crisis más importante de la historia económica argentina, los eventos del contexto y los notorios paralelismos con los sucesos de otrora no pudieron ser ajenos al interés por el tema, que ha sido estudiado como parte de un ciclo político-económico más amplio, iniciado —con una precisión mayor que la que evoca el título del libro— en 1876, para culminar 30 años más tarde con la liquidación de las últimas secuelas del default (las cédulas hipotecarias bonaerenses).
En la literatura previa sobre la crisis, comenzando por el pionero estudio de Terry de 1893, ha sido habitual el abordaje del período anterior a la crisis como un antecedente importante de lo que se procuraba explicar. En el trabajo que aquí se analiza, centrado en las tensiones y rivalidades entre el gobierno nacional y los poderes provinciales, especialmente el de la provincia de Buenos Aires, el recorrido es en parte similar: la presidencia de Roca (entre 1880 y 1886) recibe igual atención que la de Juárez Celman (1886-1890) como preludio explicativo de la crisis. Sin embargo, el punto de partida se fija mucho antes, en 1876, cuando el presidente Avellaneda debió solicitar un préstamo al Banco de la Provincia de Buenos Aires para evitar el default, sometiéndose a condiciones que implicaron una considerable merma de soberanía a favor del gobierno provincial.
Sin duda, a diferencia de los trabajos clásicos de Williams y Ford, que basaban sus explicaciones, de neto corte estructuralista, en el impacto que sobre un pequeño país periférico habían tenido los movimientos internacionales de capital, el centro de gravedad del relato se desplaza claramente hacia el escenario local, y hacia los dilemas de los gobiernos argentinos en materia de política económica. Aunque ya Cortés Conde en 1989 había iniciado ese desplazamiento, y los autores lo reconocen, la perspectiva que ellos adoptan es diferente. Por un lado, porque la problemática del endeudamiento externo, que había sido retirada del foco por aquel autor, es reinstalada y cumple un papel significativo, y por el otro, por la naturaleza de su relato, en el que la dinámica política juega un rol preponderante. La filiación más directa es con el trabajo de Duncan, cuya reivindicación de la lógica juarista, hasta entonces relegada al desván de las excentricidades de la historia local, es retomada. El abordaje con el que nos encontramos es, al decir de los autores, el de una historia de las políticas económicas o, mejor aún, el de una historia política «tout court».
El trabajo está estructurado en tres partes: una primera dedicada al proceso que desembocó en la crisis (las presidencias de Roca y Juárez Celman), abarcando la mitad de la extensión total del texto; otra que se concentra con similar detenimiento en el período de mayor intensidad de la crisis, el de la presidencia de Pellegrini (1890-1892) y una tercera notoriamente más escueta, que aborda el largo proceso de resolución de la crisis, durante las presidencias de Saenz Peña, Uriburu y nuevamente Roca (hasta 1904). Adicionalmente un breve «apéndice» escrito por Mariano Szafowal trata sobre los episodios ya mencionados de 1876.
El argumento es que la lógica política del período previo a 1880, marcada por una suerte de «empate» inestable entre la provincia de Buenos Aires y las del interior, se mantuvo bajo otras formas a partir de los episodios de aquel año, que posibilitaron la federalización de la ciudad de Buenos Aires luego de la derrota militar del gobierno de la provincia homónima. La consolidación del Estado nacional, que fue su resultado, no habría sido completa: el monopolio obtenido en el uso de la fuerza no tuvo su contraparte en el plano económico, y durante toda la década de 1880 se asistió a una competencia por los recursos entre el gobierno nacional y el de aquella provincia, y en menor medida otros poderes locales, que se libró en el plano fiscal, en el mercado monetario local y en los mercados internacionales de capital, y que por su naturaleza anárquica no pudo tener otro desenlace que el default, agravado por ciertas erróneas percepciones que los operadores internacionales tenían sobre la situación argentina.
La propia crisis, al cercenar las bases de la relativa autonomía financiera de las provincias, contribuyó a sentar los cimientos de su resolución, consolidando definitivamente al Estado nacional en posesión ahora del monopolio de la emisión monetaria, y de la banca oficial, así como del acceso a los mercados externos de capital. No obstante, el peso enorme de la deuda pública, nacional y provincial, y semipública (los ferrocarriles garantidos, las cédulas hipotecarias) habría de requerir toda una década de negociaciones, algunas de ellas frustradas, como la unificación de 1901, por lo que todo el proceso se habría extinguido en 1905 (o en rigor, en 1906), cuando algunas de las coordenadas que habían complicado la situación argentina (la deflación internacional, el deterioro de los términos del intercambio) se habían revertido completamente.
El relato está construido en base a una narrativa que coloca en el primer plano la historia política, con un análisis detallado y por momentos verdaderamente sutil del juego de los actores, que abreva en el examen de las grandes controversias parlamentarias, y un relevamiento laborioso de la prensa local y extranjera. El análisis económico y los datos cuantitativos se concentran en el tercer capítulo de la primera parte. Su sugestivo título, «Diálogos imaginarios entre lord Revelstoke y su analista para la Argentina», pareciera implicar una idealización del papel de la casa Baring (inmersa como tantas otras en la dura competencia del mercado), de su vocación de monitoreo y de su capacidad profesional (enérgicamente defendida a propósito de una observación de Ford), que una lectura de los hechos de 2008 —caída de Lehman Brothers, etc., posteriores a la escritura de este libro, hubiera tal vez ayudado a poner en perspectiva.
Allí se presenta una batería de cuadros, gráficos y mapas, en los que se sistematiza la información que los autores han reunido y reelaborado. El foco se pone en los rasgos de un conflicto distributivo que si en un momento se postula que había sido librado entre el Estado nacional y los poderes provinciales, en otro se lo conceptúa protagonizado por las distintas provincias y bloques regionales, con el propio Estado nacional y su presupuesto como un territorio en disputa. El análisis tiende a enfatizar el poder económico que el gobierno de la provincia de Buenos Aires, o indistintamente la provincia como tal, mantuvo a lo largo de la década, en condiciones de emular al propio gobierno nacional, y que solo habría de revertirse con el propio estallido de la crisis en 1890-1891. Para ello se examinan las principales variables en el plano fiscal, monetario, crediticio y ferroviario, que permiten advertir un sesgo más centralizador y «nacionalista» en la presidencia de Roca y más descentralizadora y provinciana (del interior, pero no solamente) en la de Juárez Celman.
Algunas dudas, más allá de la rica información allí contenida, surgen respecto de los años elegidos para comparar la performance fiscal roquista, que pueden haber sesgado cierta imagen de conservadurismo en la estructura del gasto público. También podría merecer reparos la inclusión de las cédulas hipotecarias entre los recursos con los que contaba el gobierno bonaerense, vis a vis el nacional. Otros matices controversiales se encuentran en algunos aspectos del tratamiento de la política bancaria, particularmente del roquismo (relativizando los logros obtenidos con el Banco Nacional) y de la política ferroviaria juarista, así como de las sucesivas negociaciones por la deuda externa (con un análisis tal vez demasiado identificado con las posiciones pellegrinistas). En cualquier caso, se trata de un original acercamiento a la crisis de 1890, sus antecedentes y consecuencias desde un ángulo antes no frecuentado, y que debe considerarse complementario, más que sustitutivo, de lo que otros autores como Williams, Ford y Ferns aportaron históricamente al tema.