La proliferación, en las dos últimas décadas, de investigaciones históricas centradas en el estudio de las dimensiones tecnológicas y científicas de la expansión europea da cuenta del surgimiento de una fructífera línea de investigación con un gran potencial por explorar. Aunque todavía minoritarios en la historiografía sobre colonialismo e imperialismo, los estudios sobre la transferencia de tecnología y la emigración técnica a sociedades extra-europeas o las investigaciones sobre instituciones científico-técnicas en espacios coloniales han experimentado un fuerte impulso en los últimos años. De manera similar, los estudios sobre las dimensiones medioambiental y geográfica de la historia del imperialismo, aunque a menudo desde posiciones excesivamente deterministas, han pasado a situarse en el centro de las explicaciones de la divergencia entre Europa occidental y el resto del mundo desde, al menos, finales del siglo XVIII. En todo caso, hay que destacar que en las investigaciones que profundizan en el estudio de la relación entre tecnología e imperialismo hay un claro sesgo tanto en los espacios geográficos como en los periodos estudiados. La gran mayoría de los trabajos disponibles en lengua inglesa se han concentrado casi exclusivamente en estudios de caso centrados en el mundo atlántico y el sudeste asiático, de manera destacada India, China y Japón. Se echan en falta, por un lado, trabajos más generalistas en el largo plazo y, por otro, investigaciones sobre otras regiones como África o América Central y del Sur, que apenas han merecido atención a pesar de ser espacios que históricamente han participado de la moderna circulación internacional de tecnología y de las dinámicas coloniales y poscoloniales. En este sentido, el trabajo de Daniel Headrick remedia, aunque solo en parte, algunos de estos problemas.
En Power over Peoples Headrick analiza la relación entre tecnología e imperialismo europeo desde 1400 hasta la actualidad, esto es, desde el momento en que, según el autor, Europa empieza a superar tecnológicamente a China y al mundo árabe. El estudio de Headrick demuestra que las innovaciones tecnológicas, y el uso que de ellas han hecho distintas sociedades, han jugado un papel mucho más importante en las transformaciones políticas y socioeconómicas asociadas con la dominación imperial que el que la literatura especializada suele atribuirles. El libro de Headrick, como también han hecho sus anteriores trabajos, pone en evidencia la necesidad de devolver la historia de la tecnología, si es que alguna vez lo ha estado, al centro del discurso histórico sobre el imperialismo europeo. Headrick acierta al subrayar que históricamente la tecnología no solo ha sido un mecanismo de control de la naturaleza sino, al mismo tiempo, un instrumento de dominación y sometimiento político y militar. Ahora bien, el autor resalta, como no podía ser de otra forma, la especificidad o particularidad histórica, geográfica y medioambiental del poder proporcionado por las distintas tecnologías. De manera similar, advierte que esta histórica superioridad tecnológica occidental no puede ser equiparada con una supuesta superioridad moral o política.
El libro está estructurado en nueve capítulos, además de una introducción conceptual, una conclusión a modo de epílogo o reflexión crítica y un útil, aunque limitado, apartado sobre lecturas recomendadas por el autor. Los tres primeros capítulos están dedicados al primer imperialismo, esto es, el periodo que Headrick sitúa entre principios del siglo XV y finales del siglo XVIII. En los capítulos uno y dos, el autor evidencia la importancia de las nuevas tecnologías de navegación en el descubrimiento de nuevos territorios y en la supremacía militar, comercial y política de Portugal y España, y más adelante de Inglaterra y Holanda, entre 1400 y 1700. El capítulo tres recoge la narrativa ampliamente contemplada ya en las aportaciones de Crosby, McNeill y Diamond sobre la decisiva importancia de aspectos geográficos y medioambientales, como las epidemias o el uso de caballos, en el sometimiento de las civilizaciones originarias de América entre 1492 y mediados del siglo XIX. Estos tres primeros capítulos del libro representan más una síntesis de anteriores investigaciones de otros autores que el desarrollo de una nueva argumentación. Los capítulos cuatro, cinco, seis y siete son, sin duda, la mejor contribución de este trabajo. En estos cuatro capítulos Headrick aborda los límites del «viejo» imperialismo y la importancia capital de las tecnologías producto de la «Revolución Industrial» en la expansión europea durante el segundo imperialismo. Es en estos capítulos donde el autor retoma y desarrolla la explicación ya presente en sus dos mejores, y ya clásicos, trabajos The Tools of Empire (Headrick, 1981) y The Tentacles of Progress (Headrick, 1988). En esta parte del libro Headrick muestra cómo las tecnologías puestas a disposición de los europeos desde finales del siglo XVIII, como la navegación a vapor, las armas de fuego o la medicina tropical, fueron un pilar central del nuevo imperialismo sustentado en la modernidad industrial. Especialmente interesante es el capítulo cinco, uno de los pocos apartados en los que Headrick recurre a fuentes secundarias, donde el autor compara el distinto papel jugado por la navegación a vapor en el control comercial y militar de distintas partes de Asia, y la relevancia de esta tecnología para la expansión de la «East Indian Company». Finalmente, en los capítulos ocho y nueve, Headrick estudia el rol de la tecnología aérea en conflictos contemporáneos como los de Indochina, Argelia y Vietnam, terminando con la guerra en Irak todavía en curso.
El libro de Headrick resulta novedoso y coherente con sus investigaciones anteriores, si bien el interés y la originalidad de los distintos capítulos son muy desiguales. El principal problema radica en la selección de los estudios de caso concretos en determinadas partes del libro. Llegado el momento de determinar qué tecnologías han sido fundamentales en el sostenimiento del imperialismo europeo, Headrick privilegia las tecnologías directamente vinculadas con la conquista y la competencia militar sobre las que han sido relevantes en términos económicos, políticos o culturales. Esto es especialmente evidente en el estudio del periodo correspondiente al primer imperialismo y en los ejemplos seleccionados para ilustrar el siglo XX y la primera década del siglo XXI, en los que Headrick ofrece una perspectiva ciertamente limitada de la relación entre tecnología e imperialismo, demasiado centrada en unas pocas tecnologías y en las estrategias y decisiones militares. Por el contrario, otras tecnologías con destacada relevancia para la hegemonía comercial europea o para el control político y la administración colonial —como, por ejemplo, los ferrocarriles, la botánica, la ingeniería civil o los modernos sistemas de telecomunicación—, apenas son estudiadas. Headrick no desarrolla en detalle, seguramente de manera consciente pues sí lo hace en otras obras suyas, aspectos fundamentales para la expansión comercial e institucional europea como la transferencia de tecnologías de consumo cotidiano, el intercambio de tecnologías relacionadas con las economías de plantación o el dual proceso de urbanización de ciertos enclaves colonizados. Tampoco aborda otros mecanismos de control imperial como pueden ser la emulación de instituciones de educación técnica o la migración de ingenieros y personal cualificado.
Daniel Headrick insiste a lo largo del libro en que si bien su perspectiva es global, comparativa y en el muy largo plazo, esto no implica que el objetivo de su trabajo sea identificar pautas o relaciones lineales entre tecnología e imperialismo válidas para cualquier lugar o momento histórico. Es precisamente en este aspecto en el que radica la mayor virtud de su trabajo, pues muestra de manera convincente cómo la tecnología ha jugado un papel distinto en la moderna hegemonía imperial en coyunturas históricas diversas y en espacios geográficos y medioambientales concretos. Por el contrario, el autor argumenta, de manera convincente, que el poder proporcionado por la tecnología no es monopolio de ninguna cultura, ni garantía de éxito en aventuras coloniales. En este sentido, es de destacar el énfasis que el autor pone en la importancia de estudiar las estrategias de resistencia y emulación de las tecnologías occidentales llevadas a cabo por las sociedades expuestas al imperialismo europeo a lo largo de la historia. Headrick consigue evadir la tentación de simplificar la relación entre tecnología e imperialismo, así como el determinismo tecnológico y geográfico presente en varios de los últimos trabajos, y grandes éxitos editoriales, sobre la divergencia entre distintas civilizaciones. Parece claro que la búsqueda de simetrías apresuradas entre la superioridad tecnológica europea y la conquista y dominación de los pueblos extra-europeos está condenada al fracaso.