Este libro combina partes o textos que se pueden considerar académicos con otros que buscan alcanzar un público más extenso, y los capítulos que lo componen se estructuran en torno a unas ideas expuestas varias veces: tanto cuando Altos Hornos de Sagunto estuvo en manos privadas como en manos del sector público fue preterida a los intereses de la empresa siderúrgica ubicada en Vizcaya; la reconversión de los años ochenta, tal y como se llevó a cabo, sacrificó a la siderurgia mediterránea y no resultó acertada. Creo oportuno indicar también que el capítulo III es una ampliación de un texto ya publicado [Investigaciones de Historia Económica, n.° 11, 2008, en colaboración con A. Escudero (Díaz Morlán et al., 2008] y que algunas de sus tesis, hallazgos y conclusiones para la última etapa de la siderurgia saguntina habían sido publicadas en la prestigiosa revista Business History, vol. 51, n.° 4, julio 2009, pp. 547-568, (Díaz Morlán et al., 2009). En la introducción los autores explican con claridad el orden expositivo y sus fuentes, que abarcan documentos de archivo de primera mano [procedentes del INI, Archivo histórico del BBVA, Archivo General de la Administración, Fundación para la Protección del Patrimonio Histórico Industrial de Sagunto], algunas entrevistas relevantes y diversas fuentes bibliográficas sobre el tema [incluyendo tanto obras clásicas sobre Sagunto, como el libro de Manuel Girona, Minería y siderurgia en Sagunto (1900-1936) (Girona Rubio, 1989) como otras más recientes sobre el devenir del sector siderúrgico o las familias empresariales implicadas]. Cuatro capítulos, que se corresponden cronológicamente con las distintas etapas de la evolución de la siderurgia de Sagunto entre 1900 y 1984, un epílogo, unos apéndices estadísticos e índices completan la obra.
La siderurgia en Sagunto se inicia como una arriesgada apuesta por parte de Ramón de la Sota y Llano, dueño o arrendatario de yacimientos férricos y de una importante flota mercante, que tras no lograr montar una planta en la margen izquierda del Nervión, no lejos de Bilbao, reproducirá el modelo «vizcaíno» —exportar mineral y de retorno traer carbón con el que fundir una parte del mineral para producir en una planta integral hierro, acero y semiproductos destinados al mercado interior—.
Ya en el momento de su creación, en los «felices años veinte», se estimaba que la demanda española no era capaz de absorber la producción siderúrgica de las plantas ubicadas en Asturias, Vizcaya y ahora, una nueva, en Valencia. Pero, la fábrica de Sagunto tenía otro problema: la calidad y la lejanía del mineral de hierro que iba a consumir. Como ponen de relieve los autores, «el negocio minero-siderúrgico de Sota era un gigante con pies de barro», lo que quedó de manifiesto cuando la política económica respecto al carbón se modificó y la recesión de los años treinta contrajo drásticamente la demanda. A fines de los años veinte del siglo xx es más que probable, y así lo pensaba Eduardo Merello, que lo «racional» hubiera sido cerrar las instalaciones de cabecera de la siderurgia asturiana (muy atrasada técnicamente), concentrar la producción de acero en las dos modernas plantas integrales, una en el Cantábrico y otra en el Mediterráneo, y repartirse el mercado. La responsabilidad de que eso no sucediera recae en gran medida en el Consejo de Administración de AHV. Para buena parte de sus miembros probablemente Sota era un «parvenu» que intentaba pasar de un capitalismo comercial y minero a industrial y que políticamente se apoyaba en y apoyaba a un partido político que rivalizaba con sus candidatos a nivel provincial. Tras la Guerra Civil, en 1940, la empresa fue adquirida por AHV, su competidora. Sus nuevos dueños no parece que tuvieran demasiadas dudas, en la etapa más dura de la autarquía, respecto al destino de los escasos recursos en divisas, condenando a la planta de Sagunto poco más que a vegetar no obstante un cierto interés del régimen franquista. Éste no siempre vio con buenos ojos la política empresarial llevada a cabo por la siderurgia privada española, máxime teniendo en cuenta que algunos de sus subproductos servían de materia prima para la producción de abonos nitrogenados, de los que existía un grave déficit, responsable en parte de los bajos rendimientos agrarios y del racionamiento. No hay que olvidar que Eduardo Merello había sido antiguo empleado de AHV pasado al INI y que probablemente fuese el principal asesor de Suances en el terreno siderúrgico. Merello conocía bien y de primera mano las posiciones de Consejo de Administración de AHV, con las que no siempre estuvo de acuerdo, aunque manifestó sus discrepancias de forma muy discreta.
Como en otros índices de producción, Sagunto tuvo que esperar a bien entrados los años cincuenta (1954) para alcanzar y sobrepasar los niveles productivos de fines de los años veinte, tras encadenar la depresión de los años treinta con la guerra civil y la posterior autarquía.
La reacción del gobierno franquista ante el cuello de botella que constituía la insuficiente producción siderúrgica consistió en presionar y ofrecer incentivos a la siderurgia privada y montar, vía INI, Ensidesa, cuyo primer alto horno se inauguró en 1957. No obstante lo cual, tras el Plan de Estabilización y la tímida entrada de España en la sociedad de consumo, las plantas siderúrgicas privadas y pública fueron incapaces de abastecer el mercado interior no solo a precios internacionales sino en volumen y tipos, a pesar de las relativamente importantes inversiones realizadas en Asturias y en Vizcaya —nuevos altos hornos, convertidores LD, horno eléctrico, laminadores más eficaces (Ansio en caliente, Basauri en frío, aquí en colaboración con la Basconia S.A.)—. Por lo que respecta a Sagunto, una vez más, tuvo que ser el gobierno el que se interesase en su ampliación y mejora. Pero ni la aceptación de las condiciones de la Acción Concertada ni las inversiones y ayuda técnica de la United States Steel Co. lograron que se produjera acero a costes internacionales, aunque consiguieron incrementar notablemente la producción.
Los autores insisten en que mientras la empresa saguntina estuvo en manos de Altos Hornos (tres décadas) pasó de ser una planta moderna (lo era a fines de los años veinte) a la «obsolescencia tecnológica». «Solo el acusado intervencionismo de los gobiernos franquistas permitió la realización de mejoras y ampliaciones en la planta levantina».
Los capítulos III y IV se dedican, apoyándose en una rica documentación, al abandono del proyecto de la IV Planta Siderúrgica Integral en el Mediterráneo y al cierre de las instalaciones de cabecera de Sagunto.
Los autores, con habilidad, entrelazan argumentos técnicos, a veces demasiado técnicos para un no experto, con tesis políticas. Para el lector no experto, sin duda la mayoría, hubiera sido conveniente efectuar una descripción pausada de los cambios tecnológicos más importantes llevados a cabo en la siderurgia, del mineral al laminado: nodulación, peletización, sinterización, chatarras, LD, hornos eléctricos, colada continua, tipos de laminadores,…, razones para ubicar las plantas en la costa, al menos en los países de vieja industrialización y con recursos naturales agotados o casi. Estas nuevas tecnologías han reducido enormemente los costes de producción, básicamente al menguar las necesidades de materias primas y energía, ya que usan bastante chatarra y no requieren el recalentamiento previo al laminado en los Slabbing o Blooming o incluso prescinden de ellos. Los cambios operados en la obtención de acero —hornos eléctricos, colada continua,…— han tenido repercusiones sobre la laminación. Como antaño, pero por otras razones, la modificación de las instalaciones de cabecera afecta a la viabilidad económica y técnica de los diferentes tipos de laminadores y al tipo de laminación (en caliente o en frío), tema sobre el que no se puede pasar por encima a la hora de plantearse la ubicación idónea de una nueva planta integral o su modernización. La estructura del mercado también puede tener su influencia en las decisiones. A veces resulta a los países desarrollados más rentable importar bobinas (rolled coils) de los países en desarrollo. El tren de laminación en frío de Sagunto, en su momento, como señalan los autores, uno de los más modernos del mundo, consume bobinas traídas de Fos-sur-Mer.
Pero donde el libro resulta más explícitamente polémico es en sus argumentos «políticos» (intereses de otras siderurgias, presiones regionales, tal vez de Francia, lugar costero idóneo para montar una fábrica,…). Es difícil poner en duda que no pocas de las decisiones que se adoptaron estuvieron politizadas. En la Europa desarrollada el gasto público no baja del 40% del PIB. Mucho es gasto consolidado, pero no todo. Una parte de ese gasto no consolidado es orientable y está en manos básicamente políticas. Los políticos desean ganar elecciones y, por tanto, muchas de sus decisiones están relacionadas con dar ciertas satisfacciones a sus potenciales votantes. Otra cosa es que sean acertadas a plazo medio o largo, o que sus teóricos beneficiarios se las agradezcan votándoles. En cuanto a las presiones de los sectores siderúrgicos de otros países de la Comunidad Europea, máxime cuando España estaba interesada en entrar en el club, parecen obvias, pero no agobiantes. La reconversión siderúrgica en España se llevó a cabo en plena recesión económica, cuando se estaba negociando la entrada en la CEE. Además, hay otros factores que quizá se debieran tener en cuenta. España, desde los años cincuenta se estaba beneficiando de la primera gran deslocalización mundial de la industria del automóvil. Ahora se mira con prevención y reticencias ese fenómeno, pero en su día Renault, Citröen, Chrysler, Volkswagen,… se instalaron en España no solo para abastecer el mercado interior español. La verosímil entrada de España en la CEE atrajo inversiones extranjeras extracomunitarias que buscaban utilizar a sus filiales en España para, cuando tuviera lugar el desarme arancelario, abastecer otros países del entorno. La fábrica de Ford en Almussafes es un ejemplo claro. En el do ut des, la instalación de plantas de montaje de automóviles extranjeras y la elección del lugar de su ubicación en España son elementos a considerar en un análisis global de la siderurgia y de la siderometalurgia y en el marco de un comercio intraindustrial.
Es evidente que, siguiendo el ejemplo japonés de los años cincuenta, las plantas siderúrgicas han ido abandonando las zonas provistas de carbón y de mineral de hierro y acercándose a la costa. Los cambios en el coste del transporte marítimo también han contribuido a ello. Sagunto está cerca de la costa, pero requería un nuevo puerto a su casi exclusivo servicio y sus minas de hierro habían estado a doscientos kilómetros. Altos Hornos de Vizcaya estaba en la margen izquierda del Nervión, a escasos kilómetros de la costa, y había tenido sus fuentes de mineral casi a pie de fábrica. Además, ya se había iniciado el proceso de construcción de un superpuerto polivalente. Numerosos ingenieros industriales vizcaínos consideraban que el lugar idóneo para montar una planta integral «tradicional», es decir con altos hornos, convertidores al oxígeno y colada continua y no una acería compacta, más conocida internacionalmente con el nombre de mini-mill o mini-aciérie, era la desembocadura del Nervión.
Un libro bien construido por autores que conocen el sector y su historia y polémico en sus aspectos «políticos», no tanto por enfatizar que no pocas decisiones son «políticas» sino por optar ellos también por alguna, no obstante, los factores bien señalados por ellos mismos en las páginas 166 y 167. En el epílogo se matizan algunas de las tesis sostenidas indicando que «la historia de la siderurgia saguntina muestra precisamente la importancia de adaptarse a las circunstancias cambiantes», aunque no siempre tan imprevisibles.