En una época en la que tantos economistas prestigiados han provocado por acción o por omisión la crisis financiera mundial actual, resulta reconfortante comprobar que, en la misma profesión, otros especialistas se preocupan, a la inversa, por el bienestar humano y, con ese propósito a la vista, se afanan por forjar instrumentos que describen las tercas desigualdades económicas, sociales y humanas, y animan a su corrección. El contraste entre la actitud de unos y la de otros resulta altamente llamativo y aleccionador. La aplicación de las técnicas de análisis creadas por este grupo de economistas ha venido a poner en entredicho, en un segundo paso, la concepción lineal del progreso humano inherente a la teoría del desarrollo económico y social. Argumentos y herramientas inciden, pues, también sobre la interpretación de la historia.
La Asociación Española de Historia Económica concedió en 2011 el premio Vicens Vives al libro que comentamos. El galardón se destina a la obra más saliente publicada recientemente sobre historia económica de España o América latina. El trabajo premiado se inscribe en la encrucijada entre las ciencias en ebullición y la historia. En ese lugar de encuentro, la historia se hace cargo de los avances conceptuales y metodológicos realizados en ciencias afines y tira de ellos en provecho propio. Habiéndome beneficiado años atrás de préstamos por el estilo para mis propias investigaciones históricas, dejo explícita constancia de mi ferviente adhesión al cross breading o entrecruce entre disciplinas. Íntimas convicciones avalan pues la opinión favorable que me suscita el punto de partida de la obra.
Por influencia de la antropología y, en particular de la antropometría, los historiadores prestaron atención tiempo atrás a las series de registros militares, en los que consta la reciente progresión de la talla de los jóvenes reclutas. De la mano de los demógrafos, otros historiadores extrajeron de los censos de población el rápido aumento de la esperanza de vida. Del comportamiento de los precios, más estudiosos del pasado dedujeron la desaparición de las crisis de subsistencias y la regularización del consumo de alimentos consiguiente, facilitadora esta del crecimiento de la población en cantidad y en calidad. También estudiaron el valor calórico de dietas pretéritas. La disminución del analfabetismo confirmó por otra parte una mejora notable de la formación del capital humano. Estas y otras comprobaciones, como la reconstrucción de las series de salarios, concurrieron para datar el ingreso de los países más avanzados en la modernidad. Esta transformación, sin duda positiva, tropieza sin embargo con graves debilidades. A pesar de las presiones políticas y anticoloniales ejercidas en su transcurso, el siglo xx se ha cerrado sin haber eliminado las desigualdades sociales e internacionales. Al contrario, las diferencias se han ahondado por momentos. Del deterioro reciente, la alarma ha sonado en este caso.
Hará un par de decenios que los expertos de las Naciones Unidas empezaron a publicar informes mundiales o por países sobre el desarrollo humano, con independencia de los económicos regulares. Desigualdad y pobreza tomaron carta de naturaleza en estos documentos oficiales. El PIB per capita, el veterano y sintético indicador del grado de desarrollo humano, se reveló en estos estudios impropio para reflejar las desigualdades. La necesidad de comparar comportamientos internos e internacionales impulsó por consiguiente la adopción de una medida más expresiva, conocida como índice de desarrollo humano. Este índice toma en consideración buena parte de las variables citadas. La comunicación entre historiadores y economistas no presentó por ello dificultades. Reputados historiadores económicos norteamericanos y europeos, un Premio Nobel entre ellos, no tardaron en retomar por su cuenta la cuestión de la desigualdad y de la pobreza en el pasado.
El presente libro colectivo reúne ocho ejercicios de hechura diversa sobre esta cuestión en América Latina. El pasado al que se refiere es sobre todo el más reciente. La penuria de información anterior cierra el camino a épocas lejanas. No faltan sin embargo incursiones por los siglos xviii y xix y, en alguna ocasión, más lejos. Los países que el volumen aborda van desde México hasta los países del ABC, al sur del continente, con altos intermedios en Guatemala y Colombia. El área del Caribe se haya ausente por completo.
En seis de los ocho capítulos, los registros militares, municipales, de identidad, así como las encuestas o las estadísticas oficiales facilitan la materia básica. Todos los casos confirman la variación de la estatura, en el tiempo, en el espacio, por edad y clase social. Información como, por ejemplo, sobre malnutrición infantil, complementa la evidencia disponible. En un alarde de originalidad, el último capítulo recurre a la osteología forense. La base de datos resultante proviene de la exhumación de los desaparecidos en el genocidio guatemalteco. Por extensión, la técnica se aplica también a esqueletos prehistóricos de la misma zona.
Dos capítulos abordan la desigualdad y el bienestar contemporáneos desde ángulos diferentes: institucional y metodológico. Observada la caída de la mortalidad infantil en el Chile de Pinochet en un momento de obvia contracción del nivel de vida en todo el país, el capítulo recurre a la política para explicar la anomalía. Las prioridades del gobierno en materia de acción social se centraron en esa etapa en las capas sociales más desfavorecidas, a expensas de los sectores medios. Un capítulo de meollo metodológico propone, por su parte, ajustar el índice habitual de desarrollo humano respondiendo a observaciones latinoamericanas.
Los trabajos reunidos en el libro, debatidos primero en una conferencia y luego impresos, más que ofrecer conclusiones rotundas, abren caminos a la reflexión y a la investigación. Primer dictamen de signo antropológico: la presunta inferioridad, congénita o hereditaria, de la estatura y de corpulencia de ciertas poblaciones nativas, particularmente centroamericanas, esconde de hecho una plasticidad que confirman los diferenciales por región o rural-urbano y, de modo definitivo, el notorio crecimiento de las generaciones transplantadas al exterior. Buena parte del libro se encuentra dedicado a acumular información sobre la desigualdad de estatura por etnia, residencia y clase sociales en relación, por otro lado, con la alimentación, la salud, pero también la longevidad, la educación…. Los trabajos sobre Guatemala y Brasil detallan la variación de la estatura por grupo étnico, ligada al bienestar. La contribución sobre Colombia se circunscribe en cambio a la estatura de la elite. Si la tendencia que estos trabajos ponen de manifiesto resulta concluyente, la relación en el corto plazo entre estatura y coyuntura no resulta igual de convincente.
El libro cobra particular interés cuando discute el progreso económico de América Latina. Los indicadores del bienestar no condicen con el crecimiento económico bajo la Ilustración, ni después de la Independencia. Tampoco sale bien parado bajo este ángulo el desarrollo económico de la región en el último cuarto del siglo xx. Que las desigualdades y la pobreza se hayan perpetuado en épocas cruciales reabre el debate sobre los obstáculos al desarrollo de América Latina. El libro aporta información y argumentos para que el lector siga pensando sobre la trabazón entre crecimiento, desigualdad y pobreza en la historia económica latinoamericana.