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Investigaciones de Historia Económica - Economic History Research
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Vol. 8. Núm. 1.
Páginas 57-58 (febrero 2012)
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Vol. 8. Núm. 1.
Páginas 57-58 (febrero 2012)
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Timur Kuran: The Long Divergence: How Islamic Law Held Back the Middle East. Princeton (New Yersey), Princeton University Press, 2011, 405 págs.
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Rafael Barquín Gil
Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid, España
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Esta monografía constituye una de las obras más fascinantes y reveladoras que actualmente se pueden encontrar en nuestro campo. No veo un solo motivo para no recomendar su lectura. Una traducción al castellano sería bienvenida. The long divergence no solo interesará a los especialistas y curiosos en la historia del mundo islámico. También a aquellos que ven en la historia comparada un instrumento de aprendizaje sobre nosotros mismos. Y, en fin, a todos los interesados en los grandes temas de la historia económica.

Esa «larga» divergencia del mundo islámico es un tema paralelo, o un subtema, de la «gran» divergencia: el proceso que condujo a que una civilización marginal en el siglo vii, la europea, se convirtiera en el siglo xix, si no antes, en la dueña del planeta. Aparentemente, las comparaciones entre Europa y China son más interesantes porque su grado de desarrollo fue similar hasta tiempos recientes. En esta extraña carrera hacia no se sabe qué, China habría sido el último corredor en ser batido por Occidente; y el Islam el primero. Pero precisamente esa es la cuestión: por qué aquella «civilización intermedia» que compartía con Occidente un mismo y vasto territorio, el Mediterráneo, y una misma tradición cultural, la grecorromana, fue tempranamente adelantada.

Esa es la pregunta que trata de responder Timur Kuran, un profesor norteamericano (Duke University) de origen turco con una larga trayectoria en la historia del mundo islámico. Básicamente, su método de análisis consiste en la comparación entre instituciones semejantes de Occidente y el Islam. Y cuando eso no es posible, en el análisis, a veces un tanto especulativo, de las razones por las que la última no generó instituciones semejantes a las que surgieron en Europa. En ocasiones, este modo de trabajar puede parecer provocativo. Así sucede al fijar el inicio de la divergencia en el año 1000. Según Kuran, por entonces existía una similitud fundamental de las instituciones comerciales cristianas e islámicas. La commenda y la societas maris tenían su casi perfecto equivalente en la mudaraba y la musharaka árabes. Pero, desde luego, París y Roma no eran siquiera comparables a Córdoba y Bagdad.

The long divergence tiene por subtítulo How Islamic Law held back the Middle East. Sin embargo, el autor dedica varios de los primeros epígrafes a explicar exactamente lo contrario: cómo en sus tres primeros siglos la estructura normativa del Islam impulsó el desarrollo económico. Es un hecho conocido que hasta el año 1000 los navíos árabes dominaron las rutas comerciales. Y no solo en el Mediterráneo y el Golfo Pérsico; nutridas comunidades musulmanas se asentaron en el Oriente de Asia. Kuran llama la atención sobre algo obvio pero, quizás, poco comentado: no fueron los mercaderes chinos los que viajaron a Basora, sino los mercaderes árabes los que fueron a China. Este éxito inicial (y bastante duradero) se explica por la capacidad del Islam para proporcionar al comercio instituciones útiles y fiables: formas societarias, códigos, redes mercantiles, etc. Pero esas mismas instituciones explican el atraso del Islam. Esta es la tesis fundamental del libro: a largo plazo algunas normas dificultaron o impidieron el desarrollo económico. Efectos secundarios derivados de ciertas disposiciones acabaron teniendo consecuencias inesperadas e indeseables sobre la economía y la sociedad.

Kuran identifica el sistema de herencia como el primer campo en el que se desarrollaron esas normas envenenadas. El derecho de familia es uno de los pocos ámbitos de la sharia (derecho islámico, en un sentido amplio) sobre los que el Corán es realmente explícito. Los mecanismos de transmisión de la herencia allí previstos satisfacían los intereses de las tribus nómadas; y también, aunque por otros motivos, los de las comunidades agrícolas de los grandes valles. Pero sobre todo encajaban con la poligamia, una institución que es poco importante en el conjunto de cualquier sociedad, pero que sí puede serlo entre las grandes fortunas. El sistema de herencia islámico reducía considerablemente la posibilidad de testar, asegurando la distribución de la riqueza a un gran número de potenciales herederos. A largo plazo, las consecuencias de esta normativa sobre el comercio fueron considerables. En el Islam, como en Europa, las primeras compañías surgieron del desarrollo de contratos basados en la confianza mutua. En este contexto, un patrimonio que con la muerte de su dueño se disolvía en una miríada de pequeños herederos no permitía la formación de sociedades ni duraderas ni grandes. Lo primero, porque el deceso de un socio implicaba la desaparición de la compañía en la que participaba. Lo segundo, porque la agregación de capital y socios elevaba el riesgo de desaparición de la sociedad.

En comparación al Islam, Occidente disponía de sistemas de herencia más flexibles. Ni existía una única forma de reparto, ni había una particular sanción religiosa. Además, los europeos fueron capaces de constituir nuevas formas societarias que no dependían del ciclo vital de sus fundadores. Esto no sucedió en el Islam, y debido a ello, con el tiempo sus compañías se fueron tornando comparativamente más pequeñas. Ese inmóvil tejido de pequeñas empresas contractuales tampoco fue propicio para el desarrollo de nuevos instrumentos contables y financieros. Kuran pone de manifiesto que los rudimentos de la contabilidad por partida doble ya estaban en el norte de África en el siglo xi; pero el sistema solo se desarrolló en la Europa cristiana.

Dado que el derecho sucesorio imponía esas restricciones cabría esperar la creación de formas societarias que asegurasen la permanencia de la empresa más allá de la muerte de sus fundadores. Kuran cree que esto no ocurrió debido a la estrecha comunión entre las esferas religiosa y civil. El Islam surgió como un proyecto aglutinador de comunidades tribales y, posteriormente, no tribales, en el que no había una separación clara entre las distintas jerarquías. Esto provocó una fuerte desconfianza hacia cualquier entidad que gozase de una personalidad jurídica propia con capacidad para autogobernarse. Por encima de todo primaba la visión de una umma (comunidad islámica) única e indiferenciada. Nada más elocuente que la que puede considerarse como la principal excepción a lo anterior, el waqf, la institución colectiva islámica por antonomasia, que atendía una variada gama de servicios públicos (mezquitas, madrasas, caravansares, fuentes,…). Hay varios elementos que le diferencian de sus homólogas occidentales (collegia, universitas,…); pero quizás el más destacado sea su inmovilidad. Desde su fundación los recursos y objetivos del waqf eran fijados a perpetuidad; de ahí que fueran incapaces de adaptarse a los cambios de la modernidad, y de independizarse como sujetos de derecho.

Sin embargo, por sí sola esa desconfianza sigue sin explicar la no aparición de corporaciones. Ante los retos, y por imitación hacia las que surgieron en un Occidente no tan lejano, la burguesía local podría haberlas creado. Para Kuran, no sucedió así porque el mundo islámico entró en un círculo vicioso en el que el atraso económico paralizaba la innovación institucional, y esta causaba el atraso económico. También llama la atención sobre el hecho de que finalmente se rompió ese círculo; y que se hizo adaptando la Ley islámica. Pero para entonces, el último siglo del Imperio Otomano, ya era demasiado tarde.

De ser válida esta interpretación cabría esperar un relativo éxito de las comunidades no musulmanas asentadas en los países islámicos. No sucedió así en los primeros tiempos debido a su rápida adaptación al derecho islámico. No obstante, en la fase media y final del Imperio Otomano, en parte por la influencia de Occidente, cristianos y judíos adoptaron formas societarias modernas, lo que explicaría una parte de su prosperidad. Kuran dedica un espacio considerable a estudiar esas comunidades, así como el impacto que tuvo la presencia de los europeos en su evolución y en la del conjunto del Imperio. Por ejemplo, las consecuencias que tuvieron la firma de tratados comerciales o la inexistencia de asociaciones de mercaderes para la defensa de intereses comunes en el comercio con Europa. Quizás esta sea la parte del libro más desarrollada, lo que es lógico dada la trayectoria académica del autor. Pero también es la más prescindible para lo que constituye el núcleo fundamental del libro.

The long divergence es una extraordinaria reflexión sobre la historia comparada entre Occidente y el Islam. Un somero vistazo a la extensa bibliografía del autor revela que no se trata de un ejercicio retórico o literario, sino de una obra madura. Hacer de Occidente la base de la comparación es ineludible. Explicar por qué dos civilizaciones con tantos puntos en común caminaron de forma tan distinta exige sumergirse en el institucionalismo y hacerlo con un bagaje sólido. Este es el gran mérito de Kuran, que avanza directamente al centro de los problemas evitando tentaciones extemporáneas.

Pero reconocidos los muchos méritos de esta excelente obra, la sensación que me queda es la de que es incompleta. Kuran ignora o trata superficialmente asuntos relevantes. ¿Qué hay de las consecuencias destructivas que para el Islam tuvieron las invasiones mongolas y turcas? ¿Puede ignorarse el papel desempeñado por ciertos grupos marginales, como chiíes o sufíes? ¿O el carácter autocrático de los grandes imperios fatimí, mameluco, otomano o safaví? ¿No habría merecido la pena indagar sobre las causas de la debilidad o inexistencia de una verdadera nobleza en los países islámicos? ¿Por qué la India Mogol no fue más próspera que el Islam clásico? ¿Qué ventajas o desventajas tenía China con respecto al Islam? Como estas, hay muchas cuestiones que quizás debieran haberse tratado. Claro que habrían hecho de The long divergence una obra muy distinta… y mucho más gruesa.

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