Mientras el resto de las colonias americanas escogía la independencia, en Cuba se ponía en práctica una experiencia colonial avalada por la estrategia metropolitana. La política adoptada desde España bajo el Despotismo Ilustrado vendría a consolidar la senda elegida por las élites en la isla, en su mayoría hacendados azucareros, y el sistema de plantación. El éxito de este modelo, que permitió a Cuba competir en el mercado internacional y reportar pingües beneficios tanto a su metrópoli como a la colonia, ha avalado a la historiografía tradicional a la hora de centrar su atención en el sistema de plantación basado en el azúcar y la esclavitud. Sin embargo, están surgiendo nuevas voces que rompen con ese enfoque y proporcionan, cuando menos, perspectivas diferentes. Este es el caso de La reinvención colonial de Cuba. Sin obviar las consecuencias económicas y sociales del avance de la plantación, este volumen trata de analizar los orígenes del sistema económico imperante en el siglo xix: el sistema de propiedad y las fricciones que generó, cambios en los usos y dominios del suelo, así como la sociedad que en consecuencia se forjó no solo dentro de la plantación, sino fuera de ella.
Dividido en 3 apartados, desiguales en extensión, el primero de ellos gira en torno a los recursos poniendo de manifiesto lo que ya Moreno Fraginals y Gloria García apuntaban en sus obras, no se puede entender la transformación de la isla sin tener en cuenta el factor de producción más preciado: la tierra. Los hacendados, gracias a su gran destreza a la hora de dirimir los entresijos de la administración colonial, lograron encauzar la política de la administración colonial hacia sus intereses. Por eso es crucial analizar el origen de esa estrategia, que sin duda tuvo sus orígenes a mediados del siglo xviii y que tratan de desenmarañar los autores de la primera parte de este volumen. Imilcy Balboa y Gerardo Cabrera profundizan, respectivamente, en las particularidades que la propiedad adquirió en la zona Occidental (azucarera), donde se allanó el camino hacia la propiedad plena de los hacendados, y en la zona Oriental (ganadera), donde dicho proceso fue más tardío y adquirió otras características acordes con la orientación económica del territorio. El trabajo de Balboa analiza los conflictos en torno a la propiedad estableciendo una línea de continuidad entre lo que estaba sucediendo en la metrópoli –la invasión de Napoleón, la apertura de las Cortes de Cádiz y la vuelta de Fernando VII– y las consecuencias en la isla. Se descubre así cómo los hacendados isleños aprovecharon esta situación para lanzarse a un nuevo proceso de «conquista de la tierra», que culminaría con la aprobación de la propiedad libre y plena. Cabrera, en cambio, analiza el caso de las Tunas, una zona ganadera por excelencia donde los conflictos, más que en conseguir consolidar la propiedad, se centran en torno a los límites. En ambos casos el interés del fisco siempre estuvo presente tras estos cambios, y es Emma Dunia quien incide en los conflictos entre la élite y la Real Hacienda en la etapa en la que comenzaba a despuntar la plantación y las consiguientes pugnas por el uso del bosque. Este último apartado también es ampliamente tratado en el artículo de Reinaldo Funes, pero ahondando sobre todo en los aspectos más negativos desde el punto de vista medioambiental de la explotación azucarera en la zona Central.
En el capítulo introductorio la editora, Imilcy Balboa, destaca la idea de que «la plantación es tierras, la plantación es azúcar, la plantación es esclavitud, y en definitiva, es también sociedad», de ahí que el segundo bloque de artículos se centre en los actores sociales. La esclavitud es vista a través de 3 estudios complementarios. Aisnara Perera y María de los Ángeles Meriño analizan la vida de un ingenio en el que se tratan cuestiones como su fundación y financiación, pero también las diferentes modalidades a través de las cuales los esclavos pudieron o intentaron acceder a su libertad. Claudia Varella nos ofrece la otra cara de la esclavitud al margen de la plantación, la de los pequeños propietarios urbanos de esclavos y su mayor fuente de ingresos: el alquiler. A partir del examen del impuesto de capitación, las cédulas de seguridad, los depósitos de esclavos y el alquiler, ofrece una visión novedosa donde realza la relación entre el avance de la legislación contra la persecución del tráfico negrero y el crecimiento de los impuestos indirectos sobre la propiedad de los esclavos. Los mayores perjudicados por esta política fueron los pequeños propietarios de esclavos. Los tributos que pesaban sobre la posesión de esclavos evidencian de nuevo las diferencias existentes entre las diversas economías de la isla y entre campo y ciudad. Es precisamente la cuestión de la reglamentación del trabajo y la reforma de la agricultura desde el punto de vista de uno de los personajes más eclécticos que pasó por Cuba, Ramón de la Sagra, el objeto de estudio de Amparo Sánchez. Su adscripción desde el punto de vista ideológico, así como sus heterogéneas y controvertidas ideas sobre la esclavitud y su abolición en Cuba demuestran que el gallego fue un hombre moderno y sus propuestas adelantadas a su tiempo, a diferencia de la visión que tradicionalmente se ha difundido por la historiografía.
Pero aunque el porcentaje de esclavos osciló en la primera mitad del siglo xix, según los censos de población, entre un 43 (1841) y un 27% (1862), existía un número nada desdeñable de negros libres (entre 15 y 20%), trabajadores libres que no tenían cabida en el sistema esclavista y que especialmente en las urbes eran tratados socialmente como «vagos y delincuentes». En muchos casos se vieron forzados a trabajar para la administración colonial en toda una serie de trabajos públicos como son las labores de limpieza de calles, empedrado o trabajos en el arsenal. Son estos marginados los que centran el estudio de Yolanda Díaz. Pero no solo existían varones, esclavos o libres, sino que del 50%, grosso modo, de la población blanca, un 40% estaba representado por mujeres que no siempre estuvieron de acuerdo con su papel de consortes, proveedoras de títulos nobiliarios y posición social, amén de la dote. Los litigios y conflictos en el seno de la familia blanca se pueden ver a través del trabajo de Leonor A. Hernández, quien pone de manifiesto no solo el nivel de estudios y las ocupaciones de la mujer, sino el limitado espacio en el que se movía. Hubiese sido igualmente interesante poder ver el papel que jugaba la mujer esclava dentro de la plantación, y de este modo poder cubrir todo el espectro de la sociedad cubana de esta época.
El volumen lo cierran 2 trabajos que consiguen hacer aflorar la compleja realidad político-social de Cuba. José A. Piqueras se asoma a las primeras manifestaciones de la sociedad civil en torno a 1830 a partir del análisis de los conceptos esfera pública y sociedad civil, y establece una periodización que situaría este movimiento en la isla a partir de 1868. A diferencia de otros autores, que lo ven de manera temprana y separada de las condiciones coloniales, hace hincapié en la situación de España y la política metropolitana para entender los límites de la sociedad civil en la isla. Por otro lado, Delphine Sappez, a través de la figura de Antonio Govín y Torres, secretario del Partido Liberal Autonomista cubano, propone un análisis del proyecto de autonomía desarrollado en los años de la década de 1880 desde una perspectiva a la vez política, jurídica y cultural, enmarcándolo en la construcción de un proyecto nacional, aunque este quedara limitado a una soberanía incompleta y fuera compatible con un nacionalismo dual o compartido, a la vez cubano y español.
El cultivo de la caña marcó el devenir de Cuba y, sin lugar a dudas, influyó en parte de su trayectoria futura a lo largo del siglo xx, pero no por ello se ha de reducir la historia de la isla al azúcar, la caña, los hacendados y los esclavos. Existe otra Cuba, incluso desde el punto de vista geográfico, que convivió, sobrevivió e incluso tuvo que pugnar contra la caña y sus consecuencias socioeconómicas. En este sentido, los trabajos reunidos en este volumen han tratado de poner de manifiesto que a veces es necesario alejarse de lo más obvio para entender mejor el desarrollo de toda una sociedad en perspectiva. Cómo se fue tejiendo la legislación que iba a regular la propiedad de la tierra durante décadas, los conflictos que le fueron aparejados, las consecuencias que tuvo para todos los agentes implicados directa o indirectamente y que conformaron la sociedad cubana del siglo xix, su pensamiento, su realidad política, sus vinculaciones con la metrópoli y sus vecinos, son fundamentales para poder entender la historia de Cuba.