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Vol. 10. Núm. 1.
Páginas 70-71 (febrero 2014)
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Guillermo Pérez Sarrión. La península comercial. Mercado, redes sociales y Estado en España en el siglo xviii. Madrid, Marcial Pons Historia, 2012, 530 págs.
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José Ignacio Martínez Ruiz
Universidad de Sevilla, Sevilla, España
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Tras un prólogo de Carlos Martínez Shaw que resume y valora a la perfección el contenido y los méritos del libro, que son muchos, lo cual es de agradecer pues la obra de Pérez Sarrión tiene más de 500 páginas, el lector que se adentra en La península comercial encuentra ante sí un texto a mitad de camino entre la obra de síntesis y la monografía de investigación, en el que se aborda, básicamente, el tema de la formación del mercado interior español entre fines del siglo xvii y comienzos del siglo xix. A este respecto, las tesis principales del autor son 2: primera, que el proceso fue impulsado por grupos organizados en redes mercantiles y por la acción del Estado, y segunda, que la formación del mercado interior tuvo efectos diferenciados en el espacio analizado en el libro: el triángulo comprendido entre el País Vasco, Cataluña y Madrid.

A diferencia de otros trabajos aparecidos en los últimos años, desde los artículos de E. Llopis y colaboradores al libro de R. Grafe reseñado recientemente en esta misma revista, el procedimiento seguido por Pérez Sarrión a la hora de analizar el proceso de formación del mercado interior español abandona –que no ignora– la cuantificación, llámese esta análisis de los precios del trigo, de la cebada o del bacalao, para centrarse en los aspectos más cualitativos del mismo. Y lo hace de una forma atrayente y convincente a pesar de que, en ocasiones, el gusto por el detalle dificulta el seguimiento del argumento principal.

Si la construcción del mercado interior español fue protagonizada por redes de individuos orientados a la actividad mercantil, parece lógico que una de las tareas más importantes consista en identificar dichas redes y analizar cómo funcionaban. Con este objeto, Pérez Sarrión analiza las de ingleses, franceses, navarros y catalanes. La inclusión de las 2 primeras le lleva a extenderse en el tema de las relaciones económicas entre Inglaterra, Francia y España en la segunda mitad del siglo xvii y a lo largo del siglo xviii. Sus conclusiones son impecables: tanto el comercio inglés como el francés lograron alcanzar posiciones importantes en el mercado español desde mediados del siglo xvii, posiciones que mantuvieron en el transcurso del Setecientos. En este punto, tan solo me atrevería a añadir 2 cosas: primera, que dichas posiciones son anteriores a la firma de los tratados comerciales de 1659 (con Francia) y, más aún, de 1667 (con Inglaterra), y segunda, que nos gustaría disponer de información más precisa a fin de que se pudiera afirmar algo más consistente que «mi impresión es que simplemente pasó de ser abrumador a sólo muy grande» (p. 191), cuando se habla, por ejemplo, del «margen de actuación del comercio francés» en España a partir del momento en que Felipe V dejó de recibir el apoyo político declarado de Luis XIV en 1709. El autor reconoce que la falta de investigaciones al respecto le impide ir más lejos, pero ahí está el hecho.

Los ingleses «en general, no pasaban de las costas» (p. 145), por lo que hubieron de servirse de otros a la hora de distribuir sus productos en el mercado interior español. Los franceses, por el contrario, gracias a su vecindad geográfica –tan solo tenían que cruzar los Pirineos– y a la existencia de una numerosa emigración hacia nuestro país, estaban en los puertos y en el interior, por lo que contaron con redes propias a la hora de distribuir sus productos. Frente a sus rivales ingleses, disfrutaron, además, de las ventajas que suponía su condición de católicos, y desde la Guerra de Sucesión, del hecho de que los Borbones gobernaran tanto en Francia como en España. De nuevo aquí, en lo que constituye esa parte de trabajo de síntesis que tiene la obra de Pérez Sarrión, es de lamentar que a día de hoy no dispongamos de una mejor cuantificación del comercio de Gran Bretaña y Francia con España en el siglo xviii y, sobre todo, de un análisis más elaborado de lo que representa una de las cuestiones más difíciles de dilucidar de estos intercambios: qué parte de las mercancías que se remitían a España se quedaba en la Península y qué parte se reexportaba a América.

Acostumbrados a trabajar en términos de Estado-Nación, Pérez Sarrión recuerda que los extranjeros no gozaban del mismo estatuto jurídico en todos los territorios peninsulares de la Monarquía debido a los privilegios forales, en el caso de las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa y del reino de Navarra, o las decisiones adoptadas por las Cortes de Aragón en 1677-78 y 1684, que son los ejemplos concretos que se ofrecen en el libro. Desde su punto de vista, si no le interpreto mal, fue precisamente esa falta de uniformidad lo que dio lugar a que la situación de los ingleses y franceses instalados o que comerciaban con dichos territorios no fuera tan favorable como la que gozaban sus compatriotas en otras zonas de la Península. De ser correcto este planteamiento, los frenos impuestos a los monarcas españoles (a quienes desde Londres y París se presionaba de manera constante para que ingleses y franceses pudieran operar en los territorios forales o en Aragón en términos iguales a los que regían en Castilla) por la existencia de diferentes jurisdicciones no habrían obstaculizado el crecimiento del País Vasco, Navarra o Aragón, sino todo lo contrario. El contraste con la tesis principal del libro de Epstein Libertad y crecimiento. El desarrollo de los estados y de los mercados en Europa, 1300-1750 (Valencia, 2009; traducción castellana del original inglés del año 2000), para quien «la principal fuente de ineficiencia económica en las sociedades de soberanía compartida era la extensión limitada de los poderes del Estado [...] sobre los derechos jurisdiccionales con los que se enfrentaban» (p. 36), no puede ser más evidente y polémico.

A la actuación del Estado en la primera mitad del siglo xviii –desde la reorganización administrativa a la reforma tributaria, pasando por las reformas aduaneras, la política sectorial y la monetaria– dedica Pérez Sarrión el capítulo v. Las páginas más interesantes, desde mi punto de vista, son las que se refieren a la cuestión aduanera y a la forma en que las reformas condicionaron los flujos mercantiles en el nordeste peninsular y la articulación económica de dicho territorio. En efecto, la desaparición de las aduanas interiores entre Aragón y Cataluña significó, a diferencia de lo que había ocurrido entre Aragón, por una parte, y Navarra-País Vasco por otra, donde los puertos secos fueron suprimidos en 1714 pero restablecidos en 1722, que los productos y mercaderes catalanes (o procedentes de Cataluña, pero fabricados en el extranjero) pudieran entrar con toda facilidad en territorio aragonés y, en definitiva, en Castilla. Según Pérez Sarrión, esta nueva situación conllevó que la economía de Aragón se convirtiera cada vez más en «periferia» de la de Cataluña.

El estudio de las redes de comerciantes franceses, navarros y catalanes ocupa la última parte del libro. Las 2 primeras se tratan de forma conjunta, pues Navarra no fue solo la principal vía de penetración de los franceses del centro y del sur que se dirigían hacia España, sino también lugar de asentamiento permanente de numerosos mercaderes y buhoneros franceses que podían avecindarse sin dificultad en Pamplona o en cualquiera de los pueblos de la ruta hacia Aragón y Valencia, o hacia Castilla. Por lo que se refiere a las redes de catalanes, su estudio permite a Pérez Sarrión analizar la cuestión de las relaciones entre producción y redes mercantiles. Porque, en efecto, la conquista del mercado interior español por los mercaderes catalanes en el siglo xviii no se entiende en absoluto si se ignora que detrás de esta conquista había una economía en transformación en la que, a los cambios agrarios, siguieron la especialización de numerosas compañías en el arrendamiento de rentas diezmales y señoriales y, más tarde, en la manufactura de tejidos de lana.

El libro de Pérez Sarrión, en definitiva, vuelve a poner sobre la mesa el tema de la formación del mercado interior español. Un tema que obliga a reflexionar sobre el papel del Estado en dicho proceso –de un Estado que, en este caso, se encontraba organizado y funcionaba de forma diferente a otros estados europeos–, pero también sobre la forma en que los agentes económicos aprovechan las oportunidades económicas.

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