Los libros de Manuel Llorca-Jaña y Sheryllynne Haggerty analizan los negocios de comerciantes británicos en periodos inmediatos, pero dispares, desde 2 enfoques diferentes, pero complementarios: el de Llorca-Jaña es un brillante y detallado estudio sobre los intercambios entre el Reino Unido y las repúblicas chilena y argentina en el periodo 1810-1859, centrándose sobre todo en el comercio de textiles; por su parte, el de Haggerty explora la cultura de los negocios en el Atlántico británico en el medio siglo anterior, de 1750 a 1815, empleando para ello una perspectiva interdisciplinar que bebe abundantemente de la teoría socioeconómica.
Reseñar el libro de Llorca-Jaña en tan breve espacio es una tarea compleja, además de poco justa. Prueba de su calidad es la obtención (ex aequo) del premio Jaume Vicens Vives 2013 al mejor libro de Historia Económica de España y Latinoamérica. Nuestro conocimiento del comercio exterior de Latinoamérica en sus primeros 100 años de independencia se ciñe principalmente a la segunda mitad del siglo xix. La primera mitad ha recibido mucha menos atención por parte de los historiadores económicos, lo cual es bastante sorprendente si se toma en cuenta la radical reorientación que sufrió el comercio exterior de las nuevas repúblicas tan pronto se zafaron del control colonial español. Casi de la noche a la mañana se pasó de la intermediación peninsular a la hegemonía británica. Este proceso cuenta con pocos trabajos, que, además, tienden a ser o muy puntuales (Cavieres, 1999; Reber, 1979), o demasiado generales como para aspirar a dar detallada cuenta de su evolución (Platt, 1972). El libro de Llorca-Jaña viene a cubrir en parte esta laguna historiográfica adoptando para ello una estrategia inteligente: en lugar de abarcar toda Latinoamérica se centra en el Cono Sur (Argentina y Chile), el cual no es necesariamente representativo del resto, pero sin duda permite que un solo investigador acometa la difícil tarea de combinar visión general con detalle y profundidad. Esto lo consigue Llorca-Jaña de forma magistral. Aparte de la claridad de exposición, que lo convierte en una lectura amena, el libro sobresale por el empleo que en él se hace de nuevas y abundantes fuentes de carácter tanto privado (numerosos archivos de casas comerciales británicas) como oficial (entre las que destacan 177 volúmenes que recogen las importaciones y exportaciones británicas del periodo, de los cuales se da rendida cuenta en los numerosos gráficos y riquísimos apéndices que acompañan el libro).
Estructurado en 3 partes y 9 capítulos, el libro consigue aunar con brillantez análisis cuantitativo y cualitativo. En la primera mitad del siglo xix las inversiones británicas en el Cono Sur tuvieron un peso muy inferior al que ostentó el comercio. Hasta tal punto fue así, que «Latin America as a whole took a considerable share of United Kingdom exports, comparable to that of the United States» [pág. 35]. Los productos textiles conformaron más del 80% de las exportaciones británicas al Cono Sur, con un claro predominio del algodón. Entre los comerciantes (prácticamente todos ellos británicos) que condujeron este tráfico encontramos poderosas firmas londinenses como Huth & Co. (que contaba con 5.000 corresponsales en más de 50 países), aunque lo cierto es que «merchants in Britain exporting to the Southern Cone were a very heterogeneous group of businessmen, about which broad generalizations are difficult to draw» [pág. 63]. Durante el periodo de estudio fueron más de 260 casas comerciales británicas las que operaron en Buenos Aires, Valparaíso y Santiago de Chile, lo cual significa que hubo mucha mayor concurrencia de lo que evidencia la historiografía (que observa una suerte de oligopolio británico) y que los verdaderos beneficiados fueron los consumidores locales. Además, los importadores británicos fueron en su mayoría mayoristas y, rara vez, minoristas. La tarea de vender al consumidor quedaba en manos de intermediarios y tenderos locales. Ello no impidió que los británicos fueran aprendiendo las características de los mercados chileno y argentino, y transmitiendo esa información a los productores ingleses con creciente eficiencia.
El capítulo 5 analiza los contratos y comisiones que empleaban estos importadores. Las 2 principales modalidades de operación fueron «own account» (cuenta propia) y «consignment» (consignación). La primera simplificaba mucho la gestión de los intercambios, pero entrañaba un mayor riesgo y limitaba la variedad de textiles con que se operaba. Parece que ello hizo que la modalidad de consignación estuviera más extendida, aunque este extremo es difícil de precisar. Para atraer consignaciones, las casas comerciales del Cono Sur estaban dispuestas a dar adelantos a los consignadores en Gran Bretaña a un interés anual del 6%. El líquido de las ventas tardaba entre 18 y 36 meses en llegar al exportador, y sumados comisión de venta (7,5%), gastos e impuestos, el consignador debía pagar un total de 15,5% sobre los precios de factura, «far more than the equivalent rates charged for continental Europe or the United States» [pág. 132].
En cuanto a las remesas de retorno, había 3 medios para hacer llegar las ganancias a los consignadores: en forma de moneda o metales preciosos, letras de cambio (a partir de la década de 1830) o productos locales. El flujo de metales preciosos del Alto Perú no remitió tras la independencia, por lo que, al igual que durante el periodo colonial, continuó siendo el medio más importante. Sin embargo, Llorca-Jaña destaca que las otras 2 opciones jugaron un papel mucho más prominente del que les atribuye la historiografía, al facilitar complejos intercambios multilaterales que permitían equilibrar la balanza comercial negativa de los países del Cono Sur.
En los capítulos 7 y 8 Llorca-Jaña analiza, respectivamente, las economías de Gran Bretaña («the industrializing core») y del Cono Sur, para tratar de contextualizar y explicar con más detalle los datos que maneja. La riqueza de información cuantitativa que proporcionan estos capítulos (al igual que el capítulo 2) es impresionante, un auténtico tour de force que sirve para examinar desde las distintas técnicas de empaquetado, pasando por el seguro marítimo y los naufragios, hasta llegar a los tiempos de navegación y el sistema de comunicaciones. Durante la primera mitad del siglo, el comercio británico con el Cono Sur creció considerablemente, a pesar de padecer 3 importantes frenos: conflictos bélicos, altos aranceles y la pujante industria artesanal local de tejidos de lana.
De la investigación de Llorca-Jaña emanan implicaciones en relación con 2 preguntas de gran relevancia: 1) ¿Es correcto considerar las primeras décadas de emancipación como años perdidos en cuanto a desempeño económico?, y 2) ¿Se sostiene la idea de quienes sitúan a la Latinoamérica decimonónica dentro de un «imperio informal» británico? Llorca-Jaña pone sobre el papel evidencia suficiente como para responder negativamente a la primera pregunta y para plantear serias dudas sobre la idea que recoge la segunda. «It seems to me», concluye el autor, «that the Southern Cone accrued great benefits from its early commercial relationship with Britain» [pág. 290].
Por su parte, el libro de Haggerty nos sitúa en una época inmediatamente anterior a la que analiza Llorca-Jaña. Está compuesto de una breve introducción, 7 capítulos y unas conclusiones que remiten a la «British business culture» que se fue formando (y transformando) en el conflictivo contexto del comercio atlántico de la segunda mitad del siglo xviii y comienzos del xix. La bibliografía y las fuentes primarias (sobre todo correspondencia mercantil) que emplea son, ambas, muy ricas. El primer capítulo nos presenta el espacio de acción, los lugares de residencia y actividad, y los propios actores objeto de estudio. Aunque centrado en el Atlántico británico (los intercambios con la Norteamérica continental y el Caribe), la autora también hace referencias puntuales a Latinoamérica y a la costa occidental de África. El eje que vertebra su análisis lo forman, sobre todo, Liverpool y sus comerciantes. En el principal argumento del libro habrá quien perciba un ligero sabor determinista o whiggish: Haggerty afirma que una de las claves del éxito de los comerciantes británicos residió en una «relatively homogeneous, commonly understood and conformed to business culture» [pág. 26], aunque reconoce que, además de esa cultura («a private-order institution»), la relación que mantuvieron con el estado británico facilitó sobremanera el dominio que ejercieron en el Atlántico.
Los capítulos 2 a 7 abordan, a la luz de la teoría socioeconómica, los componentes que más afectaron y que finalmente configuraron la cultura de negocios británica: risk, trust, reputation, obligation, networks y crises. Las 3 primeras, Haggerty se encarga de deconstruirlas en sucesivos planos que van de lo personal y privado a lo grupal, público y sistémico. De la confianza, por ejemplo, nos dice que encierra un componente emotivo difícil de aprehender, pero que ello no es óbice para trazar una clara distinción entre confianza personal (personal trust), confianza institucional (o assurance) y confianza general (o confidence). La primera se fundaba en la estrecha relación personal, a menudo surgida gradualmente a través de una relación de reciprocidad basada en intercambios de creciente cuantía. Haggerty afirma que la confianza personal pierde trascendencia a medida que las instituciones y las regulaciones que de ellas emanan van ganando importancia, tal como nos enseña la teoría económica. Sin embargo, a parte del sistema de garantías para la venta de esclavos en el Caribe británico (diseñado para combatir la escasa fiabilidad de los dueños de plantaciones), no parece encontrar novedades institucionales que confirmen el retroceso de la confianza personal en el periodo estudiado. ¿Hemos de concluir por ello que este tipo de confianza mantuvo intacta su trascendencia? Esta es una interesante pregunta que la autora no acaba de plantear. En su lugar se limita a concluir que los diferentes niveles de confianza estaban interconectados, y que en la segunda mitad del siglo xviii el trato personal continuó siendo determinante.
En el capítulo sobre reputación (tras esbozar la preceptiva taxonomía del concepto), Haggerty afirma algo que sorprenderá a más de un historiador y cuyo alcance sería interesante explorar con más detalle. Hablando de lo crucial que resultaba gozar de una buena reputación, la autora asevera que «[...] anyone could examine [British merchants’] books at any time as evidence of their honesty» [pág. 111]. Esto contrasta en extremo con la confidencialidad con que comerciantes españoles y franceses manejaban sus contabilidades.
El cuarto capítulo (que, en palabras de la autora, podía haberse titulado reciprocidad, sociabilidad o capital social) rompe una lanza por la potencialidad analítica del concepto de obligación, ya que los intercambios sociales y económicos crean obligaciones futuras de muy diversa naturaleza, además, no siempre positiva. Así, en el que es el capítulo más sólido del libro, Haggerty asegura que «[...] the term obligation [...] facilitates the investigation of expectations through a multiplicity of relationships, demonstrating that for our merchants, obligations involved far more than simply one-to-one reciprocity» [pág. 137].
Los capítulos sobre networks y crises tratan de observar, mediante ejemplos concretos, el funcionamiento práctico de los conceptos analizados en los capítulos precedentes. De los casos expuestos, la autora extrae una conclusión poco novedosa: la visión positiva que habitualmente se atribuye a las redes mercantiles no siempre se corresponde con la realidad, porque las redes también ocasionaban problemas. Pese a ello, la cultura de negocios británica mostró una gran resistencia y adaptabilidad durante las numerosas guerras que castigaron el comercio atlántico. En este punto el libro vuelve a adolecer de un problema que se repite a lo largo de sus páginas: a pesar de los intentos de contextualización de la autora, el lector no puede evitar preguntarse si los aspectos analizados (incluyendo la propia cultura de negocios) son realmente peculiares de la segunda mitad del siglo xviii o si son simplemente aplicables a toda la Edad Moderna, y ni siquiera exclusivamente a Gran Bretaña y sus colonias. Es cierto que «using socio-economic theory has provided a nuanced understanding of how these merchants conceived of, and dealt with, their complex and interdependent commercial relationships» [pág. 235], pero para que la teoría ilumine el pasado de manera más provechosa han de seguirse más de cerca las especificidades históricas.