Con un volumen de activos cercano a los 350.000 millones de euros, 32.000 empleados y 6.000 sucursales, la Caja de Ahorros y Pensiones de Barcelona, más conocida como «La Caixa», ocupa una posición destacada en el mercado bancario español, siendo, de hecho, la entidad líder en el segmento de banca minorista. Posee también una importante cartera de participaciones en empresas industriales, inmobiliarias y de servicios, y es accionista de varios bancos internacionales y compañías aseguradoras.
Como ponen de manifiesto los premios nacionales e internacionales que ha obtenido en las últimas décadas, la caja catalana ha sido y es una de las entidades más activas en la incorporación del progreso técnico al negocio bancario, siendo este rasgo precisamente una de las razones explicativas de su éxito. Nótese en este sentido que a diferencia de lo que ocurre en otros bienes de consumo masivo, como, por ejemplo, el automóvil, en los que es relativamente sencillo diferenciar una marca de la competencia, los productos bancarios clásicos –créditos y depósitos– poseen pocos atributos (básicamente, precio y liquidez) y son, por consiguiente, muy parecidos a los ojos de los potenciales clientes. Ofrecer soportes, medios de pago y canales de distribución más eficientes, rápidos y cómodos parece, pues, una buena estrategia para ganar cuota de mercado y, tanto o más importante, fidelizar la clientela.
Analizar el papel que la innovación y la tecnología han jugado en la historia de La Caixa es el objetivo central del libro del profesor Joan Carles Maixé-Altés, que, como suele ser habitual en estos casos, ha editado la propia entidad. Se explican, pues, con todo lujo de detalles la mecanización de los procesos administrativos y contables llevada a cabo en el periodo 1940-1961, la implantación pionera del teleproceso (1962-1978), el desarrollo de la banca electrónica y de nuevos sistemas de pago, la apuesta por los ordenadores personales (1979-1998) y, finalmente, la potenciación de los nuevos canales de distribución, tales como Internet (1999-2011). Y se explica, cuestión no baladí, dado el componente técnico del tema analizado, con un lenguaje ameno y comprensible para todo tipo de lector. La colaboración de la entidad ha permitido complementar el texto escrito con una impagable colección de fotografías y esquemas, que ilustran a la perfección el largo camino recorrido por la entidad y, por extensión, por la industria bancaria española en los últimos 70 años en materia de mecanización e informatización.
Tres son las ideas básicas que recorren toda la obra. La primera de ellas es que la apuesta por la tecnología, que ha permitido a La Caixa ocupar una posición de dominio del mercado, dista de haberse producido por generación espontánea. Sería, por el contrario, el resultado de sucesivas adaptaciones en coyunturas muy diversas.
La segunda es la importancia de lo que, copiando a Graham Greene, podríamos denominar «el factor humano». Pese a que como se acaba de comentar la apuesta por la innovación ha de ser considerada una opción corporativa de la entidad, el autor destaca el papel clave que en el desarrollo tecnológico de La Caixa jugaron algunas personas concretas que se atrevieron a tomar medidas, no exentas de riesgo, que acabaron suponiendo un avance considerable. En las palabras del propio Maixé-Altés: «Como en toda trayectoria empresarial, hubo tiempos heroicos en los que se rompieron moldes, como sucedió con la introducción de los primeros ordenadores a principios de los sesenta[…]. Hubo también fases de aceleración en las que se generaron suficientes sinergias como para cambiar el rumbo de la empresa». Basta leer las páginas que José Vilarasau dedica en sus «Memorias» (Vilarasau Salat, 2012) a la implantación de los cajeros automáticos para darse cuenta de lo acertado del diagnóstico del profesor Maixé-Altés.
La experiencia de La Caixa muestra, en tercer lugar, la complejidad de los modelos de innovación y la diversidad de los caminos posibles para el desarrollo tecnológico. El atraso tecnológico que presentaba la economía española y, debido a ello, la falta de una industria nacional hizo necesario acudir a los grandes proveedores mundiales de tecnologías informáticas, tales como IBM o Fujitsu. La caja catalana habría sido, sin embargo, capaz de incorporar «valor añadido» a sus compras de tecnología, cerrando así parcialmente la brecha que la separaba de sus proveedores. En otras palabras, se adquirieron sistemas y máquinas ya probadas en otros países y en otros sistemas bancarios, pero la entidad jugó un papel considerable en el desarrollo de nuevas aplicaciones, llegando a ser pionera en algunos campos.
En definitiva, se trata de una obra muy completa y bien escrita, que estoy seguro habrá exigido al autor mucho tiempo y esfuerzo. Puestos a buscarle pegas, sorprende la inclusión en el título de una referencia al compromiso social de La Caixa, una cuestión ciertamente relevante, pero que no se analiza en esta obra. Llaman también la atención las conclusiones, muy sucintas, dada la extensión del libro (casi 400 páginas), y en las que se echa en falta una referencia a las consecuencias que ha generado el proceso de cambio técnico que tan bien se ha descrito a lo largo del libro. Hubiera bastado, por ejemplo, con graficar cómo ha evolucionado la ratio de empleados por sucursal en el periodo analizado.