En los últimos años asistimos a una explosión de trabajos empíricos sobre los niveles de vida en las zonas periféricas que emplean nuevas fuentes antropométricas. Rusia no ha sido ajena y encuentra en el libro de Mironov un excelente exponente. Su voluminoso trabajo pone en entredicho, con datos antropométricos muy consistentes y argumentos sólidos, lo que sabíamos sobre los niveles de vida en la Rusia Imperial.
El libro es un excelente análisis de historia antropométrica que desmenuza las condiciones del «estado biológico» de las antiguas poblaciones rusas, e incorpora, además, otros indicadores que permiten precisar los cambios en los niveles de vida durante más de 2 siglos. A las estaturas de diferentes edades de los reclutamientos militares, se superponen análisis sobre la producción agraria, la fiscalidad, los salarios, los precios y el consumo, y otros indicadores demográficos que desgranan el estado de la salud, la nutrición y el bienestar en el Imperio ruso desde comienzos del siglo xviii hasta la etapa prerrevolucionaria. El libro está compuesto por 10 capítulos, y otro más de conclusiones, con un total de más de 660 páginas, de las que unas 200 aproximadamente se destinan a apéndices, notas, bibliografía e índices. En este extraordinario volumen, el autor discute la idea tan extendida de las paupérrimas condiciones de vida del campesinado ruso, que durante mucho tiempo sirvieron de pretexto para explicar las revoluciones de comienzos del siglo xx.
Afortunadamente, los historiadores económicos estamos bastante familiarizados con los fundamentos de la nueva historia antropométrica. Sabemos que la talla es un indicador del nivel de vida biológico que no necesariamente sigue la dirección que marcan otros indicadores convencionales. También sabemos de los riesgos que entraña su uso cuando no hay datos de mujeres, sabiendo que las tendencias de las estaturas de hombres y mujeres no siempre son similares. Y que es un buen proxy de las condiciones ambientales, la salud y la desigualdad. Con estos supuestos, Mironov se apoya en una base de datos compuesta por más de 306.000 individuos y aproximadamente 11,7 millones de datos agregados de tallas, pesos y otros indicadores antropométricos de hombres y mujeres, pero esencialmente de los primeros, entre las cohortes nacidas entre 1695 y 1920. Explora el recorrido de la talla a lo largo de los 225 años, y se adentra en análisis diferenciales por género, regiones, clases sociales y ambientes rurales-urbanos.
Frente a las tesis tradicionales, los resultados de Mironov arrojan un saldo positivo del nivel de vida de los trabajadores rusos antes de la Revolución de 1917. La evidencia cuestiona hipótesis y teorías que sostenían las historiografías liberal y soviética sobre la pobreza nutricional del campesinado ruso. La crisis sistémica de finales del siglo xix, que la historiografía abrigaba para justificar las condiciones revolucionarias, no encajan con los resultados antropométricos. La estatura aumentó en el siglo xix más de 3cm, incremento que no fue ciertamente significativo cuando se compara con Holanda o Alemania. Pero si tomamos como referencia un periodo más largo, entre 1791-1795 y 1911-1915, el incremento fue de 7,7cm. Entre los factores que lo explican destaca: el aumento de la producción por habitante de productos de primera necesidad antes y después de las Grandes Reformas y el acceso a los mercados, que posibilitaron el incremento del consumo alimenticio; el crecimiento de la renta campesina generada por el desarrollo de la agricultura comercial, especialmente después de las reformas, que alivió el peso de la carga impositiva y además se redujo, al pasar de un 40% a menos de un 25% en el presupuesto anual familiar entre 1850 y 1900; la liberalización del mercado de la tierra y los efectos de la abolición de la servidumbre. Las políticas económicas gubernamentales que tendieron al desarrollo económico y la mejora de la alfabetización, entre otras, también contribuyeron directamente a la mejora del estado biológico.
Que en el largo siglo xix aumentaran las estaturas de hombres y mujeres –las tallas femeninas aumentaron casi 4cm entre 1811-1820 y 1871-1880 (p. 127)– no implica que Rusia no conociera periodos de crisis y ciclos largos de deterioro. El siglo xix conoció algunas etapas críticas en que la estatura disminuyó más de 1cm (1856-1865 y 1886-1890), pero el más adverso se registró en la segunda mitad del siglo xviii. Los ciclos de estatura están bien documentados y el Siglo de las Luces es uno de los más aciagos en su segunda parte. Tras un primer periodo en que la talla disminuyó (1701-1730), la altura volvió a disminuir (1751-1795). La caída neta de 3cm en el siglo xviii es similar a la que aconteció en otros países europeos. En Rusia, el deterioro de la estatura es explicado por el coste de la construcción de una gran potencia, conducidas en sus fases expansionistas por Pedro I el Grande y Catalina II, que arruinaron el poder adquisitivo y la salud nutricional de las gentes de los mundos rural y urbano. Los primeros pasaron de 164,5cm en 1731-1750 a 160,1cm en 1791-1800, y los segundos, de 165,3 a 161,3cm (p. 388).
Las diferencias territoriales de la estatura dentro del Imperio Ruso fueron significativas dada su enorme extensión y la diversidad de los grupos étnicos que albergó. Las diferencias se mantuvieron pese a que el Imperio desarrolló un sistema socioeconómico unificado y ahondó en la formación del mercado nacional. No hubo discriminación contra las gentes que no eran de origen ruso. Si hubo ganadores y perdedores no fue por su pertenencia a determinadas etnias, sino por su especialización productiva y por los efectos desiguales de las coyunturas económicas. En general, los mejores registros antropométricos al final del periodo se advierten en las regiones del Báltico, Ucrania y el Cáucaso Norte, por encima de 170cm, y, asimismo, en las áreas agrarias de las regiones centrales. Siberia y el Volga muestran los registros más mediocres, por debajo de 168cm. Se echa en falta una cartografía para la comprensión de los cambios del estado biológico. No hay un solo mapa en todo el libro. La cercanía a las fuentes de nutrientes, como la disponibilidad de ganado por habitante, explicaría estados biológicos más saludables, aunque en general los datos del índice de masa corporal revelan que el campesinado ruso gozaba de un saludable estado nutricional.
Los salarios reales y el consumo son variables explicativas, pero los primeros no tienen fuerza suficiente debido a que la mayor parte de las poblaciones rurales no dependían de los salarios para sobrevivir y reproducirse. La mayoría de la población rural hasta finales del siglo xix se mantuvo fuera del mercado de trabajo asalariado. La educación, en cambio, encuentra apoyo, pero es irrelevante por la escasa difusión de la alfabetización hasta las décadas de 1889-1890. Las tallas de los reclutas alfabetizados eran casi 1cm más altas que las de los analfabetos.
El libro está bien documentado y argumentado, y es una excelente aportación al debate sobre los niveles de vida antes de la Revolución Rusa, pero también al bienestar biológico de las poblaciones europeas y periféricas. La historia antropométrica gana peso con este nuevo aporte, traducido gracias a Gregory L. Freeze. Lástima que los datos antropométricos no ofrecieran información más rica que hubiera permitido ahondar en la desigualdad social y los problemas de la distribución, de acuerdo con algunos estudios recientes (Nafziger y Lindert, 2012). En cualquier caso, su contribución llena un vacío en la historiografía de la Rusia Imperial y alienta a futuros trabajos a explorar sobre la desigualdad sabiendo, como destaca este libro, que en las ciudades con mayor peso revolucionario las tallas promedio eran ligeramente más bajas que las de una buena parte del mundo rural ruso.