Las 30 sagas familiares objeto del presente estudio constituyen el fruto maduro de la comunicación sobre la demografía empresarial de la industria conservera que Xoán Carmona y Ángel Fernández, coordinador y autor, respectivamente, de este libro, presentaron en el Congreso de la Asociación de Historia Económica, celebrado en Zaragoza en 2001, y que analiza el comportamiento empresarial de una industria madura, durante los siglos xix y xx. Junto con los citados Carmona y Fernández, autores entre ambos de cerca de la mitad de las familias estudiadas, colaboran en esta obra Luis Javier Escudero, Manuel Ramón Rodríguez, Luisa Muñoz, Jesús María Martínez, Rafael Uriarte, Ernesto López, Alberte Román, Jesús Giráldez, Joseba Lebrancón, Mariña López y Xan Fraga.
Se trata de un subsector económico ubicado en la mayoría de los casos en la zona noroeste de la península, y que ha dejado una huella indeleble en la memoria colectiva y en la realidad económica pasada y presente de sus ciudades, pueblos y áreas costeras.
La existencia de una actividad conservera previa en esta zona posibilitó el tránsito a la nueva industria. Además, las innovaciones tecnológicas desempeñaron también un papel clave en su despegue y posterior desarrollo, al facilitar el acceso a los nuevos caladeros y especies.
La sardina fue la especie objetivo de las conserveras ubicadas en el litoral gallego, y el bocarte y el atún para las establecidas en el litoral cantábrico. Y cuando la actividad extractiva pudo trasladarse con mayor facilidad y surgieron nuevas fuentes de suministro, rompiendo así el ciclo estacional que limitaba las labores de las viejas conserveras, la producción de túnidos eclipsó a las demás variedades. Esta estrategia motivó la movilidad de la actividad extractiva dentro de los propios caladeros del área; luego, a los caladeros de la Andalucía atlántica, y, finalmente, a la región de Levante, a la Andalucía mediterránea y a los caladeros africanos. La crisis de 1973 limitó el acceso a estos caladeros y propició la mudanza hacia los del centro y sur de América, lo que facilitaba la consolidación de las ventas en los mercados americanos. El establecimiento en Marruecos y en las islas Canarias, en las últimas décadas del siglo xx, estuvo también motivado por el cierre del caladero africano.
Los autores estudian únicamente las conserveras que superaron la segunda generación. Estas empresas se decantaron por la constitución de sociedades mercantiles; la gestión se compartía entre sus herederos con el objetivo de evitar su disolución. No obstante, persistió el carácter familiar y cabe señalar una mayor profesionalización de sus miembros.
La innovación ha sido y es otra de las estrategias utilizadas por esta industria para su supervivencia. Las empresas que apostaron por introducir perfeccionamientos en la producción y en la comercialización consiguieron aprovechar las etapas de expansión y superar las de crisis. En cuanto a la estructura financiera, los autores observan 3 fases. La primera abarca el período comprendido entre los años ochenta del siglo xix y la Guerra Civil, cuando predominó la autofinanciación. La financiación externa, tanto pública como privada, se hizo patente durante la Autarquía y, sobre todo, entre 1944 y 1954, cuando una crisis coyuntural afectó a las empresas. Ahora bien, a pesar de ello, el sector persistió en su estrategia de financiación propia. El recurso a la financiación privada se produjo después de 1973 y hasta la década de 1990, pues se requería ahora aumentar la dimensión empresarial y la incorporación de tecnología punta.
Desde sus inicios, la industria conservera de sardina, de túnidos y de anchoas orientó sus elaboraciones a la exportación. Su presencia en el mercado interior creció en los años treinta al contraerse la demanda externa, una tendencia que se mantuvo durante la Guerra Civil, ante las necesidades de proteína animal del ejército y de la población urbana. Las limitaciones al suministro de hojalata y aceite dificultaron la trayectoria del sector en la Autarquía; además, la vía exportadora se vio obstaculizada por el efecto negativo de la política cambiaria, que solo pudo ser superado por algunas empresas durante la Segunda Guerra Mundial.
La cooperación desempeñó un factor clave en la supervivencia de estas empresas. Cierto que los lazos familiares coadyuvaron activamente, pero resulta revelador su continuo esfuerzo cooperativo con objeto de romper las barreras de forma mancomunada: envases, frigoríficos, grandes atuneros, entre otras.
Los procesos de integración vertical se dieron desde los inicios de esta industria, aunque no fue una estrategia generalizada, debido, sobre todo, a las circunstancias propias de cada empresa y a las condiciones impuestas por los mercados de pescado fresco. La integración horizontal tuvo una menor incidencia, por cuanto la ampliación de las instalaciones resultaba más eficiente que la incorporación de nuevos establecimientos, salvo que se tratara principalmente de aprovechar los suministros de pescado o marisco fresco de otra zona, o de obtener cupos de aceite y hojalata.
Estamos ante la primera obra de reflexión y síntesis sobre la vida social y económica de una de las actividades empresariales de mayor solera en el tejido industrial español; felicito, pues, a sus autores, y espero que mis breves comentarios contribuyan a difundir una historia tan rica y sorprendente.