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Vol. 11. Núm. 2.
Páginas 136-137 (junio 2015)
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Vol. 11. Núm. 2.
Páginas 136-137 (junio 2015)
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Luis Germán Zubero. Historia económica del Aragón contemporáneo. Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012, 484 págs., ISBN: 978-84-15274-54-4.
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Xoán Carmona Badía
Universidade de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, España
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En la estela de las historias económicas regionales que abrió Jordi Nadal con la de Cataluña en el año 1988, y que luego siguieron la más sintética de Jordi Maluquer, también sobre Cataluña, y las de Carles Manera, José Miguel Martínez Carrión y Antonio Parejo, sobre Mallorca, Murcia y Andalucía, respectivamente, aparece ahora la de Aragón. Su autor, Luis Germán, es sin duda uno de los mejores conocedores de la historia económica contemporánea de aquella región, sobre la que ha publicado numerosísimos trabajos, y ha abordado esta síntesis utilizando no solo toda la bibliografía propia y ajena aparecida en las 3 últimas décadas, sino también investigación de primera mano destinada a cubrir los huecos que consideraba necesario llenar.

La parte introductoria del libro plantea el marco metodológico a seguir, en el que se combinan elementos tradicionales de la historia económica con otros procedentes de la geografía económica y de las teorías del crecimiento endógeno, y presenta una primera aproximación a la trayectoria de la economía aragonesa en el contexto del desarrollo regional de España. Llama la atención el autor sobre el hecho de ser Aragón y el conjunto de las regiones del Valle del Ebro, junto con Valencia, las únicas regiones que durante el siglo xx consiguieron transformar su especialización agraria en industrial.

Los capítulos dedicados propiamente a la historia económica de Aragón se organizan, a su vez, en 3 grandes apartados cronológicos; uno muy breve, dedicado a la herencia del Antiguo Régimen y la transición al liberalismo; los otros 2, dedicados a los siglos xix y xx, respectivamente, cada uno notablemente más extenso que el anterior. Se trata de un libro en el que se priorizan las épocas más recientes, en la línea de la mayor parte de los trabajos citados sobre otras regiones españolas.

Luis Germán presenta una economía aragonesa de finales del Antiguo Régimen caracterizada por una especialización cerealista orientada hacia la demanda del mercado catalán, así como por la ausencia de un capital comercial local que se beneficiara de este tráfico. Compañías de comercio francesas, navarras y catalanas habrían, así, ocupado ese lugar, al igual que lo hicieron estos u otros grupos no locales en algunas otras partes de España. Son estos rasgos que Aragón compartiría –podríamos añadir– con la mayor parte de las regiones españolas que en el siglo siguiente no fueron capaces, o lo fueron muy tardíamente, de incorporarse a la Primera Revolución Industrial.

La Revolución Liberal y, en especial, la llegada del ferrocarril, habrían sentado bien a la economía aragonesa. Con la especialización cerealícola consolidada en el siglo anterior, y situada más cerca de Cataluña que las provincias castellanas que concentraban hasta mediados del xix la fabricación de harinas en España, Zaragoza comenzaría a desarrollar una industria harinera propia, promovida, ahora sí, por el capital local, que constituiría el primer eslabón de una industria alimentaria a la que pronto se incorporarían también el aceite, el vino y, ya desde la década de 1890, el azúcar de remolacha. Esta última habría desplazado de su lugar de cabeza a la primitiva harinera, cuando, durante la crisis finisecular, Cataluña empieza a molturar los ahora baratos cereales de importación en Sant Martí de Provençals, el nuevo «pulmó industrial de Barcelona», según la afortunada denominación de Nadal. La fabricación del azúcar de remolacha, en la que Aragón llegaría a producir a mediados de los años veinte casi la mitad del total español, constituirá durante el primer tercio del siglo xx un auténtico complejo agroalimentario que provocaría tanto una importante transformación de la agricultura, como el desarrollo de un notable sector alcoholero basado en el aprovechamiento de las melazas de aquel tubérculo. Esta industria agroalimentaria, eje de la primera y débil industrialización aragonesa, habría, a su vez, inducido ya en los años del cambio de siglo una incipiente industria metalúrgica dedicada a su propio equipamiento, así como al de la construcción y el transporte.

Al lado del complejo agroalimentario y la incipiente metalmecánica, el de la generación eléctrica se convertiría en un tercer pilar de la industria aragonesa. Los abundantes recursos hidráulicos del Pirineo y del Ebro se ponen ya en explotación durante los primeros años del siglo, y centrales como las de Lafortunada o Seira, de Hidroeléctrica Ibérica y Catalana de Gas, respectivamente, se sitúan entre las principales centrales del país. En vísperas de la Guerra Civil Aragón llega a generar casi el 20% de la energía eléctrica española, y aunque la mayor parte de ella se destina al País Vasco y Cataluña, favorece, en todo caso, el establecimiento de 2 notables núcleos electroquímicos en Sástago y Sabiñánigo.

Al igual que ocurre en esta época en otras regiones periféricas españolas, el éxito de uno o 2 determinados sectores industriales –el agroalimentario, en este caso, y en menor medida el eléctrico– no fue suficiente para incorporar la economía aragonesa al grupo de las más dinámicas del conjunto estatal, y revertir el declive poblacional y económico relativo que había provocado su no incorporación a la primera generación de regiones que habían experimentado la Primera Revolución Industrial. Sí lo fue, de todos modos, para producir una mejora en el peso de la industria aragonesa dentro del conjunto español, y para provocar una no despreciable concentración industrial en torno a la ciudad de Zaragoza, aunque ello fuera a costa de provocar una agudización del dinamismo poblacional y económico entre el entorno de la capital y el resto de la región.

Tras un breve capítulo acerca del período 1930-1950 sobre el que la valoración negativa del autor no difiere sustancialmente de la dominante sobre el período en otras regiones, el libro se cierra con 2 capítulos sobre la segunda mitad del siglo xx, separados por el eje del estallido de la crisis de los setenta. En el primero de ellos se destaca el crecimiento y el cambio estructural desarrollado en el sector agrario –superior al del conjunto español–, así como el cambio de especialización industrial desde el sector agroalimentario al metalúrgico durante la etapa desarrollista, cambios que en todo caso no evitaron que el desempeño general de la economía aragonesa fuera inferior al español. Por el contrario, el período que transcurre desde 1975 al final del siglo se habría caracterizado por un crecimiento de la población inferior al español, mientras que el PIB se expandió a unas tasas semejantes, dando como resultado una mejora de la posición relativa en términos per cápita. El desarrollo del sector de la automoción y la internacionalización de la economía aragonesa, relacionada con la integración en la UE y con la favorable situación logística de la región, habrían sido 2 factores de impulso que compensaron sobradamente el retroceso agrario.

El libro de Luis Germán presenta una excelente panorámica sobre la evolución de la economía aragonesa en el largo plazo y pasa a ser el manual de referencia sobre la historia económica de esta región. Constituye, además, un eslabón importante –al lado de los libros que citábamos al principio sobre Cataluña, Andalucía, Murcia y Baleares– para la construcción de una historia económica contemporánea de España desde abajo, desde la base de sus regiones, una construcción que deberá aportar nuevas perspectivas y plantear algunos de los problemas básicos de la historia económica de España, como mínimo, de otra manera.

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