Este libro nos acerca al proceso de electrificación en el Norte de México, abarcando desde las primeras iniciativas industriales de generación eléctrica surgidas a finales del siglo XIX, hasta la nacionalización de la industria eléctrica en 1960. La obra se divide en 8 capítulos, además de un estudio introductorio. Incluye los análisis de 3 estados mexicanos (Baja California, Sonora y Sinaloa), 2 ciudades (Mexicali y Monterrey) y una zona metropolitana (Comarca Lagunera). Esta diversidad territorial obedece, sin duda, a que el libro es el producto de un seminario surgido en 2007 a partir de la celebración de la XVI Reunión de Historia Económica del Norte de México. La bondad de este formato estriba en ir constatando las problemáticas coincidentes, al margen de sus naturales especificidades, que afloran según avanza la lectura. Además, cada capítulo ofrece una síntesis detallada sobre cada proceso particular, lo que permite su lectura independiente. Contribuye, por otra parte, a conocer simultáneamente el trabajo de un interesante grupo de investigadores. No obstante, se pierde, inevitablemente, una cierta visión global y se repiten ciertas cuestiones, mientras otras apenas quedan esbozadas.
Desconocemos lo sucedido en la electrificación de algunos estados y, de otros, solo conocemos lo referido a algunos importantes centros urbanos. Tal vez por esto se echan en falta unas conclusiones generales que recapitulasen, unificando, aquellas cuestiones que, de otro modo, aparecen dispersas o como rasgos específicos atribuibles a alguno de los territorios estudiados: el papel de las empresas privadas en los primeros años, la temprana entrada del capital extranjero, el papel del Estado y del capital público en cada época o las diferencias entre las legislaciones locales y la federal. Es de justicia indicar que, en parte, se subsana este problema en el estudio introductorio de Moisés Gámez, al destacar las líneas analíticas que vertebran todos los capítulos y que dan coherencia a la lectura posterior: la electricidad como insumo estratégico en los procesos productivos y los servicios públicos; un examen histórico de los orígenes a la nacionalización de la industria en 1960; el mayor impacto de la electrificación en sectores como la agroindustria, la minería, la industria y las actividades comerciales; el papel de los empresarios nacionales y extranjeros; la variable tecnológica aplicada a un área geográfica, en gran parte desértica y con escasos recursos hídricos; la formación de sistemas de interconexión dentro y fuera de los estados; los efectos de la legislación sobre las aguas en la generación eléctrica; el papel diferencial en los ritmos de electrificación, dependiendo tanto de las legislaciones federales como de las de los estados o locales; la ausencia de un proyecto nacional homogéneo o las relaciones entre empresas y Estado. La contextualización del proceso de electrificación en el conjunto de México se aborda en el primer capítulo, dedicado al caso de Sonora, aunque, por su naturaleza, entendemos que debería tratarse íntegramente en el estudio introductorio.
Si bien no se indica una periodización concreta de las diferentes etapas seguidas en el proceso de electrificación, de la lectura del libro se deducen, a nivel general, las siguientes: los años del porfiriato, desde 1887, con la fundación de la Compañía Luz Eléctrica en Nogales (Sonora), hasta 1910 en que estalla la Revolución mexicana; el período de la Revolución, de 1910 a 1934, etapa en la que se crea la Comisión para el Fomento y Control de la Industria de Generación de Fuerza Eléctrica (1923), que pondrá coto a los monopolios extranjeros, y se declara la industria eléctrica de interés público (1926); por último, el período que se extiende desde 1934, en el que se crea la Comisión Federal de Electricidad, cuyo objetivo fundamental era organizar y dirigir un sistema nacional de generación, transmisión y distribución de energía eléctrica, hasta 1960, en que se nacionaliza la industria eléctrica. Con todo, el Norte de México y cada uno de los territorios analizados manifiestan sus propias especificidades temporales, que son consideradas en los diferentes capítulos. Debe señalarse también que el proceso revolucionario se inicia y transcurre, en gran parte, en los territorios del norte mexicano, lo que sin duda afectó al proceso de electrificación durante ese período.
El estudio sobre la electrificación en Sonora, realizado por Juan José Gracida, muestra el caso de un territorio extenso, con escasa población, concentrada en un número reducido de municipios urbanos distantes entre sí. En ellos se centró la electrificación siguiendo diferentes criterios de oportunidad: carácter fronterizo (Nogales), crecimiento urbano e industrial (Hermosillo y Guaymas), localización de centros mineros de enclave (Cananea y Nacozari) o de producción de aceite de algodón (Santa Ana). Esta dispersión impidió que hasta los años cincuenta existiese una verdadera red de distribución eléctrica integrada.
Los trabajos sobre Sinaloa, Comarca Lagunera y Mexicali reflejan la relación existente entre electrificación y agroindustria. Arturo Carrillo (Sinaloa) comienza su análisis en la década de los veinte, cuando los gobiernos de la Revolución, a diferencia del porfiriato, dejan de basar el crecimiento económico en actividades minero-exportadoras e impulsan la agricultura de alta rentabilidad (tomates, garbanzos o algodón) con pequeños y medianos agricultores. Mientras tanto, otras producciones agroindustriales en expansión como el azúcar, el tabaco o el alcohol seguían en manos de terratenientes y grandes empresarios. Eva Rivas (Comarca Lagunera) insiste en esta relación, destacando el doble objetivo de atender la demanda agrícola y minero-fabril de fuerza motriz e impulsar la agricultura de irrigación. Aspecto de gran interés si consideramos la extrema aridez de zonas del norte con cultivos de regadío y en los que proliferó un fenómeno tecnológico de electromecanización (por ejemplo, para el bombeo de aguas subterráneas). Ese doble objetivo permitió ir conformando un importante mercado eléctrico rural. Sin embargo, en los años 40 este sistema manifestaría sus límites al no atender los continuos aumentos de la demanda eléctrica en la agricultura, lo que finalmente contribuyó a su crisis. Araceli Almaraz (Mexicali) resalta la singularidad de los territorios fronterizos, dependientes, durante los primeros años, tanto de las infraestructuras de regadío como del subministro eléctrico de instalaciones situadas en Estados Unidos. Solo a partir de los años veinte se acometieron inversiones para que Mexicali tuviese sus propios suministros, fundamentales para el desarrollo regional e industrial posterior.
De igual modo, en Monterrey, como ilustra Mario Cerrutti, fue determinante el desarrollo industrial posterior a los años treinta para entender los cambios en la generación de electricidad. Se pasó de una producción eléctrica generada por los propios consumidores industriales a otra en la que el Estado fue asumiendo paulatinamente la generación, distribución y administración de electricidad.
Finalmente, el estudio de Moisés Gámez sobre San Luís Potosí aborda las iniciales interrelaciones entre el capital nacional y extranjero a finales del siglo XIX, que fueron dando paso a una presencia creciente de grandes empresas estadounidenses, con estrategias de interconexión en red que facilitaron un mayor control de los mercados. Desde los años veinte se produjo un intento de ordenación del sector y una mayor participación pública, pero el dominio de aquellas empresas no desaparecería hasta la nacionalización de 1960.
En definitiva, una lectura recomendable que permite descubrir ciertas semejanzas con los procesos iniciales de electrificación en otros países, como el caso español, pero que también desvela, una vez más, la importancia decisiva del marco institucional en la determinación del devenir histórico del sector energético en cada país.