Al leer el libro de referencia, editado por los profesores Andrés M. Regalsky (Universidad Nacional de Tres de Febrero) y Marcelo Rougier (Universidad de Buenos Aires), uno tiene la sensación de que en Argentina han ocurrido (y ocurren) cosas similares a las acaecidas en España. Y quizás haya una explicación: Argentina y España son países «seguidores», que se limitan a experimentar lo que se va elaborando en los países «líderes». Por ejemplo, se da un paralelismo en los procesos de industrialización dirigida por el Estado de los años de la Golden Age (1945-1975), y también en la crisis de ese modelo que aboca al neoliberalismo de los años finales del siglo XX y principios del siglo XXI, hasta que, en fechas recientes, este enfoque de liberalismo extremo se ha revelado profundamente erróneo en Argentina, España y en todas partes.
Naturalmente, el paralelismo no es perfecto, sorprendiendo, por ejemplo, el papel tan decisivo que ha tenido el Ejército en el caso argentino, tanto en una dirección como en otra: militares fueron los que impulsaron el «estado empresario» en los años del peronismo (1943-1955) y la «Revolución Argentina» (1966-1973), y militares fueron los que introdujeron el neoliberalismo durante la sangrienta dictadura de Videla (1976-1981). En España, la industrialización desde arriba fue protagonizada por la dictadura del general Franco, pero el neoliberalismo vino de la mano de élites intelectuales y empresariales, de diverso signo, sin conexión alguna con el Ejército.
Otra diferencia entre Argentina y España tiene que ver con la historiografía sobre el tema. En España, gracias al impulso de Francisco Comín y Pablo Martín Aceña, la historia de la empresa pública ha conocido un gran desarrollo. En Argentina, por el contrario, poco se ha avanzado desde los trabajos seminales de Jorge Schvarzer. Es una buena razón para dar la bienvenida al libro editado por Regalsky y Rougier, quienes parten de que ya no se puede seguir defendiendo que las empresas públicas son «ineficientes por naturaleza, incapaces de brindar servicios o bienes en condiciones aceptables» (p. 7), influidos por análisis tan agudos como el Mariana Mazzucato (The Entrepreneurial State: Debunking Public vs. Private Sector Myths, Nueva York, Anthem Press, 2013).
El libro consta de dos partes: la primera, dedicada a los servicios públicos, y la segunda centrada en la industria. Los servicios públicos incluyen los ferrocarriles (E. Salerno), la salubridad (A. Regalsky), la electrificación (L.R. La Scaleia) y las telecomunicaciones (C. Belini), mientras que la industria recoge las fabricaciones militares (M. Rougier), la química (J. Odisio y G. Pampin) y la agroindustria de Mendoza (P.E. Olguín). En medio se sitúa un capítulo sobre Uruguay (M. Bertino), donde el «batllismo» (de José Batlle) llevó, en los albores del siglo XX, al conservador Partido Colorado a defender el intervencionismo estatal. Según la autora del capítulo, las empresas públicas uruguayas constituyen en conjunto un modelo de éxito, quizás por haberse implicado poco en la industria.
La realidad argentina ha sido (y es) mucho más compleja que la uruguaya, pero la impresión que se saca tras leer el libro es que las intervenciones en servicios han funcionado mejor que las intervenciones en industria. Los ferrocarriles estatales cumplieron una función social al conectar todo el espacio argentino, a la vez que las empresas públicas de saneamientos (desde 1912) y electrificación (desde 1947) contribuían al desarrollo de Buenos Aires, y a la formación de una élite tecno-burocrática; en telecomunicaciones, con Perón se fue en 1946 a la nacionalización del servicio telefónico, pero no se pudo evitar la dependencia tecnológica (un caso similar al español).
El análisis de las intervenciones en industria sigue de cerca a Jorge Schvarzer, quien ya en 1979 habló de la creación de un complejo estatal-privado (CEP), cuyo núcleo duro lo constituiría el complejo militar-industrial (CMI). Sobre este último, Rougier se limita a hacer un «mapeo» (análisis descriptivo), mientras que los analistas de las intervenciones en petroquímica y fabricación de soda se muestran muy críticos con los resultados obtenidos. El capítulo sobre la soda concluye con estas palabras: «[Los gobiernos] no buscaron poner coto a los empresarios que aprovecharon la incertidumbre reinante para que el Estado financiara durante treinta y tres años una fábrica de fantasía» (p. 340). La mezcla confusa e ineficaz de intereses públicos y privados también se dio a escala subnacional, como lo prueba el capítulo sobre la agroindustria en el Estado mendocino.
Sin duda, estamos ante un libro relevante que aporta mucha información y algunos «ejes de análisis», en expresión de los editores, que permiten mirar hacia atrás, sin la ira de los enfoques neoliberales, y descubrir que frente a los «fallos de Estado» siempre habrá «fallos de mercado», y que los gobiernos no se pueden quedar de brazos cruzados ni frente a unos ni frente a otros. Se impone una vuelta a la complejidad y a la defensa del interés colectivo si se quiere salir del impasse que atenaza a las sociedades post-neoliberales, carentes de proyectos atractivos para la mayoría de sus habitantes.