El Banco de Santander es el buque insignia de la economía española del siglo XXI y constituye una magnífica noticia que, recientemente, haya dedicado en Solares (Cantabria) todo un edificio de nueva construcción a archivo histórico, bajo el cuidado de José Antonio Gutiérrez Sebares. Hace unos años, el autor de la monografía que reseñamos, Andrés Hoyo, Profesor Titular de Historia Contemporánea en la Universidad de Cantabria, publicó junto a Gutiérrez Sebares una síntesis de la primera etapa del Banco Santander (Testigo de una época. El Banco de Santander en la economía de Cantabria, 1857-1945, Comillas, Amalienborg, 2006), en lo que constituyó la primera aproximación a la historia de la institución cántabra. Poco después, se publicaría otra síntesis más ambiciosa coincidiendo con el 150 aniversario (Pablo Martín Aceña, 1857-2007. Banco de Santander, 150 años de historia, Madrid, Turner, 2007).
Pero la historia del Banco de Santander es tan rica e influyente que da para algo más que síntesis, como lo demuestra Hoyo con su libro de 2015, donde profundiza en el conocimiento de los hombres y de las cifras que hicieron posible que Santander tuviese banco de emisión entre 1857 y 1874. El punto de arranque es 1752, cuando los Borbones planearon el «camino de Reinosa» para llevar las lanas y otros productos castellanos al puerto de Santander, como alternativa al de Bilbao y sus privilegios fiscales. Los decretos de libre comercio de 1765 y 1778 confirmaron esas orientaciones y Santander se convirtió en un verdadero emporio comercial, cuya prosperidad se extendió por el siglo XIX. Así, en 1847, se pudo confeccionar un listado de 100 «banqueros, comerciantes, armadores y consignatarios de buques» (p. 22). Los «comerciantes banqueros» de Santander habrían sido antes navieros, advierte Hoyo.
En la España isabelina se quiso potenciar la iniciativa privada y la consolidada burguesía santanderina presionó antes que nadie para disponer de un banco de emisión propio. El Consejo Real tuvo que elegir entre tres propuestas, pues, según la ley de 28 de enero de 1856, solo habría un banco de emisión por plaza. En mayo de 1857, se confirmó que el Banco de Santander nacería a partir de la propuesta liderada por Juan Pombo Conejo, un empresario polifacético que había nacido en Tierra de Campos. En los capítulos 4, 5 y 6 se analiza la trayectoria del banco entre 1857 y 1874, con gráficos elaborados a partir de un apéndice estadístico. En el Pasivo, se observa que, a diferencia de lo ocurrido en otros casos, los billetes del Santander se recuperaron de la crisis de mediados de 1860. En el Activo, la operación que más destaca es el descuento de «efectos» que, según Hoyo, fueron, sobre todo, pagarés (p. 65). En cuanto a resultados, Hoyo señala que a la rentabilidad por dividendo habría que sumarle (o restarle) la rentabilidad por cotización en el mercado del Colegio de Corredores Mercantiles de Santander. En última instancia, la evolución del banco se explica por el «ciclo de la harina», que fue declinante desde 1861 hasta la crisis colonial de 1898, que provocó la repatriación de capitales y el inicio de un nuevo modelo económico (p. 95).
El último capítulo está dedicado a la refundación del banco, que vino obligada por el decreto de 19 de marzo de 1874, firmado por José de Echegaray, que otorgó el monopolio de emisión al Banco de España. Según Hoyo, el 2 de enero de 1875, el Banco de España abrió sucursal en Santander y, el 14 de enero de 1875, se constituyó el nuevo Banco de Santander, ya sin emisión, sin que ambas operaciones tuvieran relación alguna. A tenor de lo que expone Pedro Tedde en su magistral El Banco de España y el Estado liberal (1847-1874) (Madrid, Banco de España y Gadir, 2015, pp. 556-562) no parece que fuera así. Tedde señala que, el 4 de noviembre de 1874, comisionados del Banco de Santander presentaron al Banco de España un proyecto de anexión, en una operación que supondría «un beneficio para el Banco de Santander de 647.500 pesetas» (p. 557). El 17 de diciembre se firmó la anexión y, transcurrido menos de un mes, apareció el nuevo Banco de Santander, lo que provocó la indignación del Banco de España, aunque al ministro de Hacienda, Pedro Salaverría, que era de Santander, le pareció de lo más normal (con todo, en 1877, Salaverría sería nombrado gobernador del Banco de España). Con esta acotación es posible entender las malas relaciones que, en los primeros tiempos, sostuvieron el Banco de Santander y la sucursal del Banco de España en la capital cántabra, algo que Hoyo presenta prácticamente como un problema personal del primer director de esta.