La historiografía de la vitivinicultura, un ámbito apenas transitado en España a la altura de 1986, cuando el país ingresó en la CEE, ha tenido un crecimiento exponencial en las últimas 3 décadas. No cabe duda de que esa trayectoria ha estado muy vinculada al crecimiento de la historiografía agraria, pero tampoco de que no ha sido independiente de la propia evolución del sector vitivinícola, embarcado desde la década de 1970 en una transición bastante traumática hacia lo que los editores de este libro llaman en la Introducción «el vino de calidad». Por una y otra razón, porque hay mucha más y mucho mejor historiografía sobre el mundo rural y sus modos de vida y porque la construcción de la llamada «cultura del vino» exige la presencia de relatos históricos, el hecho es que contamos con una bibliografía en este campo que empieza a ser superior a la de cualquiera de los otros países productores del mundo.
Entre las obras de historia de la vitivinicultura existentes, las dedicadas a Cataluña revisten unas características especiales. En primer lugar, son más numerosas y más heterogéneas en su enfoque y su cronología. Responden, además, a un trabajo colectivo, ya que han sido y son fruto de un intenso y constante diálogo en seminarios y encuentros entre sus autores, a menudo unidos en publicaciones e incluso en investigaciones comunes. En lo relativo a la vitivinicultura catalana, la fase de las monografías pioneras quedó hace mucho tiempo atrás y lo que hay es una investigación madura que va de la identificación de los grandes ciclos productivos y comerciales hasta el análisis de las instituciones (contractuales, empresariales, políticas), pasando por los conflictos sociales, el cambio tecnológico y las políticas públicas, todo ello tanto para el Principado en su conjunto como para las comarcas más dedicadas a la viña dentro de este. Estas diferencias cualitativas y cuantitativas se ponen de manifiesto en el libro reseñado. En él se dan cita buena parte de los mejores especialistas en la historia de la vitivinicultura catalana para poner al día y mejorar nuestros conocimientos sobre la evolución del sector agrario y agroindustrial que mayor protagonismo ha tenido en la historia agraria catalana desde finales de la Edad Moderna hasta el siglo xx.
La obra se inicia con una introducción por parte de los editores del volumen que enlaza una síntesis de la historia de la vitivinicultura, desde el siglo xvii hasta la actualidad, con un resumen de los contenidos. La síntesis articula la historia sectorial en 3 grandes períodos: el ciclo del aguardiente, el ciclo del vino común y el ciclo del vino de calidad. Pienso, por mi parte, que situar el inicio del ciclo del vino de calidad en la década final del siglo xix crea confusión en el lector: la producción de vino común, para quemar o de mesa, pero dirigido al consumo masivo en el mercado interior, fue el objetivo de las cooperativas y de las bodegas industriales fundadas en los primeros 60 años del siglo xx. La necesidad de obtener un producto diferenciado, con una imagen propia y precios medios o altos, lo que conocemos como vinos premium o «de calidad» no ha surgido hasta las décadas de 1970 y 1980, a consecuencia de la caída del consumo cotidiano del vino corriente, la transformación de los hábitos alimenticios, el crecimiento de la renta en España y las posibilidades de exportación abiertas por la integración europea y por la globalización. Precisamente la adaptación con gran éxito de una comarca catalana a ese nuevo contexto está muy bien descrita en el artículo dedicado al Priorat, de Bové, con el que se cierra el libro, y en sus páginas el comienzo de la transformación se sitúa alrededor de 1990.
Tampoco me parece adecuada la opción de eludir el análisis en profundidad de las decisiones político-administrativas del Estado, un sesgo que conduce en ocasiones a valoraciones un tanto apresuradas de las decisiones que los ministerios de Fomento y Agricultura adoptaron respecto al vino antes de la Guerra Civil y de su impacto diferencial en Cataluña.
Pero mi discrepancia respecto a las etapas y respecto al insuficiente análisis de las políticas estatales no empaña mi alta apreciación de una introducción en la que se ofrece una panorámica muy clara y multidimensional, y pese a ello ordenada, de la evolución del sector vitivinícola en Cataluña, que proporciona además muchos elementos de gran interés para su análisis en toda la región mediterránea.
A la introducción le siguen un conjunto de artículos muy desiguales en su enfoque, su objeto, su carga teórica y su cronología. La desigualdad es en este caso una virtud, en la medida en que la obra ofrece una panorámica amplia y heterogénea de las múltiples formas de aproximación presentes en la historiografía sobre la vitivinicultura catalana, y en la medida en que no hay artículos de baja calidad ni capítulos carentes de interés. Cuatro capítulos están dedicados a cooperativismo y recorren su historia desde los inicios del movimiento (Planas) hasta el franquismo (Medina), incluyendo uno dedicado a las destilerías cooperativas (Soler) y otro a una cooperativa local, la de L’Espluga de Francolí (Planas y Vallès), que según los autores fue una institución de referencia para otras cooperativas catalanas. Un capítulo (Cucurella-Jorba) trata de la arquitectura de las conocidas como «catedrales del vino», edificios destinados a bodega, en cuyo desarrollo tuvo gran protagonismo el arquitecto Domènech i Roura. Garcia-Orallo analiza el impacto recíproco entre el mercado de crédito y la crisis vitivinícola a finales del xix. Pere Pascual estudia la interacción entre el sistema de transportes y el comercio vinícola. Dos capítulos, el de Colomé y el de Congost y Saguer, analizan la evolución de la propiedad y de los contratos de explotación, deteniéndose en las consecuencias sobre una y otros de la acción colectiva y el discurso de los viticultores. Otros 4 capítulos inciden sobre la geografía histórica del viñedo y la producción vinícola en el siglo xviii (Grau y Valls-Junyent) y en esta centuria y la siguiente (Roca), estableciendo una trayectoria diferencial entre los vinos para quemar y los vinos para beber (Ferrer), y presentando un modelo general –en el que se integran teoría ricardiana, recursos naturales y movilización social– del desplazamiento de la frontera del viñedo en Cataluña (Tello y Badia-Miró). A todas estas aproximaciones se suman el capítulo ya mencionado de Bové sobre la historia reciente del Priorat y un texto que no deja de ser un elemento aislado pero curioso, sobre un proyecto fracasado de destilería en Aranda de Duero en el siglo xviii, acometido por una familia catalana (Iglesia). Diversidad y calidad, en definitiva, en un jalón más de una historiografía especializada madura que, como señalaba al principio, es líder en su ámbito en la península ibérica y por serlo ocupa, o debería ocupar, una posición destacada en el panorama internacional.