El lunes 27 de diciembre de 1920 (víspera de los Santos Inocentes) las puertas del Banco de Barcelona permanecieron cerradas «por algunos días», según anunciaba un cartel a ellas adherido. Nunca más se abrieron. El hundimiento del Barcelona fue en el mundo de las finanzas catalanas lo que el hundimiento del Titanic 8 años antes había sido para la navegación transatlántica, con la diferencia de que el Titanic se hundió en su viaje inaugural, mientras que esas puertas que ahora se cerraban para siempre se habían abierto regularmente todos los días laborables durante más de 75 años.
Aunque el Banco de Barcelona tuvo una especie de sucesor, el Banco Comercial de Barcelona, que fue poco más que una compañía liquidadora, y que fue absorbido por el otro gran banco catalán del siglo xix, el Hispano Colonial, en 1932, los documentos del Barcelona desaparecieron, de manera que los historiadores bancarios se las vieron y desearon durante muchos años para escribir la historia de esta importante institución, que hasta su desaparición fue el banco privado más antiguo de España y la columna vertebral de la economía moderna de Cataluña. Materiales externos había, pero esencialmente se trataba de material impreso, desde periódicos y revistas hasta las memorias anuales y otros escritos publicados por el propio banco, como un volumen conmemorativo del cincuentenario publicado en 1894. Con estos materiales se habían escrito reseñas más o menos completas de la historia del banco, incluso un pequeño volumen titulado Història del Banc de Barcelona, publicado por Francesc Cabana en 1978. A pesar de que dicho libro narra una historia muy completa, que dejaba pocos puntos oscuros, siempre quedaba la insatisfacción de carecer de las fuentes primarias que completasen y fundamentasen la información que nos proporcionaba la letra impresa.
Hasta que un día de octubre de 1998, como en una novela detectivesca, una joven investigadora, Yolanda Blasco (hoy Blasco-Martel), descubrió el tesoro documental del Banco de Barcelona en una sucursal del Banco Central Hispano: libros de actas, contabilidad y abundante correspondencia, incluido papeleo judicial. Bien mirado, el hallazgo no es tan sorprendente, porque el Central Hispano fue resultado de la fusión de los bancos Central e Hispano Americano; el Central, a su vez, había absorbido al Hispano Colonial en 1950. Probablemente, la documentación del Banco de Barcelona había pasado de este al Comercial y de este al Hispano Colonial, y allí se habría quedado en el desván de una oficina, desconocida de todos, hasta que la aplicada discípula de Carles Sudrià la fue a encontrar buscando otras cosas. Fue un paso importante en la historiografía financiera de Cataluña y, por ende, de España.
Naturalmente, Blasco y Sudrià se dedicaron a explotar el filón descubierto y han escrito una historia del Banco de Barcelona en 2 volúmenes, de los que el que aquí se comenta es el segundo. El primero, publicado en 2010, nos cuenta la historia del banco en sus años de plenitud (1844-1874), cuando gozó del privilegio de emisión en Barcelona. Este segundo tomo nos narra sus largos años de decadencia, a partir del momento en que, por complejas circunstancia que no hay aquí espacio para referir, el Banco de España asumió el monopolio de misión para toda España y el Barcelona, por tanto, tuvo que elegir entre mantener su independencia como banco comercial no emisor o fusionarse con el Banco de España, constituyéndose en sucursal barcelonesa. El Barcelona eligió la independencia y muchos pensaron que allí comenzó su decadencia, achacando (erróneamente) la decisión a su fundador y director casi vitalicio, Manuel Girona. Se trata de un error porque la actas muestran que la decisión de mantener la independencia se tomó por mayoría del Consejo de Gobierno en contra de la opinión de Girona. Por otra parte, tampoco está claro que la decisión de mantener la independencia fuera tal equivocación, ya que otros bancos emisores, señaladamente el de Santander y el de Bilbao, también se negaron a fusionarse con el de España y acabaron convirtiéndose en 2 potentísimos bancos comerciales y mixtos, siendo hoy 2 multinacionales financieras de gran relieve. De modo que, por 2 razones (que la decisión no fue suya y que para otros bancos fue una buena decisión) lo que sus detractores llamaron el «error Girona» no fue la voluntad de mantenerse independiente, sino más bien la de permanecer apegado a la rutina que tan buen resultado dio en los años de plenitud y no cambiar con los nuevos tiempos. Blasco y Sudrià detallan los múltiples aspectos del conservadurismo de Girona y su círculo, su negativa a reconocer que las cosas habían cambiado y que los competidores amenazaban su situación de «espléndido aislamiento». Ahora bien, retrospectivamente, muchos accionistas en 1920 debieron lamentar amargamente que la fusión con el Banco de España no se hubiera llevado a cabo, lo que les hubiera permitido evitar las pérdidas que la catástrofe de la quiebra trajo consigo y seguir disfrutando de los pingües dividendos de los accionistas de Banco de España; quizá en su fuero interno maldecirían, erróneamente, el «error Girona».
La recuperación de los papeles de Banco de Barcelona se llevó a cabo de manera modélica. El Banco Santander (que, so capa de fusión, había absorbido al Central Hispano en 1999) cedió el fondo al llamado Archivo Nacional de Cataluña (pronto en Cataluña los urinarios públicos dejarán de llamarse públicos y pasarán a llamarse «nacionales»), con lo que ha quedado a disposición de los investigadores una rica masa de información de la que Blasco y Sudrià han hecho muy buen uso. No se ha descubierto ninguna novedad sensacional, pero la evidencia documental confirma y detalla lo que ya se sabía por fuentes secundarias. Se observa muy bien cómo el conservadurismo y la rutina fueron anquilosando y empequeñeciendo al Banco de modo que, cuando los acontecimientos se precipitaron, en particular con 2 sucesos bélicos, la Guerra de Cuba y la Primera Guerra Mundial, el banco se encontró casi inerme para capear los temporales, sobre todo el último. Ante los vaivenes de la Gran Guerra, en especial, el Barcelona se encontró descapitalizado, no tanto financiera cuanto humanamente: tras morir Girona que, con todo su conservadurismo, fue un genio de las finanzas, no quedaba nadie entre los directivos del banco capaz de enderezar la nave en tiempos normales, cuanto menos en las aguas turbulentas de la posguerra. Los intentos de expansión cavaron la tumba del banco, entre otras cosas porque se creó un desbarajuste administrativo que dio lugar a grandes descubiertos por operaciones temerarias que nadie en el Consejo de Gobierno detectó a tiempo. A finales de 1920, las fuerzas vivas barcelonesas, encabezadas por Cambó, se movilizaron para salvar al Barcelona in extremis; era demasiado tarde. Comenzó entonces lo que Henry Kissinger, en otra época y circunstancias, pero muy gráficamente, llamó an orgy of recrimination.
Aunque escrito serenamente, con penetración y objetividad, el libro de Blasco y Sudrià deja entrever perfectamente el drama y sus causas. Es una magnífica aportación a la historiografía bancaria y financiera.