La historia de la implantación y el desarrollo de la electricidad en España se ha construido —a partir de los años 1980— siguiendo 2 enfoques complementarios: el análisis sectorial agregado y la historia empresarial. Desde esta perspectiva, el libro de Xoán Carmona que comentamos debe calificarse de híbrido. Híbrido, en efecto, porque no se limita al estudio de las actividades empresariales de la Sociedad General Gallega de Electricidad (SGGE), sino que se adentra también en el análisis de la estructura misma del sector eléctrico gallego. El autor fija el punto final de su análisis en 1955, el año en el que la SGGE fue absorbida por Fuerzas Eléctricas del Noroeste, FENOSA, y esta se convirtió en líder indiscutible del sector en Galicia y en la última de las grandes empresas eléctricas españolas.
Digamos de inmediato que el libro objeto de esta reseña constituye una aportación de primer orden a la historia del desarrollo eléctrico español. El proceso de introducción de la electricidad en Galicia carecía de un análisis de conjunto y tampoco contábamos con estudios específicos sobre la trayectoria de SGGE/FENOSA. El trabajo que se nos presenta es a la vez exhaustivo en el detalle y esclarecedor en los análisis. Los 3 lustros largos transcurridos desde que vieron la luz las primeras incursiones del autor en el tema se ven reflejados en la precisión y en la madurez que caracterizan la obra.
La trayectoria empresarial y sectorial analizada puede dividirse en 3 fases, tomando como puntos de inflexión la refundación de 1923 y el giro en la gestión iniciado en 1937. Hasta los primeros años 1920, el desarrollo del sector vino definido por la eclosión de un gran número de iniciativas de ámbito estrictamente local. El pormenorizado análisis de ellas que nos ofrece el autor permite observar 2 rasgos del proceso muy singulares: el importante papel jugado por ingenieros extranjeros, especialmente franceses, en el lanzamiento de esas iniciativas. El segundo, el papel tanto o más relevante que jugaron en el mismo proceso las principales casas de banca gallegas. La propia SGGE es buen ejemplo de este tipo de iniciativas. Fue creada en 1900 con el concurso de 2 ingenieros franceses y con la incorporación inmediata de las casas de banca «Sobrinos de José Pastor» y «Olimpio Pérez e hijos», las más destacadas de A Coruña y Santiago, respectivamente.
Tras su primera instalación la mayoría de estas empresas, incluida la Sociedad Gallega, renunciaron a ampliar capacidad. La rentabilidad obtenida era aceptable y la dinámica de la demanda no animaba a embarcarse en una inversión para la que sería preciso acudir al mercado de capitales. Solo el impulso económico vinculado a la Primera Guerra Mundial vino a alterar este pausado panorama. La escasez de carbón aceleró el paso a la electricidad y más precisamente, a la hidroelectricidad. Las distribuidoras empezaron a experimentar falta de suministro. Se imponía una ampliación de la capacidad productiva que forzosamente exigía iniciar el aprovechamiento de capacidades hidráulicas más alejadas de los centros urbanos. El paraje más adecuado se situaba sobre el río Tambre, a 100km de A Coruña y a 40km de Santiago.
El coste de la central y de las líneas de transporte asociadas, sin embargo, rebasaba con mucho la capacidad financiera de la SGGE. Fue necesaria la fusión de 3 empresas preexistentes (en 1923) y la ayuda financiera de un banco foráneo —el Sindicato de Banqueros de Barcelona— para hacer posible que en 1927 entrara finalmente en funcionamiento la Central de Tambre. La nueva SGGE contaba en 1930 con 19,5Mw de potencia instalada y con un capital de 40 millones de pesetas. Unas cifras modestas que las grandes compañías eléctricas españolas casi decuplicaban. Pese a esa aparente modestia, sin embargo, el esfuerzo realizado dejó a la Compañía Gallega financieramente exhausta y condicionó sus decisiones en los años siguientes. La más importante de ellas fue la firma en 1932 de un convenio con Electra de Viesgo —empresa santanderina del Grupo Hidroeléctrico— por el que Viesgo se comprometía a proporcionar electricidad a la Gallega a cambio de que esta renunciara a ampliar su capacidad productiva en nuevas centrales. Se trataba de un precedente inmediato al pacto al que llegaron unos meses más tarde Saltos del Duero y las empresas del propio Grupo Hidroeléctrico, con Hidroeléctrica Española e Hidroeléctrica Ibérica a la cabeza, por el que Duero se convertía en la única empresa autorizada a incrementar la potencia instalada. Para la Gallega, aceptar las condiciones impuestas por Viesgo era la única forma de asegurar el abastecimiento del mercado propio sin tener que incurrir en unas inversiones que quedaban lejos de las posibilidades de la compañía.
La última etapa estudiada en el libro se inicia en 1937 y tiene nombre propio, el del empresario y banquero Pedro Barrié de la Maza, que alcanzó ese año la presidencia de la SGGE. En aquellos momentos la situación financiera de la compañía era muy delicada debido, esencialmente, al nivel de endeudamiento que soportaba. Pedro Barrié abordó este problema en 2 fases: primero reformó la deuda existente re-escalando vencimientos y reduciendo costes; y luego propuso la conversión de esta deuda en capital. Convencidos de que esta era la única forma de salvar sus intereses la gran mayoría de tenedores de la deuda aceptaron el canje y la sociedad pudo levantar cabeza.
El segundo gran problema que tuvo que enfrentar Barrié derivaba del convenio firmado con Viesgo, que condicionaba toda posible ampliación de capacidad productiva de la Compañía Gallega. Como en el caso del convenio entre Duero y el Grupo Hidroeléctrico, la lentitud con la que se construían las nuevas centrales de Viesgo amenazaba con afectar la capacidad de la SGGE de servir a sus clientes. A nivel español, el conflicto se superó gracias a la fusión entre Hidroeléctrica Ibérica y Duero; una solución que no era factible entre Viesgo y la Sociedad Gallega. Barrié y sus hombres, sin embargo, hallaron la fórmula para eludir el problema: crearon otra empresa independiente de la SGGE y sin compromisos firmados que tenía como objetivo el aprovechamiento de una serie de concesiones sobre los ríos Limia, Sil y Miño. La nueva empresa se denominó Fuerzas Eléctricas del Noroeste (FENOSA) y quedó constituida en agosto de 1943. Sus accionistas no eran otros que el Banco Pastor y la casa de banca «Hijos de Olimpio Pérez», los socios financieros de la Gallega desde el primer momento.
Barrié disponía ahora del instrumento empresarial preciso para proseguir con la aventura eléctrica, pero sabía bien que la explotación en solitario de las concesiones mencionadas quedaba fuera de las posibilidades financieras de su grupo. Así las cosas, el banquero coruñés abrió una negociación con el Banco Central y el Banco de Santander para compartir con ellos las inversiones necesarias. Nació así en 1945 Saltos del Sil. El acuerdo otorgaba el control sobre esta empresa al Banco Central, pero permitía a Barrié consolidar definitivamente a FENOSA como una gran empresa eléctrica española. La absorción formal de la SGGE en 1955 no vino más que a ratificar el nuevo orden vigente en el sector eléctrico gallego1.
Como podrá colegir el lector de lo dicho hasta aquí el libro de Xoán Carmona supone una aportación fundamental para una correcta interpretación histórica de la electrificación de España. Constituye también una buena prueba de que su autor mantiene intacta su gran capacidad de investigación y de análisis. No queda sino felicitarle y hacer lo propio con la Fundación Gas Natural Fenosa, impulsora de la publicación dentro de su programa de historia.
Un detalle más preciso de estas importantísimas operaciones empresariales puede encontrarse en un articulo del mismo autor aparecido de forma casi simultánea al libro (Carmona, 2015)