Controversia. Para el examen de la realidad argentina fue una revista publicada entre 1979 y 1981 por un grupo de intelectuales argentinos exiliados en México. El elemento que congregó a estos intelectuales provenientes de la izquierda peronista y el socialismo al interior de una misma tribuna de debate, fue la aceptación de que el campo popular argentino había sufrido una “derrota atroz” en la década del setenta. A la luz de la idea de derrota, el presente trabajo analiza los diferentes modos en los que se discutieron las problemáticas del exilio y la democracia a lo largo de sus trece números.
Controversia. Para el examen de la realidad argentina was a journal published between 1979 and 1981 by a group of Argentine intellectuals exiled in Mexico. The element that brought these intellectuals from the peronist left and the socialism within the same platform of discussion was the acceptance that the Argentine popular block suffered an “atrocious defeat” in the 70s. Under the idea of defeat, this paper analyzes the different ways in which the problems of exile and democracy were discussed, throughout its thirteen numbers.
La derrota enseña muchas cosas, pero tampoco es una buena escuela sino en la medida en que las cosas se redimen hasta el fondo…
¿Qué hacer con las derrotas políticas? ¿Qué hacer frente a ellas? ¿Cómo procesarlas y transfigurarlas en una escuela de conocimiento? Sin duda, estos interrogantes recorren como un fantasma toda tradición de pensamiento y transformación que se precie de ser crítica. Casi siempre el problema de la derrota estuvo anudado al del exilio: un derrotado, mientras pueda, deviene exiliado. La historia argentina conoce muy bien estas trágicas biografías. Como nos suele recordar Ricardo Piglia, son marcas indelebles de los escritos fundadores de nuestra literatura, desde el Facundo de Sarmiento hasta El gaucho Martín Fierro de Hernández, pasando por Una excursión a los indios ranqueles de Mansilla, entre muchos otros.
Indudablemente, la experiencia de la revista Controversia. Para el examen de la realidad argentina se inscribe en el interior de esta tradición. Publicada por un grupo de intelectuales argentinos exiliados en México en el cruce de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, sus densas páginas son testimonio de la articulación entre derrota y exilio. Se trata de una historia viviente y actual, porque como señaló Horacio González, “Los papeles del pasado nunca desaparecen por entero. Son la materia misma de una actividad de redescubrimiento”.1
Pese a ello, el estudio sobre el exilio argentino en México todavía no ha adquirido la espesura de investigación que merece. En tal sentido, Jorge Bernetti y Mempo Giardinelli subrayaron que “Es un hecho que a más de tres lustros de reinstaurada la institucionalidad democrática, la narración del exilio (de todas las latitudes) ha sido verdaderamente muy escasa”.2 De igual modo, Pablo Yankelevich indicó que “[…] el exilio hasta muy recientes fechas no concitó indagatorias atentas a reconstruir la suerte corrida por aquellos que optaron por salir del país escapando de la muerte, la tortura, la cárcel o la ‘desaparición”’.3 Volver a reflexionar sobre Controversia es una buena manera de comenzar a ocupar ese vacío, sobre todo si nos disponemos a leerla como una experiencia colectiva que se atrevió a producir una teoría del exilio.
Si resulta incontestable que la derrota política condujo al inexorable destierro de buena parte de la intelectualidad argentina, no es axiomático que la diáspora, por sí misma, implique un momento de reflexividad. Para que ello suceda se necesita algo más, un plus de sentido que permita realizar una (auto)crítica. Agudamente, Verónica Gago4 se preguntó por la lengua de los exiliados: ¿qué lengua hablaban los intelectuales nucleados en Controversia? O para decirlo en jerga psicoanalítica, ¿a través de qué lengua eran hablados? La respuesta que se impone es una sola: se trata de la lengua de la derrota. En términos hegelianos, ella encarnó el elemento de negatividad que puso en movimiento la dialéctica del exilio y el andamiaje de la revista. Asumirse como derrotados supuso llevar las cosas hasta el fondo, es decir, significó la crítica de las posiciones teórico-políticas que ellos mismos habían adoptado en los años inmediatamente previos. Al menos eso se manifestó en el editorial inaugural: Y es posible pensar que la recomposición de esas fuerzas por ahora derrotadas será tarea imposible si pretendemos seguir transitando el camino de siempre, si no alcanzamos a comprender que es necesario discutir incluso aquellos supuestos que creímos adquiridos de una vez para siempre para una teoría y práctica radicalmente transformadora de nuestra sociedad.5
Nuestra hipótesis de trabajo sostiene que son los derrotados quienes escriben las páginas de Controversia. Son ellos quienes se propusieron escribir la revista de la derrota. En lo que sigue, analizaremos los debates llevados adelante por esa empresa política que, al revisar el problema del peronismo, la democracia y el socialismo, intentó transformar la experiencia del exilio en escuela de conocimiento y [autocrítica].
CONTROVERSIA EN EL EXILIO ARGENTINO EN MÉXICOEl exilio y sus organismos: la cas y el cospaLa revista Controversia nació durante el exilio argentino en México en los años posteriores a la más cruenta y feroz dictadura que asoló al país austral en toda su historia: el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983). Sin embargo, si tuviéramos que afiliar su origen tendríamos que remontarnos a octubre de 1974, cuando una pléyade de intelectuales y políticos argentinos que escapaban de las “listas negras” de la Alianza Anticomunista Argentina de José López Rega —mejor conocida como la “Triple A”— arribaron a la Ciudad de México. En octubre del siguiente año, Rodolfo Puiggrós, Esteban Righi, Noé Jitrik, Adriana Puiggrós, Carlos Ulanovsky, Tununa Mercado y Haydée Birgin, todos militantes provenientes del peronismo camporista y de la izquierda, fundarán de manera informal la Comisión Argentina de Solidaridad (cas). Fundamentalmente, la cas tenía dos objetivos: 1) realizar tareas de solidaridad con la comunidad argentina que iba llegando al exilio en México y 2) constituirse en un espacio de denuncia permanente contra la violación de derechos humanos que la dictadura comandada por el teniente general Jorge Rafael Videla ejecutaba sobre el conjunto del campo popular.
A pesar de que la fundación de una gran cantidad de organismos exiliares argentinos en México6 permitió incrementar las tareas de solidaridad y denuncia, el exilio argentino no se caracterizó por la unidad y la coexistencia armoniosa. Según Bernetti y Giardinelli7, esto se explicaría por los “[…] diferentes orígenes ideológicos, a la vez que por sus disímiles prácticas políticas y por los objetivos también diversos que perseguían”,8 a lo que habría que agregar las incompatibles evaluaciones que se hacían de la actuación del campo popular en la década de los setenta, sobre todo en lo referido a la lucha armada. Así, la cercanía o lejanía respecto de la organización armada Montoneros, cuya dirección llegó a México a mediados de 1976, fue la que terminó por delinear los diferentes agrupamientos: “El apoyo o la crítica a las actividades de estas organizaciones armadas dividió las aguas en el campo de la izquierda argentina.”9
Impulsados por Montoneros, en febrero de 1976 un grupo liderado por Puiggrós y Ricardo Obregón Cano se alejó de la cas y creó el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (cospa), provocando la primera gran división del exilio argentino.10 La incorporación de la Organización Comunista Poder Obrero (ocpo) y un sector del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (prt-erp) revelaban su perfil político. Aunque se transformó en el organismo más numeroso del exilio, su influencia comenzó a mermar justamente cuando Montoneros se fracturó en 1979 y la derrota político-militar de las guerrillas ya era un hecho incontestable para los desterrados: Hacia 1977 el predominio montonero comenzó a declinar. Progresivamente, la mayoría de los exiliados que no eran montoneros o del erp fueron abandonando el cospa, en tanto que la obstinación sectaria y la empecinada carencia de autocrítica de las organizaciones guerrilleras fueron encerrando a sus miembros y convirtieron a esa institución en un exclusivo frente de expresión de las políticas de aquellos.11
Poco a poco, numerosos exiliados que no sólo se consideraban independientes de las organizaciones armadas sino que su práctica política exiliar se fundaba en una crítica de su accionar, fueron migrando hacia la cas, cuya constitución formal se produjo a mediados de 1977. Tres años después, ya contaba con un padrón de más de 600 afiliados.
En contraste con las prácticas sectarias que se le atribuían al cospa,12 la cas promovía “[…] el respeto a la identidad política de todos los integrantes de la Comisión, al pluralismo irrestricto y a la democracia interna”.13 Su heterogeneidad interna estuvo marcada por la coexistencia de tres grandes líneas político-ideológicas: el peronismo crítico de izquierdas de Montoneros, la izquierda socialista y la izquierda “independiente”. A comienzos de 1978 los peronistas conformaron el grupo de los “reflexivos”. Algunos de sus integrantes, entre los que sobresalían Bernetti, Sergio Caletti y Nicolás Casullo, fundaron en septiembre de 1979 la “Mesa Peronista” y se juntaban en la cas el primer viernes de cada mes. Emulando esta última experiencia, en julio de 1980, los socialistas establecieron el Grupo de Discusión Socialista, también conocido como “Mesa Socialista”. Entre otros, participaron José Aricó, Sergio Bufano, Juan Carlos Portantiero, Emilio de Ípola, Ricardo Nudelman, Oscar Terán, Jorge Tula, Carlos Ábalo, Horacio Crespo, Néstor García Canclini, Gregorio Kaminsky, Liliana de Riz y Alberto Díaz, quienes se reunían, también en la cas, el último viernes de cada mes. Finalmente, el tercer grupo fue el “Movimiento Independiente”, que adoptaba ese nombre por su decisión de no alinearse con ningún partido político. Liderado por Jitrik, entre sus integrantes destacaban Oscar Colman, Juan Pegoraro y Alberto Spagnolo.
Las diferencias entre aquellos grupos se dirimieron en las sucesivas elecciones internas de autoridades. La instauración del proceso democrático no constituye un mero dato de color, sino que expresa la exigencia de pensar la democracia como un procedimiento necesario de toda organización que pretende ser transformadora: El debate de la democracia no sólo interesó en lo teórico sino también en los comportamientos del exilio: en las elecciones internas de la cas y en las deliberaciones de la Mesa Peronista, la Mesa Socialista, el Movimiento Independiente y la Coordinadora de los Derechos Humanos. Toda práctica de verticalismo, todo resabio de los viejos métodos de orden y mando perdieron peso específico en el exilio.14
Controversia surgió por iniciativa de Miguel Ángel Piccato, el único exiliado de la Unión Cívica Radical (ucr), quien a mediados de 1979 convocó a diversos sectores del destierro argentino nucleados en la cascon la finalidad de fundar una revista de denuncia. Se puede decir que nació en la cas, pero no que fue una revista de este organismo, de hecho, la cas tenía su propio boletín mensual. Si bien Piccato decidió no participar en el proyecto,15 logró reunir a peronistas de izquierda y socialistas, articulando una experiencia inédita para el campo popular argentino.
La dirección de Controversia fue asumida por Tula, mientras que el consejo de redacción estuvo integrado por Aricó, Bufano, Caletti, Casullo, Nudelman, Portantiero, Schmucler, Terán y Ábalo, quien se incorporó a partir del número 7. Entre octubre de 1979 y agosto de 1981 se publicaron trece números, de los cuales tres fueron dobles.16 Al tiempo que la revista recibía la asidua colaboración de Emilio de Ípola, Oscar del Barco, Alcira Argumedo, Ernesto López, Jorge Bernetti y Mempo Giardinelli, se publica-ban artículos de David Viñas, Julio Cortázar, León Rozitchner, Aldo Ferrer, Samir Amin, Fernando Henrique Cardoso, Ángel Rama, Fernando Claudín, Ludolfo Paramio y entrevistas a Jorge Luis Borges, Christine Buci-Glucksmann y Nicos Poulantzas.
En su corta e intensa experiencia, Controversia logró condensar un clima intelectual que exudaba una revisión crítica de las concepciones teórico-políticas que se habían elaborado en Argentina en los años previos al golpe de Estado de 1976. Al trascender el mero carácter “denunciante” que caracterizó a las revistas exiliares17, la evaluación de la actuación de la guerrilla18 y la reflexión sobre los derechos humanos19 se superpuso con los debates sobre la “crisis del marxismo”,20 el exilio y las relaciones entre socialismo y democracia.
Como ya se mencionó, Controversia aunó en una misma tribuna teórico-política dos tendencias que en la historia de las izquierdas argentinas se habían desplegado por líneas paralelas, cuando no antagónicas. Sin ir más lejos, a fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, en la Universidad de Buenos Aires (uba) peronistas y socialistas se enfrentaban en las llamadas “cátedras nacionales” y “cátedras marxistas”.21 Sin embargo, el intento de Controversia de hacer confluir estas dos tradiciones no estuvo exento de complejidades, rispideces y enfrentamientos, tal como se vio en la primera elección interna de la cas de 1979, cuando peronistas y socialistas intentaron unificarse en una misma lista: “[…] originalmente se pensó en una lista peronista-socialista de oposición a lo que luego sería el Movimiento Independiente, que por entonces lideraba Noé Jitrik. Esta lista iba a ser encabezada por Righi, pero las discusiones sobre las proporciones de la participación peronista y socialista produjeron una rápida división”.22
Para ser justos, hay que mencionar que si no lograron fundirse en un grupo que pueda definirse de manera unívoca y homogénea, fue porque en realidad aquello no formaba parte de sus objetivos inmediatos. Al menos, eso es lo que se deja leer en el editorial del primer número: […] habida cuenta de la amplia gama de posiciones en la reflexión ya iniciada, esta revista no intentará practicar sincretismo alguno en aras de una apriorística confluencia. Ésta, en todo caso, se dará luego de un amplio y profundo debate, que apenas se inicia, sobre nuestro pasado, nuestro presente y sobre ese futuro incierto que pretendemos modelar.23
Pero entonces, ¿qué es lo que llevó a socialistas y peronistas de izquierda a emprender una empresa común que excediese el puro denuncialismo que caracterizaba a las revistas exiliares? Para ello hay una sola respuesta: la aceptación de la derrota política. Como señaló Yankelevich, “Hablar públicamente de la derrota en el campo político y militar significó un punto de quiebre entre un pasado guerrillero y un futuro en el que despuntaba una revalorización de los principios de la democracia constitucional y un total deslinde frente a los que continuaban enarbolando la opción armada.”24
Este reconocimiento cobraba especial relevancia no sólo porque se hacían públicas las consideraciones sobre el fracaso, trascendiendo de ese modo los confines de la mera privacidad, sino porque se elaboraba en momentos en que Montoneros, apoyado por el cospa, lanzaba su “contraofensiva militar” para retornar a la Argentina. Al negar la posibilidad de reconocer la derrota, pensaban al exilio como una trinchera para transformar radicalmente la sociedad argentina.
Frente a esta perspectiva, Controversia se manifestó de manera inequívoca: “Muchos de nosotros pensamos, y lo decimos, que sufrimos una derrota atroz. Derrota que no sólo es consecuencia de la superioridad del enemigo sino de nuestra incapacidad para valorarlo, de la sobrevaloración de nuestras fuerzas, de nuestra manera de entender el país, de nuestra concepción de la política.”25
La aceptación o negación del exilio tenía una relación directa con la aceptación o negación de la derrota. El exilio operó como condición de posibilidad para vivir y pensar la derrota. Y también, viceversa.
DERROTA Y EXILIO: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDASegún Bernetti y Giardinelli, “El exilio fue un fenómeno político que marcó a toda una generación, obligada a la huida o a la muerte, a la cárcel o al silencio. Las condiciones de producción estuvieron marcadas, entonces, por esa forzada posición de extramuros.”26 Para los protagonistas de Controversia, el destierro no sólo significó un verdadero parteaguas entre el momento de salida y el del ansiado retorno a la Argentina. Fue también un punto de ruptura con sus propias historias, sus concepciones políticas previas y el lenguaje teórico asumido en la década de los setenta. A través de la revisión del foquismo, la vanguardia revolucionaria y la militarización de la política, el exilio fue aprovechado para ejercer una profunda autocrítica tanto como una reflexión sobre las causas que habían conducido a la derrota del campo popular. Bajo “[…] la convicción cada vez más firme de convertir este exilio ‘en una experiencia positiva”’,27 la operación de quiebre significó eludir la tentación de transformar la frustración en pasividad y “nostalgia”.
Sin embargo, más allá de las coincidencias sobre qué hacer con y en el exilio, las significativas posiciones que se presentaron en sus páginas estuvieron lejos de mantener una posición unívoca. Como sugirió Gago,28 en Controversia pueden reconocerse al menos tres figuras: (1) el exilio como privilegio; (2) como derrota; y (3) como ser de excepción.
A través de la figura del marxista argentino Aníbal Ponce, en el número inicial de la revista, Oscar Terán29 presentó unas breves reflexiones sobre el exilio. Imposibilitado de tematizar la nación por su adscripción al universo discursivo de la tradición intelectual liberal-positivista de la llamada “generación del’ 80”, el Ponce de Terán recién encontrará en su exilio en México de mediados de los años treinta “[…] los rostros hasta ese momento ciegos de la nacionalidad”.30 Mariátegui, decía Terán, ya había realizado esa misma operación durante su destierro en Europa, donde descubrió el país americano en el que hasta entonces había vivido “casi extraño y ausente”. En el subtexto de estas consideraciones se deja adivinar una idea del exilio como privilegio epistemológico; vale decir, como aquella experiencia que faculta una dislocación en la mirada, permitiendo ver lo que antes se encontraba oscurecido.
No obstante, Terán sabía muy bien que la suya no era más que una noción parcializada y que, en tanto tal, se negaba a la universalización. Por eso, advertía que cualquier tentativa de elaborar una taxonomía del destierro “[…] descubrirá que éste no posee una forma cristalizada y única, sino que se organiza según figuras arborescentes sujetas a determinaciones novedosas”.31
El consejo de redacción de la revista hizo eco de las preocupaciones de Terán relativas a las diferentes percepciones que pueden emerger sobre la situación exiliar. Así, en el número 4 se inauguró una sección titulada “Los argentinos y el exilio”, que contó con la participación de Ulanovsky, Terragno, Schmucler y Rozitchner.
Aunque desde un ángulo distinto al de Terán, también Ulanovsky32 y Terragno33 postularon la idea de exilio como privilegio: mientras el primero sostuvo que el exilio coadyuvaba a producir nuevas inquietudes al tiempo que convertía a los desterrados en mejores personas y destacados profesionales, el segundo sugirió que se trataba de un privilegio de las clases medias “[…] construido con aquellos que merodeamos por la cultura y buscamos –también en el exilio– el prestigio”.34 Con la respuesta inscrita en la propia pregunta, Terragno se interrogaba: ¿Quiénes son las verdaderas víctimas de las dictaduras, que florecieron como hongos perversos en América Latina? ¿Nosotros, que padecemos la presión de la nostalgia, o aquellos que —dentro— respiran el monóxido de la represión? ¿Los que nos desahogamos en las páginas de la revista Le Monde Diplomatique o los que deben rumiar frente a la boca de una metralleta?35
El privilegio al que se referían Ulanovsky y Terragno no se medía en términos colectivos sino individuales. A diferencia de Terán, en sus posiciones no existía nada cercano a explotar las ventajas epistemológicas que esta situación podía ofrecer para producir una renovación colectiva de la teoría política.
La idea de exilio como contracara necesaria de la derrota fue consumada por Schmucler.36 En “La Argentina de adentro y la Argentina de afuera” sostuvo que la situación exiliar arropaba dos tentaciones: por un lado, la construcción de un país imaginario al que el exiliado retornaría sólo cuando aquel exista; por el otro, la cristalización del país en el momento en que se le dejó. Para afrontar este dilema, se preguntaba: “¿Cómo se implica nuestra subjetividad para pensar la Argentina de adentro desde esta otra Argentina de fuera que construimos? ¿Cómo evitar que marchen paralelamente, es decir que nunca se toquen?”37 Schmucler encontró la respuesta en lo que llamó “una política del compromiso” que se expresaba en la “responsabilidad del yo”, esto es, en la necesidad de reconocerse como actores responsables de la situación que los había llevado al exilio. Sin ninguna clase de ambigüedad, decía: […] estamos aquí porque fuimos derrotados. Todos: el peronismo, expresión de la inmensa mayoría de los sectores populares; la izquierda marxista, impregnada de esquemas teóricos que raramente se compadecían con la realidad; la guerrilla, que se eligió mártir y terminó en la aventura terrorista que sirve de provocación-estímulo para que la junta militar recomponga sus fuerzas y su teoría represiva.38
Pensar la derrota con compromiso y lucidez significaba no dejarse seducir por la postura simplista que encontraba exclusivamente las causas del fracaso en la fortaleza del enemigo. Tramadas en una misma reflexión, derrota y exilio servían para revelar la falsedad de aquello que cada uno de los protagonistas había visto como verdad en la etapa precedente. Al reconocer los límites inscritos en toda situación exiliar, Schmucler sostuvo que el destierro sólo sería productivo si se lograba comprender que los temas de los exiliados no eran los mismos que los del país de adentro.
Finalmente, Rozitchner39 trabajó la figura del exiliado como ser de excepción. Desde Caracas, proclamó que “[…] todo exiliado es un ser gratificado, el que participa de una nueva posibilidad que le fue abierta como crédito inesperado: el haber eliminado la presencia mortal de la represión. Ser de excepción, pese a todo trance que el desagrado o la falta de éxito le presente en la nueva situación”.40
La reflexión sobre el destierro fue concebida como una oportunidad para indagar en las relaciones entre psicoanálisis y política. Se trató de un intento por prolongar la teoría freudiana al campo de la política, rompiendo con la inscripción “liberal” que restringía el psicoanálisis a la cura individual. Para ello, no bastaba con ser psicoanalista y también político, sino que había que devenir en psicoanalista político.
Para Rozitchner, la diáspora proporcionaba la posibilidad de averiguar por qué los sujetos políticos de los años setenta —entre los que se incluía— produjeron una fantasía y una idealidad sobre la materialidad de las fuerzas históricas. Y también, de advertir por qué el terror fue negado y excluido en lugar de ser concebido como fundamento de una política real. Si el exilio fue concebido como un refugio, como “[…] la contraparte del encierro, de la amenaza de tortura y del terror a la muerte”,41 es porque allí se excluyó el terror que seguía amenazando al país que se dejó. La situación exiliar aparece entonces como posibilidad de elaboración de una crítica del delirio y la ilusión, de la fantasía que produjo omnipotencia, narcisismo y subestimación del enemigo.
El fracaso político, entendido como la incapacidad de transformar lo ideal en real, abrió paso a lo siniestro. No es que el terror no haya estado antes, sino que la apreciación fantaseada de lo real lo había desplazado fuera de la vista: “Lo que lo siniestro revela es lo que estaba oculto como delirio reprimido.”42Denegado el terror, ese lugar fue ocupado por la fantasía y el delirio, interpretados siempre en términos sociales y no meramente individuales.
Amarrada a la experiencia del destierro, la derrota también permitía develar aquello que se encontraba oculto, en el sentido de que ella “[…] siempre, en algún nivel, será el triunfo anterior de la ilusión y el delirio, de la fantasía que se distanció de lo real y no pudo preverlo en su verdad”.43 La aceptación del exilio y la derrota podían conjurar un sendero que desbaratase la fantasía: “El equivalente del éxito en la cura con el paciente es, en política, la destrucción de la fantasía y de la idealidad que permita por fin reconstruir lo deseado en la materialidad de sus fuerzas históricas, venciendo los obstáculos reales —las fuerzas— que se oponían a ella.”44
Más allá de pensar al exilio como condición de posibilidad para pensar la derrota política, Rozitchner no dejaba de reconocer la doble falta que contraía todo desterrado: por un lado, la falta del “[…] cuerpo común de la población sometida y viviente de la propia nación”;45 por el otro, la imposibilidad de desarrollar una “[…] acción política plena en el país del cual ahora participamos y que nos acogió.”46 Este doble vacío terminaba haciendo del exiliado un ser de excepción.
DEMOCRACIA, PERONISMO Y SOCIALISMOEl problema de la democracia se constituyó en uno de los tópicos centrales de Controversia. De un modo u otro, logró atravesar todos los debates allí suscitados. La aceptación de la derrota política operó como pre-texto para su revalorización, es decir, como el elemento no textual que habilitó a peronistas y socialistas a realizar una revisión textual de sus ideas previas.
En el número 52 de la revista Cuadernos Políticos se publicó un artículo de Robert Barros,47 cuya hipótesis principal decía que las discusiones sobre la significación contemporánea de las relaciones entre socialismo y democracia en el mundo de las izquierdas latinoamericanas tuvieron tres posiciones diferenciadas. Bajo la fórmula “socialismo sin democracia”, la primera posición oponía democracia “formal” (entendida como “trampa burguesa”) a la democracia “real” (que sólo existiría tras la transformación de las relaciones de producción). La democracia no significaba más que un objetivo táctico de la clase obrera en su lucha por el socialismo. De manera invertida, la segunda postura adscribió a la fórmula “democracia sin socialismo”. En detrimento de la idea de revolución, planteaba que el objetivo principal era el fortalecimiento de las instituciones y la constitución de “reglas de juego” claras. Finalmente, la tercera de ellas invocó una reunificación entre socialismo y democracia, donde esta última dejaba de ser concebida como un problema de táctica política o una cuestión puramente procedimental para pasar a ser el escenario de la formación de un amplio movimiento democrático-popular.
A partir de una profunda revisión de sus concepciones teórico-políticas, los protagonistas de Controversia se ubicaron al interior de esta última perspectiva. Los marxistas dejaban de definir a la democracia como una “máscara de la dominación burguesa” y la izquierda peronista renunciaba a igualarla “[…] con el símbolo de lo enemigo […] sinónimo de antipueblo, de oligarquía, de imperialismo”.48 Sin embargo, las discusiones sobre el problema de la democracia evidenciaron los profundos contrapuntos que se desarrollaban en el seno de la revista. Bajo el ropaje de la categoría de populismo, la caracterización del fenómeno peronista fue el elemento disruptivo: ¿era el peronismo el embrión del socialismo? ¿O era apenas una coalición con límites nacionalistas?49 En torno de estos interrogantes pueden identificarse dos grandes posiciones, cuyo enfrentamiento terminará signando el final de Controversia: 1) la concepción socialista de Portantiero y de Ípola, y 2) la óptica peronista de Casullo y Caletti.
Portantiero y de Ípola: socialismo y democraciaPortantiero50 sostuvo que en el contexto de la “crisis del marxismo” de fines de los años setenta, el dilema de la época se expresaba en las siempre problemáticas relaciones entre socialismo y democracia. Desde su perspectiva, el marxismo había reproducido una contradicción propia de la filosofía política clásica: por un lado, la tradición de Locke y su sentido liberal de la democracia (libertades —prioritariamente individuales—, formas representativas); por otro, la tradición de Rousseau y la concepción de la democracia como autogobierno directo del pueblo.51 La traducción marxista de esta disputa fue la oposición entre democracia “formal” (“reformismo parlamentarista”) y democracia “sustantiva”, “real” e “igualitaria” (“revolucionarismo consejista”). Según Portantiero, el problema residía en cómo evitar e invertir el peso que se le otorgaba a cada uno de esos dos polos; vale decir, que aquello que en lo previo se presentó como socialismo sin democracia —o al menos subordinada a aquel— no comience a ser concebido como democracia sin socialismo.
La crítica del “socialismo real” y la recuperación de Rosa Luxemburgo a través del eurocomunismo fueron los elementos que intervinieron en sus reflexiones. En ese folleto inconcluso que fue “La Revolución rusa”, la marxista polaca logró advertir sobre los riesgos que acarreaba toda defensa acrítica de la “democracia radical”, siendo el menosprecio de la democracia representativa el principal de ellos: “Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo.”52 Al tiempo que sostuvo que sin libertades civiles no hay igualdad posible, defendió la idea de libertad política, pero no en tanto que valor meramente “formal” sino como una producción absoluta de las clases populares que a través de históricas luchas políticas lograron ampliar la noción de ciudadanía, extender sus límites y conquistar derechos irrenunciables.
Portantiero entendía la democracia como una producción popular autónoma del Estado y de la economía, esto es, como una conquista histórica de las masas que no se derivaba necesariamente de una estructura. Aunque aludía al consenso, su construcción tenía mucho más que ver con el conflicto. Así, era concebida como “creatividad y transformación”, como “[…] una voluntad permanente de realización de lo nacional-popular”.53
Las reflexiones de Portantiero no sólo significaron un ajuste de cuentas con algunos sectores de la izquierda socialista, fueron también la prolongación de su antigua disputa con esa otra tradición “[…] que hizo del culto al paternalismo estatal y al verticalismo hacia el jefe su condición de existencia”,54 el peronismo. Según Portantiero,55 lejos de ser la “culminación histórica natural del socialismo”, el peronismo no era más que un principio de identidad —reformista y no revolucionaria— de la clase trabajadora urbana. Así, frente a la alienación de los movimientos populares en el Estado —que según él promovía el peronismo—, propuso recuperar los elementos libertarios que anidaban en el pueblo argentino desde mucho antes de octubre de 1945.
La necesaria articulación entre socialismo y democracia no debía surgir “[…] de un hecho estatal sino como elemento constitutivo de un movimiento social que anticipe al socialismo en el interior del capitalismo”.56 Por ello, sugirió que había que luchar por una “[…] recomposición histórica, activa, social y no retórica de ambos términos”.57 Percibida como proceso y no como punto de llegada, la democracia debía ser menos una táctica circunstancial que un modo de (auto) conocimiento y constitución de sujetos políticos que en lugar de encontrarse definidos apriorísticamente se van construyendo en la lucha misma. De este modo, la práctica democrática es un “[…] componente indispensable de la construcción socialista, entendida ésta como una acumulación histórica, política y cultural, a través de la cual se van recuperando los poderes alienados en el Estado”.58 En suma: la democracia aparecía como el terreno de autoconstitución de los sujetos políticos populares y como condición necesaria para la edificación de un socialismo que era definido como la socialización del poder y la recuperación por los hombres del control del sentido de la vida.
Este bosquejo fue profundizado en un trabajo escrito en coautoría con de Ípola.59 A través del filtro de la noción gramsciana de lo “nacional-popular”, y bajo la hipótesis de que entre populismo y socialismo no hay continuidad sino ruptura, intentaron contrastar los proyectos socialistas con los populismos latinoamericanos “realmente existentes”, es decir, aquellos que encarnaban en movimientos políticos y fases estatales y no sólo en formas discursivas. A diferencia de la experiencia del “socialismo real”, decían los autores, en el populismo no es posible hablar de una inconsecuencia entre su modelo ideológico y su implementación real, puesto que el populismo es esa implementación.
Según de Ípola y Portantiero, lo “nacional-popular” se encontraba constitutivamente enfrentado a lo “nacional-estatal”. Mientras la primera categoría aludía a una “[…] forma de realidad sociocultural producida y/o reconocida por una articulación entre intelectuales y pueblo-nación que, al expresar y desarrollar un espíritu de escisión frente al poder, es capaz de distinguirse de este”,60 la segunda, que era la forma que asumían los populismos latinoamericanos, refería al Estado en tanto que “[…] como forma ‘universal’ de una dominación particular”.61 La capacidad de cimentar un proyecto democrático y socialista descansaba en la posibilidad de que las clases populares se hagan hegemónicas, esto es, que logren construir una voluntad colectiva “nacional-popular” sostenida sobre una gran reforma intelectual y moral.
En suma, mientras los populismos “realmente existentes” fetichizan en el Estado los componentes “nacional-populares”, las masas explotadas, en su lucha por constituirse sujetos políticos a través de la construcción de contrahegemonía, intentan recuperar para sí el contenido nacional “absorbido” por el Estado.
Casullo y Caletti: peronismo y democraciaEn una época de profunda adversidad para el movimiento peronista, Casullo y Caletti trazaron un conjunto de coordenadas que intentaba reafirmar su vigencia para repensar el problema de la democracia. Según Casullo,62 a pesar de que aparecía como objeto reiterado de las preocupaciones de la intelectualidad, la democracia todavía carecía de una claridad conceptual que ayudase a pensar una política alternativa. La democracia tenía que establecerse no como un término mágico sino como una realidad, no como un concepto que llega desde afuera para construir lecturas más sanas que las realizadas en el pasado reciente sino como faro de la transformación social.
A diferencia de las conjeturas esgrimidas por de Ípola y Portantiero, Casullo sostuvo que la aparición del peronismo había significado una redefinición de lo democrático en el escenario nacional argentino. La incorporación de la clase trabajadora transformó […] la cuestión del modelo de democracia en lo democrático como conflicto profundo […] Este conflicto se verifica en relación a la disputa estatal y su despliegue en la sociedad, en relación a nuevas formas participativas que comienzan a desarticular un diseño histórico, en relación al Poder (la dominación en su más amplia lectura) y una crisis de hegemonía que ahora queda expuesta a través de lo subalterno como fuerza política actuante.63
En tanto que nombre de la experiencia histórica del sujeto político popular argentino, el peronismo constituía una tercera alternativa entre aquellos que postulaban la idea de democracia como formalismo parlamentarista y los que renegaban de ella por concebirla como “pura invención del enemigo”. Sin embargo, Casullo advertía que la construcción efectiva de esa tercera alternativa tropezaba con una dualidad histórica que fundaba la concepción política del peronismo: por un lado, el peronismo como lucha democrática de las masas sostenida al interior de los espacios y diseños administrados por la dominación, por otro lado, el peronismo como desmitificación de la democracia burguesa. Aquello que de Ípola y Portantiero ubicaban como dos polos exteriores y enfrentados (lo “nacional-popular” vs. lo “nacional-estatal”), Casullo lo integraba al interior del propio peronismo.
Para superar esa dualidad, el movimiento peronista debía evitar la idea de una lucha democrática librada en el terreno exclusivo de la institucionalidad tanto como rechazar una concepción instrumental de la democracia, esto es, una mera táctica “[…] donde finalmente las masas no inscribieron su historia, porque esta última estará supuestamente inscripta en una línea ‘nacional’ exterior a la historia política de nuestro sistema, o ‘contenida’ en los ya patéticos equívocos del pensamiento de vanguardia”.64 Sólo al esquivar esos obstáculos, el peronismo podía seguir constituyendo la respuesta a la crisis democrática argentina.
Siguiendo esta misma línea, Caletti65 sostuvo que en las discusiones producidas durante el exilio acerca del problema de la democracia se estaba eludiendo un conjunto de evidencias sobre la problemática nacional, tal como había sucedido en los años setenta. Para que no siga desplegándose como “una historia sin resolver” y repensar así profundamente la democracia, era necesario volver sobre esas evidencias, que según Caletti eran las siguientes: 1) desde 1930 se desplegaba una contradicción entre democracia y movimiento popular; 2) que esa contradicción era sólo aparente, en tanto la real se establecía entre la dominación y el movimiento popular; 3) que el discurso racional-democratista es propio de la tradición europea o “roquista” pero ajeno a la Argentina de ese entonces, y 4) que el peronismo, en tanto nombre que asume el movimiento popular, es el mayor democratizador de la historia argentina y el único capaz de disputar la democracia que propone la dominación.
Estas evidencias no sólo venían a demostrar la inapropiada y falaz oposición entre democracia y peronismo, sino también que este último no podía ser entendido exclusivamente como la relación de un líder con las masas o como el “[…] receptáculo de lo bárbaro, de lo instintivo, de lo irracional o de lo inasible”.66 Por el contrario, el peronismo es “[…] la madeja social básica de las clases populares en el país […] constituye un movimiento cultural si hablamos en código gramsciano. Es lógico, entonces, que en su interior se amasen las prefiguraciones del futuro”.67
Las hipótesis de Portantiero y de Ípola fueron discutidas por Casullo y Caletti68 en un artículo escrito en coautoría. Las palabras que inauguraban el texto fueron mucho más que una declaración de principios. Significaron también el acta de defunción de Controversia: “Un nuevo discurso que se define socialista se ha hecho presente entre nosotros, y en gran parte a través de las páginas de esta revista. El propósito de este artículo es anotar ciertas zonas de oscuridad en el pensamiento que lo sostiene y lo formula.”69 Desde esta perspectiva, la revalorización de la democracia por parte del “nuevo discurso socialista” se encontraba tan atada al debate europeo que no le dejaba ver el modo en el que el socialismo se había desenvuelto a lo largo de la historia argentina. Así, en lugar de hurgar en los fondos dramáticos de la historia nacional, buscaron ideas producidas para otras realidades, generando “(…) adaptaciones y traslaciones, antes que elaboración de interrogantes y respuestas nacidas desde nuestra propia encrucijada nacional”.70 Para Casullo y Caletti, la izquierda socialista entregó su conciencia a hechos y personajes que no referían a la propia realidad: Y mucho más dramáticamente que lo que afirma Portantiero, en cuanto a que la izquierda peronista supuestamente confundió a Perón con Mao y a Evita con Rosa Luxemburg, puede decirse en cambio que lo patético resultó creer empedernidamente, ni siquiera confundir, que hombres del 17 ruso, mujeres de principios del siglo alemán o italianos del 30 tenían las claves decisivas para orientarnos en nuestro complejo país periférico.71
Por lo mismo, los socialistas se autoadjudicaron ciertas crisis que no les pertenecían. En clara referencia al considerable lugar que se le había asignado a la “crisis del marxismo” en las páginas de la revista, Casullo y Caletti manifestaron que “Lo discutible (o lo que puede acarrear mayores confusiones) es que nuestros socialistas entren en ‘crisis’ ahora que ciertos teóricos europeos lo propician, y que lo hagan desde similares ópticas de desgarramientos que ellos”.72
En resumidas cuentas, según Caletti y Casullo, la revalorización de la democracia por parte de los socialistas de Controversia no se produjo a través del “movimiento popular, democrático e institucional” peronista, sino por el descubrimiento de problemas como el ecológico, el feminismo y los extraparlamentarismos contestatarios europeos que a la historia nacional le resultaban exóticos: Olvidar la historia es, de muchas maneras, reiterarla. Y extrapolar historias (generación popular de valores, referencias e intenciones) es anular la nuestra: verla finalmente como la que no expone dilemas y sentidos políticos e ideológicos dignos de generar conceptualizaciones distintas y nuestras.73
El proyecto de confluencia entre peronistas de izquierda y socialistas en una misma tribuna de debate llegó a su fin luego de los intercambios entre de Ípola y Portantiero y Casullo y Caletti. Un año antes del final, y en lo que sería un presagio del remate de esta historia, Caletti se preguntaba: “¿Podría afirmarse que todos los que estamos hoy por la democracia compartiremos mañana las mismas trincheras?”.74 De Ípola y Portantiero ya tenían la respuesta: “[…] aquello que los socialistas asumimos como problema no será el populismo quien nos lo suministre como solución”.75
Publicados en el último número de la revista, dichos artículos resultaron una clara expresión de cómo la aparición del fenómeno peronista había venido a producir un profundo cisma en las tradiciones de las izquierdas argentinas. Ese final, pero también el camino que cada uno de los grupos nucleados en Controversia recorrió luego del retorno democrático en Argentina, mostraban una vez más la aparente imposibilidad de reconciliar peronismo y socialismo.76
Con la idea de derrota como guía para la reflexión y la autocrítica, Controversia significó un punto de transición entre el pasado y el porvenir. Respecto del pasado, se logró poner en práctica una renovación del lenguaje político. Sin embargo, se hizo sin poder trascender uno de los peligros apuntados por Schmucler: “El riesgo es que algún día no nos reconozcamos”.77 Como señaló López, […] me resulta especialmente impresionante el desfasaje que existió entre la atmósfera político-ideológica del exilio, sus preocupaciones, conceptualizaciones, discusiones y polémicas, y el escenario que se abrió con posterioridad a la guerra de Malvinas y al retorno a la democracia. Los debates exiliares referidos a lo que nos había sucedido (a todos, peronistas o izquierdistas) […] tenían que ver con el pasado —y obviamente con los nos había pasado— pero bastante poco con el porvenir […] Formábamos parte de un campo político y de una familia ideológica llamados, en el futuro inmediato, a dispersarse y desaparecer.78
La “Argentina de adentro”, sus cambios económicos, políticos y hasta morfológicos no pudieron ser advertidos en su totalidad por el elenco de Controversia. A pesar del desfase con el futuro inmediato, en el sentido de no haber acertado, como sugirió Casullo,79 ni con la idea de un nuevo peronismo ni un nuevo socialismo, la revista sí logró dialogar con el umbral de una época.80 Es decir, el examen de significantes como democracia, revolución, vanguardismo o lucha armada fue realizado no sólo con originalidad y pasión en el intento de dar respuesta a sus angustias y sus dramas, sino con cierta anticipación respecto de las formas en que serán pensados en los años por venir.
Horacio González, “Palabras preliminares”, en Verónica Gago, Controversia: una lengua del exilio, Buenos Aires, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 2012, pp. 7 y 8.
Jorge Bernetti y Mempo Giardinelli, México: el exilio que hemos vivido. Memoria del exilio argentino en México durante la dictadura 1976-1983, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2003, p. 128.
Pablo Yankelevich, Ráfagas de un exilio. Argentinos en México, 1974-1983, México, El Colegio de México, 2009, p. 107.
Verónica Gago, Controversia: una lengua del exilio, Buenos Aires, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 2012.
“Editorial”, en Controversia. Para el examen de la realidad argentina, año I, núm. 1, México, octubre de 1979, p. 2.
Los más importantes fueron la Comisión Argentina de Derechos Humanos (cadhu), la Comisión de Solidaridad con Familiares de Desaparecidos y Detenidos (cosofam), el Comité de Solidaridad con las Luchas del Pueblo Argentino por su liberación (cospal), el Grupo de Arquitectos e Ingenieros Argentinos en México (gaiam), Trabajadores de la Salud Mental (tsm), Frente Argentino de Cineastas (fac), Unidad y Resistencia Argentina en el Exilio (cae), Comunidad Cristiana Argentina (cca) y Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio (tysae).
La fundación del cospa —también conocido como la “Casa Argentina” o la “Casa de Puiggrós”—, fue apoyada por importantes personalidades de la izquierda mexicana como Elena Poniatowska, Pablo González Casanova, Leopoldo Zea, Jaime Labastida, Cuauhtémoc Cárdenas, José Revueltas y Renato Leduc.
Citado en Bernetti y Giardinelli, op. cit., pp. 163 y 164. Para seguir mencionando elementos que permiten hablar de la apertura y el pluralismo de la cas, se puede señalar que en su interior funcionó el Centro de Estudios Argentino-Mexicano (ceam). Creado con el objetivo de impulsar actividades conjuntas con la comunidad mexicana, por allí pasaron el germano-mexicano Rodolfo Stavenhagen, los mexicanos Carlos Pereyra, Carlos Monsiváis y Arnaldo Córdova, el uruguayo Carlos Quijano, el haitiano Gérard Pierre Charles, el francés Alan Touraine y el norteamericano John Womack.
“Curiosamente, quien había impulsado el proyecto, nuestro amigo Piccato, decidió no participar”, citado en Jorge Tula, “En el exilio mexicano”, en Sergio Bufano [comp.], Controversia. Para el examen de la realidad argentina, Buenos Aires, Ejercitar la Memoria, 2009.
Se trata de los números 2-3 (diciembre de 1979), 9-10 (diciembre de 1980) y 11-12 (abril de 1981). Una de las anécdotas de la publicación es que el número 13 nunca apareció, de modo que salió en su lugar el 14. Según Tula “Si fue producto de superstición, o un error a la hora de fijar el número en la tapa, todavía es motivo de debate. Esto dio pie para que nuestro querido Oscar Terán escribiera un relato en el que el protagonista es un investigador que un siglo más tarde […] se fatiga revisando minuciosamente las bibliotecas en la búsqueda del ejemplar número 13, presuntamente agotado”, citado en Tula, op. cit., p. 6.
De las revistas editadas por argentinos en el exilio en México que no trascendieron la actividad de la denuncia pueden mencionarse las siguientes: Encuentro, Manivela, Boletín, Convocatoria, Evita Montonera y La República. Para una profundización, véase Yankelevich, op. cit., y Magali Chiocchetti, “Exilio, memoria e identidades políticas. La revista Controversia para el examen de la realidad argentina y la revalorización de la democracia”, en Questión. Revista Especializada en Periodismo y Comunicación, núm. 27, La Plata, julio-septiembre de 2010.
Los artículos que debatieron las consecuencias de la lucha armada fueron los siguientes: Rubén Caletti, “Los marxismos que supimos conseguir”, en Controversia, año I, núm. 1, México, octubre de 1979, pp. 18-20; Rubén Caletti, “La revolución del voluntarismo”, en Controversia, año I, núms. 2-3, México, diciembre de 1979, pp. 7-9; Sergio Bufano, “La violencia en Argentina: 1969-1976 (primera parte)”, en Controversia, año I, núm. 1, México, octubre de 1979, pp. 16 y 17; Sergio Bufano, “La violencia en Argentina: 1969-1976 (segunda parte)”, en Controversia, año I, núms. 2-3, México, diciembre de 1979, pp. 10 y 11, y Ernesto López, “Discutir la derrota”, en Controversia, núm. 4, México, febrero de 1980, pp. 13 y 14.
El debate sobre derechos humanos se cristalizó en los siguientes artículos: Héctor Schmucler, “Actualidad de los derechos humanos”, en Controversia, año I, núm. 1, México, octubre de 1979, p. 3; Héctor Schmucler, “Testimonio de los sobrevivientes”, en Controversia, año II, núms. 9-10, México, diciembre de 1980, pp. 4 y 5; Luis Bruschtein, “Derechos humanos: sin abstracciones ni equidistancias”, en Controversia, año I, núms. 2-3, México, diciembre de 1980, pp. 2 y 3; Osvaldo Pedroso, “Desaparecidos: el inaceptable blanqueo que propone la junta”, en Controversia, año II, núm. 7, México, julio de 1980, pp. 14 y 15. En el número 9-10, Giardinelli ofreció a Controversia un largo trabajo en el que discutía las posturas de Schmucler, pero el Comité Editorial de la revista se negó a publicarlo. Finalmente, “Los sobrevivientes de los testimonios” vio la luz en Cuadernos de Marcha, dirigida también desde México por el uruguayo Carlos Quijano. Para ver las relaciones entre Controversia y Cuadernos de Marcha, recomendamos Martina Garategaray, “La unidad del exilio: Las revistas Cuadernos de Marcha y Controversia en México”, en Revista Electrónica da anphlac, núm. 19, São Paulo, julio-diciembre de 2015, pp. 186-207.
Inaugurada en el primer número, la sección “La crisis del marxismo” incluyó los siguientes trabajos: José Aricó, “La crisis del marxismo”, en Controversia, año I, núm. 1, México, octubre de 1979, p. 13; Ludolfo Paramio y Jorge Reverte, “Razones para una contraofensiva”, en Controversia, año I, núm. 1, México, octubre de 1979, pp. 13-15; Oscar del Barco, “Observaciones sobre la crisis del marxismo”, en Controversia, año I, núms. 2-3, México, diciembre de 1979, pp. 12-13; Paramio y Reverte, “El marxismo y el minotauro: respuesta a Oscar del Barco”, en Controversia, año II, núm. 5, México, marzo de 1980, pp. 20 y 21; del Barco, “Respuesta a Paramio y Reverte”, en Controversia, año II, núm. 6, México, mayo de 1980, pp. 27 y 28.
Las “cátedras nacionales” fueron fundadas y sostenidas por Justino O’Farrel, Alcira Argumedo, Horacio González y Roberto Carri. Por su parte, en las “cátedras marxistas” trabajaban Juan Carlos Portantiero, Isidoro Cheresky, Oscar Landi y María Braun. Como ya se mencionó, Portantiero fue parte del equipo editorial de Controversia y Argumedo, bajo el seudónimo de Elena Casariego, una de sus asiduas colaboradoras. Para una profundización, recomendamos Raúl Burgos, “Los peronistas gramscianos. La disputa entre ‘cátedras nacionales’ y ‘cátedras marxistas”’, en Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de pasado y presente, Buenos Aires, Siglo xxi, 2004, pp. 179-205.
Oscar Terán, “El exilio mexicano de Aníbal Ponce”, en Controversia, año I, núm.1, México, octubre de 1979, pp. 28 y 29.
Carlos Ulanovsky, “Muchas actividades, nuevas inquietudes, mejores personas”, en Controversia, año II, núm. 4, México, febrero de 1980, p. 9. Esta línea fue profundizada en Carlos Ulanovsky, Seamos felices mientras estemos aquí, Buenos Aires, Ediciones de la Pluma, 1983.
Rodolfo Terragno, “El privilegio del exilio”, en Controversia, año 2, núm. 4, México, febrero de 1980, p. 9.
Loc. cit. La polémica continuó con Osvaldo Bayer, “Una propuesta para el regreso”, en Controversia, año II, núm. 7, México, julio de 1980, p. 7; Bayer, “El papel del intelectual”, en Controversia, año III, núms. 11-12, México, abril de 1981, p. 23; Terragno, “Privilegio que duele aprovechar”, en Controversia, año II, núms. 9-10, México, diciembre de 1980, p. 6; Terragno, “El exilio crea una deuda”, en Controversia, año III, núms. 11-12, México, abril de 1981, pp. 23 y 24; Julio Godio, “La guerra imaginaria ha terminado”, en Controversia, año II, núm. 8, México, septiembre de 1980, pp. 14 y 15; Mario Molina y Vedia, “A propósito del exilio y los retornos”, en Controversia, año II, núm. 8, México, septiembre de 1980, p. 16.
Héctor Schmucler, “La Argentina de adentro y la Argentina de afuera”, en Controversia, año II, núm. 4, México, febrero de 1980, pp. 4 y 5.
León Rozitchner, “Psicoanálisis y política: la lección del exilio”, en Controversia, año II, núm. 4, México, febrero de 1980, pp. 5-8.
Robert Barros, “Izquierda y democracia: debates recientes en América Latina”, en Cuadernos Políticos, núm. 52, México, octubre-diciembre de 1987, pp. 65-80.
Schmucler, op. cit., p. 5. Según el peronista de izquierda Ernesto López, “Lo democrático era para Perón un instrumento consustancial a un objetivo: transitar una vía de desarrollo capitalista con los mayores márgenes de autonomía posibles. Si tal vía de ‘capitalismo nacional’ era negada, resulta razonable pensar que no se le reconocería mayor utilidad al instrumento. Tanto más si se considera que la ‘democracia’ que conoció toda una generación de argentinos hasta 1973, fue siempre un arma del antiperonismo”, citado en López, op. cit., p. 14. Veinte años después continuaría en la misma línea: “La democracia, por ejemplo, estaba fuera de nuestro horizonte de visibilidad. Para quienes nos fuimos incorporando a la política desde mediados de la década de 1960 –especialmente para los que éramos peronistas– aquella carecía de sentido”, citado en Ernesto López, “Exilio: en las vísperas de una tormenta del azar”, en Bernetti y Giardinelli, op. cit., p. 11.
Juan Carlos Portantiero, “Peronismo, socialismo, clase obrera”, en Controversia, año II, núm. 8, México, septiembre de 1980, pp. 12-14.
Juan Carlos Portantiero, “Los dilemas del socialismo”, en Controversia, año II, núms. 9-10, México, diciembre de 1980, pp. 23 y 24.
En rigor, esta idea ya había sido planteada un año antes por Christine Buci-Glucksmann en su artículo “¿Crisis del marxismo o crisis del reformismo?”. A pesar de que Portantiero no cita la referencia, no hay dudas que de ahí fue extraída. El Portantiero de esos años no sólo era un atento lector de las novedades del eurocomunismo al que Buci-Glucksmann adscribía, sino que además fue el encargado de entrevistarla para Controversia. Véase Christine Buci-Glucksmann, “¿Crisis del marxismo o crisis del reformismo?”, en El Viejo Topo, núm. 24, Barcelona, septiembre de 1978, pp. 4-8 y Christine Buci-Glucksmann, “La nueva izquierda eurocomunista” (entrevista realizada por Juan Carlos Portantiero), en Controversia, año II, núm. 7, México, mayo de 1980, pp. 22-24.
Rosa Luxemburgo, “La Revolución rusa”, en Obras escogidas, Caracas, Ediciones Digitales Izquierda Revolucionaria, p. 402.
Emilio de Ípola y Juan Carlos Portantiero, “Lo nacional popular y los populismos realmente existentes”, en Controversia, año II, núm.14, México, agosto de 1981, pp. 11-14.
Nicolás Casullo, “Desde el movimiento de masas o desde los mitos”, en Controversia, año II, núms. 9-10, México, diciembre de 1980, pp. 25 y 26.
Rubén Caletti, “Una historia sin resolver”, en Controversia, año II, núms. 9-10, México, diciembre de 1980, pp. 27 y 28.
Nicolás Casullo y Rubén Caletti, “El socialismo que cayó del cielo”, en Controversia,año II, núm.14, México, agosto de 1981, pp. 7-10.
Loc. cit., p. 7. Portantiero había escrito “[…] el peronismo —se imaginó— es el socialismo. Evita pasó a ser una versión —mejorada por criolla— de Rosa Luxemburg; Perón, un Mao de las pampas, y la clase obrera urbana, que simplemente había consolidado en el justicialismo una larga vocación por las reformas sociales que tenían al sindicalismo como expresión, devino en la fantasía el campesinado colonial de Fanon. Pocas frases hubo entonces tan vacías como aquella (que algunos intentan reflotar ahora) que afirmaba que ‘el peronismo será revolucionario o no será”’, citado en Portantiero, “Peronismo…”, p. 12.
Tras el regreso a Argentina, el grupo peronista formó parte de la naciente revista Unidos y los socialistas fundaron el Club de Cultura Socialista y La Ciudad Futura, además de convertirse en colaboradores cercanos del gobierno de Alfonsín. Para una profundización recomendamos Ariana Reano, “Controversia y La Ciudad Futura: democracia y socialismo en debate”, en Revista Mexicana de Sociología, núm. 3, México, julio-septiembre de 2012, pp. 487-511.