Se examina el periodo en el cual el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada orienta su trabajo intelectual hacia el análisis del escenario latinoamericano y, en particular, de los vectores que se desprenden de la Cuba revolucionaria de fines de 1950. Se indaga en las relaciones que el ensayista mantuvo con académicos, intelectuales, políticos y editores en México. Se destaca su intervención como colaborador efectivo en la revista Cuadernos Americanos. Se analizan sus participaciones en círculos y redes de sociabilidad intelectual, como las entabladas con el fce, la unam y El Colegio de México, para visualizar su incidencia en la apertura a la dimensión continental.
The period in which Argentinean writer Ezequiel Martínez Estrada orients his work towards Latin-American scenery analysis and vectors that emerge from revolutionary Cuba at the end of 1950 is studied. It explores relationships essayist maintained with academics, intellectuals, politicians and publishers in Mexico. A highlight on his contributions to Cuadernos Americanos is made. His participations in intellectual circles and sociability networks, such as fce, unam and El Colegio de México, are analyzed to visualize his impact on openness to continental dimension.
Espacios de singular importancia para el establecimiento y la consolidación de redes intelectuales lo constituyen las editoriales, los premios, las reuniones y las revistas científicas y culturales, entre otros sitios institucionales. La trascendencia de estos núcleos tanto para el desempeño del trabajo del escritor, como para la difusión, el intercambio y la formación y reformulación de paradigmas, y modos de leer los escenarios político-culturales ha sido ampliamente reconocida por la crítica. En el caso del ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada, los nexos establecidos con importantes figuras como el director del Fondo de Cultura Económica en Buenos Aires, Arnaldo Orfila Reynal, y su relación triangular con Daniel Cosío Villegas, director de la misma casa editorial en México, así como su participación activa en la revista Cuadernos Americanos han cobrado significativa relevancia, visible tanto en sus recorridos territoriales como discursivos y, sobre todo, en nuevas claves de lectura crítica que marcaron su apertura hacia el estudio y la interpretación de la dimensión latinoamericana.
UNA REVISIÓN DE SUS REDES INTELECTUALES EN MÉXICO: EN TORNO A CUADERNOS AMERICANOS Y EL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAEzequiel Martínez Estrada comenzó a publicar en Cuadernos Americanos en 1945 con un artículo titulado “La inmortalidad de Facundo”; al año siguiente editaron su “Sarmiento y Martí”; en forma paralela, Arnaldo Orfila Reynal prologó y publicó en Argentina su Panorama de las literaturas, ensayo que se distingue por el rescate de la figura martiana. En estos recorridos se destaca su participación en la mesa redonda “Imperialismo y buena vecindad” de 1947, donde compartió su disertación con Mariano Picón Salas, venezolano, Joaquín García Monge, costarricense, Fernando Ortiz, cubano, Waldo Frank, norteamericano, y los mexicanos Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog;1 en 1936 intercambió cartas con don Alfonso Reyes, lo que es digno de rescatar. Estos estrechos lazos entre la intelectualidad argentina y la mexicana se registraron desde épocas tempranas y se fortalecieron en los inicios de 1960, durante los últimos años de vida del escritor argentino. Lo cierto es que a raíz de estos circuitos que tendieron redes entre las naciones se configuró un espacio de diálogo e intercambio entre los intelectuales, que hizo propicio que Martínez Estrada resignificara sus coordenadas de lectura crítica y abriera su estudio e interpretación a la dimensión de América Latina, con el soporte que la Guerra Fría había dado a sus plataformas de lectura crítica desde la década anterior.
En 1942, el escritor argentino visitó Estados Unidos y Cosío Villegas junto con Alfonso Reyes lo invitaron a México, pero esa estancia no se concretó. En 1949 recibió una invitación de Arnaldo Orfila Reynal y adquirió el compromiso de dictar conferencias en El Colegio de México. En febrero de ese año, Martínez Estrada escribió una carta a su amigo para explicarle las razones de la cancelación de su viaje y para expresarle su pesar por no poder cumplir con lo pactado. En su correspondencia de esta etapa saluda a la familia de Henríquez Ureña, a los Lida, a Cosío Villegas, y a sus amigos del Fondo de Cultura Económica y de El Colegio de México, núcleos con los que sostuvo una fluida comunicación. Desde esta época se nota la alta valoración y el gran reconocimiento que el ensayista tenía por ellos, lo que es evidente en la correspondencia que tuvo hacia estos renombrados intelectuales, a pesar de que en sus textos se autodefine insistentemente como un escritor marginal. Su viaje a México finalmente se concretó en el mes de agosto de 1959 y permaneció allí hasta septiembre de 1960.
Los vínculos que el ensayista conservó con los intelectuales mexicanos fueron profusos y perdurables, en tanto continuaron hasta sus últimos años de vida, aun durante su estadía en la Cuba revolucionaria de principios de los años sesenta. Así, en 1959 inició lo que Ángel Rama denominó el ciclo cubano de su creación intelectual; lo inauguró con el texto “El Deus ex machina” que envió el día 13 de noviembre por pedido de Roberto Fernández Retamar, quien lo editó en la recientemente fundada Nueva Revista Cubana que se encontraba bajo su dirección. Asimismo, fue el mismo Retamar el que invitó al ensayista a viajar a Cuba en 1959. Martínez Estrada le respondió a través de una carta fechada en Viena el 29 de julio de ese mismo año, a donde había llegado un par de días antes para asistir al “Festival de la Juventud” organizado por comunistas, proveniente de Chile, paso previo a su estadía efectiva en México; pero su visita a la Isla se concretó al año siguiente y sólo por unos días, con la finalidad de recibir el premio “Casa de las Américas” por su Análisis funcional de la cultura. A mediados de septiembre regresó por dos años para trabajar con Haydee Santamaría en esta editorial, a instancias del nombramiento como jurado en un concurso literario, a raíz de su designación como miembro de la Academia de Historia de La Habana y con motivo de que dicha institución le solicitara un estudio sobre la vida y la obra de José Martí. Roberto Fernández Retamar editó colaboraciones suyas y dirigió en 1965 el número 33 de la revista Casa de las Américas elaborado en su homenaje.
En octubre de 1962, el ensayista argentino escribió a Silva Herzog desde La Habana para anunciarle una breve visita a México y la entrega de su colaboración titulada El nuevo mundo, la isla de Utopía y la Isla de Cuba, que finalmente saldría editada como ensayo en Cuadernos Americanos en marzo de 1963. En esta ocasión queda en evidencia la estrecha relación fraternal que Martínez Estrada mantuvo, en primer lugar, con Orfila Reynal, a quien entregó los originales. Fue él quien se encargó de asumir los costos de la edición, a pedido del escritor en forma de “separata de cien ejemplares”.2 Contrariamente a lo que pudiera pensarse, dado que Martínez Estrada residía en Cuba en ese momento y estaba trabajando en su obra En Cuba y al servicio de la revolución cubana, estas cartas revelan que fue Orfila quien le solicitó la elaboración de su Utopía. En tanto, Silva Herzog, su “distinguido y estimado amigo”,3 hizo posible la publicación, a la que antecedió y sucedió una serie de comentarios sobre la materia, que habían sometido a discusión. Para entonces, su ensayo Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina ya había sido editado por iniciativa de Orfila Reynal, a través de la Dirección General de Publica ciones de la unam, a cargo de Henrique González Casanova, con sello editorial de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, cuyo director era Pablo González Casanova. El autor solicitó al director de Cuadernos Americanos su opinión, dado que, sostuvo Martínez Estrada, “ahí usted es un puntal en que (yo) me apoyo”.4 De esta manera, los vínculos entre los diferentes intelectuales y editores de la época dan cuenta del giro que caracteriza el trayecto de escritura del pensador argentino, basado en los intereses y en las demandas más significativas de este periodo.
De singular importancia resulta la publicación del 1° de marzo de 1960 de Cuadernos Americanos, que incluye discursos pronunciados por una parte, como homenaje a Alfonso Reyes y, por otra, con motivo de conmemorarse un nuevo aniversario de su creación en diciembre de 1941. El cuerpo directivo del momento estaba conformado por figuras de destacado renombre, especialistas en campos disciplinarios diversos, como Jesús Silva Herzog, Pedro Bosch-Gimpera, Alfonso Caso, León Felipe, José Gaos, Pablo González Casanova, Manuel Márquez, Manuel Martínez Báez, Alfonso Reyes y Manuel Sandoval Vallarta, algunos de ellos provenientes del exilio republicano español.
En ese contexto, Martínez Estrada, que se encontraba en México, fue encargado de recordar a don Alfonso Reyes en representación de Argentina, y de pronunciar las palabras en reconocimiento a los 19 años de Cuadernos, junto con el poeta español Francisco Giner y el filósofo mexicano Luis Villoro. Es presentado ante 100 hombres de letras y científicos de diferentes países como “el ilustre pensador argentino” y en esa ocasión enuncia públicamente su amistad con el director de la revista, Jesús Silva Herzog. Se presenta directamente frente a la comunidad de los escritores como el “radiógrafo de la pampa” en el destierro, y destaca la misión cultural de la revista en el continente, la llama la “sede paternal de la familia dispersa”.5 Resalta su política de unión en un territorio patrimonial común y el importante valor de Cuadernos para la transmisión de su pensamiento, pero, lejos de aludir al objeto de conmemoración, prontamente su discurso derivó en una extensa descripción de su situación como intelectual en su país de origen y expresó, mediante una construcción peculiar que no excluye el carácter simbólico de lo mitológico, los crueles motivos que lo llevaron al exilio y a su radicación acogedora en la Ciudad de México.
El ensayo Radiografía de la pampa es clave para su consagración como intelectual en el campo de las letras argentinas, tanto como el objeto central de reflexión, análisis e indagación que operan como coordenadas que se cruzan y despliegan en el marco discursivo de Martínez Estada. Este texto actualiza y reafirma su validez a través de la alusión directa, frente al amplio cuerpo de textos que conforman su trayectoria de escritura. El autor afirma que de su publicación derivaron las condenas de sus contemporáneos y se perpetuaron hasta expulsarlo de su tierra. Recoge el guante y se autodenomina irónicamente, al poner de relieve los modos retóricos de construcción de su contraimagen por parte de sus adversarios en el campo de las ideas, da cuenta, además, de una estrategia que opera por el reverso: poner en evidencia, al fin, la recepción y el fuerte impacto que las críticas a su pensamiento y a su obra le confirieron. Respecto a su percepción de los juicios acusatorios, el ensayista sostuvo hasta este último periodo una operación de autolegitimación que incluyó el silencio, la ausencia de alusiones y de réplicas posibles ante los ataques críticos de los intelectuales argentinos. De esta manera, su discurso ensayístico no expresa explícitamente las confrontaciones, por el contrario, construye una discursividad que opera mediante el refuerzo y el afianzamiento de sus ideas previas, desarrolladas en continua profundización y expansión. Las figuraciones que dan cuenta de tales efectos, pueden visualizarse con mayor contundencia a partir del retorno del ensayista a la arena pública hacia 1956, luego de la caída del gobierno de Perón en su país de origen, momento en el que se recrudecieron las dialécticas de la oposición, elaboraciones que confluyeron en la imagen que representa sobre sí en el discurso ofrecido en torno a Cuadernos Americanos.
Por otra parte, el objeto de indagación y dilucidación central de Radiografía de la pampa, el condicionante telúrico, es retomado metafóricamente por el ensayista con distintas finalidades. Una de ellas consiste en reafirmarlo frente a las envestidas de interpretaciones disidentes. Reforzar la certidumbre de esta construcción simbólica implica actualizar su vigencia, corroborar su acertada veracidad, imponerle fuerza asertiva y mayor credibilidad, casi 30 años más tarde de su elaboración. Aludir al concepto, también implica refuncionalizarlo en torno a los alcances y a las dimensiones que el ensayista le asigna con el transcurso del tiempo. Esto significa que, según Martínez Estrada, el golpe de Estado de 1930 en Argentina le había revelado la existencia de una realidad profunda, que se correspondía con una nación de tipo colonizado frente a las apariencias de un alto grado de cultura. Por lo tanto, su propia teoría interpretativa podía ponerse en evidencia en la “degradación en masa de la historia argentina”, que venía a confirmar sus pronósticos.
Principios de unión latinoamericanaPero el eje crucial, que convoca estas reflexiones, radica en atender el renovado interés de los intelectuales de la época por suscitar y promover políticas de apertura y diálogo entre sus miembros en pos de la unidad hispanoamericana, que remiten a las preocupaciones que se originaron desde principios del siglo xx, pero con las inflexiones que se derivan de las variables contextuales que atravesaron el cambio de década en el panorama latinoamericano. Las preguntas que giran sobre estas cuestiones son: ¿en qué consistió y qué implicaciones tuvo este concepto? ¿De qué manera se articuló en los discursos y en las prácticas? ¿Quiénes fueron los agentes que asumieron estas funciones y de qué manera incidió en la conformación de las redes latinoamericanas y en las políticas culturales y estatales?
En este sentido, el discurso pronunciado por el filósofo Luis Villoro en la misma edición del 1° de marzo de 1960 de Cuadernos Americanos abre algunas claves de lectura. Resulta significativa su referencia a una vocación hispanoamericana condenada a la utopía, en tanto que sus países se caracterizaron por ser sociedades cerradas, economías satélites de capitales extranjeros, sociedades feudales gobernadas por terratenientes, clero, milicia o por una burguesía dependiente de intereses antinacionales.6 De esta manera, los discursos de los intelectuales orientados al ideario martiano no habían encontrado vías de concreción hasta el presente de su escritura. El marco que hace posible visualizar un cambio movilizador lo constituyó la Revolución cubana en su momento inicial, lo que llevó a resignificar los debates y los alcances de las discusiones que alrededor de tal cuestión se fueron llevando a cabo durante el desarrollo del siglo en curso.
Así, Villoro enuncia el advenimiento de una etapa nueva, donde los movimientos revolucionarios de liberación nacional permitirán la apertura de las sociedades y unirá a los pueblos en una lucha compartida, a la que considera una sola en todo el continente. Convoca a coordinar objetivos y esfuerzos comunes en un nivel político, económico y cultural con vistas a alcanzar la ansiada unidad hispanoamericana, que coincide con los procesos históricos de su contemporaneidad y que conducirá a concretar el proyecto de universalidad espiritual.
Esta enunciación de contundentes valores absolutos y esperanzadores cambios implica mencionar roles y funciones del intelectual transformador, ajustados a los nuevos fenómenos y paradigmas. Configura una imagen del pensador inserto en un esquema necesario, que contendría un sesgo nacionalista previo de autoconocimiento, como parte de un proceso lógico que llevaría a la apertura. Expresa que “los nacionalismos culturales suelen ser síntomas de una maduración interior que conducirá a una comunicación sana con el exterior”.7 Este camino confluye en una dirección universal de la cultura, la cual adquiere un nuevo sentido, alejado de las imitaciones, adaptaciones o del escapismo. La misión de los intelectuales, que enuncia el filósofo, radica en una vuelta de tuerca que significa el deber de abrir la conciencia de cada pueblo al conocimiento del ámbito hispanoamericano y, a partir de allí, a la comunidad de todos los hombres, de modo que cada historia particular cobrará sentido en función de su pertenencia a procesos históricos más amplios. Expresa que “la nueva tarea de la inteligencia americana consistirá —creemos— en preparar nuestra vinculación definitiva con la cultura universal”,8 y ello constituye una fuerte exhortación que no pasará desapercibida para los intelectuales reunidos en torno a la revista.
En efecto, los criterios enunciados por Villoro relativos a los deberes y a las funciones de los escritores asumieron contundencia y visibilidad pública, fuertemente estimulada por el triunfo de la Revolución cubana, y ese programa de apertura e interrelación entre los distintos pueblos de América Latina, por una parte, se hizo extensivo a figuras resonantes vinculadas con las políticas gubernamentales, tal como es evidente en la correspondencia que el director de Cuadernos mantuvo con el expresidente de México Lázaro Cárdenas; por otra, a través de la importancia que significó la injerencia de Silva Herzog como funcionario en los asuntos referidos a la cartera económica durante la gestión de la nombrada autoridad, con total vigencia en el presente de su escritura; y, además, en el estímulo que representó para pensadores como Martínez Estrada, quien, como hemos mencionado, en cartas que envía a Silva Herzog desde Cuba en 1962, le solicita la revisión de su nuevo y reciente ensayo Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina, lo que permite distinguir el cambio en su foco de análisis y en su orientación crítico metodológica, en adhesión a las configuraciones que en el campo de la cultura se estaban promoviendo. El mismo discurso de Fidel Castro, Palabras a los intelectuales, sienta las bases de una incipiente institucionalización de sus prácticas, al otorgarle soporte por parte del Estado, reglamentar sus actividades, revalorizar su importancia en la promoción de los sectores populares y articular su ejercicio a favor de las matrices ideológicas propiciadas por la Revolución.
Pero regresemos al primer punto señalado. El expresidente Cárdenas realizó interesantes observaciones respecto a la labor desarrollada por Silva Herzog y, en particular, por la revista Cuadernos Americanos, con motivo de la publicación en 1962 de su Panorama de la América Latina. Las voces resultan concordantes respecto a la importancia de la integración cultural de sus pueblos y de un despertar de la conciencia latinoamericanista. Se trata de una serie de cartas que intercambiaron ambas figuras, mediante un diálogo fraterno, durante el mencionado año en función del envío y la lectura de tales publicaciones. Cárdenas destacó la importancia del selecto grupo de intelectuales de América y España que escribieron en sus páginas durante los 20 años de existencia de la revista, la labor de difusión que propició y el valor de los estudios que interrelacionaron cuestiones culturales con políticas, económicas y sociales, y retoma palabras de Silva Herzog “la ciencia y el arte deben estar al servicio del hombre y (que) el ideal de la civilización estriba en la armonía del hombre con la naturaleza y todos los hombre entre sí”,9 afirmación que remite a los valores universales enunciados el año anterior por parte del filósofo Villoro y compartidos por el director de Cuadernos. Con ello, resulta significativo el campo de confluencias que reúne a los intelectuales de disciplinas sociales diversas con el poder político en preocupaciones e intereses compartidos, que se hace evidente, además, por su reconocimiento de las plataformas de dominación extranjeras en Nuestra América, que delimitan sujeciones y carencias.10
Recordemos que, durante la presidencia de López Mateos, Cárdenas participó del Movimiento de Liberación Nacional, que en septiembre de 1961 presentó una solicitud al gobierno en demanda de libre expresión de las ideas, reforma agraria integral, autonomía y democracia sindical y ejidal, industrialización sin intervenciones extranjeras, reparto justo de la riqueza y solidaridad con Cuba, entre otras cuestiones. La respuesta de López Mateos consistió en incluir en la arena política institucional a los grupos disidentes, por lo que en diciembre del mismo año otorgó cargos públicos a los expresidentes vivos, entre los que se encontraba el general Cárdenas, quien gozaba de un amplio apoyo popular. Como vemos, los nexos entre las figuras más resonantes de la cultura y de la política en México de los años sesenta fueron sólidos, lo que se corresponde con la fluida comunicación que mantuvieron sus miembros, los contundentes debates en los que participaron, la fuerza y el valor que otorgaron a la palabra en sus duelos discursivos, los espacios que propiciaron para la expresión de sus ideas y, sobre todo, las decisiones que marcaron acciones específicas.
CONFERENCIA LATINOAMERICANA: MÉXICO, 1961La carta que Cárdenas le envió en diciembre de 1962 a Silva Herzog, luego de recibir y leer su libro Hispanoamérica en lucha por su independencia, se destaca por su valoración de los procesos independentistas latinoamericanos y alude a su participación en la “Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz”, con la impartición del discurso inaugural, incluido en dicho texto, espacio donde también participó el escritor Martínez Estrada, cuyas bases político-ideológicas se anticipan en el mismo enunciado de la convocatoria.
Al respecto, Jorge Carrión, politólogo, militante del Partido Popular e integrante del Movimiento de Liberación Nacional, refiere que dicha Conferencia fue convocada por el general Lázaro Cárdenas, el ingeniero Alberto Casella de Argentina y el licenciado Domingos Vellasco de Brasil. Contó con la representación de 21 países latinoamericanos. El evento se desarrolló entre el 5 y el 8 de marzo de 1961 en la Ciudad de México. La pregunta que nos interpela en este caso, implica desentrañar los alcances de los debates que en este encuentro se suscitaron y profundizar en el concepto de paz, alrededor del cual giraron las discusiones entre los numerosos participantes. Empecemos por considerar que las tres figuras destacadas eran miembros por América Latina de la Presidencia Colectiva del Movimiento Mundial de la Paz. Cabe resaltar que estuvieron con ellos los presidentes de todas las delegaciones efectivas y los delegados fraternales de la República Popular de China, de la URSS, de Canadá, Francia y Guinea,11 para tener presente el índice de impacto y la trascendencia en materia política que tal evento suscitó.
Carrión señala algunos puntos importantes que delimitan el alcance de la lucha por la paz. Dada la directa vinculación y el apoyo de estos centros intelectuales a la reciente Revolución cubana, este concepto implica concretamente las siguientes consignas: combatir el colonialismo y el imperialismo que se alinean con los regímenes dictatoriales, obtener plena soberanía nacional mediante la utilización de los propios recursos y el desarrollo independiente de las fuerzas productivas. En tanto, los conferencistas destacaron las coincidencias de la lucha de sus pueblos con los países de Asia y África (tal como lo señala Martínez Estrada en su ensayo Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina y según Los condenados de la tierra de Frantz Fanon), convinieron en brindar reconocimiento a la Revolución y delinear planes de liberación estimulados por ella. En suma, en el marco de la Guerra Fría, el enemigo común estaba claramente identificado y la unión de los pueblos permitiría librar una batalla victoriosa, inspirados en Martí y Bolívar, así como en aquellos próceres que en el siglo anterior lucharon por la independencia de sus naciones.
Otros puntos de considerable interés que adquirieron preponderancia, tanto en las publicaciones oficiales como en la correspondencia privada, tienen que ver con: la promoción de la creación artística y científica, tal como lo hiciera Fidel Castro en su obra Palabras a los intelectuales, una reforma agraria integral, el impulso de las fuentes de energía, el comercio libre, el desarrollo industrial, el repudio del monroísmo y panamericanismo, la solidaridad con los pueblos oprimidos y coloniales, el desdén por las oligarquías latinoamericanas, las represiones y persecuciones políticas, una petición general de desarme nuclear y la liquidación de todas las bases militares externas.12 El tratamiento de todas las cuestiones aludidas y el establecimiento de marcos de acción concreta en cada país y, a su vez, colectiva, constituían la condición sine qua non, el único camino posible para llegar a la paz. A ello se suma, en palabras de Carrión, un “plan educativo y de defensa de las culturas nacionales dentro de un concepto universalista, proyectado desde el hombre mismo…”,13 programa pensado en una dimensión continental de lucha.
Recordemos que en diciembre de 1938 se celebró en Lima la Octava Conferencia Internacional de los Estados Americanos, donde se analizó la Segunda Guerra Mundial y las posibles consecuencias para América, así como el rol de Estados Unidos, aunque no se aprobó ninguna acción colectiva. La Declaración de Lima o Declaración de Solidaridad de América fue sólo un pronunciamiento en el que cada país tomaría sus decisiones individuales, sin adquirir ningún compromiso compartido. Otros cuatro encuentros se realizaron en América en función de los avances de la Segunda Guerra Mundial y los peligros de los fascismos europeos, las sedes fueron Panamá, La Habana, Río de Janeiro y México. Este último dio lugar a la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, que definió ciertas participaciones: en 1942, Centroamérica y el Caribe se habían adherido a la guerra antifascista, mientras que México, Venezuela y Colombia habían roto relaciones con el Eje. Aun así, los países americanos no lograron coordinar acciones en forma conjunta. Se debatieron distintos modos de defensa política del continente frente a las amenazas de los nazifascismos europeos. En particular, las acciones colectivas se afianzaron con la creación en 1942 del Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política, que funcionó hasta la fundación de la oea en 1948, con una mirada interamericana opuesta a la infiltración de los gobiernos y regímenes totalitarios.
En este sentido y volviendo al periodo que nos ocupa, Silva Herzog publicó en Cuadernos Americanos, en mayo de 1961, el discurso inaugural que pronunció Lázaro Cárdenas en la apertura de la mencionada Conferencia. Allí aludió y se inspiró en el Primer Congreso Mundial por la Paz, que fue realizado en abril de 1949 con la fundación en París del Consejo Mundial por la Paz, organismo catalogado por Estados Unidos como un “frente comunista”. En 1952 se creó la vertiente mexicana de dicha organización, cuyo nombre fue Comité Impulsor por la Paz, posteriormente denominado Comité Mexicano por la Paz. Cárdenas reconoció la tradición en Latinoamérica de la lucha por la paz y propuso una unidad pacifista, que con fuerza moral se uniera con los demás continentes con el fin de establecer una amistad que conllevara la seguridad mundial.14 Además de las cuestiones económicas, agrarias y ejidales destaca la consideración de la Revolución cubana como un asunto interno ajeno a la violencia bélica. Expresa Cárdenas que “La política anticomunista en Latinoamérica trata de presentar como movimientos subversivos de inspiración comunista a toda lucha democrática, a todo intento de independencia económica y a todo afán de preservar la soberanía nacional, por cuanto estas tres corrientes se ven enfrentadas a los intereses del gran capital financiero”.15 De esta manera, en concordancia con los ejes que reunieron las preocupaciones tratadas en la Conferencia, la Revolución significaba en estos contextos una solución pacifista, en tanto y en cuanto rechazaban la guerra pero defendían los principios enunciados en la convocatoria, con acuerdo en el legado heredado de próceres como Simón Bolívar. Cárdenas recuerda sus palabras: “Solidaridad, defensa, unión de las repúblicas latinoamericanas, no para combatir ni conquistar a nadie, no para hacer a nadie la guerra, sino para defenderlas de peligros comunes, para lograr el respeto a su soberanía, para solucionar conciliatoriamente sus diferencias y para luchar por su prosperidad y progreso”.16
El escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada formó parte de estos debates, mediante la elaboración y publicación de un “Mensaje de la ‘Liga Argentina por los Derechos del Hombre’ ante la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz”, presentado para su consideración desde La Habana, con fecha 5 de marzo de 1961, y publicado en la revista Lunes de Revolución el 10 de abril del mismo año. En nombre de la Liga y en representación de los 100 mil afiliados que la constituían, solidarios con la Revolución cubana, destacó y engrandeció a dos hombres altamente significativos: el primer ministro Fidel Castro, conductor de los pueblos oprimidos de América según el legado de Martí y Lázaro Cárdenas, a quien llamó “figura consular de América”17 y le atribuyó funciones complementarias; los denominó “mentores y guías de la libertad y la justicia de los pueblos”.18
Este intelectual aborda ideas centrales que confluyen en un conjunto de voces compartidas, relativas a la necesidad y a la importancia de convocar la unión, el entendimiento y el auxilio entre los países latinoamericanos para derribar las barreras que se construyeron a sabiendas para aislarlos. En función de ello y en un sentido semejante al enunciado por Luis Villoro un año antes, explica que los padecimientos de sus hermanos sólo recientemente se conocieron en Argentina, y a raíz de ello las acciones en pos de la fraternidad se empezaron a concretar en su contemporaneidad. Asimismo, los discursos atañen a enfocar la mirada sobre un único enemigo en común, filtrado en las magistraturas y en las instituciones de manera solapada. La Revolución cubana los delató e hizo evidente la violencia del capitalismo militarizado. Lo tangible estaba constituido por los atropellos de la Enmienda Platt y de la Doctrina Monroe, cuyos verdaderos propósitos se les revelaron, en concordancia con el asentamiento de las bases de Samaná, Guantánamo, Panamá y las Islas Cisne.
Resulta importante resaltar el surgimiento de nuevos patrones de lectura e interpretación de los escenarios políticos en Latinoamérica, porque ello explica su desplazamiento en los modos de leer que hasta 1960 habían caracterizado sus ensayos. Estos descubrimientos propiciados por la Revolución pusieron de relieve que se encontraban en igualdad de condiciones con el Congo, Egipto e Irán, y que integraban un grupo de naciones sin soberanía, entre las que destacaban Panamá, Guatemala, Nicaragua, República Dominicana y Paraguay; todos los pueblos, en fin, correlatos de Puerto Rico. Al respecto expresa Martínez Estrada: Nos habíamos considerado vástagos de las grandes naciones súper desarrolladas y súper civilizadas, como la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler y el Japón del Mikado; comensales de la mesa opulenta en que se consumían los manjares del progreso, los vinos de la cultura, y en verdad comíamos en el tinelo de la servidumbre, vestidos como los amos con sus ropas usadas, y recibiendo agradecidos las sobras de sus platos. Pues no éramos de la parentela de los dueños de casa sino de la por ellos despreciada ralea de los servidores solícitos. Facilitábamos la compostura y el disfrute en paz de la fiesta.19
Su denuncia abarca la labor de los intelectuales que fueron funcionales al sistema de dominación estadounidense, y concluye que una “conciencia más clara significa razonamiento más delicado, lenguaje más veraz y decisión inquebrantable de ser libres”.20
Martínez Estrada había escrito “Las bases de las conferencias internacionales americanas” en 1944, que fueron publicadas en Saber Vivir. Allí propuso retomar en las siguientes conferencias internacionales los 19 puntos del proyecto de Alberdi y los 17 puntos del programa de la primera conferencia realizada en Washington. Asimismo se registran otros antecedentes de su participación en estos asuntos. En 1958 escribió sus bases para la organización de un movimiento continental permanente de solidaridad con los perseguidos por causas políticas, ideológicas o gremiales en América Latina. Dicho texto fue editado en Solidaridad democrática latinoamericana a cargo de la “Liga Argentina por los Derechos del Hombre”.
PARA FINALIZAREn suma, los círculos intelectuales que frecuentó el ensayista argentino fueron profusos y altamente significativos, ya que implicaron el estrecho y fraternal vínculo con figuras muy destacadas y reconocidas en el nivel internacional, que tejieron las redes más importantes en pos de la conformación de una cultura latinoamericana distintiva. Nos referimos a Henríquez Ureña, Leopoldo Zea, Lázaro Cárdenas, Silva Herzog, Cosío Villegas, con quien se registra una abundante correspondencia desde 1941, Orfila Reynal, Alfonso Reyes, Pablo y Henrique González Casanova, María Rosa y Raimundo Lida, Fernández Retamar, Haydee Santamaría, Fidel Castro, Che Guevara, por mencionar algunos de los nombres más sobresalientes. Gran parte de estos intelectuales y editores propiciaron la escritura de numerosos ensayos, que luego ellos mismos publicaron, como su Sarmiento, Panorama de las literaturas, Muerte y transfiguración de “Martín Fierro”, Leopoldo Lugones, retrato sin retocar, Diferencias y semejanzas entre los países de América Latina, así como El nuevo mundo, la isla de Utopía y la isla de Cuba y su Antología. Estas figuras también lo impulsaron a su radicación en la Cuba revolucionaria de 1960, de la mano de los integrantes de la firma editorial Casa de las Américas.
Finalmente, el recorrido por estas páginas nos permite observar que la participación de Martínez Estrada en fecundas redes de sociabilidad intelectual fue altamente significativa, modeló tanto sus tomas de posición estético-ideológicas como la construcción de sus ensayos, al tiempo que hizo posible su proyección al escenario continental. Asimismo estas vinculaciones mantuvieron a Martínez Estrada en constante relación dialógica con los intelectuales de la época, hecho que constituyó un factor configurador de elecciones, en respuesta a los intereses de sus lectores y editores, que proyectó en el diseño de los textos. La creación de espacios alternativos a los propiciados por los poderes de turno en Argentina favoreció el desarrollo de su labor como escritor, su desplazamiento por diferentes centros de trabajo y discusión, así como también crearon las condiciones de posibilidad para que su proceso de recolocación en el campo de la cultura tuviera vías efectivas de concreción, que señalaron un marcado contrapunto con el diseño de imágenes de sí mismo en estado de repliegue y en la soledad de la incomprensión.
Jesús Silva Herzog, Una vida en la vida de México y mis últimas andanzas, 1947-1972, México, Siglo xxi, 1993, p. 272.
Jesús Silva Herzog, Jesús Silva Herzog de su archivo epistolar, México, Libros de México, 1981, p. 204.
Martínez Estrada, “Un año más de Cuadernos Americanos”, en Cuadernos Americanos, año xix, vol. cix, núm. 2, marzo-abril de 1960, p. 52.
Luis Villoro, “Un año más de Cuadernos Americanos”, en Cuadernos Americanos, año xix, vol. cix, núm. 2, marzo-abril de 1960, p. 60.
Jorge Carrión, “La voz y el derecho de América Latina”, en Cuadernos Americanos, año xx, vol. cxvi, núm. 3, México, mayo-junio de 1961, p. 63.
Lázaro Cárdenas, “La Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz”, en Cuadernos Americanos, año xx, vol. cxvi, núm. 3, México, mayo-junio de 1961, p. 58.
Ezequiel Martínez Estrada, “Mensaje de la ‘Liga Argentina por los Derechos del Hombre’ ante la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz”, en En Cuba y al servicio de la Revolución cubana, La Habana, Unión, 1963, p. 78.