No es exagerado señalar que Martín Cortés ha seguido la indicación teórica del filósofo francés Louis Althusser respecto al modo de lectura: buscar los vacíos, los huecos, los intersticios, los silencios. La operación que se realiza sobre un vasto corpus que excede la noción tradicional de una “obra”, brinda la posibilidad de tensar los nudos problemáticos de un pensamiento que se ha vuelto tan imprescindible como diverso al momento de ser interpretado. José “Pancho” Aricó es el sujeto de dicha operación y el corpus sobre el cual trabaja excede la noción tradicional de “autor”. Cortés nos presenta entonces un ejercicio de lectura de lo escrito por Aricó, pero también de lo no-escrito, sin embargo constituye parte de su obra: la traducción, la recepción, la ampliación de marcos interpretativos. Y esto no es casual, Aricó es el inventor del “archivo latinoamericano” del marxismo, ha dicho acertadamente Oscar Ariel Cabezas.
Antes de entrar en algunos de los dilemas que supone la lectura de Cortés será preciso trazar a grandes rasgos el escenario en el que se inserta su trabajo. A finales de los años noventa el interés por los trabajos de Aricó comenzó a visibilizarse con mayor fuerza, él mismo había dado un adelanto en la reconstrucción de su andar en La cola del diablo una década antes. Después vinieron las cruciales entrevistas realizadas por Horacio Crespo, que funcionaron como un primer ordenador de problemáticas. El estudio de Raúl Burgos sobre los “gramscianos argentinos” abrió un momento de interés que se extendía a su labor como editor de Pasado y Presente, tanto en su primera versión como revista como en la segunda como publicación periódica de libros (que alcanzó la nada despreciable cifra de 98 volúmenes). A partir del año 2 000 la cascada de trabajos sobre Aricó se ha ido incrementando: tesis, artículos, ponencias, conferencias, la realización de las “Jornadas Aricó”, además de la crucial publicación facsimilar de la revista Pasado y Presente de la Biblioteca Nacional dirigida por Horacio González. La pinza se cerró definitivamente cuando aparecieron las Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo, producto de un curso dictado en El Colegio de México, y más recientemente la reedición del Fondo de Cultura Económica de Marx y América Latina, el orquestador de su reaparición nuevamente fue Horacio Crespo.
Sobre ese fondo de producción, cada vez más amplio, cada vez más denso, es que se articula una propuesta de lectura a partir de tres ideas principales: la de traducción, la de la lucha contra la filosofía de la historia y la de la relación de lo nacional-popular y el socialismo. Es necesario señalar un elemento que vuelve potente y legible el discurso de Cortés, y que lo diferencia de algunas lecturas que circulan en nuestros días: no se queda atrapado en la discusión exclusivamente de la conflictividad política de Argentina. Si bien el peronismo, la expulsión del Partido Comunista, la guerrilla de Masetti, el “Cordobazo” y otros elementos están presentes, de ninguna manera limitan o encierran la lectura de Cortés. Por el contrario, el ejercicio de lectura que realiza extiende esos problemas, los matiza y permite la presentación de un Aricó que aporta en el discurso latinoamericano con una real pretensión de universalidad. Este señalamiento es crucial para todo lector que se encuentre más allá del horizonte simbólico y cultural que otorga el peronismo (y el antiperonismo) al conflicto social y político argentino. Es a partir de esa matriz que es posible dialogar con la obra de Aricó y la de Cortés desde distintos lugares de enunciación. Esa fortaleza permite justamente plantear tres problemáticas que exceden el marco “argentino” aunque lo presuponen.
La primera cuestión tiene que ver con el ejercicio de la traducción. Aricó fue efectivamente un traductor, pero no en el sentido de la traslación de una literalidad. La noción de traducción le permite a Cortés superar las ambigüedades de la tradición marxista, encaramada en la idea de la “aplicación” (de la línea, del partido, de la ortodoxia), pero también de la idea de la “utilización”. Traducir es para Cortés un ejercicio teórico: la conformación de espacio de reflexión y diálogo entre condiciones particulares y enunciados con pretensión de universalidad. Es el ejercicio de traducción el que admite un encuentro dialógico al seno del marxismo, pero al mismo tiempo permite la comprensión de la apertura de horizontes no considerados con anterioridad. El trabajo de traducción de Aricó es entonces doble: no sólo porque pone a disposición un enorme archivo de autores rusos, italianos, franceses, holandeses, sino porque logra darle un sentido y dirección a un proyecto de amplia dimensión. El marxismo es teoría finita y por ello dialoga con tradiciones ajenas, pero también con su propia tradición que ha sido derrotada y reprimida.
La traducción es para Cortés una “operación” filosófica, que detecta ante todo la imposibilidad de la literalidad y de la equivalencia, y a partir de ahí reconoce que la ambigüedad es un momento productivo. Dicho momento de creación tiene que ver con las condiciones de producción, es decir, con el conjunto de factores que se unen en una determinada coyuntura. Conceptos y condiciones de producción quedan entonces vinculadas en el momento de la traducción: se apremia a reconocer el carácter ambivalente y no esencialista, se privilegia la coyuntura, la relación de fuerza y el análisis concreto. La traducción además le sirve a Cortés para plantear la falsa división entre lecturas “ortodoxas” y lecturas “heterodoxas”, unas supuestamente esquemáticas y limitadas, en tanto que las otras, potentes y heréticas. Por el contrario, Aricó realiza un acto de traducción en tanto que pone a dialogar al marxismo con otras corrientes del pensamiento moderno igual de importantes para el análisis de la sociedad, como son la antropología, la lingüística, el pensamiento descolonizador o el psicoanálisis en su versión lacaniana.
Un segundo momento responde al itinerario de las diversas experiencias que Aricó tuvo tanto en Argentina como en México. El legado elaborado por éste y sus acompañantes en distintas experiencias intelectuales es palpable hasta nuestros días. Surca por las más diversas publicaciones, los proyectos ambiciosos y las rarezas editoriales. Se trata sin duda de un ejercicio teórico, pero también político: las experiencias editoriales dejan tras de sí una constelación de temas, autores, discusiones. Nos heredó un archivo no disponible en otras latitudes. Ese archivo, amplio, rico, variado, heterogéneo, se construyó sobre la base de emprendimientos editoriales: Siglo xxi, Pasado y Presente, Signos.
Un momento más del desarrollo de la obra de Cortés se ubica en la idea de la lucha contra la filosofía de la historia, que fue quizá uno de los embates más duros que se dio en el campo teórico. La lucha fue contra ese marxismo transformado en gran filosofía de la historia, vuelto narrativa universal, cuyo destino era necesario e ineludible. Justo en ese punto nodal, Aricó articuló una de sus mayores aportaciones para la construcción del archivo marxista: puso en manos de lectores variados y múltiples los aportes de Marx para pensar “la otra vía”. Sigue siendo así liberación nacional, mundo periférico, comunidad ancestral, temas todos anudados desde distintos puntos de análisis: Irlanda, Rusia, el colonialismo. Lo que dejó fue un otro Marx, que no apelaba a la necesidad histórica, a los “pueblos sin historia”, a la dimensión totalizante del capital, sino al tránsito por vías diversas: simultaneidad del tiempo histórico y diversidad de dicha temporalidad. Los escritos sobre Rusia, las cartas a Vera Zazulich, las muy diferentes respuestas que dan Engels (en este punto más gustoso del desarrollo clásico y del occidentalismo eurocentrado) y Marx, siempre más cauto, arriesgando hipótesis, formulando posibilidades. La apertura de un nuevo continente: el de las vías no occidentales y no capitalistas del proceso histórico. Y una consecuencia teórica y política: el agrietamiento de la totalidad totalizante del capital al pensar la comuna, pensar lo agrario, pensar lo diverso, considerar a Europa como una comarca del mundo, donde la revolución puede ser derrotada y no tiene que ser un paso obligado. Y quizá la más importante consecuencia política en el cuestionamiento del a priori juvenil de Marx a propósito del proletario, como único sujeto que carga todas las cadenas y, por tanto, el único que puede liberar a la “humanidad” entera de ellas. En Cortés resuena el Althusser del materialismo aleatorio: preferir al Marx del capítulo xxiv de El Capital que al del Manifiesto comunista. Aquel que piensa la contingencia en la historia como una necesidad, que abona a clausurar el economicismo, el humanismo, la teleología y otros dispositivos de las filosofías de la conciencia del siglo xix.
Finalmente, Cortés explora dos dimensiones que son relevantes para la discusión sobre la politización: el problema de la nación y el problema del socialismo. Me gustaría señalar la importancia del primer tópico: efectivamente como consecuencia de la apertura del marxismo al diálogo con otras corrientes y con otras formas de movilización que se desprendían del conflicto social, el término nacional-popular tuvo una incidencia que sigue permitiendo pensar en varios procesos. Su utilización teórica proviene de Gramsci, pero su necesidad de articulación como forma teórica está dada por la propia realidad latinoamericana. El tema de la nación y lo nacional apuntaba no al nacionalismo, sino al ejercicio político de la traducción de las categorías y de la movilización de sociedades distintas a la europea, donde el proletariado no era la figura central de la conflictividad. Si el tema de la nación para Europa se cerró en el siglo xx, para América Latina la construcción de la nación desde los sectores populares sigue siendo un elemento de politización, movilización y aprendizaje. Lo descubrió Mariátegui a principios del siglo xx y la estela de su impronta dejó huella en los populismos, en las revoluciones nacionales, así como en otros ejemplos históricos. Campesinos, obreros y otros elementos de cultura popular: temas todos que hoy son de uso común irrumpieron de la mano del marxismo o en contra de su cristalización dogmática.
Respecto al segundo tema, el del socialismo, Aricó es quizá el que de mejor manera ha podido penetrar en la lógica del encuentro y del desencuentro entre tradicionales políticas locales y el marxismo como ejemplo de pretensión universal. Estas lógicas fueron desentrañadas por Aricó y, desgraciadamente, quedaron truncas ante la imposibilidad de terminar una historia de larga duración del marxismo en América Latina.
Tenemos pues una obra con densidad teórica y la pretensión de convertirse en una forma de interpretación de gran calado. Aricó es relevante para Cortés porque se trata de una forma de potenciar el pensamiento crítico. Para el Aricó de Cortés, el marxismo es necesario, pero siempre insuficiente. El tránsito se hace desde una perspectiva universalista y totalizante a una consideración más diversa y anclada en lo concreto. Una perspectiva que mira hacia los mundos periféricos, que mira hacia las grietas de la totalidad. Anclado en la historia del socialismo, que con dificultades traza grandes senderos de confluencia con los movimientos populares de distinto origen (no sólo clasista), se remite a un capítulo de la historia de la producción intelectual fundamental de la región.