“Sirva este libro, a cubanos, estadounidenses, hermanos latinoamericanos y hombres y mujeres de todas las latitudes, para una profunda reflexión” (p. 196).
Debemos iniciar estos comentarios con un agradecimiento fraterno al autor, presidente del Instituto de Historia de Cuba, quien tuvo la gentileza de obsequiarnos su libro en un congreso que compartimos en San Petersburgo, Rusia, en octubre de 2015. E inmediatamente, a continuación, señalar que quien comienza a leer este libro no puede dejarlo. No es novela. Es historiografía y de la fuerte, precisa, bien fundada en innumerables fuentes e interpretaciones. Pero, escrito de manera accesible que atrapa a quien lo lee. Las fuentes testimoniales, en especial, resultan sumamente expresivas y permiten acceder a contextos nada fáciles. Y, como una muestra más de un quehacer fecundo, sólo con comenzar a leer los agradecimientos con que inicia la edición, surge el gran trabajo en equipo, colmado de generosidad, de entrega, de compromisos con la causa común. Un último detalle a tomar en cuenta es que permite visualizar dimensiones valiosísimas, además de la población y de las Fuerzas Armadas Cubanas. Y es que la propia experiencia personal del autor en ese ámbito le permite compartir entornos de difícil acceso para quienes carecen de ella.
Dicho lo cual, todavía nos falta resaltar que este texto se nos hizo accesible justo en los momentos en que Obama y Raúl se reunían, con la mediación de Francisco I, para negociar un acercamiento valioso, aunque Guantánamo sigue siendo un pendiente y una demanda irrenunciable del querido pueblo cubano. ¿Puede haber acercamiento? Sí, pero no total normalización mientras esta invasión siga sin llegar a su fin. Además, de la presentación ‘mediática’ como supuesta ‘cárcel para terroristas’ de un centro de torturas inadmisible.
A casi ciento dieciocho años de esta ocupación totalmente ilegal vista desde donde sea vista, seguir su historia permite apreciar con mayor precisión coyunturas y pliegues muy sutiles de este proceso y de la historia misma de la Isla de la Utopía, donde se van haciendo realidad las utopías con una inventiva admirable en medio de las inmensas dificultades afrontadas.
Todo reaparece en juego aquí: la soberanía, las relaciones internacionales, la geopolítica, las sumisiones hacia afuera como parte de las imposiciones dictatoriales hacia adentro, la afirmación nacional, las luchas antidictatoriales, el compromiso popular, los diversos liderazgos, las formas de organización, estrategias y tácticas, el papel y la relación de las Fuerzas Armadas con la población civil, la función del Estado, la capacidad de negociación, las creencias, los simbolismos, la lucha imprescriptible por el propio territorio, etc. Y han sido nada menos que los integrantes de una “nacioncita, oprimida y sin amigos, dispuesta a luchar por su libertad”, para retomar los términos de Mark Twain (citado en p. 41), quienes han enfrentado semejante “absurdo militar y político” (p. 15), convencidos, como dice la sentencia, de que “‘Lucharemos hasta el final’. Ese final no puede ser otro que la entrega, incondicional, del territorio ocupado”, como asevera René González Barrios (p. 18).
Imposible referir aquí todos los detalles examinados. Aun así, intentaremos mencionar algunos. El racismo, que aparece con toda su fuerza y descaradamente en diversos eventos (cfr. p. 35), el papel crítico de los medios de prensa (cfr. p. 43), el uso de las lenguas con sutileza (cfr. p. 46), la ubicación estratégica (cfr. p. 49), la corrupción administrativa y el mecanismo de la “botella” (cfr. p. 55), comprensiones de lo civilizado y lo moral (cfr. pp. 59-60), las intervenciones norteamericanas en la región (cfr. pp. 85 y ss.), prostitución (cfr. pp. 93 y ss.), la discriminación mediante términos —como en el caso de “… gunis (ave de rapiña parecida al aura cubana, la cual siempre tiene la cabeza metida en la basura)” (p. 100)—, el negocio del agua y su crisis (cfr. pp. 108 y ss., pp. 150 y ss.), la dimensión ética y la psicología del pueblo (cfr. p. 135 y ss.), el mentado ‘problema cubano’ con el riesgo de los ‘rojos’ (cfr. p. 141), Playa Girón (pp. 144 y ss.), Operación Mangosta (cfr. p. 146), agresiones (cfr. p. 147), enfrentar la división interna (cfr. p. 150), Operación Trampolín (p. 152), la marihuana (cfr. p. 162), Operación Tributo (cfr. p. 163), Campamento de Prisioneros como centro turístico y ofensa a los musulmanes (cfr. pp. 170 y 172), amenaza ecológica (cfr. pp. 172 y ss.).
El título del último capítulo, “Conversando con ética”, sintetiza no sólo la posición del autor, sino la de todo este maravilloso país de Nuestra América que nos muestra con su ejemplo que lo aparentemente imposible puede ser posible siempre y cuando nos lo tomemos en serio y trabajemos para hacerlo, para construirlo, para inventarlo. Por eso, podríamos culminar con palabras del autor esta condensada invitación a una lectura cuidadosa y sutil de tan valiosos aportes: La historia aquí narrada es dura, lacerante; pero real. Es el testimonio del impacto, en una nación, de la base más antigua del gobierno norteamericano en el extranjero […] En el espejo cubano se podrá ver Colombia […] Como Cuba, pudieran hablar Panamá, Puerto Rico, Ecuador, Honduras, El Salvador, Filipinas, Vietnam, Japón, Corea del Sur, Alemania, España, Italia, Turquía, Iraq y toda nación donde EE.UU. ha situado efectivos y emplazado bases militares […] Profuso y largo sería el rosario de consecuencias de las bases norteamericanas en el mundo. La alerta y la denuncia […] son los únicos antídotos (pp. 195 y 196).
El desafío es inmenso, pero si una “nacioncita” ha podido durante más de un siglo enfrentarlo y casi llegar a su resolución, quizá podamos avanzar integralmente hacia no más Maine detenido en el tiempo ni base naval gringa (yanqui) en la Bahía de Guantánamo. La Isla de Utopía nos sigue enseñando y zureando con valores inconmensurables.