La trompeta del mitopoeta, un conejito de barro, anuncia el acto inaugural, incoactivo según los huicholes. Lo saludo, el conejo se llama Columba. Sus largas orejas se recargan en los bordes de la enorme cazuela agujerada de mole que me regalaron como maceta. En medio crece una biznaga. A su lado, una cierva de barro, también de Oaxaca, que empotramos en tezontle, es herida por una espina, su sangre alimentó el maíz para los que deambulaban desde Aztlán hasta una legendaria laguna: de aquel sacrificio nació el pan. Somos hombres de maíz, sangre de cierva, no del monopolio llamado Monsanto. Observamos una y otra vez la composición que hicimos por ti Gabriel y yo cuando la espina de tu muerte se nos clavó a nosotros. Te saludamos cada vez que estamos en aquella superficie tan significativa para nosotros, porque tenemos amigos de Oaxaca y de Tepoztlán-Tlayacapan.
Tú y yo, una rosa y una paloma, nos conocimos en mi clase de Filosofía de la Historia. En el futuro te convertiste en historiadora-literata sin más hada madrina que tú misma; carreras nacidas del esfuerzo loable de quien no tiene dinero y ha estado metida en alguna escuela elemental, que ocultabas. Pero cómo se notó que habías cursado la educación media superior en el Colegio de Ciencias y Humanidades: una buena cecehachera me preguntaba con una sonrisa entre cariñosa e irónica. Cómo me han gustado las clases ante grupo: enseñas y aprendes.
Empezaste a trabajar conmigo. Las dos éramos homo faber, el que se inventa instrumentos. Aún conservo los archivos de fuerte acero entre verde, gris y no te fijes. Renuevo las cajas de cartón, tengo una muestra de los lápices que semejan puntas de aguja. Mi goma de borrar desaparecía como por arte de magia, y una paloma me proveía casi semanalmente: me sabía previsible y yo la sabía generosa.
Lentamente, Columba Camelia, pájaro-flor, doble C, te convertiste en mi osada amiga y mano derecha por tu cultura, memoria y capacidad de asociación. La computadora es binaria 1-0 o vacío, nunca se equivoca; los seres humanos tenemos 25 posibilidades; por eso nos equivocamos y más vale que la computadora sea la informadora y que nuestra imaginación descubra y aprenda cosas nuevas. Ojalá lleguen programadores menos mercantilistas y la gente se entere de que ofrecen una máquina eficiente ahora manejada por negociantes sin escrúpulos. Ni tú ni yo nacimos en esta época de soledad que se compensa chateando 10 horas con quién sabe quién. Usaste la computadora como máquina y el resto del tiempo platicábamos.
Te pregunté ¿qué opinas de mí como maestra? Me respondiste: muy buena y muy cabrona. Me quedé helada, porque la intimidad nos facilitaba un lenguaje inusual en nuestro español. Dije en español, porque en las lenguas que sabías, al menos en parte, quién sabe cómo me evaluaste. Mi familia somos mix-mix, me aclarabas: mixe y mixteca. También lo son la osada Virginia y la introvertida Laura, tus hermanas predilectas.
Navidad del 2011, después de visitarte en el Sanatorio Español me fui con cierta tranquilidad a la casa de unos amigos oaxaqueños para recorrer palmo a palmo la Sierra Mixe donde plantaste tu cordón umbilical. Me bañé en sus termas, observé sus cañadas, tan maravillosas como las de la Sierra Gorda y, bajo consejo de Rubén Mújica y su esposa Kenia, nos saciamos mirando el convento de Santo Domingo en Yanhuitlán, la iglesia más grande del siglo xvi, que analizó Jorge Alberto Manrique. Los habitantes del lugar solo tienen un ejemplar y reclaman la reedición de tal maravilla llena de historia y de fotografías y del estilo sabroso de Manrique.
En tus lares hogareños me compré un mantel de Mitla para enseñártelo. Disimuladamente lancé besos al aire porque soy una cabrona sentimental. Vivía en el edén, en el reino de los inocentes: de seguro tu lupus heredado, bien tratado,1 te prometía más vida.
Mi cuadriga de caballos blancos a ratos eran pisoteados por la cuadriga fea, en metáfora de Platón (El Pedro). De súbito, algún estímulo me soltaba el mal pálpito: perdía el ánimo, el aire desgarrante me robaba el buen ánimo, optimista, como loca que soy. Aunque como me pongo en escena cual buena actriz, recordaba tus ojos marrones, abiertos como una caja del tesoro y sonrientes. El Sanatorio Español les quedaba pequeño. Yo lucía la blusa zapoteca que me regalaste y el rebozo de invierno tan llamativo y tan discreto, paradoja de colores. Actualmente, los he guardado en papel de china.
Todo se cura con una clayuda y un buen pedazo de tasajo, repetías cuando el hambre de mediodía nos hacía sus presas, y manifestabas tu humor mix-mix. En un coloquio presenté como tema la vestimenta femenina mixteca, y después me lo publicaron en la Revista de la Universidad de México: en un traje se descubren las huellas del pasado que se llevó un airón y de los tránsitos del ayer al presente. Conservo el pozahuanco en mi mesa de comer, atraviesa el mantel mixe: es el rincón mix-mix en tu honor y de tus hermanas Vicky y Laura, a cuyo parto psicoprofiláctico asististe como madre-padre.
¡Los coincidentes gustos, los intereses, los secretos que pasan de boca a oído, el amor de amigas! Cuánto y cuán importante fueron nuestros encuentros. A cada periplo que osé dar por Oaxaca y que doy en el Instituto me encuentro fantasiosamente contigo. ¿Te acuerdas de los paseos que dimos por el centro de la ciudad, por los canales, las almuercerías, los edificios, las vecindades, los casinitos de barriada, y las veces que huimos de los orines que se tiraban por la venta a la calle cuando la distancia no era propicia para atinar a los canales? Aquel siglo xix recién estrenado, corrupto y sucio y, sin embargo, entrañable. Cuánto sufrimos viendo la historia efectual de la Independencia. Nuestra ideología despintaba: éramos remolachas: rojas por dentro y por fuera.
Y éramos mujeres de barriada y de compañeros que mandaban despiojar. Nos envidiaban cuando tomábamos de vez en nunca un menguanito (pan de dulce bastante regular, por cierto). Eras tan auténtica que alcanzaste el don, la gracia. Yo te pisaba los talones pero nunca alcanzaba tu ejemplo: siempre he pisado mi sombra.
Leo tu currículo: 24 coloquios, 29 cursos de actualización, asistente de programas y diplomados. Actriz de televisión y de radio. Licenciada en Historia, Maestra en Letras, titulada y pasante del Examen de Candidatura para Doctora en Historia; lo lograste en tiempos de los ataques disimulados, pero ataques al fin y al cabo, de la enfermedad genética con que te clavaba la forca Tánatos. Ah, no lo mostraste. Te presentabas como Hércules y eras Aquiles con el talón herido por una endogamia ancestral que te picó las meninges, los riñones y el pulmón hasta ahogarte. Ananké fue impotente en su lucha contra este gigante mortal. Eros dormía, Ananké cortó el hilo. Fuiste investigadora y hacedora de bibliotecas en Estados de la República (dos libros lo atestiguan); autora de guiones y museógrafa del Museo Nacional del Virreinato.
Hiciste el servicio social conmigo y yo no te dejé escapar. Aceptaste mis correcciones (en sabiduría histórica, ni hablar, la alumna era yo) y en un lapso no demasiado grande deviniste instructora, guía y auxiliar de los becarios.
Un día te pedí como ayudante de Filosofía de la Historia. Después de unos años de ejercer con gran tino, no te aceptaron, no porque tu carrera docente haya sido oscura, sino porque no eras filósofa. “Pero es historiadora y aterriza mis abstracciones, y, por lo tanto, las maneja”. No, no es filósofa, repitió la burocracia.
Columba Camelia Galván Gaytán participó en la edición de las Obras de Fernández de Lizardi, en el cd rom, y tuvo un lugar destacadísimo en los dos primeros tomos de la recepción de la obra lizardiana (1810-1820), y con el pie derrapando hacia su tumba, nos entregó los dos últimos tomos de los críticos, inflados, índices de la mentalidad colonizada de 1821 a 1827, fecha esta en que la tuberculosis se llevó la imagen del hombre que más quisimos. Columba Galván, ¿te encontrarás platicando con El Pensador Mexicano en una reunión, un convivio y una desgustación, acompañados de la poeta Irma Isabel Fernández Arias?
Docente, investigadora minuciosa, sinodal, dictaminadora, autora de Articulaciones ambiguas, tema de teoría literaria. Autora de 23 artículos, recopilaciones, catálogos, antologadora y autora de capítulos de libro. Escribió en honor de Ana Paola Vianello, según consta en su remembranza. Su último ensayo está en el cdFronteras diluidas entre historia y literatura. Por primera ocasión lo presentaremos en la Feria del Libro de Minería sin tu presencia, el hueco pesará entre nosotros, tus compañeros, y entre el público que va a mirar nuestras locuras teatrales o lecturas en atril. No quiero acabar sin agradecerte haber ordenado el archivo del bachiller José María González de Mendoza, el sabio gnomo que yo adoré.
Si tu mente siempre estuvo clara y racional, dudo que hayas tenido meningitis: no fuiste a vagar por las tierras de las fantasías angustiosas y agobiantes del no pensar. Tal fue el primer diagnóstico de tu enfermedad. Hay tantos médicos o que son buenos artistas, o son malos científicos: los no mercaderes son tan escasos que se necesita la linterna de Diógenes para encontrarlos.
Vuelvo a mirar el conejito. Me viene a la mente unas líneas de “Flores marchitas” de Guillermo Prieto: “El rostro vuelto al pasado / en medio del acerbo duelo, / y hay sólo desierto y yermo / bajo lúgubre nublado”.2 Adiós entre nubes, padre/madre de Natalia y hermana pegada con fibras irrompibles de amor con tus hermanas. Todas ustedes conscientes del estigma de ser mujer, de raíces próximas a pueblos originarios, pobres y muy inteligentes.
Muchos me preguntaron por ti porque cultivaste un altero de cariño. Mi compunción era a ratos tan evidente que dos personas de gran corazón, Georgina Gutiérrez y Verónica Volkow, inquirieron qué era conveniente hacer por ti. Se movieron y me llenaron de ideas y de soluciones. Demasiado tarde.
Todas arrastramos el dolor. El vacío de tu compañía me lastima tanto como saber que ya no estoy en tu mente: “el corazón lastimado / al fin conoce vencido / que es para el dolor nacido, / que son sus goces mayores / hojas de marchitas flores / que lleva el viento al olvido” (356).
Adiós Columba. Si es factible, dale un beso a Irma, otro a Ana Paola y otro más a Laura Navarrete.
Desde que te marchaste recuerdo como retintín un pedacito de canción que guardaba en el baúl apolillado de la memoria infantil. Lo diré en catalán, luego lo traduciré y perderá gran parte de su impacto. Colomet que volas tes alas tingué aniría a veura mon o mon ont ets. Palomita que vuelas, si tus alas tuviera, iría a ver mundo a mundo dónde estás.
Laura Romero, “El lupus, afección crónica, incurable y autoinmune”, en Gaceta UNAM (México, unam), núm. 4,454 (17 de septiembre de 2012): 13. ISSN 0188-5138.