La verdad es que no recuerdo cuándo llegó Columba Calván al Centro de Estudios Literarios. Creo que llegó después de mí, porque no la imagino en la Torre II, pero no tengo muy claro en qué momento entramos en contacto. Lo que sí me consta es que, en los últimos años se la podía ver desde muy temprano, día tras día, por la mañana y por la tarde, laborando en su cubículo, como parte inalienable de la comunidad de filológicas.
Tal vez predestinada por su nombre, Columba Camelia, paloma y flor, ella fue siempre una presencia modesta y discreta, que caminaba con sigilo, trabajaba sin ruido y solo se hacía notar si era requerida. Pero en estos casos, su presencia se transformaba, sonreía y desbordaba cordialidad.
Si se le pedía un favor o se le consultaba sobre alguna duda, estaba invariablemente dispuesta a colaborar. Recuerdo que, en alguna ocasión, trabajando yo las obras de Ignacio Manuel Altamirano, le pregunté sobre las connotaciones de algunos términos con los que no estaba familiarizada. Me respondió de inmediato y con acierto, como gran conocedora del siglo xix que era.
Y cuando era preciso abogar por alguna causa que ella consideraba justa, dejaba escuchar su voz con determinación y firmeza. De esta manera lúcida y serena defendió los intereses de sus compañeros técnicos académicos, cuando fue elegida por ellos como su representante en el Consejo Interno (marzo 2004-marzo 2007). Lo mismo mantuvo una combativa representación de los técnicos cuando funcionaba en el Instituto el Colegio del Personal Académico… ah, those were the days.
La labor de Columba en el Centro de Estudios Literarios se inició y desarrolló siempre en el equipo coordinado por María Rosa Palazón; ese grupo que a lo largo de muchos años ha venido recuperando para nosotros la herencia del Pensador Mexicano. Los integrantes, pues aunque María Rosa y seguidoras se autonombran viudas de Lizardi, también han participado viudos, no solo han rescatado y anotado los textos del autor de El Periquillo Sarniento, sino que al enmarcarlos con finura en el campo cultural mexicano, han pasado a una investigación muy amplia sobre la institucionalidad y las polémicas de la época del comprometido escritor.
Dentro de este grupo, que se ha ido renovando constantemente, la participación de Columba fue fundamental en todos los sentidos, desde la recopilación de textos en hemerotecas, hasta la edición crítica. Su formación como historiadora resultó de gran utilidad para complementar el aparato crítico estrictamente literario con información sobre el contexto. Asumió asimismo la tarea de ir orientando a los nuevos participantes sobre el desarrollo del proyecto.
Pero más allá del trabajo relativo a, Columba fue afinando sus estudios y llegó a ser una especialista en los siglos xviii y xix, a los que se había acercado a través de múltiples calas temáticas, guiada, reitero, por la doble vertiente de su formación, a través de la historia y la literatura.
Los temas del trabajo colectivo, tanto como aquellos en los cuales se interesó, ya como investigadora independiente, fructificaron en cursos, conferencias, ponencias, libros y artículos.
En términos generales, sus inquietudes tenían que ver con la búsqueda, la clasificación y la conservación del material escrito.
Así, uno de los campos del conocimiento en los que se aplicó fue la organización de archivos y fuentes primarias, tan necesario para toda investigación histórica. Además de los cursos de la carrera, ella tomó varios cursillos sobre esa problemática y no solo participó en el ordenamiento de los materiales lizardianos, sino que colaboró en la clasificación de varios importantes archivos, como el de José Juan Tablada, o el de Jaime Torres Bodet.
Otro de sus intereses, vinculado a la problemática de los archivos, fue el de las bibliotecas. Ella publicó dos libros: Historia de las bibliotecas en Baja California Sur (1992), e Historia de las bibliotecas en Tabasco (1996), ambas con el sello de Conaculta y la Dirección General de Bibliotecas.
Por lo que hace a otros temas, cuenta en su haber, como coautora, con una Cronología de la ingeniería mexicana 1867-1984 (Cuaderno de trabajo, Sociedad de alumnos de la Facultad de Ingeniería, unam, 1985).
En el boletín del Museo del Virreinato, publicó dos artículos breves: “El abasto de carnes a la Ciudad de México (1813-1815)” [1988] y “La minería novohispana y las reformas borbónicas” [s/f].
El equipo coordinado por la doctora Palazón no solamente ha producido los monumentales volúmenes de las obras de José Joaquín Fernández de Lizardi, sino la estupenda antología sobre el autor dentro de la Colección “Viajes al Siglo XIX”, que lleva el título de El laberinto de la utopía (Fundación para las Letras Mexicanas / Fondo de Cultura Económica / Universidad Nacional Autónoma de México).
Con el tiempo, Columba empezó a colaborar con María Rosa, ya en un nivel de igualdad, tanto como asistente en los cursos de la Facultad de Filosofía y Letras como en la escritura de varios ensayos. Recuerdo uno sobre lo que ellas llamaban “el nacionalismo defensivo de Altamirano”, titulado “El centro contra las periferias”.
A la curiosidad que siempre sintió por explorar diversos temas vinculados a la problemática de la educación en México, Columba agregó otro interés, los problemas de género, y la condición de la mujer, sobre los cuales también asistió a varios cursos. En esta línea publicó un artículo denominado “José Joaquín Fernández de Lizardi y la educación de las mujeres. Notas sobre las heroínas mexicanas” [Remate de males, Campinas, 1996].
Estudió asimismo a esa figura emblemática de la educación de las mujeres, Gabriela Mistral. En 2007, tomó parte en una mesa sobre la poeta chilena, en la Feria de Minería.
Otra tarea que asumieron las viudas de Lizardi fue la de promover y difundir las obras de su bienamado autor. Así, haciendo gala de sentido del humor y talento histriónico, Columba, su mentora y sus compañeras, organizaron en la feria del Palacio de Minería y otros sitios novedosas lecturas en atril y escenificaciones de los textos lizardianos. Por citar alguno, en 2006 armaron un espectáculo llamado “Tumulto de viejas contra el Pensador Mexicano. La recepción de Lizardi de 1810 a 1827”.
También se mostró nuestra compañera ingeniosa y simpática cuando, en 2001, coincidimos un grupo de académicas en un congreso de la Asociación de Hispanistas realizado en Nueva York del 16 al 21 de julio de dicho año. Si no me equivoco el encuentro tuvo lugar menos de dos meses antes del atentado contra las Torres Gemelas (11 de septiembre), relativamente cerca de las cuales, por cierto, fue la cena de clausura del encuentro. En ese viaje compartimos varias compañeras las ponencias del encuentro, un hotel de habitaciones diminutas con aburridos desayunos a pan y café, el metro, las tienditas abiertas toda la noche, las baratijas con tema de King Kong y el Empire State, alguna obra de Broadway y varias cenas deliciosas. Hubo una tailandesa, donde entre aromas de coco y especias picantes, Columba recordó el poema neoyorkino de José Juan Tablada, “Quinta avenida”, que inicia “¡Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida / tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”. Bromeaba ella respecto de que ese viaje era nuestra oportunidad de convertirnos en mujeres de la Quinta Avenida.
Compañera ingeniosa, modesta, discreta, trabajadora y productiva. Inolvidable Columba Camelia Galván Gaytán.