Hacemos bien en estudiar las antologías cuando profundizamos en las particularidades de la literatura latinoamericana: la conformación y la consolidación del canon en nuestro continente, así como la constitución de generaciones, corrientes, escuelas y grupos, han tenido en las antologías un espacio de difusión de programas, textos e ideas tan importante como las revistas, las tertulias, las editoriales, los cenáculos y los manifiestos.
Puesto que las antologías han sido hasta hace poco en América Latina un vehículo idóneo para presentar una promoción de jóvenes o una estética o incluso un corte histórico o una historia nacional completa en determinado género, el estudio de las mismas se vuelve estratégico, con tanta más razón porque es probable que las condiciones presentes de la literatura (múltiple, inabarcable, vertiginosa, reacia a las jerarquías) hace improbable que las antologías sigan siendo vehículos de una propuesta de canon inamovible.
El libro Borges en la conformación de la Antología de la literatura fantástica, de Daniel Zavala Medina, demuestra que los argentinos Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo se propusieron elaborar una antología que retirara cualquier carácter jerárquico definitivo en la selección y en la presentación de los textos. Anticipaban así rasgos fundamentales de nuestra época, que es muy dinámica y es muy crítica y es inabarcable: una antología como la de los tres argentinos, abocada a la felicidad del hallazgo y a la sorpresa del argumento perfecto y no a la (re)presentación de las corrientes histórico-literarias ni a la ratificación de los prestigios establecidos, es tal vez el único tipo de antología posible a estas alturas del siglo XXI.
Zavala Medina acomete una tarea continental: revisar con perspicacia el contexto, las ideas y los efectos en torno a dicha antología, ya legendaria entre nosotros: la que en 1940 Borges, Bioy y Ocampo publicaron bajo el nombre de Antología de la literatura fantástica.
Y es así como desde México Zavala Medina emprende la primera investigación íntegra de uno de los hitos de la literatura latinoamericana.
Una bibliografía de 173 entradas confirma que el estudioso mexicano tuvo ante los ojos textos de alta pertinencia con respecto a tres estados de la cuestión:
- 1)
los estudios acerca de Adolfo Bioy Casares y de, sobre todo, Jorge Luis Borges,
- 2)
- 3)
los análisis alrededor de la Antología de la literatura fantástica. Zavala Medina es también, ya, una referencia obligada cuando se examina el papel concreto de las antologías en América Latina y las teorizaciones al respecto.
El volumen de este investigador conjuga el rigor y la fluidez, la reflexión propia y la cita que contribuye a la profundización y a la ubicación del estudio en un conjunto de tres o cuatro círculos concéntricos.
Zavala Medina trae a cuentas los textos teóricos y críticos fundamentales sobre sus temas, y esto garantiza la continuidad de los estudios en torno a las antologías y a lo fantástico (la continuidad de los estudios en torno a Borges está garantizada de todos modos; por lo demás, Zavala Medina da muestras de que se mueve bien en este terreno, ya clásico).
Una de las aportaciones más relevantes del volumen consiste en la ordenada exposición de aquellos documentos que prueban el propósito de la Antología de la literatura fantástica de ser un arma de primer orden contra el realismo prevaleciente en la literatura argentina. El investigador ratifica la voluntad en Borges, Bioy y Ocampo de quitarles su suelo seguro, su zona confortable, a casi todos los escritores contemporáneos del país, arrebatándoles la certeza de que la literatura ha de cumplir una tarea social, una misión descriptiva, una urgencia de denuncia. Esta vocación de quitar el suelo, de arrebatar la zona de seguridad, es una costumbre que Borges por lo visto disfrutó mucho, según se atestigua con el análisis inicial de Las palabras y las cosas, donde Michel Foucault presenta aquella enumeración del argentino que carece de suelo epistemológico, más aun, que postula la posibilidad de que se enuncie una falta de suelo epistemológico. Pues bien, la literatura fantástica les permite a Borges y a Bioy razonar sobre la falta de suelo estético y aun cognitivo en la literatura realista. Por eso la Antología de 1940 se inserta en el marco complejo de la lucha entre dos concepciones de la literatura, lucha por lo demás susceptible de ampliarse a la batalla entre dos concepciones de las representaciones simbólicas en aquel momento.
El combativo programa de Borges y Bioy tenía nombre y apellido. Zavala Medina va probando cómo la instauración de una nueva poética transitaba forzosamente por la destrucción del prestigio de un colega: Eduardo Mallea. En las conclusiones el investigador resume los implacables resultados: “Los autores que [hacia 1940] habían otorgado su voto de confianza a lo fantástico, ahora [en 1965] se ubicaban en sitios protagónicos del sistema literario argentino. El caso más llamativo estaba a la vista: mientras Jorge Luis Borges ya gozaba de un prestigio universal, Eduardo Mallea había sido olvidado. Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar y José Bianco eran también referentes obligados en las letras de su país” (355). Muy pocas veces es dable testimoniar de modo tan completo (como se hace aquí) la destrucción de un escritor por parte de otros escritores. Además, esa destrucción no se sustentaba en una animadversión personal. Más bien apuntaba cañones contra el carácter paradigmático de una recepción clamorosa entre un público conservador y convencional: el éxito de Mallea era para Borges y sus amigos el símbolo del atraso del lector argentino. Y el atraso tenía que superarse con un programa incisivo, incluso agresivo.
Zavala Medina documenta que la antología de 1940 se fue gestando a lo largo de los años treinta y tuvo repercusiones visibles durante por lo menos un cuarto de siglo, hasta alcanzar la segunda edición, la de 1965, con variantes que el investigador estudia en párrafos que merecen ser paradigmáticos (352–356). Sin duda, las repercusiones invisibles llegaron mucho más lejos, pues todavía en los años setenta y ochenta eran susceptibles de rastrearse intereses por la literatura fantástica sustentados en la concepción que de la misma tuvieron y difundieron Bioy, Borges y Ocampo. De hecho, una vertiente importante de la minificción en estos últimos treinta años es subsidiaria inocultable de la estética de los tres autores sudamericanos. Y no se trata aquí solo del programa específico de dicha literatura, sino de la liberación estética frente al realismo decimonónico y frente a cualesquiera ataduras de género, de estilo y de construcción de personajes. (La serenidad y aun curiosidad marcadamente analíticas con que al final de “La muerte y la brújula” Lönrot asume la inminencia de su propia muerte, son una de las muchas grandes evidencias que los autores argentinos sembraron en sus obras con respecto a su postura, por completo contraria e incluso hostil a la estética de la novela psicológica y de la novela realista.)
Entre las muchas razones por las cuales merece leerse el volumen de Zavala Medina, enumero el recuerdo de la recepción de Borges y Bioy ante un espíritu afín, el poeta mexicano Xavier Villaurrutia, agradecido con la derrota del realismo decimonónico al otro lado del continente (351 y ss.); también incluyo el análisis de “La noche incompleta”, de Manuel Peyrou (335 y ss.), y la crítica al didactismo (312 y ss.).
Publicado en 2012, el volumen contribuye a que los tres autores argentinos sigan defendiendo la literatura fantástica y el relato policíaco de corte analítico, geométrico, incluso matemático. En las últimas líneas Daniel Zavala Medina se compromete a rendirnos un análisis más concienzudo de la edición de 1965. Seguramente su trabajo partirá de un principio decisivo para Borges y sus amigos: la literatura es una experiencia de la felicidad.
Y es que, sí, entre ellos seguramente circulaban aquellos versos del Enrique V de Shakespeare: “From this day to the ending of the world, / […] we in it shall be remember'd, / We few, we happy few, we band of brothers”.
La literatura es vasta e impredecible: un genial realista decimonónico, Stendhal, también comulgaba con este principio. Las novelas de Stendhal son la mejor prueba de que no siempre es válido el apriorismo de Borges acerca de la preminencia del texto breve sobre el texto extenso y de la literatura fantástica sobre la realista. Por fortuna, Borges era el primero en burlarse de los apriorismos.