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Vol. 25. Núm. 1.
Páginas 153-158 (enero 2014)
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Reseña del libro
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Pilar Mandujano Jacobo
Centro de Estudios Literarios, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México
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Ante todo, debe resaltarse que la edición preparada por María de Lourdes Franco Bagnouls y Edgar Campos Herrera, Lo que vio mi gato y otros relatos, de José María Benítez, forma parte de la Serie Deuda Saldada, de la que la investigadora es responsable, y a través de la cual los participantes (en cada volumen) se han propuesto revalorar el trabajo de numerosos escritores, aquellos de los que la crítica literaria no se ha ocupado, o lo ha hecho exiguamente. Como lo ha indicado la investigadora Franco en varios de los textos que forman la colección de los cuadernos: “La nueva serie pretende enriquecer el registro historiográfico de la literatura mexicana, modificar el canon existente y actualizar en ediciones correctamente preparadas obras que han sufrido, por diversas razones ajenas a su calidad, el injusto desdén de la historia” (8).

Y consideramos que precisamente esa es la labor de las universidades, de sus recintos y de diversas instituciones académicas y culturales: ocuparse de aquello que pasa desapercibido continuamente, de obras que no han sido tomadas en cuenta por el canon tradicional y del rescate de textos que fenecen en los periódicos. Tarea, esta última, de estudiosos y de editoriales, pues las publicaciones hemerográficas cumplen con el cometido de darlas a conocer, en medios que de suyo son efímeros. Gracias a esa particularidad de los medios periodísticos es como se ha podido reconstruir la literatura mexicana.

De entrada cabe enfatizar que la edición de Lo que vio mi gato y otros relatos, de José María Benítez (la primera data de 1944), el número 4 de esta serie, rebasa las características de lo que podría considerarse un cuaderno, como advierten los editores modestamente, de acuerdo a lo que estamos acostumbrados. Otros textos de la misma serie presentan volúmenes más reducidos, pero no exentos de la misma calidad en la edición, tal es el caso de la obra que la inicia la colección, Sangre ranchera, de Luis Benedicto, editada también por Franco Bagnouls y cuyo prólogo y compilación corrió a cargo de Felipe Francisco Aragón Díaz; o el número 2 de la misma serie, que recoge la Narrativa breve de Asunción Izquierdo, y donde Franco Bagnouls, a su vez, hace el trabajo de recopilación y edición. Lo que vio mi gato… congrega, además del texto que denomina la obra, el cual consta de trece historias, nueve relatos más, es decir, veintidós piezas de la narrativa breve de Benítez, en edición anotada, que rebasa las ciento sesenta páginas (solo la compilación de los relatos). La recolección le permite al lector tener un panorama diverso del trabajo narrativo del autor.

Esta recopilación de una parte de la narrativa breve de Benítez resulta altamente didáctica porque ilustra lo que al parecer de los editores es una muestra de lo más representativo de su obra. La edición de los relatos va antecedida de la presentación de la serie y un amplio prólogo que esclarece el por qué de la presente selección: se sugiere que en el relato de corto aliento Benítez se mostrará como un realizador consumado, un maestro del género, ese es el motivo que anima tal compilación.

En el Prólogo de la obra, realizado por Lourdes Franco, se dan algunos datos biográficos, bibliohemerográficos y se trata la recepción de una parte de la obra de Benítez, lo cual permite seguir la trayectoria de su trabajo profesional. Así, se da a saber que el autor era oriundo de Huanusco, Zacatecas, nació en 1898, estudió en la Escuela Nacional Preparatoria, fue maestro de literatura a nivel de secundaria, tuvo diversos cargos administrativos y sindicales; murió en 1967, siendo secretario privado del oficial mayor de la Secretaría de Salubridad. De la considerable labor periodística del autor, diseminada en artículos, ensayos y reseñas, la prologuista comenta sobre los contenidos temáticos, hace referencia a su carácter literario, histórico, social y político.

En el Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX aparece como fecha de inicio de las publicaciones de Benítez en la prensa el año de 1922, con la aparición de sus primeros poemas y dos años después sus cuentos. El relato “Mi pueblo” encabeza la lista, mismo que aparece en esta recopilación. Por su parte, Franco Bagnouls refiere el trabajo periodístico del ensayista en Excelsior y en “Revista Mexicana de Cultura”, suplemento de El Nacional, donde a través de sus reflexiones políticas, históricas y culturales “habló especialmente acerca del desarrollo de México en distintos rubros a partir de la Revolución” (10).

Resulta muy pertinente la apreciación de Lourdes Franco sobre el destino que siguió parte de la obra de Benítez para entender mejor la insuficiente atención que ha tenido su trabajo. La ensayista considera que la narrativa del autor tuvo escaso reconocimiento porque su novela Ciudad fue criticada arduamente y sus poemarios Gesto de hierro (1922), Marcha roja (1931) y La voz de mi tiempo aparecieron con una muy pobre calidad editorial. A estos antecedentes nada favorables para el narrador, se le suma, además, la falta de proyección de su obra, y no por carecer de méritos en la calidad literaria de la misma.

Con los trece relatos que conforman Lo que vio mi gato, más los nueve, que son compilados por primera vez en un solo volumen, estamos ante una obra sólida en su composición y estructura.

En lo que corresponde a la evolución de los sucesos narrados en Lo que vio mi gato se va dando una adecuada dosificación de los elementos que componen la trama de las historias. La obra se estructura en tres tiempos, en ellos se cuentan las vicisitudes, las reflexiones-observaciones y el deslizamiento de la mirada del personaje principal del relato, la gata. Su visión da cuenta de un mundo esquemático, caótico, indiferente, cuyos integrantes se muestran a veces insensibles ante el dolor del otro. El narrador, omnisciente, introduce al personaje principal, la gata, que a su vez se convierte en narrador de su historia. En el “Primer tiempo”, estructurado en cuatro partes y narrado en primera persona del singular, la gata cuenta su llegada al mundo, sus primeros días hasta la despedida de su familia (madre, hermanos). Se narran las peripecias de la felino en un medio empobrecido, falto de medios para sobrevivir y donde la pequeña debe ubicarse y explicarse sus sorpresas ante el mundo demoledor que la circunda.

Si el primer tiempo introduce a un ámbito hostil y áspero, el segundo es la confirmación de destinos trágicos. Aquí la cotidianidad refleja la violencia ingénita del país, producida a veces por el mismo paisaje árido y desolado. Este “Segundo tiempo”, armado con siete cuentos, da cuenta de la ignorancia, la traición, las violaciones y los ajustes de cuentas, entre otros hechos narrados. Con razón, la editora y prologuista subraya que “los personajes en José María Benítez no son los seres humanos en sociedad sino los universos que ocurren dentro de ellos: el miedo, la maldad, la lujuria, la miseria, el sueño, la memoria, el dolor” (15).

El “Tercer tiempo” cierra el ciclo con un solo relato: “Adán”, que representa al felino con quien Eva cumplirá su destino, aparece de noche y lo anuncia el resplandor de la luna. Este encuentro debe interpretarse como el llamado de la naturaleza en su expresión de vida, pero con su contraparte, la manifestación de muerte. En este espacio la presencia de esta última adquiere una doble connotación: no solo como el deceso natural de una persona, sino como el destino cotidiano e inevitable de los habitantes de estos lugares. Como bien se aprecia y lo apuntala Franco, Lo que vio mi gato está lleno de símbolos y metáforas. Las imágenes de la violencia en sus distintas manifestaciones, las cuales predisponen a los decesos inminentes, predominan en estos escenarios narrados. En los relatos de Lo que vio mi gato la muerte está siempre al asecho, los motivos abundan, los casos de enfermedad y de muerte natural son los menos. Con estos cuentos José María Benítez pareciera advertir de la vulnerabilidad incrus-tada en el destino dramático del país.

Si con los trece fragmentos narrativos (en sus tres tiempos) que componen la serie Lo que vio mi gato estamos ante una obra muy bien lograda en su composición, las siguientes nueve historias de los “Otros relatos” certifican las habilidades y el talento del escritor para moverse en distintos ámbitos espaciales y temporales. En esa particularidad la ensayista también hace énfasis, lo cual resulta muy pertinente de su escrito, pues nos ubica en las particularidades más significativas de la obra, sobre todo por el apoyo teórico analítico en que sustenta sus impresiones. Refiere por ejemplo que el relato “Amanecer”, el séptimo de la otra parte de la obra, podría catalogarse dentro de las historias que se ocuparon de la Revolución mexicana; sin embargo, señala:

su forma rebasa con mucho el estereotipo de tales relatos. La primera frase establece la marca espacial que va a significarlo por completo: “Al espinazo del tren fueron subiendo lentamente soldados revolucionarios y soldaderas, clases y oficiales”. El espinazo del tren es una figura metafórica que sirve para designar el techo del convoy. Tal selección espacial va a determinar lo que Luz Aurora Pimentel denomina “una construcción de lectura”. Esto es, una interpretación del texto basada precisamente en las características marcadas por el espacio y su influencia en la consecución de las acciones. Al techo del tren suben “revolucionarios y soldaderas, clases y oficiales”; con esta enumeración queda fijado el tiempo histórico en que se realiza el suceso narrado, así como los protagonistas que darán lugar a la historia (18).

Observa al mismo tiempo la prologuista, siguiendo con la idea de resaltar el estilo de avanzada del autor, “al relato revolucionario tradicional Benítez opone otro mucho más complejo porque en él el testimonio anecdótico de la Revolución queda subsumido ante la contundencia de la imagen del ferrocarril sobre las vías” (19). Al autor le interesaba resaltar más, de acuerdo con Franco, la velocidad y la movilidad con las que transcurren y concluyen las acciones, que las acciones mismas. Con estos recursos estilísticos el autor rompía con los moldes tradicionales del género.

Esta muestra escogida por la estudiosa, la cual le ocupa un considerable espacio de su escrito, es muy ilustrativa de la forma como Benítez trabajó sus textos, pues marca la naturaleza medular de su narrativa. A la vez, estos fragmentos analizados explican el propósito del rescate de esta obra: conjuntar lo hasta ahora disperso en periódicos y revistas para tener una visión totalizadora de lo avanzado de la propuesta estética de Benítez en su época.

En la sección “Otros relatos” se ubican los textos escritos entre 1924 y 1960 y son una muestra de más de treinta y cinco años de trabajo y experiencia narrativa en los que el autor fue puliendo un estilo, temáticas, formas y modalidades expresivas. Así, se introdujo igualmente en ámbitos rurales que citadinos. Los relatos “Dos cigarrillos en un cenicero” y “Dalia” son un ejemplo de su atención a los sectores de clases medias. El primero, además, advierte la destreza de Benítez en el manejo de la analepsis o flashback narrativo; esta misma habilidad la despliega en “Victoria”, el último relato de la serie. En ambos textos la narración del presente transcurre con secuencias rápidas del pasado, la alternancia de los dos tiempos indistinta y progresivamente explica y va marcando el suspenso de las acciones de los personajes. Si en “Dos cigarrillos…” la utilización de esta técnica permite conocer un fragmento de la vida de Salvador y Dora, en el segundo relato la intriga que da pie al uso de las secuencias del pasado en el presente, de manera intermitente, desemboca en lo que puede considerarse había sido el leit motiv en la vida de Benjamín Rosales: vengar la muerte de su padre, al oponer desastres de la naturaleza contra otros individuos e impedir posibles decesos, ese hecho significó su “victoria”.

El compendio de estos relatos de Benítez, realizado por Lourdes Franco y Edgar Campos, es muy significativo porque de manera indiscutible fija la versatilidad del autor en el manejo de cada una de las situaciones planteadas en el terreno de la enunciación. Es decir que cada una de las piezas presentadas aquí es una muestra de la pulcritud narrativa del autor. Mucho se debe tanto a las historias enunciadas como a la manera y el modo discursivo de desarrollarlas, varios de los logros se deben a sus estrategias de elocución. Un modo palpable de constatarlo, además de cada uno de los relatos inscritos aquí, se verifica línea tras línea en la narración que da inicio a la segunda parte del rescate cuentístico: “El pueblo”. Cuando el autor describe a los distintos personajes de una determinada localidad, puntualiza:

Había tres clases de mujeres: hembras, fanáticas y arpías. Aullar de tosco placer, anegarse en una creencia que detestaban en el fondo, destrozar eran las predilecciones de las mujeres pueblerinas.

Los hombres pasaban el tiempo recostados en las esquinas, sobre los sarapes leonados, o ejercitándose en el esgrima de sable y puñal. O días y noches extenuaban sus energías de bruto ante el jorongo rojo, con la baraja entre las manos, una botella de alcohol al alcance, y para endulzar los amaneceres, una meretriz manca, tuerta o jorobada […]

El cura, en el pueblo, era la personalidad más complicada, pues tenía éxtasis de santo, sonrisa de Baco, guiños de invertido, manos de homicida y expresión de sátiro (85–86).

Así, entre imágenes, símbolos y una economía discursiva el autor avanza en el relato. En las historias de la segunda parte de la obra se presentan situaciones límite en la vida de varios personajes, como en “Olor de retama” y “Diana”, entre otros, donde se van describiendo minuciosamente las emociones y sentimientos más recónditos del ser humano ante la presencia inminente de la muerte.

No cabe duda que este ejemplar de Lo que vio mi gato y otros relatos, editado por Lourdes Franco y Edgar Campos, es una muestra de lo que se puede lograr con esta serie de “Deuda saldada”, ya que a través del trabajo de los compiladores nos hemos acercado a una obra casi desconocida y a su autor, de quien puede apreciarse el talento, en un momento de la literatura mexicana cuando estaba buscando sus modos de expresión en tiempos de cambios, de reacomodos estéticos, como lo fueron los años veinte, treinta, cuarenta y cincuenta, cuando se escribieron la mayoría de estos relatos.

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