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Vol. 25. Núm. 2.
Páginas 125-130 (enero 2014)
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Reseña del libro
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Isaac Magaña Gcantón
Universidad Nacional Autónoma de México
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Al comienzo de La escritura insumisa, Elizabeth Corral afirma que “la escritura de Sergio Pitol tiene una relación orgánica con otras artes” (11). El resto del libro es la comprobación de esta tesis, un recorrido abiertamente personal en el que destacan el ingenio de la mirada y la lucidez para desmenuzar cada uno de los libros de Pitol. Entretanto, la propuesta para realizar el desplazamiento a través de su obra no carece de creatividad e inteligencia. La autora propone imaginar una galería en la que el lugar que ocupa cada cuadro —en este caso, libro— resulta definitivo para la comprensión de la totalidad de la exposición. La idea surge de una revisión de las obras reunidas por el Fondo de Cultura Económica, pues en esta compilación el orden no obedece a ninguna lógica cronológica, sino que es el resultado de la voluntad del autor por dar a entender algo, jugar con la disposición de su escritura. Juego que desemboca en nuevas posibilidades: en la narrativa de Pitol uno de los puntos clave es el de crear y recrear el mundo: “Los volúmenes del Fondo son una nueva creación y no una simple reimpresión; son la obra del artista que ordena sus cuadros para una nueva exposición, del cineasta que decide montar de distinta manera las escenas de su película” (11). Móvil que atraviesa La escritura insumisa de principio a fin y que Corral retoma a lo largo de sus reflexiones, las cuales finalizan nuevamente con la analogía de la exposición, solo que ahora el comentario es más extenso y con un enfoque mucho más personal, que va de Pitol al lector y de vuelta:

El orden fue meticulosamente diseñado y cada uno tiene el lugar que le corresponde, como lo tiene cada cuadro de una exposición concebida por un artista. Pero el escritor sabe que, también como cuadros, los fragmentos pueden colocarse de otra manera, de una infinidad de maneras, tantas como lo permitan el gusto y la imaginación de los lectores. Y los suyos, porque para él [para Sergio Pitol] escribir es, como dice Deleuze en La literatura y la vida, una fuga: lector de sí mismo, Pitol corrige el texto publicado para luego colocarlo en un contexto diferente donde se convierte en otro, con la voluntad de quien busca mantener la movilidad vital de la escritura (122).

En esta dirección es posible entender cada uno de los capítulos de La escritura insumisa como pequeñas galerías de la muestra de escritura de Pitol. Seis capítulos que, a pesar de respetar la cronología de las publicaciones, más bien resultan una suerte de hilo conductor para no perder el camino de las cavilaciones, pues el verdadero orden de los comentarios obedece a la voluntad personal de Corral, quien va y viene por los libros y su memoria, revisita los libros y acude constantemente a sus recuerdos para poner en relación lo que expone con lo que ha leído y visto. Ninguno de los sentidos queda fuera, la libertad permea cada una de sus páginas. Cosa que advierte desde “Variaciones”, su primer capítulo, cuando dice que se apartó de la idea original, guiada por el impulso de la escritura —el mismo que se encuentra en varios de los libros de Pitol. Confiesa: “Al final me dediqué poco a establecer relaciones entre la pintura y la obra de Pitol. Mi idea original se modificó en muchos sentidos y en vez de centrarme en las obras de Trilogía de la memoria recorrí la obra entera, lo que me llevó por caminos inesperados” (11-12). Así es el movimiento del libro, espontáneo e íntimo. Una iniciativa que comenzó con la revisión de tres novelas terminó transformada en el análisis de ocho novelas y varios cuentos. Aquí valdría decir que La escritura insumisa es, ante todo, un libro de la experiencia, la experiencia de quien lee e interpreta lo que mira, como puede y como quiere. Un libro que es, en la misma medida, un estudio riguroso y un ensayo creativo.

Formalmente, La escritura insumisa comienza con “Años de aprendizaje”, capítulo anecdótico y a la vez analítico de algunos de los primeros cuentos de Pitol. Se señala la importancia que tuvo la oralidad en la formación del entonces joven escritor. Los primeros cuentos provienen de “lo que de niño había escuchado muchas veces de labios de su abuela, de sus tías y de una vieja sirvienta” (13). Relatos que entonces Pitol fue revistiendo de riesgo, pues no solo se dedicó a recontar lo recibido, sino que al pasar por su persona se transformaban. Así iba conociendo y entendiendo el mundo. En una cita que Corral recupera, Pitol dice: “Siempre me ha interesado que la anécdota sea pasada por distintos filtros, de manera que el relato se pueda leer como una anécdota amplia, pero a la vez vayan surgiendo luces y reflejos desde el interior, desde el lenguaje” (17). Uno de los grandes méritos de La escritura insumisa es que sigue el rastro de la experimentación a lo largo de toda la obra, desde “Victorio Ferri cuenta un cuento” hasta las trilogías del carnaval y de la memoria. Pero Corral no solo sigue la delgada lista que tiende Pitol para los más perspicaces, sino que también va interpretando cada una de sus partes y las va describiendo, pues La escritura insumisa es también un libro altamente descriptivo, el cual puede ser visitado tanto por conocedores de la obra como por quienes apenas la han leído. Naturalmente, son los primeros los que encontrarán complicidad en las páginas, guiños y revelaciones; gozarán más con la lectura. La forma narrativa que elige Corral para articular su libro no es de ninguna forma un defecto, pues la interpretación en su libro se da al recontar. Recontar como reformulación de lo visto, recontar para hacer más dúctil el mundo de Pitol. Finalmente, escribir un libro para entender una obra. Así opera La escriturainsumisa y por eso se ha insistido en su intimidad: el diario robado del buró de un niño, los apuntes meticulosos de una incansable lectura.

Elizabeth Corral propone dividir la obra en cuatro partes: la primera, compuesta en su totalidad por relatos, comienza con “Victorio Ferri cuenta un cuento” y termina justo donde comienza la segunda, con el relato “Cuerpo presente”:

En “Cuerpo presente” ocurren cambios importantes en relación con la narrativa anterior. Es el cuento con el que el autor marca el comienzo de la segunda etapa de su escritura. En los anteriores había algo externo que disparaba la trama, la muerte, por ejemplo, o la llegada de alguien o algo que rompía el orden imperante. A partir de “Cuerpo presente”, la alteración viene de dentro. Casi todos los ambientes recreados hasta ese momento estaban anclados en México (una excepción es “Hora de Ná-poles”), y aquí la trama principal se desarrolla en Roma durante unas vacaciones que el protagonista, Daniel Guarneros, pasa con su familia (18).

De la misma manera que se difumina sutilmente una imagen para dar lugar a una segunda, los capítulos de La escritura insumisa se concatenan para dar paso al siguiente, de forma similar a como ocurre con Pitol. Corral no solo consigue interpretar de manera acertada una obra tan vasta como compleja, sino que también entiende sus mecanismos y los utiliza en la escritura de su propio libro. El último de los relatos que comenta en este capítulo, “Del encuentro nupcial”, del que destaca el rasgo de la multiplicidad, el cual se irá desarrollando a lo largo de la obra hasta la culminación en la Trilogía de la memoria, le sirve como cierre y apertura del tercer capítulo dedicado a El tañido de una flauta, Nocturno de Bujara (luego, Vals de Mefisto) y Juegos florales: “En ‘Del encuentro nupcial’ un narrador describe a un personaje que describe a otros personajes que cuentan historias y sueños […] Los planos se confunden en engarces que funcionan como las disolvencias en el cine, transiciones nítidas que con seguridad le parecieron fáciles comparadas a las de El tañido de una flauta, la novela que por entonces escribía” (25). Con esta novela comienza el siguiente capítulo: “Las dos primeras novelas y un intermedio fastuoso”. El intermedio es Nocturno de Bujara, las dos novelas son El tañido de una flauta y Juegos florales (la segunda etapa).

En este capítulo se conduce al lector, principalmente, por dos caminos, el primero es el motivo del cine a lo largo de la obra de Pitol, desde las referencias hasta la experimentación con algunas técnicas antes exclusivas de este arte; el segundo es la metaficción. Los relatos y novelas que componen su obra se citan todo el tiempo, se citan a ellas mismas en una búsqueda de explicación y recreación. Motivos y causas en las que se insiste una y otra vez. Y es que Elizabeth Corral explica que no se trata de acudir a entrevistas o artículos que puedan esclarecer la obra, la luz se encuentra en la misma oscuridad, en los mismos textos. Todo forma parte de un único universo, fragmentado, sí, pero en armonía. Juan José Saer decía —al hablar de su propia obra— que un libro es un fragmento que encuentra cabida en la totalidad de todo un quehacer artístico, precisamente en las distensiones y contracciones temporales; en una fisura cabe desde un relato hasta una novela. Definición que bien podría aplicarse a la obra de Sergio Pitol. Entretanto, La escritura insumisa es una extensión de esa misma obra. ¿En qué sentido? La apuesta narrativa del libro de Corral favorece el diálogo, rasgo que también tienen los libros de Pitol. Las reflexiones de Corral llegan en los momentos de choque, en los enigmas, en los agujeros de la narración, en los instantes de duda. Cuando esto sucede, ella se detiene para preguntar, para buscar la respuesta; y para encontrarla en el mismo texto o en la referencia a ese texto en otro texto de Pitol: “¿No decidió Carlos Ibarra hacer de su vida un ejemplo de la más absoluta desacralización, aun a riesgo de ser considerado un simple viejo estrafalario y alcohólico?”. Entonces Corral regresa y va, en busca siempre de la clave que resuelva el enigma: “El penúltimo capítulo de la novela, el relato de Ícaro (capítulo del libro y relato independiente) que cae al mar, parece debilitar esta conclusión, pero no podemos olvidar que se trata de otra versión de los hechos” (32). Así continúa. En este capítulo también muestra cómo Pitol utiliza cuentos incluidos en colecciones anteriores para componer nuevas compilaciones, o cuentos ya publicados como capítulos de sus novelas. Depende del contexto la narración obtiene un sentido, nuevamente la analogía de la disposición en la galería.

En el cuarto capítulo se analizan las tres obras que componen el Tríptico del carnaval: El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal. También son estos libros los que conforman la tercera etapa de la narrativa de Pitol, donde oscila entre la tragedia y el melodrama. La carnavalización de la vida, la literatura carnavalizada de la que habló Bajtín, teórico indispensable para la construcción de este capítulo, el más descriptivo del libro. Aquí Corral se apega la mayor parte del tiempo a lo dicho por el ruso y solo se desprende por momentos para citar o comentar brevemente alguno de los libros que le vinieron a la cabeza mientras leía esta trilogía. Pero no siempre va a la referencia consagrada por la alta cultura, sino que el registro cultural de la autora es amplio y se mueve de Proust a la familia Burrón, indiscriminadamente. Por otra parte, también se da la oportunidad de citar una traducción al francés de Domar a la divina garza hecha por Gabriel Iaculli. Destaca los aciertos de esta traducción: la importancia del rasgo teatral recuperado, el trasvase a veces inventivo y otras de mímesis perfecta. A propósito de la puesta en relación sin distinciones, cito:

La manera poco común en que Pitol disloca los planos crea desconcierto en la primera lectura de sus obras. En La vida conyugal lo decimonónico alterna con un lenguaje canallesco y colorido que recuerda a la familia Burrón, un contraste de magnitudes enormes que aprecié en la relectura. Entonces vi de veras lo tosco de la señal que desencadena la crisis de Jacqueline. Uno de esos instantes de extrema lucidez, que transforman la percepción de la realidad, como la magdalena de Proust, se describe con la explosión de lo que en esencia es sutil (89).

El quinto y el sexto capítulo parecen conformar una unidad, pues el tema es el mismo: la memoria. La memoria de un escritor maduro que regresa a sus diarios, que los reescribe, que cambia, quita y añade. Que busca el sentido de sus primeras narraciones, que se quiere interpretar, que quiere revivir el pasado, pero no como nostalgia, sino como literatura. Pues como bien afirma Corral, para él la literatura es antes que la vida: “Pero con Pitol, primero es la obra y luego viene la vida, de tal manera congruente con su escritura que la explica” (134). Un viaje a la memoria que inicia con el primer libro de la trilogía, El arte de la fuga, y que termina (sin finalizar, pues para Pitol la vida se trata de revisitar el viaje) con su Memoria (1933-1966), una reescritura total de ese libro que Emmanuel Carballo encargó a las entonces jóvenes promesas de aquella generación del treinta y dos, Autobiografía precoz. Estos capítulos son los más inventivos, los escritos con mayor soltura. En ellos Corral exhibe, como en ninguna otra parte, la profunda pasión que tiene por la obra de Pitol. Pone el universo de este a girar en torno a sus libros, los presenta como el centro palpitante de una obra en la que la digresión es una de las características vitales. Descifra la obra y todo encaja, pues finalmente, como el mismo Pitol afirma, “todo está en todas las cosas” (103). Al hablar de esta última etapa, Corral escribe:

Empieza la etapa de la escritura en la que el protagonista es Sergio Pitol, un personaje que habla de su infancia, de su orfandad temprana, del viaje como parte de su vida, de amigos, espectáculos, política, arte y, en primerísimo lugar, de la relación íntima con la literatura […] La memoria pasa entonces a primer plano y reivindica plenamente su calidad de fuente primordial de la imaginación (103).

Uno de los aspectos más importantes de todo el libro, y que se destaca sobre todo en estos dos últimos capítulos, es el aspecto de la movilidad y la experimentación en la obra de Pitol, la investigación de los valores a través de una escritura incansable que quiere encontrar su centro a través de la periferia. Por otra parte, vale la pena hacer mención del cuidado puesto en la bibliografía. Corral hace mención, utiliza y discute gran parte de lo escrito sobre Pitol: conoce extensamente no solo la bibliografía directa, sino también la crítica. Entrega una idea bastante amplia de algunas de las propuestas más interesantes mediante las cuales se ha abordado esta obra. Sin embargo —y he aquí tal vez la única objeción que le pongo al libro— en el segundo capítulo, cuando se destaca con mayor intensidad la relación pintura-escritura en la obra de Pitol, se extraña la mención de lo hecho por Juan García Ponce, tanto por su similitud a la hora de convertir grandes fragmentos narrativos en ensayos sobre arte, insertándolos en monólogos de sus personajes o en descripciones hechas por el narrador, como por el hecho de que fue él uno de los primeros y más lúcidos lectores del autor de las trilogías. Fuera de este aspecto, quizá personal, La escritura insumisa es un libro que tiene muy claro de dónde parte y hacia dónde se dirige cada uno de los libros de Sergio Pitol. Sin duda, un libro fundamental para entender las correspondencias que se dan dentro y fuera de esta obra.

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